Nada crece desde el apuro: Sobre el libro «Mujeres que hablan con las plantas»
¿Cómo se relacionan las mujeres campesinas con sus jardines? ¿Qué prácticas diarias tienen? ¿De qué manera es un espacio que resguarda la memoria?: El libro Mujeres que hablan con las plantas: una bitácora de los afectos en el jardín rural nos adentra en la intimidad de una relación que, durante décadas, han mantenido con sus jardines mujeres que habitan las comunas de Petorca y Chépica, en la zona central de Chile. Su autora, Cecilia Vera Castillo, embarcada en una investigación que se convirtió en su tesis de Antropología Social en la Universidad de Chile, visitó frecuentemente sus hogares para empaparse de sus dinámicas, saberes e historias. Un contexto que le permitió comprender la importancia, tanto geográfica como simbólica, de este espacio.
Texto por Natalia Figueroa
Adentrarse en las páginas de este libro es, de alguna manera, estar escuchando a las jardineras a través de sus testimonios y la observación del trabajo de campo de la autora, traducido en descripciones de los espacios que incluyen sectores para huertas, altares y grutas, bodegas y acopios, para que jueguen las infancias, y, por supuesto, para el descanso o el goce de un lugar.
La principal característica del jardín, como señala la autora, es el cuidado como base de su subsistencia: regarlo, trasplantarlo, tocarlo y atender a los requerimientos de cada planta. Pero la interdependencia también se manifiesta en el sentido que estos espacios tienen para ellas, en torno a los cuales organizan sus vidas cotidianas. Piensan en el tiempo que les dedicarán, en las tareas del día, y conocen con precisión las necesidades de agua, sombra y nutrientes de cada planta y árbol.
“El jardín funciona, al igual que otros espacios de las viviendas, como organizador de la jornada de las personas. Pero aquí particularmente, el tiempo se marca por la interacción con los no humanos que requieren atención, rutina y cuidado. El riego, los tiempos de juego, de alimentación y descanso ordenan las vidas de todos los habitantes”, se lee en el texto.
Es eso lo que nos permite aproximarnos a comprender esta relación construida sobre la constancia, la escucha y el afecto descrita en el libro.
“Nada crece desde el apuro”
Un énfasis que Vera destaca en su investigación es que, en muchos contextos, la relación con las plantas y el jardín ha estado marcada por un sentido productivo de la naturaleza. Sin embargo, en el jardín que ella describe conviven también otros elementos afectivos con esas plantas y árboles.
“Fue muy interesante ver cómo, en zonas rurales donde predomina el discurso de la explotación productiva del entorno y de las plantas, existen también otras formas de vincularnos con esos espacios, con estos seres que nos rodean y que, en muchos casos, se vuelven parte importante de la vida de las personas”, comenta Vera.
Más aún, en este trabajo que realizan principalmente las mujeres —dado que el cuidado del jardín se asume como una extensión del cuidado de la casa, donde persisten las brechas de género—, el tiempo dedicado a las labores tensiona los ritmos acelerados que impone la lógica productiva sobre la naturaleza. Por el contrario, cada siembra exige su propio tiempo: trabajar la tierra, esperar, cosechar. Como se señala en el texto:
“Los vínculos que se generan en los jardines no son espontáneos. Se desarrollan a lo largo del tiempo y con la convivencia. Esa constancia de los afectos, esa lentitud, me parece importante de aplicar en un mundo acelerado y muchas veces hostil con los seres diferentes. La dualidad entre la naturaleza y cultura, entre lo civilizado y lo salvaje todavía permite sostener prácticas extractivistas y abusivas. Pero en los jardines de campo no hay cabida para esto, no sirve, no funciona, nada crece desde el apuro”, señala.
Una reflexión que también nos ofrece Vera sobre la relación contemporánea con la tierra, las sequías y el extractivismo.
El jardín también es un lugar de memoria
Avanzando en la investigación, la autora va identificando que el jardín es un lugar simbólico donde se reconocen prácticas de involucramiento mutuo. Es el caso de un bello pasaje descrito en el libro, donde una de las mujeres comenta que un mandarino creció por unas semillas regaladas por su hermana antes de su muerte y ahora este se ha convertido un lugar significativo que le recuerda su presencia. Ella lo cuida también alimentando ese afecto y memoria.
Para ella reconocer esto último fue uno de los aspectos que mayor fascinación le generó. Cuando muchas generaciones han pasado por el territorio en que se ubica un jardín de campo, un lugar de encuentro, de disfrute, de cuidados, este se convierte en un lugar que sostiene la memoria familiar.
“Es como el árbol que plantó mi abuela cuando llegaron a vivir a esta casa: mi abuela ya no está, pero ahí está como la evidencia de la memoria de esta persona, de este momento, entonces con eso va construyéndose un espacio que resguarda todo el habitar pasado que ha habido ahí, porque uno va asociando como las vivencias al lugar”, comenta la autora.
Los jardines son un espacio que generan un sentimiento de arraigo y afecto para sus cuidadoras. El oficio jardinero de estas mujeres va cultivando sabiduría y conocimiento en torno a este lugar, que ellas van resguardando, tanto en su práctica cotidiana como al dejarlos por escrito en los testimonios que recoge este libro.
Ficha técnica: Mujeres que hablan con las plantas
Autora: Cecilia Vera Castillo Colección Ermitaña Primera Edición 2022; Cuarta reimpresión 2025. Editorial: Zumbido editorial 92 páginas.
Fuente: Revista Endémico https://endemico.org/nada-crece-desde-el-apuro/ - Imagen de Portada: ©Erda Estremera