¿Se convertirá el Reino Unido en la fortaleza digital más impenetrable del planeta?

El Reino Unido aspira a ser el espacio digital «más seguro del mundo» con la aprobación del Proyecto de Ley Online Safety Bill (OSB), Ley de Seguridad en Línea. Sus defensores sostienen que esta iniciativa convertirá al Reino Unido en «el lugar más seguro del mundo para navegar en línea». ¿Será así?: La OSB otorgaría nuevos poderes para evitar el «abuso infantil». Entre ellos, permitiría al regulador británico de telecomunicaciones, Ofcom, solicitar a las empresas tecnológicas del Reino Unido que proporcionen acceso a la información de cualquier usuario de Internet de todo el mundo. Esto incluiría archivos y mensajes cifrados de extremo a extremo, end-to-end encryption (E2EE). Es decir, la OSB facilitaría el acceso gubernamental, a través de puertas traseras, a la información de los usuarios por la “protección de menores”.

Por Rafael Rico Ríos
 
Surgen interrogantes sobre la gestión y control de estas «puertas traseras» que habrá que proteger. Habilitar «puertas traseras» en los sistemas de comunicación, incluyendo los cifrados, supone un enorme riesgo de seguridad. Por lo tanto, aunque la intención inicial de la OSB parece ser la protección de menores, paradójicamente, estas medidas podrían introducir riesgos adicionales.
Estas puertas, lejos de garantizar la seguridad, podrían desatar peligros que erosionen la privacidad y seguridad de cualquier usuario y podrían transformarse en verdaderas «cajas de Pandora».
Son medidas sorprendentes y difícilmente justificables desde el punto de vista de la ciberseguridad, ¿estamos frente a una torpeza, una negligencia o en el fondo hay intenciones encubiertas de vigilancia?
Empresas de mensajería cifrada han manifestado su firme oposición a la nuevas medidas y han advertido que abandonarían el mercado británico si estas regulaciones comprometen la seguridad de sus usuarios.
Además, para aumentar la polémica, la OSB, podría exigir a las plataformas de contenidos en línea suprimir los contenidos que el gobierno británico juzgue “inadecuados” para los menores. Surge la inquietud: ¿qué criterios definirán qué es inadecuado y quiénes serán los encargados de hacerlo? La medida se asemeja peligrosamente a la censura.
Disfrazada de una noble causa, la protección de niños, niñas y adolescentes, la OSB plantea serias dudas sobre su implementación y verdaderos objetivos. Estas leyes generan incertidumbres inevitables, ¿buscan protección, son irresponsables o en el fondo pretenden la vigilancia indiscriminada?
El sistema legal británico es un referente global que se termina replicando en otros países. Estados Unidos y Australia debaten leyes similares. Esperamos con preocupación las repercusiones de estas propuestas legales.
Leyes como la OSB pueden romper el delicado equilibrio entre protección y libertades fundamentales. Son un pasito más de un avance imparable hacia la vigilancia masiva global.

* Rafael Rico Ríos es Ingeniero de Telecomunicación especializado en ciberseguridad y cumplimento normativo.
Fuente: Fuentes: Rebelión

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Cultura de la dependencia tecnológica

Acostumbrados como estamos a consumir (mayormente) lo ajeno, la tecnología no fue ni es excepción que honre a gobierno alguno en términos brutos. Aunque el consumismo tecnológico adquirió modalidades muy diversas, en cantidad y en calidad, el resultado es el mismo: Pagamos sumas incalculables (y con ellas todas sus consecuencias) cada minuto que se posterga la soberanía tecnológica amordazada con palabrerío de ocasión. No confundamos la oferta seductora, y sus facilidades para el endeudamiento, con la verdadera y concreta tarea de sustituir importaciones tecnologías en todas las áreas. Que el mercado se presente “seductor” con la oferta de “maravillas tecnológicas” a granel, deja sobre la mesa de nuestras realidades la muy amarga impotencia que nos asalta ante los escaparates de lo inalcanzable o lo contradictorio. Aunque hagamos “sacrificios” para mantenernos al día.

Por Fernando Buen Abad Domínguez

También la concentración monopólica de la tecnología es una amenaza contra las democracias. Y parece que nos acostumbramos, a costos incalculables, a consumir mansamente, planificada y adictamente, todo cuanto nos imponen los consorcios tecnológicos trasnacionales frecuentemente con matriz en la industria bélica. Internet no nos dejará mentor, por ejemplo. Transferimos al aparato empresarial bélico, bancario y mediático -sin frenos y sin auditorias-, sumas ingentes.
Entiéndase aquí “dependencia” en su sentido amplio que incluye las adicciones más variadas y las más “novedosas”. Adquirimos tecnología sin soberanía; no consolidamos nuestras fuerzas de producción, no creamos una corriente internacionalista para una tecnología emancipada y emancipadora; no creamos las usinas semióticas para la emancipación y el ascenso de las conciencias hacia la praxis transformadora; en la producción de tecnologías y no creamos un bastión ético y moral para el control político del discurso y el gasto. No es que falten talentos o expertos, no es que falte dinero ni que falten las necesidades con sus escenarios. Hizo estragos, nuevamente, la crisis de dirección política transformadora. Hablamos mucho, hicimos poco. Ni el “Informe MacBride” (1980) supimos escuchar y usar, como se debe.

Estamos bajo el fuego de (al menos) tres guerras simultáneas: una Guerra Económica desatada para dar otra “vuelta de tuerca” contra la clase trabajadora; una Guerra Territorial para asegurarse el control, metro a metro, contra las movilizaciones y protestas sociales que se multiplican en todo el planeta; y una Guerra Cognitivo-Mediática para anestesiarnos y criminalizar las luchas sociales y a sus líderes. Tres fuegos que operan de manera combinada desde las mafias financieras globales, la industria bélica y el re-editado “plan cóndor comunicacional” empecinado en silenciar a los pueblos.

En particular, la guerra cognitivo-mediática es extensión de la guerra económica imperial no se contenta con poner su bota explotadora en el cuello de los pueblos, quiere, además; que se lo agradezcamos; que reconozcamos que eso está “bien”, que nos hace “bien”; que le aplaudamos y que heredemos a nuestra prole los valores de la explotación y la humillación como si se tratara de un triunfo moral de toda la humanidad, como si se tratara de un patrimonio digno de ser heredado. El discurso financiado es un sistema de defensa estratégica transnacional operada desde las centrales imperiales con ayudas vernáculas. Para eso ha servido buen parte de la tecnología que nos imponen y buena parte de nuestras adicciones inducidas para el consumismo de sus “fierros”. Una parte del poder económico-político de las empresas trasnacionales productoras de tecnología tiene sus contrapartes cómplices vernáculas que operan de manera, unas veces desembozada y otras veces maquillada por prestanombres de todo tipo. Se trata de una doble articulación de la dependencia que supera a los poderes nacionales (muchos de ellos no tributan, no respeta leyes y no respeta identidades) mientras ofrece respaldo a operaciones locales en las que se inclina la balanza del capital contra el trabajo.
Nuestra dependencia tecnológica en materia de comunicación es pasmosa; gastamos sumas enormes en producir comunicación generalmente efímera y poco eficiente; nuestras bases teóricas están mayormente infiltradas por las corrientes ideológicas burguesas que se han adueñado de las academias y escuelas de comunicación; no tenemos escuelas de cuadros especializadas y no logramos desarrollar usinas semánticas capaces de producir contenidos y formas pertinentes y seductoras en la tarea de sumar conciencia y acción transformadora. Con excepción de las excepciones.
Han instrumentado modelos bancario-financieros de endeudamiento y dependencia económica inspirados en la retracción del papel del Estado para reducir y suspender el derecho histórico a la soberanía tecnológica.  Así les compramos desde medicamentos hasta instrumentos, desde maquinarias hasta Filosofías de la Tecnología. Compramos teléfonos, pantallas, trasponders más la catarata de refacciones pergeñada por la “obsolescencia planificada”. Nuestra independencia tecnológica duerme el sueño del “subdesarrollo” anestesiada por contratos jugosos que, además de someternos nos “educan” para estar agradecidos y embelesados con los avances tecnológicos más sorprendentes. Mayormente ajenos. 
Esa dependencia es una emboscada porque incluso algunos intentos por desplegar fabricaciones propias suelen ir pegados a los modelos de producción y consumo diseñados por las ideas y las necesidades empresariales. Tan delicado como imitar contenidos es imitar formas. Las formas tecnológicas no son entidades a-sexuadas o inmaculadas, y no quiere decir esto que no se pueda expropiar (consciente y críticamente) el terreno de las formas para ponerlas al servicio de una transformación cultural y comunicacional pero debe tenerse muy en cuenta, qué realmente es útil y por qué no somos capaces de idear formas mejores.
No obstante, contra todas las dificultades y no pocos pronósticos pesimistas, los pueblos luchan desde frentes muy diversos y en condiciones asimétricas. Con experiencias victoriosas en más de un sentido es necesaria una revisión autocrítica de urgencia mayor. Intoxicados, hasta en lo que ni imaginamos, vamos con nuestras “prácticas comunicacionales” repitiendo manías y vicios burgueses a granel. La andanada descomunal de ilusionismo, fetichismo y mercantilismo con que nos zarandea diariamente la ideología de la clase dominante, nos ha vuelto, a muchos, loros empiristas inconscientes capaces de repetir modelos hegemónicos pensando, incluso convencidos, que somos muy “revolucionarios”. Salvemos de inmediato a las muy contadas excepciones.

Fuentes: Rebelión

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