Decrecimiento: la palabra mágica para salvar el mundo y sus culturas
La reducción del consumo de recursos y energía afecta a tantos ámbitos que supone el gran fenómeno cultural del presente y el futuro. Y no va a ser opcional: El 24 de noviembre de 2022 se celebró el último encuentro del ciclo Diálogos por un consumo sostenible, organizado por el Ministerio de Consumo de España con el objetivo de “abordar los retos y desafíos de sostenibilidad de las personas consumidoras”. Esa cita de cierre se tituló “Decrecimiento para salvar la vida”, un encabezado que subraya la importancia capital del concepto sobre el que orbitan las expectativas políticas, económicas y sociales más discutidas en el primer cuarto del siglo XXI: cómo se invierten las prioridades para que exista un futuro.
Jose Durán Rodríguez
Los argumentos suenan desde hace décadas y se han ido abriendo paso desde los movimientos sociales hasta capas más amplias de la población. O se reduce significativamente el consumo de recursos y energía o no habrá tal porvenir. Vivir dentro de los límites del planeta es un imperativo, algo no opcional, o no habrá tal vida. El decrecimiento, tesis planteada desde el ecologismo y la economía crítica como tabla de salvación para que podamos llegar al día de mañana, ha entrado en los despachos ministeriales vestido de fenómeno de época que retrata las desigualdades globales y locales, y propone cómo superarlas.
“El corazón del problema es el criterio por el que decidimos qué producimos, cómo lo distribuimos y qué consumimos, es decir, la definición clásica de qué es la economía”, señaló el ministro de Consumo, Alberto Garzón, durante la conversación que mantuvo en ese encuentro con Jason Hickel, profesor e investigador de la London School of Economics y la Universitat Autònoma de Barcelona. “Bajo el capitalismo, el criterio es la maximización del beneficio”, concretó el ministro. Por su parte, Hickel advirtió que “el meollo político de nuestro tiempo es quién va a tener que reducir su consumo de energía y ahora, bajo el capitalismo, la respuesta siempre es que quien lo va a sufrir son los pobres, la clase trabajadora”.
En febrero del año pasado, Giorgos Kallis declaraba a El Salto que, el decrecimiento sugiere que “lo que conecta las diferentes facetas de la actual crisis ecológica, económica y social es el propósito ciego de más y más crecimiento económico, algo que está enraizado en las sociedades capitalistas”. En su opinión, esa búsqueda del crecimiento está detrás del cambio climático, los recortes y el aumento de las desigualdades. “La alternativa —apuntaba— es diseñar una sociedad que haga más con menos, una sociedad que sepa cómo prosperar sin crecimiento”. También, el profesor universitario Carlos Taibo, uno de los autores que más ha tratado en España el decrecimiento, asumía que si este no se lleva a cabo voluntaria y racionalmente, habrá que hacerlo obligatoriamente como resultado del hundimiento del capitalismo.
Para Luis González Reyes, coautor junto a Ramón Fernández Durán de “En la espiral de la energía” (Ecologistas en Acción), la propuesta política del decrecimiento plantea cómo hacerlo con parámetros de justicia y democracia, teniendo en cuenta el “hecho incontestable de que el decrecimiento va a ocurrir” y que hay una parte de la población mundial “que tiene un exceso de consumo muchísimo mayor que otra parte, que, de hecho, esta otra vive en condiciones miserables y, por tanto, tiene que aumentar su consumo, no disminuirlo”. Por ello entiende que la aplicación del decrecimiento ha de ser muy diferenciada en función de la clase social, el lugar y el nivel de desigualdad, y que ha de implicar “necesariamente” una escala de economías más locales porque “una parte importante de nuestro consumo tiene que ver con el transporte, y este tiene que disminuir”. Además, González Reyes añade que “esto tiene que meterse dentro del funcionamiento normal de la biosfera, del funcionamiento de la vida. Y esto significa básicamente un metabolismo mucho más agrario que industrial”.
A Marta Tafalla, profesora de Filosofía en la Universitat Autònoma de Barcelona, le impresionó un estudio científico que cifraba en un 90% la probabilidad de que nuestra civilización se autodestruya en un futuro próximo —entre dos y cuatro décadas— si se mantienen las tasas actuales de crecimiento de la población humana, consumo de recursos naturales y deforestación. Ante esta hipótesis, sugiere ordenar las prioridades dado el nivel de emergencia: “Por ejemplo, nadie necesita ir de crucero, se puede vivir sin ir de crucero. Contaminan un montón y no son una cosa esencial. La mayor parte de los vuelos no son imprescindibles. Deberíamos hacer una reducción radical en elementos como estos. Hay cosas que podríamos dejar de hacer y nuestra vida no empeoraría. Hay que determinar a qué cosas podríamos renunciar sin que sea una gran pérdida y dejaríamos de hacer mucho daño a la biosfera”. Tafalla publicó el año pasado Filosofía ante la crisis ecológica en la editorial Plaza y Valdés, un ensayo que mezcla la óptica personal y la filosófica para proponer el decrecimiento, el veganismo y el rewilding como modos de relación con los demás seres vivos que habitan el planeta. Ella considera que la pérdida de vida salvaje es el indicador más claro de que la situación es realmente muy grave: “Hablamos más del cambio climático, que desde luego también es muy preocupante, pero creo que el exterminio de vida salvaje está yendo todavía más rápido y le prestamos menos atención. De los ocho millones de especies de animales y plantas que hay en el planeta, un millón está en peligro de extinción. De todos los mamíferos que hay en la Tierra, medidos en términos de biomasa, ya solo el 4% son salvajes, el resto somos humanos y ganado.
Aprendiendo a desaprender
El rechazo del sector empresarial al decrecimiento como propuesta política se hizo explícito en octubre de 2021, cuando el Cercle d’Economia de Catalunya —una organización corporativa que ejerce de lobby— lanzó el comunicado Barcelona y Cataluña: un modelo compartido de prosperidad es necesario y urgente. Un mes antes, el Gobierno y Aena habían descartado definitivamente la ampliación del Aeropuerto de El Prat. En el texto, el Cercle calificaba como irresponsable la “apología del decrecimiento” y afirmaba que este no es creíble ni siquiera en el ámbito de la crisis climática. “La historia económica nos ha enseñado que es gracias al crecimiento que el nivel de vida y el bienestar de los ciudadanos ha podido mejorar”.
A Luis González Reyes no le extrañan las críticas cada vez más explícitas a la propuesta decrecentista desde las derechas. Primero, recuerda, negaron la realidad de la crisis ecosocial; luego plantearon desde una perspectiva tecno-optimista que las mejoras tecnológicas permitirán salvar los problemas. También han aludido al empobrecimiento y la falta de producción de bienes y servicios que ocasionaría, cuando lo que existe es una “sobreproducción clarísima de bienes y servicios” y el problema es “el reparto, un elemento central de la política decrecentista”, opina este miembro de Ecologistas en Acción para quien el decrecimiento es en sí mismo “una propuesta anticapitalista que plantea que este modelo socioeconómico es incompatible con los límites del planeta y que tenemos que avanzar hacia otro modelo socioeconómico”. Marta Tafalla, por su parte, señala los altos muros a los que se enfrenta el planteamiento decrecentista: “Es muy polémico porque es ir contra los valores con los que nos han educado: la superioridad humana por encima de otras especies, el crecimiento infinito de la economía, colonizaremos Marte, después Plutón, siempre más, más, más. Todo esto del decrecimiento es otra cosmovisión, es un cambio de paradigma, y por eso resulta chocante”.
Menos streaming y más ir al cine o a la biblioteca
En torno a la cultura, sus distintas acepciones, interpretaciones y manifestaciones ha trabajado Jazmín Beirak autora de Cultura ingobernable, un ensayo para pensar el futuro de la cultura y cómo esta puede cambiar el mundo, según la editorial Ariel. En sus páginas trata los debates sobre la cultura como sector industrial pero también la noción antropológica; la relación con las instituciones públicas y la defensa de los derechos culturales. Y sostiene que la cultura no es un concepto estable sino “un universo mutable, sin límites y en permanente expansión”. Entonces, ¿cómo se podría decrecer desde allí? “Pensaría más en cómo la cultura puede favorecer ese nuevo escenario que vamos a tener que asumir sí o sí, cómo la cultura es un campo estratégico para transformar la materialidad de las relaciones sociales y ese imaginario que se construye, esos horizontes deseables”, contesta Beirak, quien se muestra especialmente interesada en los derechos culturales, entre otros, el acceso a la cultura, a la propia identidad, a la memoria, la participación en la vida de la comunidad o la libertad de creación y expresión. Ella asegura que en los últimos años hay un auge de la reivindicación de que sean el eje de la acción pública, “lo que es un síntoma de que estos derechos vienen a sustituir al paradigma de las industrias culturales, que ha sido el correlato en lo cultural del neoliberalismo, una cultura cuya principal finalidad es el beneficio económico”. Los derechos culturales, según Beirak, permiten en cambio “poner en el centro el hecho de que el sentido último de la cultura no es la rentabilidad o la productividad sino ese campo en el que las personas nos expresamos, construimos significados, generamos identidad y pertenencia. Según Luis González Reyes, decrecer en la industria cultural pasa por mirar a las tecnologías y por un cambio en los patrones de consumo: “No es en absoluto lo mismo, en cuanto a nivel de impacto, ver una película en el cine o verla en tu casa en streaming. Esto último tiene detrás toda una serie de servidores con una alta capacidad, unas necesidades muy fuertes de refrigeración, unos consumos materiales y energéticos muy importantes. El mundo online tiene detrás gruesos impactos. Una producción cinematográfica proyectada en grandes salas tiene un nivel de impacto mucho menor”. Para hacer posible una reducción material de la dimensión de las industrias culturales, Beirak cree inevitable una transformación de los deseos y la subjetividad —“imaginar nuevas maneras de felicidad donde el consumo no esté tan en el centro”—, puesto que este sector, en su opinión, se sujeta en una sobreproducción continua de contenidos, muy por encima de las necesidades y demandas de las personas. “Hace falta una transformación de la idea de cómo podemos ser felices —y eso se produce a través de la cultura—, cómo podemos sustituir todo ese consumo, que necesariamente se va a ver reducido, por otro tipo de vínculos. Ahí la cultura tiene mucho que decir, en lo que tiene que ver con generar comunidad, construir sentidos de vida menos extractivos”, argumenta la política, que también tiene palabras para recordar la otra cara de la moneda: “El problema es qué pasa con el deseo expresivo y qué pasa con todas esas personas dentro de la industria que escriben libros, hacen canciones o películas si renunciamos a esa sobreproducción porque consideramos que ya no hay posibilidad de sostenerla, que es verdad. Pensamos la industria como un monstruo, pero también es el trabajo de mucha gente que tiene un deseo de expresarse, de producir, de compartir. La pregunta es cómo se reconduce toda esa capacidad y ese deseo creativo y ese trabajo”.
Fuente: https://www.elsaltodiario.com/decrecimiento/decrecimiento-la-palabra-magica-para-salvar-el-mundo-y-sus-culturas - Imagen de portada: Alvado Minguito