¿Por qué las cosas duran cada vez menos?





Apenas un mes después de la Navidad, la mayoría de los juguetes de mis hijos ya no funcionan. O se han roto o resulta imposible repararlos. Lo mismo ocurre con el móvil, es más barato comprar uno nuevo que cambiarle la batería. Y con la impresora, cuyo cartucho resulta más caro que todo el aparato completo, incluido el cartucho. ¿Por qué las cosas duran cada vez menos? La respuesta es evidente: han sido diseñadas para romperse en poco tiempo, para quedarse anticuadas en unos meses, para empujarnos en esta loca carrera del consumo compulsivo. Se llama “obsolescencia programada” y está provocando el mayor derroche de recursos de todos los tiempos.
“Comprar, tirar, comprar” es un documental donde se descubren los orígenes de este maquiavélico diseño industrial, motor de la economía global y azote del planeta. Una práctica empresarial surgida a comienzos del siglo XX que reduce de forma deliberada la vida de los productos para incrementar su consumo porque, como ya instruía en 1928 una influyente revista de publicidad norteamericana,
“un artículo que no se desgasta es una tragedia para los negocios”.
Empezaron con las bombillas. Todavía hay una en un parque de bomberos de California que lleva encendida ininterrumpidamente desde 1901 [la puedes ver a tiempo real en una webcam], pero se modificó el exitoso diseño inicial para que no duraran más de 1.000 horas. Lo mismo se hizo con las medias de nylon. Las primeras no se rompían ni a mordiscos y ahora no resisten una mañana sin hacerse carreras y acabar en la basura. La moda rápida nos ha troquelado aún más en este despilfarrador comportamiento del usar y tirar, en el deseo de tenerlo todo un poco más nuevo, un poco mejor, un poco antes de lo necesario.
El consumo nos dará la felicidad, o no, pero producirá miles de toneladas de desechos cuidadosamente programados para terminar en el vertedero. Y a este ritmo, queridos amigos, nuestra sociedad se acercará demasiado pronto a su fecha de caducidad.

Fuente: La Crónica Verde

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La bombilla centenaria, vestigio de las luces incandescentes
Lleva encendida, sin apagarse nunca, desde 1901
Se encuentra en un parque de bomberos en Livermore, California
Se espera la retirada total de la bombilla incandescente en 2012

NACHO PALOU (Microsiervos para RTVE.es) 

Hace un tiempo leí sobre la existencia de la bombilla centenaria, que lleva funcionando desde 1901, dos años antes del primero vuelo de los hermanos Wright. Está declarada como la bombilla más antigua conocida que aún funciona por el Libro Guiness de los Récords.
Tras volver a comprobarlo parece que aún hoy, 109 años después de que se encendiera por primera vez, sigue funcionando. "Y seguirá encendida mientras funcione".
La bombilla centenaria luce con apenas 4 vatios de potencia sobre los vehículos del parque de bomberos de Livermore-Pleasanton (California). Lleva emitiendo de forma continua desde que se instaló ya como reliquia en su ubicación actual en 1976.
Desde que se encendiera por primera vez en 1901 se calcula que ha estado funcionando durante más de 800.000 horas. Todo un logro teniendo en cuenta que la vida media de una bombilla incandescentes de de entre 750 y 2.000 horas, en el mejor de los casos.
Las bombillas fluorescentes, consideradas "de larga duración" palidecen a su lado con sus 20.000 horas de vida.
El origen de la bombilla incandescente
La bombilla incandescente es de esos inventos que, patentes al margen, deben su existencia al trabajo de muchos hombres brillantes. No se podría dar el nombre de su inventor sin cometer una injusticia con otros muchos que con su trabajo contribuyeron a hacer posible la bombilla incandescente moderna.
Normalmente se considera que fue Humphry Davy quien estableció la base de lo que posteriormente sería una bombilla, aunque él no construyera ninguna como tal.
En 1809 Davy hizo pasar una corriente eléctrica procedente de una pila a través de una fina tira de carbón. Éste ardió creando un fugaz arco luminoso, pero no pasó de ahí.
Tuvieron que transcurrir casi 40 años hasta que Warren de la Rue colocó un primitivo filamento de platino en el interior de un tubo de vacío. La resistencia del platino al calor y la casi ausencia de gases en el interior del tuvo hizo que el filamento se encendiese y disipase calor sin quemarse inmediatamente.
El resultado fue la que se considera la primera bombilla incandescente. Durante los años siguientes se sabe hasta una decena de inventores y científicos que trabajaron para mejorar el diseño de De la Rue.
Muchos consideran erróneamente a Edison el inventor de la bombilla
En la década de 1870 los canadienses Henry Woodward y Mathew Evans introdujeron importantes mejoras en la fabricación de los filamentos y en la gasificación, inicialmente con nitrógeno, de la cápsula en el interior del cual éste ardía, retardando así su combustión y alargando su vida.
Pero Woodward y Evans fracasaron en su intento de comercializar su modelo, por lo que vendieron la patente a Thomas Edison en 1879. De hecho, es a Edison a quienes muchos consideran, erróneamente, el inventor de la bombilla.
Y su final
Hoy sin embargo la bombilla incandescente se considera poco eficiente: consume demasiada electricidad en relación a la cantidad de luz que emite, ya que en este tipo de bombillas gran parte de la energía consumida se disipa en forma de calor. Por ese motivo su existencia está condenada.
El año pasado la Unión Europea inició la retirada de estas bombillas del mercado, empezando por los modelos de 100 vatios de potencia. La intención es que sean sustituidas progresivamente por las denominadas bombillas de bajo consumo.
La retirada total de este tipo de bombillas está prevista para 2012. Tal vez entonces aún seguirá luciendo la bombilla incandescente de Livermore.

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