Del blablablá a la sangría

La celebración de la cumbre COP27 en el Estado policial de Egipto crea una crisis moral para el movimiento climático...
Nadie sabe qué pasó con la carta climática perdida. Todo lo que se sabe es esto: Alaa Abd El Fattah, posiblemente el preso político más importante de Egipto, la escribió mientras estaba en huelga de hambre en su celda de El Cairo el mes pasado. Era, según explicó más tarde, «sobre el calentamiento global debido a las noticias de Pakistán». Le preocupaban las épicas inundaciones que desplazaron a 33 millones de personas en su punto álgido, y lo que ese cataclismo presagiaba sobre las dificultades climáticas y las míseras respuestas estatales que se avecinaban.


Naomi Klein /The Intercept

El nombre de Abd El Fattah, tecnólogo visionario e intelectual investigador, junto con el hashtag #FreeAlaa, se han convertido en sinónimos de la revolución prodemocrática de 2011 que convirtió la plaza Tahrir de El Cairo en un mar de jóvenes que puso fin al gobierno de tres décadas del dictador egipcio Hosni Mubarak. Entre rejas casi continuamente durante la última década, Alaa puede enviar y recibir cartas una vez a la semana. A principios de este año, se publicó una colección de sus escritos poéticos y proféticos en la cárcel como el libro ampliamente celebrado “You Have Not Yet Been Defeated” (Todavía no has sido derrotada).
La familia y los amigos de Alaa viven para esas cartas semanales. Especialmente desde el 2 de abril, cuando comenzó una huelga de hambre, ingiriendo al principio sólo agua y sal, y luego sólo 100 calorías al día (el cuerpo necesita más de 2.000). La huelga de Alaa es una protesta contra su escandaloso encarcelamiento por el delito de «difusión de noticias falsas», aparentemente porque compartió un post en Facebook sobre la tortura de otro preso.
Sin embargo, todo el mundo sabe que está encarcelado por enviar un mensaje a cualquier futuro joven revolucionario que tenga sueños democráticos en la cabeza. Con su huelga, Alaa intenta presionar a sus carceleros para que le hagan importantes concesiones, entre ellas el acceso al consulado británico. La madre de Alaa nació en Inglaterra, por lo que pudo obtener la ciudadanía británica a finales del año pasado. Sus carceleros se han negado hasta ahora, por lo que Alaa sigue consumiéndose. «Se ha convertido en un esqueleto con la mente lúcida», dijo recientemente su hermana Mona Seif.
Cuanto más dura la huelga de hambre, más preciosas se vuelven esas cartas semanales. Para su familia, son nada menos que una prueba de vida. Sin embargo, la semana que escribió sobre la crisis climática, la carta nunca llegó a la madre de Alaa, Laila Soueif, defensora de los derechos humanos e intelectual por derecho propio. Tal vez, especuló en una correspondencia posterior con ella, su carcelero había «derramado su café sobre la carta». Lo más probable es que se considerara que tocaba temas prohibidos de «alta política», aunque Alaa dice que se cuidó de no mencionar siquiera al gobierno egipcio, ni siquiera «la próxima conferencia».
Esta última parte es importante. Es una referencia al hecho de que en menos de un mes, a partir del 6 de noviembre, la ciudad egipcia de Sharm el-Sheikh acogerá la cumbre del clima de las Naciones Unidas de este año, conocida como COP27, al igual que otras ciudades como Glasgow, París y Durban han hecho en el pasado. Decenas de miles de delegados (líderes mundiales, ministros, enviados, burócratas designados, así como activistas del clima, observadores de ONG y periodistas) descenderán a la ciudad balneario, con el pecho adornado con cordones y chapas codificadas por colores.

Por eso esa carta perdida es significativa. Hay algo insoportablemente conmovedor en la idea de que Alaa -a pesar de la década de indignidades que él y su familia han sufrido- esté sentado en su celda pensando en nuestro mundo que se calienta. Ahí está, muriendo lentamente de hambre, pero todavía preocupado por las inundaciones en Pakistán y el extremismo en la India y la caída de la moneda en el Reino Unido y la candidatura presidencial de Lula en Brasil, todo lo cual se menciona en sus cartas recientes, compartidas conmigo por su familia.
También hay, francamente, algo que avergüenza, algo que podría hacer reflexionar a todas las personas que se dirigen a Sharm el-Sheikh. Porque mientras Alaa piensa en el mundo, no está nada claro que el mundo que está a punto de llegar a Egipto para la cumbre del clima esté pensando mucho en Alaa. O en los otros 60.000 presos políticos que se calcula que hay entre rejas en Egipto, donde al parecer se practican bárbaras formas de tortura en «cadena». O sobre los activistas egipcios de los derechos humanos y del medio ambiente, así como los periodistas y académicos críticos, que han sido acosados, espiados y a los que se les ha prohibido viajar como parte de lo que Human Rights Watch llama la «atmósfera general de miedo» de Egipto y la «implacable represión de la sociedad civil.»
El régimen egipcio está ansioso por celebrar a sus «líderes juveniles» oficiales del clima, presentando a ellas y ellos como símbolos de esperanza en la batalla contra el calentamiento (a muchos gobiernos de doble discurso les gusta utilizar a los jóvenes como accesorios climáticos). Pero es difícil no pensar en los y las valientes líderes juveniles de la Primavera Árabe, muchas de ellas ahora prematuramente envejecidos por más de una década de violencia y acoso por parte del Estado, sistemas generosamente financiados por la ayuda militar de las potencias occidentales, especialmente de Estados Unidos.
«Soy el fantasma de la primavera pasada», escribió Alaa sobre sí mismo en 2019. Ese fantasma rondará la próxima cumbre, enviando un escalofrío a través de cada una de sus palabras altisonantes. La pregunta silenciosa que plantea es cruda: si la solidaridad internacional es demasiado débil para salvar a Alaa -un símbolo icónico de los sueños liberadores de una generación-, ¿qué esperanza tenemos de salvar un hogar habitable?
¿En qué momento decimos «basta»?
Mohammed Rafi Arefin, profesor adjunto de geografía en la Universidad de Columbia Británica, que ha investigado la política medioambiental urbana en Egipto, señala que «cada cumbre climática de las Naciones Unidas presenta un complejo cálculo de costes y beneficios». En el lado negativo, está el carbono que se arroja a la atmósfera cuando las y los delegados viajan hasta allí; el precio de dos semanas de hotel (excesivo para las organizaciones de base); así como la bonanza de relaciones públicas de la que disfruta el gobierno anfitrión, que invariablemente se posiciona como campeón ecológico, sin importar las pruebas de lo contrario. Ya lo vimos cuando Polonia, país dependiente del carbón, fue el anfitrión en 2018, y lo vimos cuando Francia hizo lo mismo en 2015, a pesar de las plataformas petrolíferas de TotalEnergies en todo el mundo.
Estos son los aspectos negativos de la tradición de la cumbre anual sobre el clima. En el lado positivo del balance, está el hecho de que durante dos semanas en noviembre de cada año, la crisis climática es noticia mundial, a menudo proporcionando plataformas mediáticas para las poderosas voces en la primera línea de la alteración del clima, desde la Amazonía brasileña hasta Tuvalu. Otra ventaja es la red y la solidaridad internacionales que se producen cuando los organizadores locales del país anfitrión organizan contra-cumbres y «giras tóxicas» para revelar la realidad que hay detrás de las posturas ecológicas de sus gobiernos. Y, por supuesto, están los acuerdos que se negocian y los fondos que se prometen para los más pobres y los más afectados. Pero no son vinculantes y, como dijo Greta Thunberg de forma tan memorable, gran parte de lo que se ha prometido y anunciado no ha sido más que «bla, bla, bla».
Con la próxima cumbre del clima en Egipto, me dice Arefin, «el cálculo habitual ha cambiado. La balanza se ha inclinado». Están los negativos de siempre (el carbono, el coste). Pero además, el gobierno anfitrión -que tendrá la oportunidad de acicalarse ante el mundo- no es la típica democracia liberal de doble discurso. «Es», dice, «el régimen más represivo de la historia del Estado egipcio moderno».
Dirigido por el general Abdel Fattah el-Sisi, que tomó el poder en un golpe militar en 2013 (y se ha mantenido en él a través de elecciones falsas desde entonces), el régimen es, según las organizaciones de derechos humanos, uno de los más brutales y represivos del mundo.
Por supuesto, nunca se sabría por la forma en que Egipto se está promocionando antes de la cumbre. Un vídeo promocional en el sitio web oficial de la COP27 da la bienvenida a los delegados a la «ciudad verde» de Sharm el-Sheik y muestra a jóvenes actores -entre los que se encuentran hombres con barbas desaliñadas y collares que claramente pretenden parecer activistas medioambientales- que disfrutan de pajitas sin plástico y envases biodegradables para llevar mientras se hacen selfies en la playa, disfrutan de duchas al aire libre, aprenden a bucear y conducen vehículos eléctricos hasta el desierto para montar en camello.
Al ver el vídeo, me di cuenta de que Sisi ha decidido utilizar la cumbre para escenificar un nuevo tipo de reality show, en el que los actores «interpretan» a activistas que se parecen mucho a los activistas reales que están sufriendo bajo tortura en su archipiélago de prisiones en rápida expansión. Así que añádase esto al lado negativo del balance: Esta cumbre va mucho más allá del lavado verde de un estado contaminante; es el lavado verde de un estado policial. Y con el fascismo en marcha desde Italia hasta Brasil, no es poca cosa.

                                                                      Inundaciones en Pakistán.
Otro factor que se sitúa firmemente en el lado negativo del balance: A diferencia de las anteriores cumbres sobre el clima celebradas, por ejemplo, en Sudáfrica, Escocia, Dinamarca o Japón, las comunidades y organizaciones egipcias más afectadas por la contaminación ambiental y el aumento de las temperaturas no se encontrarán en ninguna parte de Sharm el-Sheikh. No habrá giras tóxicas, ni animadas contracumbres, en las que los lugareños puedan instruir a los delegados internacionales sobre la verdad que se esconde tras la fachada de relaciones públicas de su gobierno. Esto se debe a que la organización de eventos de este tipo llevaría a los egipcios a la cárcel por difundir «noticias falsas» o por violar la prohibición de las protestas, es decir, si no están ya allí.
Los delegados internacionales ni siquiera pueden leer mucho sobre la contaminación actual y el expolio medioambiental en Egipto antes de la cumbre en informes académicos o de ONG debido a una ley draconiana de 2019 que exige a los investigadores obtener permiso del gobierno antes de publicar información considerada «política». (No sólo las y los presos están amordazados: Todo el país lo está, y cientos de página web están bloqueados, incluido el indispensable y perennemente acosado Mada Masr).
Human Rights Watch informa de que los grupos se han visto obligados a frenar y reducir sus investigaciones bajo estas nuevas restricciones, y «un destacado grupo ecologista egipcio disolvió su unidad de investigación porque le resultó imposible trabajar sobre el terreno». Resulta revelador que ni uno solo de los ecologistas que hablaron con Human Rights Watch sobre la censura y la represión estuviera dispuesto a utilizar su nombre real porque las represalias son muy graves.
Arefin, que llevó a cabo una amplia investigación sobre los residuos y las inundaciones en las ciudades egipcias antes de esta última ronda de leyes de censura, me dijo que él y otros académicos y periodistas críticos «ya no pueden hacer ese trabajo. Hay un bloqueo de la producción de conocimiento crítico básico. Los daños medioambientales de Egipto se producen ahora en la oscuridad». Y los que se saltan las normas e intentan encender las luces acaban en celdas oscuras, o algo peor.
La hermana de Alaa, Mona Seif, que lleva años presionando por la liberación de su hermano y de otros presos políticos, escribió recientemente en Twitter: «La realidad que la mayoría de los que participan en el #Cop27 están eligiendo ignorar, es… en países como #Egipto tus verdaderos aliados, los que realmente les importa el futuro del Planeta, son los que languidecen en las cárceles».
Así que añade eso al lado negativo también: A diferencia de cualquier otra cumbre del clima en la memoria reciente, ésta no tendrá auténticos socios locales. Habrá algunos egipcios en la cumbre que dicen representar a la «sociedad civil». Y algunos de ellos lo hacen. El problema es que, por muy buenas intenciones que tengan, también son actores secundarios en el reality show ecológico de Sisi junto a la playa; en una desviación de las normas habituales de la ONU, casi todos han sido investigados y aprobados por el gobierno. El mismo informe de Human Rights Watch, publicado el mes pasado, explica que estos grupos han sido invitados a hablar sólo sobre temas «bienvenidos».
¿Qué es “bienvenido” para el régimen? «Recogida de basura, reciclaje, energía renovable, seguridad alimentaria y financiación del clima», especialmente si esa financiación del clima llenará los bolsillos del régimen de Sisi, permitiéndole quizás poner algunos paneles solares en las 27 nuevas prisiones que ha construido desde que tomó el poder.
¿Qué temas no son bienvenidos? «Los temas ambientales más delicados son los que señalan el fracaso del gobierno en la protección de los derechos de las personas frente a los daños causados por los intereses corporativos, incluidos los temas relacionados con la seguridad del agua, la contaminación industrial y los daños ambientales derivados del sector inmobiliario, el desarrollo del turismo y la agroindustria», según el informe de Human Rights Watch.
También es inoportuno: «el impacto medioambiental de la vasta y opaca actividad empresarial militar de Egipto, como las formas destructivas de las canteras, las plantas de embotellamiento de agua y algunas fábricas de cemento, son especialmente sensibles, al igual que los proyectos de infraestructuras «nacionales», como una nueva capital administrativa, muchos de los cuales están asociados a la oficina del presidente o al ejército». Y definitivamente no se habla de la contaminación por plásticos y el uso excesivo de agua de Coca-Cola – porque Coke es uno de los orgullosos patrocinadores oficiales de la cumbre.

Acciones de solidaridad climática con Pakistán (this-is-our-story.org)

¿La conclusión? Si quieres recoger basura, reciclar botellas viejas de Coca-Cola o pregonar el «hidrógeno verde», probablemente puedas conseguir una insignia para venir a Sharm el-Sheikh representando la forma más civil de la «sociedad civil». Pero si quieres hablar de los impactos sanitarios y climáticos de las plantas cementeras de carbón de Egipto, o de la pavimentación de algunos de los últimos espacios verdes de El Cairo, es más probable que recibas una visita de la policía secreta, o del distópico Ministerio de Solidaridad Social.
Ah, y si, como egipcia, dices algo mordaz sobre la propia COP27, o cuestiona la credibilidad de Sisi para hablar en nombre de las poblaciones pobres y vulnerables al clima de África, dado el hambre y la desesperación cada vez mayores de su propio pueblo, a pesar de toda esa ayuda norteamericana y europea, bueno, más vale que ya estés fuera del país.

El 6 de octubre, The Intercept organizó una mesa redonda en directo sobre «La cumbre climática carcelaria de Egipto» en la que participaron muchas de las personas citadas en este artículo, entre ellas: Sanaa y Mona Seif, hermanas del preso político Alaa Abd El Fattah; los célebres escritores, periodistas y activistas egipcios Omar Robert Hamilton y Sharif Abdel Kouddous; y el autor y fundador de 350.org y Third Act Bill McKibben. La mesa redonda fue moderada por Naomi Klein y Mohammed Rafi Arefin, profesor adjunto de Geografía de la Universidad de Columbia Británica. El evento fue coproducido por el Centro para la Justicia Climática de la UBC.
Notas:
1From Blah, Blah, Blah to Blood, Blood, Blood
2Juego de palabras en el original inglés: “blah, blah, blah” y “blood, blood, blood”

Fuente: para leer la nota completa : https://aplaneta.org/2022/10/13/del-blablabla-a-la-sangria/


 

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