El mercado de la fantasía
Los mercados de carbono han surgido para eludir un problema: el de dejar de quemar combustibles fósiles. La inmensa mayoría de los planes de compensación (o sea, emitir el mismo dióxido de carbono pero invertir en la plantación de árboles o en prevenir la deforestación) se han revelado ineficaces:¿Cómo interpretar la ausencia de una respuesta eficaz a las temperaturas récord, los fenómenos meteorológicos extremos y otras pruebas irrefutables del colapso climático? El año pasado fue el más cálido jamás registrado por la humanidad, y muy probablemente el más cálido desde hace, por lo menos, 125.000 años. El año pasado también se batió el récord de la mayor cantidad de gases de efecto invernadero emitidos a la atmósfera por la humanidad –41.600 millones de toneladas–, que se suman al billón y medio de toneladas de dióxido de carbono emitidas desde que, en el siglo xviii, se generalizó el uso a gran escala de combustibles fósiles. Para que tengamos una probabilidad a cara o cruz de limitar el calentamiento global a no más de 1,5 ºC, las emisiones de dióxido de carbono deben limitarse a cerca de 250.000 millones de toneladas. Esa posibilidad podría esfumarse en el próximo lustro. La cifra de 1,5 ºC está estrechamente relacionada con el Acuerdo de París de 2015, actualmente reconocido como el umbral del cambio climático peligroso, un límite que la humanidad no debe cruzar.
James Dyke
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Los artífices del Acuerdo de París de 2015 formaban un grupo de negociadores extraordinariamente eficaz. Eran muy conscientes de que las empresas de combustibles fósiles y sus representantes políticos verían una amenaza existencial en un plan acelerado de descarbonización y se resistirían a él con uñas y dientes. A la luz de este escenario de realpolitik, introdujeron medidas de incentivo. En primer lugar, no mencionaron los combustibles fósiles, sino que se limitaron a hablar de «fuentes» de gases de efecto invernadero. También subrayaron la importancia de los «sumideros de carbono»; por ejemplo, el sistema terrestre absorbe cerca de la mitad de todo el dióxido de carbono emitido por las actividades humanas. Pero quizá lo más importante de todo es que señalaron como objetivo a largo plazo del tratado sobre el clima poner coto al calentamiento global a finales de este siglo. Todas las partes que suscriben el Acuerdo de París –es decir, prácticamente todos los países de la Tierra– se han comprometido a mantener ese calentamiento bien por debajo de 2 ºC para 2100. Eso significa que, en realidad, superar o rebasar ese umbral de 1,5 ºC, 1,6 ºC, 2 ºC o cualquier otra cifra, ya puestos, antes de 2100 carece de importancia desde el punto de vista jurídico.
Pero sí que la tiene, por descontado, para el sistema terrestre, del que forma parte la humanidad. Junto con otras miles de publicaciones que se dieron a conocer durante la COP28 de Dubai en 2023, la Universidad de Exeter presentó el Informe Global sobre los Puntos de Inflexión (GTPR), fruto del trabajo de más de 200 científicos de todo el mundo, que presenta el panorama aterrador de un mundo que pende de un hilo. Con un calentamiento global de 1,5 °C, las grandes capas de hielo de Groenlandia y la Antártida occidental podrían estar ya en proceso de colapso irreversible. Por suerte, el hielo tardará cientos o miles de años en derretirse. Por desgracia, cuanto más se caliente, más deprisa se derretirá, y podrían activarse otros elementos de inflexión, como el colapso de ciertas zonas de la selva amazónica o el deshielo del permafrost. Por eso, el rebasamiento es un planteamiento tan temerario. Cuanto más nos empeñemos en seguir usando combustibles fósiles, más nos acercaremos al borde del precipicio y más probable será que el suelo se desmorone bajo nuestros pies. La suposición de que en algún momento podremos retroceder y alcanzar de nuevo una zona segura puede ser peligrosamente engañosa. De hecho, la idea misma de políticas climáticas de cero emisiones netas puede ser una peligrosa trampa.
Así funciona la trampa
Nada de todo esto se comunica con las estrategias de rebasamiento, sino que se utiliza el lenguaje de la compensación del carbono y de las cero emisiones netas. Así, por ejemplo, si una compañía aérea quiere seguir funcionando, debe quemar queroseno en sus aviones de pasajeros, ya que los aviones que no necesitan combustibles fósiles están a años o quizá décadas de distancia. En vez de reconocer su contribución al desencadenamiento del colapso climático, la aerolínea afirma que estas emisiones de carbono «se compensan» con la plantación de árboles. A medida que crecen, los árboles absorben carbono de la atmósfera y fijan estas moléculas en sus tejidos. Si plantas suficientes árboles, podrás absorber la cantidad de carbono equivalente a la emisión del carbono de tu vuelo, de todos los pasajeros de un vuelo, de todos los vuelos. Sin embargo, si examinamos de cerca estos programas de reforestación, descubrimos que la mayor parte del carbono que se compensa no procede de la plantación de árboles, sino de impedir que se talen. El término adecuado es «deforestación evitada».
Habrá que explicarlo, porque cuando uno se entera de lo que son las «emisiones evitadas», lo primero que piensa es que no tienen sentido. Es lógico suponer que no se ha entendido bien alguna parte crucial del plan, que debe de faltar alguna pieza del rompecabezas, pero la verdad es que uno estaba en lo cierto desde el principio: no tiene sentido. Conviene no perderlo de vista.
Imaginemos que una multinacional tecnológica estadounidense tiene una ambiciosa estrategia corporativa para llegar a cero emisiones netas en 2030. No está dispuesta a eliminar todas las emisiones para entonces, por lo que busca la manera de compensarlas. Supongamos que compra un millón de toneladas de bonos de carbono a una empresa. Esto le permite emitir un millón de toneladas de dióxido de carbono y afirmar que ha alcanzado el cero neto. Sin embargo, estos créditos se generaron a partir de un plan que no ha plantado árboles, sino que ha evitado la tala de un bosque. Son los llamados «créditos de carbono por deforestación evitada». La base conceptual de estos créditos es el programa REDD para la reducción de emisiones derivadas de la deforestación y la degradación de los bosques, que reconoce la importancia de mantener las grandes reservas de carbono encerradas en los bosques del mundo. Este programa ha evolucionado para convertirse en REDD+, una de las principales iniciativas internacionales para ayudar a los países a proteger sus ecosistemas forestales. En lo que respecta a las compensaciones, la empresa tecnológica sostiene que, de no haber comprado estos créditos, se habría emitido un millón de toneladas de dióxido de carbono a la atmósfera, porque no habría habido nada que impidiera a las empresas madereras o los agricultores hacer uso de sus motosierras en esos terrenos. Así pues, esto le permite emitir un millón de toneladas de dióxido de carbono.
Un sistema inútil
Quizá hayas leído sobre los escándalos que sacudieron el mercado voluntario de créditos de carbono en 2023. Sin ir más lejos, una investigación sobre Verra, la principal entidad mundial de certificación de bonos de carbono, concluyó que el 90% de sus planes forestales carecían de valor desde el punto de vista climático. Los bosques que supuestamente estaban bajo protección no corrían en realidad ningún peligro de destrucción o degradación. En consecuencia, la compra de créditos para evitar la deforestación no servía para nada.
Del mismo modo, las investigaciones sobre algunas emisiones evitadas a partir de la implantación de sistemas de cocción eficientes han revelado que son en buena medida ineficaces. Particulares y empresas compraban créditos de carbono para financiar la compra de cocinas de leña eficientes. El argumento era que estas cocinas consumían mucha menos leña que las hogueras y, por tanto, se talaría y quemaría mucha menos madera. Estas emisiones evitadas se agrupaban en un crédito de carbono que se compraba y vendía en el mercado de bonos. No cabe duda de que se compraron cocinas de leña, pero ¿y luego qué? Algunas de esas cocinas nunca llegaron a sus destinatarios, sino que se oxidan lentamente en algún almacén. Otras llegaron a usarse, pero se estropearon al cabo de un tiempo. Algunas funcionaban perfectamente, pero otras pueden haber incluso incrementado la cantidad de leña quemada. ¿Cómo puede ser? Porque algunas familias se dieron cuenta de que podían usar al mismo tiempo una de estas cocinas nuevas y la más vieja e ineficiente. Es el clásico ejemplo de la paradoja de Jevons, un economista británico del siglo xix que descubrió con perplejidad que una mayor eficiencia de las máquinas de vapor no se traducía en la reducción del uso de carbón, sino todo lo contrario. Jevons se dio cuenta de que mejorar la eficiencia de un recurso puede generar innovación y cambios de comportamiento que lleven a un uso más intensivo de ese recurso.
La capa de hielo de Groenlandia se calienta a una velocidad inusitada, lo que acaba formando ríos de agua derretida. SEPP KIPFSTUHL / COVER IMAGES.
Pero incluso con sistemas de emisiones evitadas bien regulados, que no creen amenazas imaginarias para los bosques ni cambios ficticios en la forma de usar leña, hay algo profundamente anómalo en sostener que el dióxido de carbono que emite tu organización no tiene ningún efecto climático. Lo único que deberías poder decir es que podría haber sido incluso peor. Podría haber sido, por ejemplo, un millón de toneladas derivadas de tus operaciones y, además, otro millón de toneladas resultantes de la tala de varias hectáreas de bosques tropicales. Pero sigue habiendo un millón de toneladas de dióxido de carbono en la atmósfera como consecuencia de tus actividades. Es como si le robaras el coche a alguien y, cuando fueran a detenerte, dijeras que deberían darte las gracias, porque si no fuera por ti otra persona acabaría robando el coche y cogiendo las llaves de la guantera para, ya de paso, entrar a robar en casa de la víctima.
A nadie le debería sorprender lo sucedido con el mercado voluntario de bonos de carbono. A la vista de los tremendos incentivos financieros que se obtienen reclamando compensación por todo el carbono atrapado en estos ecosistemas, Verra tenía motivos sobrados para sobrestimar enormemente su precariedad. Cuanto más en peligro están los ecosistemas, más dinero generan. Calcular la cantidad máxima teórica de la leña ahorrada con una cocina más eficiente permite emitir y vender el máximo número de bonos de eliminación de carbono.
Visto lo visto, ¿cómo va a alcanzar las cero emisiones netas esa empresa tecnológica estadounidense? De momento, el sistema en auge es la Captura Directa de Aire (CDA), que funciona extrayendo el dióxido de carbono directamente del aire; imaginemos un enorme conjunto de aparatos de aire acondicionado. El dióxido de carbono capturado se transporta y canaliza hasta depósitos geológicos, tales como pozos de petróleo y gas agotados. Climeworks lidera las operaciones de CDA al ofrecer a las empresas una «eliminación altamente eficaz de carbono para su estrategia climática». La buena noticia es que se elimina realmente carbono. Gracias a este sistema, es posible financiar la eliminación de una tonelada de dióxido de carbono de la atmósfera y su almacenamiento bajo tierra. La mala noticia es que esta tecnología tiene un nulo impacto en el cambio climático porque las cantidades que se eliminan son irrisorias. Climeworks afirma que, hoy por hoy, sus instalaciones pueden eliminar «hasta 4.000 toneladas» de dióxido de carbono al año, pero no es posible determinar cuánto se ha eliminado realmente. Por poner la cifra en contexto, bastará decir que este máximo teórico representa el 0,0000001% de las emisiones mundiales actuales. Cuando las empresas tecnológicas o minoristas compran bonos de eliminación de carbono a Climeworks, en realidad están comprando la promesa de que esta tecnología experimente un crecimiento exponencial. Se trata de un modelo de negocio muy lucrativo que ha convertido a Climeworks en un unicornio, que es el término que se usa para designar a una empresa de capital privado valorada en más de 1.000 millones de dólares. Algo tendrá que pasar con la tecnología CDA para que ésta pueda desempeñar un papel significativo. Puede que Climeworks u otra empresa emergente acabe dando con la clave, o puede que no. Mientras tanto, el dinero sigue entrando a espuertas.
La verdad sale a la luz
La quiebra de confianza en el mercado voluntario de bonos de carbono y los sistemas de compensación asociados al mismo era, hasta cierto punto, inevitable, como lo era que la realidad acabara imponiéndose y pinchando estas fantasías. La reacción no se ha hecho esperar, y vemos ya cómo ciertas organizaciones se retractan de sus compromisos y promesas de cero emisiones netas. En 2023, Amazon se cayó de la lista aprobada por la ONU de organizaciones que tienen objetivos basados en la ciencia para alcanzar el cero neto, mientras que Shell empezó a dar marcha atrás en su estrategia de compensación con vistas a alcanzar ese mismo objetivo.
Es fácil caer en el desencanto, el derrotismo y la apatía. Durante décadas hemos eludido la verdad fundamental del cambio climático: tenemos que dejar de quemar combustibles fósiles cuanto antes. Al sistema climático no le importan las promesas. No podemos convencerlo de que no altere su equilibrio energético como consecuencia de nuestras emisiones de gases de efecto invernadero. No es posible negociar con él. El clima es, junto con el resto del sistema terrestre, totalmente indiferente a los deseos de la humanidad. Los programas de compensación, los créditos de carbono y el propio concepto más amplio de «cero emisiones netas» representan formas de negación, de intentar ignorar un puñado de verdades sencillas sobre el cambio climático.
Cuanto más tardemos en emprender la descarbonización, en ralentizar el aumento de las emisiones globales para luego estabilizarlas y reducirlas a cero, más carbono habrá que eliminar de la atmósfera. Lo que muchas personas no acaban de entender es que este compromiso de eliminación de carbono es multigeneracional. Volver al punto de 1,5 ºC requerirá probablemente la eliminación de carbono a gran escala durante por lo menos cien años. Cuanto más rebasemos ese umbral, más profunda y prolongada será la eliminación de carbono necesaria.
Si queremos que las sociedades humanas complejas tengan un futuro a largo plazo en la Tierra, debemos abandonar el uso de los combustibles fósiles. Algunos señalan que el remedio podría ser peor que la enfermedad. Probablemente, el repentino fin del uso de combustibles fósiles provocaría el colapso económico de los países y la muerte de incontables personas. Así que no lo hagamos, dicen. Pensemos en cómo emplear el escaso presupuesto de emisiones de carbono que nos queda para obtener el máximo beneficio. Para ello, habrá que replantearse a fondo el funcionamiento de nuestras economías globalizadas. ¿Para qué sirven y a qué intereses sirven? Puede que nos horrorice la complejidad de la cuestión, pero tenemos la capacidad de dar respuesta a estas preguntas, puesto que nos atañen directamente. De hecho, ha llegado el momento ineludible de darles respuesta.
Fuente: https://climatica.coop/mercados-de-carbono-fantasia/ - Este texto se publicó originalmente en Magazine 2024 y se han adaptado algunas partes. - Imagen de portada: Industria siderúrgica en Benxi, China. Foto: Andreas Habich.