El Puma Sigue siendo el rey




Por Gabriel Galaz.

En la Patagonia chilena el puma ha vuelto, para alegría de los ambientalistas, y desatando –a la vez– las quejas de algunos pobladores, que alegan que el felino está diezmando el ganado. ¿Pueden convivir en la zona el conservacionismo y las demandas de progreso local?

El puma no es el rey de la selva. No tiene melena ni una exitosa película animada inspirada en él. Tampoco tiene el tamaño del león. Sin embargo, es el rey de la Patagonia y en la zona le llaman el león. Es, en jerga científica, un depredador tope. En la cadena alimenticia del sur de Chile él es el top one. Se puede morir de viejo salvo que venga el hombre y le dé un tiro en la cabeza. 
La Patagonia chilena; es decir, el territorio que va de Puerto Montt a Punta Arenas, vivió un siglo XX de explotación. La idea era colonizar esas tierras vírgenes de difícil acceso y clima duro, y aprovechar sus recursos. Las regiones de Aysén y Magallanes sirvieron, entre otras, para la industria de la madera y el ganado. Se talaron bosques nativos y miles de hectáreas se destinaron a la cría de ovejas y vacas. En ese modelo, el puma molestaba y era cazado. Sin embargo, el siglo XXI dio un giro y ahora parece ser que es la época de la conservación. Se invierte en recuperar los suelos, restaurar ecosistemas y, de paso, atraer turistas. Salvar el sur de Chile se transformó en una causa que atrajo millonarios extranjeros como Douglas Tompkins y Warren Adams, y también a chilenos como Andrónico Luksic y Sebastián Piñera. Todos ellos compraron enormes porciones de tierras para desarrollar proyectos de conservación. La zona austral del país es un tesoro natural y hay que cuidarla. En ese modelo, al puma se lo resguarda. 
El Estado lo declaró especie protegida en 1996, y se prohibió su caza y aumentó su número en parques y reservas Nacionales. 
Pero así, también, los ganaderos empezaron a sufrir con mayor frecuencia el ataque a sus ovejas y vacunos de parte de estos depredadores. El ecoturismo podía ser una actividad productiva muy noble, pero para el campesino que llegó hace más de medio siglo a colonizar la Patagonia, que le dijeran de un día para otro que no podía llevar a pastar sus animales o talar árboles donde lo hizo por décadas era como dejarlo en la calle. 
Luksic, Tompkins y los González Vásquez
Para Leonel Sierralta, jefe de la División de Recursos Naturales Renovables y Biodiversidad del ministerio de Medio Ambiente, lo que aquí hay es un problema sociológico. A su juicio el “campesino entiende que el uso que ha dado al suelo por décadas está bien y que otras formas productivas son erradas”. Esta reacción es común a cualquier comunidad rural. No es llegar e instalar un parque natural. “Tiene que haber un proceso lento de diálogo con los pobladores, que suelen estar muy apegados a sus prácticas tradicionales”, señala Sierralta.
Por eso fue que, a fines de febrero de este año, algunos pobladores de Villa O’Higgins, un pueblito a 2 mil kilómetros al sur de Santiago, se pusieron delante del avión de Andrónico Luksic y le dijeron usted no sale de aquí sin antes conversar. Unas 500 personas viven allí: para llegar hay que viajar en avioneta o hacer una serie de transbordos de buses que parten desde Coyhaique y que recorren buena parte de la Carretera Austral.
Luksic postulaba a una concesión de 12 mil hectáreas de territorio fiscal, conocidas como Río Azul, y que por un decreto de 2009 del ministerio de Bienes Nacionales debían ser destinadas a la conservación del huemul. El empresario invertiría 700 millones de pesos en cincuenta años por hacerse cargo del sector. Sin embargo, en ese lugar cuatro familias llevan todos los años sus animales a pastar. La concesión significaba poner fin a las “veranadas”, como le llaman cuando llevan a los animales en verano a comer en sectores cordilleranos. En una reunión posterior se acordó realizar un estudio de factibilidad, para saber si eran compatibles las veranadas y la protección del huemul. Sin embargo, el asunto está lejos de quedar zanjado. 
El trabajo se le encargó a la Corporación Chile Ambiente, dirigido por Patricio Rodrigo, uno de los líderes de Patagonia sin Represas. Pero todavía no se inicia. José Fica, alcalde de Villa O’Higgins, comenta que el estudio se retrasó porque “requiere campañas en terreno y se nos adelantó el invierno”, explica. “Recién podríamos entrar a la cordillera a partir de agosto”. 
Robustiano González y su esposa Alicia Vásquez llegaron a mediados de los sesenta al sector de Cochrane. Eran jóvenes, estaban recién casados y el fisco les había entregado 3 mil setecientas hectáreas para que las trabajaran en un sector que llaman La Leona. Al lugar llegaron a caballo, con los hijos al anca y un puñado de ovejas. Después de una vida de trabajo, Robustiano está viejo y sordo y su esposa habla por él. Ya no van a La Leona, que colinda con la Estancia Chacabuco y que fue vendida a Douglas Tompkins en 2004. Son 72 mil hectáreas de lo que era una estancia ganadera, ubicadas entre dos reservas nacionales: Jenimeni y Tamango. El proyecto es hacer del lugar un parque nacional de 250 mil hectáreas que llamarán Parque Nacional Patagonia. Quieren que se transforme en Las Torres del Paine de Aysén. 
Contar ovejas

Alicia escucha hablar del lugar y se enoja. Lo llama “un criadero de pumas”. Ha visto cómo sus vecinos les vendieron sus tierras a Tompkins. Para ella hay una razón: no pueden tener ganado porque el “león” se lo come. “Una leona parida puede comer cincuenta o sesenta animales en un día”, acusa. Ella tuvo que vender sus cerca de 2 mil ovejas. Hoy tiene sesenta vacas. Gana menos porque no puede aprovechar la lana y engordan más lentamente. Alicia le ha visto la cara al felino, pero sólo de noche. “Yo llegué con lo puesto y si se llena de parques mis hijos van a tener que volver a la pala”, alega Alicia, que no vende sus 3 mil setecientas hectáreas a Tompkins ni por oro. 
Junto al matrimonio están el alcalde de Cochrane, Patricio Ulloa y Luis Parada, Presidente de la Asociación Gremial Río Baker, quienes han hecho público su desacuerdo con el proyecto de conservación porque, justamente, aumenta el número de depredadores. Parada, cuya asociación representa a 64 ganaderos y a 130 pequeños productores de lana de exportación, señala que anualmente se pierden por esta causa entre 10 mil y 20 mil cabezas de ganado. No sólo eso: “Tompkins compró las mejores tierras productivas para la ganadería”, explica Parada. “Esto significó una pérdida del 50% de la masa ganadera de la zona”. 
A pesar de la resistencia de los habitantes del área, no hay cifras que avalen sus dichos. La voracidad del puma no es un factor relevante para la ganadería de Aysén. Tampoco hay estudios sobre lo que ocurre en Cochrane. Por otro lado, la productividad se mantiene: según datos publicados por el INE, el mercado de la carne ovina no ha sufrido grandes variaciones. Incluso en 2011 había más cabezas de ganado que en 2006. Más que estar preocupados por el puma, hoy el interés se centra en el potencial exportador de la carne ovina, de vacuno y de la leche. Los esfuerzos del ministerio de Agricultura están focalizados en los programas de trazabilidad pecuaria; es decir, llevar un estricto control sanitario que permita hacer rentable la exportación ganadera. 
El proyecto del Parque Nacional Patagonia está en manos de la ONG Conservación Patagonia. Ellos hablan de lo que han hecho con la comunidad para solucionar el problema, que describen como “de percepción” de la amenaza del puma. “Hemos escuchado las quejas pero no se han acercado al Servicio Agrícola y Ganadero con estadísticas y antecedentes. Ese es el punto de partida”, explica Cristián Saucedo, director de Conservación de la entidad. “Somos un actor más dentro de una compleja matriz de tenencia de la tierra: ganaderos, forestales, mineras, iniciativas turísticas, áreas protegidas, etc.”, señala. 
Desde 2008 llevan a cabo un programa de monitoreo del puma en la zona. Le pusieron a doce ejemplares un collar con un dispositivo de radio que permite seguir sus movimientos y hábitos. Descubrieron que la dieta del puma es en un 92% guanaco y casi un 4% de ovejas. Y lo más importante: menos de un 2% corresponde al huemul, animal en peligro de extinción, del cual se calcula que quedan 2 mil ejemplares. En el Parque Patagonia hay tan sólo 150. 
Para Saucedo, que existan pumas es “un indicador de que las cosas van bien”. Un estudio realizado por científicos norteamericanos y neozelandeses, y que siguió a los pumas de Estancia Chacabuco, calculó su densidad de población en cuatro ejemplares por 100 km². Demostró que contribuye a la salud del ecosistema porque permite que se alimenten al menos 12 especies nativas. Es decir, lo que no se come el puma de la presa que caza se lo comen el zorro Cumpeo y el cóndor.
La gente de Conservación Patagonia también ha promovido sistemas más eficaces para evitar que los depredadores ataquen a las ovejas. Brisa y Puelche son dos perros ovejeros de la raza Gran Pirineo que ayudan a cuidar el ganado del parque. A juicio de los ambientalistas, tener perros ovejeros reduce las pérdidas por depredadores entre un 60% a 80%. En Estancia Chacabuco, señalan, el daño se redujo a un 4% anual, comparado con el 30% que había antes de hacerse cargo del lugar. Tener perros es más efectivo que la caza, porque el animal salvaje no vuelve. 
Turismo: el otro motor
A pesar de las quejas de la señora Alicia y Robustiano, los dos han sacado provecho del aumento del flujo de turistas y profesionales que trabajan en la zona. Instalaron un hospedaje. Tiene 12 habitaciones y este año se ampliaron. Se preparan para la temporada veraniega. “Es bonito trabajar con los turistas. Me gusta que se sientan como en casa, por eso es que creo que la gente vuelve”, comenta. 
En la zona tienen la percepción de que el ecoturismo ha aumentado, pero no saben cuánto. Por eso se creó el Observatorio Turístico de Aysén, a cargo de Sernatur de esa región. El programa partió en 2011. Con la información recopilada quieren publicar en agosto un informe sobre cuánto aporta al PIB regional el sector turismo. 
Por otro lado, el ministerio de Medio Ambiente editó un estudio realizado en conjunto con el PNUD y el proyecto GEF el año pasado, sobre la valoración económica de las áreas protegidas estatales, estimando tal cifra entre 2 mil y 2 mil cuatrocientos millones de dólares. “Esto es con una inversión pública de 20 millones de dólares, que es el presupuesto de Conaf”, explica Leonel Sierralta. Conservación Patagonia entrega otros datos: en 25 años Torres del Paine pasó de recibir 7 mil visitantes anuales a 150 mil. En el mismo periodo, el Parque Nacional Calafate, en Argentina, paso de mil visitantes anuales a 514 mil. 
La señora Alicia quiere hacer en sus tierras un propio parque natural. “Se me pasan proyectos por la cabeza, pero no tengo plata para armarlos”. Ante la posibilidad de asociarse con Tompkins, dice que “no quiero nada con eso caballero”. Sin embargo, cuando se encuentran en el pueblo, se saludan. Incluso lo ha invitado a tomar té a su casa. 
Afuera, ajeno a estas controversias entre conservacionistas y pobladores, está el puma, un felino de “hábitos secretos y bastante tímido”, cuenta Cristián Saucedo. “Se mueve en horas del atardecer y del amanecer. No es fácil verlo, pero algunas veces, con un poco de suerte, a más de alguien se le ha cruzado por el camino”.


Revista Capital Julio 2012. Publicado en el Boletin 307: http://ecosistemas.cl

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