‘Adiós, salvajes’: no hay escapatoria de la manada

Adiós, salvajes (2024), de Silje Evensmo Jacobsen, es un documental que sigue a la familia Payne, formada por Nik, María y su descendencia, Freja, Falk y Ulv, más Ronja, la mayor, hija del primer matrimonio de ella. Se mudan a la naturaleza e intentan vivir de su granja, siendo autosuficientes, causando el mínimo impacto ambiental y educando en su casa a los pequeños. Pero María enferma de cáncer, fallece y ahora Nik debe sobrevivir por una parte criando solo a sus hijos y por otra sin poder mantener la granja, debiendo rendirse ante la civilización.

Jose A. Cano

Si les suena el argumento a Captain Fantastic (2016), de Matt Ross, la ‘dramedia’ protagonizada por Viggo Mortensen, no se extrañen. Es casi igual, solo que la esposa del ficticio Ben Cash de la película se suicida, no muere por cáncer, los niños son seis y además el Nik de la vida real es mucho menos activista y proselitista. Aquí nadie celebra el cumpleaños de Noam Chomsky y comen carne sin ningún drama.  
Eso sí, las dos películas, con casi 10 años de diferencia, se estrenaron en el Festival de Sundance.
Es interesante porque la de ficción surge, precisamente, de las dudas del director, Matt Ross, sobre la crianza de sus hijos y su deseo de coherencia con sus ideales socialistas y ecologistas, que no ha llevado al extremo de sus personajes o de los Payne. En el caso del documental, la cineasta Jacobsen era lectora habitual del blog de María Payne, en el que esta contaba su vida junto a Nik en la naturaleza… y publicitaba sus labores como fotógrafa.
El primer tercio de Adiós, salvajes (A New Kind of Wilderness en su título internacional, la traducción española es un poco libre, aunque mantiene el puntito de ironía) nos presenta a los Payne a través de la voz y las fotos de María, que dejó abundante material documentando la vida de su familia. Luego descubrimos su fallecimiento, con una elipsis tan evidente como la vida misma cuando los niños son mucho más viejos. Jacobsen sigue el abandono de la granja por etapas, con la confesión de Nik de que su idílico modo de vida solo se sostenía sobre los emolumentos de María como fotógrafa, y que él solo no puede devolver el préstamo, mantener el lugar y criar a los niños.
El golpe de realidad sobre los Payne es tanto más grave en cuanto supone una separación del núcleo de la familia: Ronja, la mayor, se marcha a vivir con su padre, el primer marido de la madre fallecida. Parte de la película consiste en seguirla a ella, ya adolescente, al final del metraje casi ya universitaria, y que analiza la desaparición de su madre o la vida actual de sus hermanos con mayor madurez que los niños.
Jacobsen evita las voces en off o las entrevistas directas, aunque algún momento de Ronja o Nik hablando a cámara cual busto parlante sí que se cuela, pero no deja de hacer un documental un poco efectista, al que incluso recibiendo premios en Sundance o en los Amanda (los ‘Goya noruegos’) se le ha reprochado pasarse de sentimental… y también que alguna escena está demasiado preparada para la cámara. Pero eso, en parte, es no saber cómo funciona un documental: la sinceridad hay que trabajársela.

La mayor parte de lo que nos cuenta, al final, es cómo Nik asume su ‘derrota’ y los niños se adaptan a su nueva vida. Más allá de que la escolarización nórdica ya nos parezca algo hippie como buenos españoles acostumbrados a la hostilidad, precariedad y progresiva privatización de nuestro sistema público de educación, a los pequeños les cuesta adaptarse, sobre todo a Freja, en cuyo caso ser la mayor se demuestra desventaja en tanto ha vivido hasta los 10 años en la granja.
Adiós, salvajes no se replantea nunca directamente la cuestión de clase evidente que salta a los ojos del espectador neutral, pero la bordea con habilidad. Por un lado, cuando Nik, nacido en Reino Unido, visita a su familia y les plantea sus dificultades. Por otro lado, cuando se mudan a una comunidad de vecinos que sigue pareciendo vivir en la naturaleza a ojos de urbanita mediterráneo pero que para ellos es poco menos que la gran manzana y el padre participa en el sacrificio de una vaca que les dará de comer los siguientes meses.
Al final, Adiós, salvajes presenta una doble lección, quizás mayor que la de Captain Fantastic. Por una parte, la del utopismo de las escapadas individuales o familiares, que en el fondo no dejan de ser más que fantasías de ricos o burgueses aspiracionales, con un punto neoliberal innegable, el escapismo de la autosuficiencia individual.
Por otra parte, el de las soluciones colectivas. Nik y sus hijos solo empiezan a pasar el duelo inevitable cuando son acogidos por diferentes comunidades, sean los nuevos vecinos, la familia de él o los colegios de los pequeños (o, en el caso de Ronja, su padre y sus amigos del instituto).
Si el Capitán Fantastic que interpretaba Viggo Mortensen era un hippie descreído, decepcionado con el giro conservador de la sociedad norteamericana y con propuestas inviables de formas tragicómicas, los Payne son unos idealistas sin remedio que aprenden a diluir esa tan ansiada libertad para pasar a depender del apoyo mutuo. La nueva clase de naturaleza salvaje, quizás, sería la de confiar más en la manada, a la que nunca dejaron de estar unidos.

Fuente: https://climatica.coop/adios-salvajes-documental-filmin/- Imagenes: 'Adiós, salvajes'. Foto: Filmin.
 

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