El Futuro es Decrecimiento. Una no tan breve reseña a un texto meritorio

¿Un libro en el que se explore el decrecimiento desde una perspectiva explícitamente crítica del capitalismo y que, al mismo tiempo, vea en los sistemas de dominación el problema más acuciante al que nos enfrentamos? Ese es, precisamente, el libro que pretenden Matthias Schmelzer, Andrea Vetter y Aaron Vansintjan[1], con el texto que tenemos entre manos:  “El Futuro es Decrecimiento - Una guía del mundo más allá del capitalismo”

Por: Pepe Campana


Y es cierto que lo han logrado. En un recorrido que parte de un detenido análisis de lo que significa crecimiento –porque “necesitamos definir y tener muy claro lo que queremos decir con la palabra ‘crecimiento’ antes de que podamos empezar a hablar de decrecimiento” (p.37)— y que termina con la afirmación de que “el decrecimiento nos da las herramientas para doblar los barrotes de la economía capitalista y poder liberarnos” (p.297), los autores, al asumir su propio reto, producen un texto profundo, en ocasiones reiterativo, en cualquier caso imprescindible, para quienes quieran ahondar en la teoría y la praxis decrecentista.
No en vano, la lectura del texto induce a preguntar y a preguntarnos por el alcance de las investigaciones, las experiencias y los sentires, pasados y futuros, del universo decrecentista; y también, a responder y respondernos sobre el contenido de los muchos debates por cerrar, de las múltiples propuestas de transformación formuladas, de los riesgos, ocultos y no ocultos, que conllevan, y de todos aquellos territorios aún pendientes de explorar para llegar, finalmente, a ese futuro de decrecimiento que el título del libro nos anuncia.
Un futuro que ni es monolítico ni es singular. Muy al contrario, una sociedad del decrecimiento comporta, tal como se pone de manifiesto de forma continuada en el libro que comentamos, una diversidad de enfoques que lejos de ser excluyentes, se enriquecen y complementan mutuamente. «Multivalente», dicen los autores, como corresponde a lo que también es un proyecto político.
Ahora bien, ese proyecto político, ¿es deseable?, ¿es viable?, y, sobre todo, ¿es alcanzable?[3]. Coincidimos con los autores que es fácil contestar a estas tres preguntas. Vayamos, pues, por partes.
La crítica al crecimiento
Tal como ya hemos comentado, Schmelzer, Vetter y Vansintjan empiezan concretando qué entienden por crecimiento: una idea hegemónica[4] tras la que prevalece “la creencia de que el crecimiento es natural, necesario y bueno, y está ligado, en la medida en que incrementa la producción y el desarrollo de las fuerzas productivas, al progreso y la emancipación” (p.37). Pero a esta dimensión económica añaden otras dos, no menos importantes y que nos llevan a las raíces mismas del crecimiento. La primera, el crecimiento como proceso social, permite dar cuenta de la dinámica de estabilización social, “un rasgo esencial de las sociedades modernas del crecimiento, las cuales, para mantener estables sus estructuras sociales y reproducirlas, necesitan de una continua expansión económica, innovación y escalamiento tecnológicos, y aceleración sociocultural” (p.47). La segunda, el proceso material del crecimiento, dimensión que centra su atención en “cómo el crecimiento, en tanto que proceso biofísico, se muestra en el mundo material, y cómo su naturaleza expansiva produce contradicciones socio-ecológicas” (p.60).
A partir de estas tres dimensiones, siempre presentes en su análisis, los autores formulan a lo largo de las más de 100 páginas del tercer capítulo –un tercio del libro– una amplia crítica al crecimiento como sistema de dominación, remarcando las diferencias que mantiene con respecto a otras críticas realizadas desde un enfoque conservador y reaccionario[5].
Pero la crítica no es una, sino diversa. Los autores identifican hasta siete formas distintas de crítica, aunque todas ellas tienen una base común: la deconstrucción de la idea de que el crecimiento económico es, de por sí, una cosa buena. “Todas las críticas –escriben los autores del libro– apuntan al hecho de que los seres vivos, humanos y no-humanos, forman parte de una compleja red de relaciones de interdependencia que no puede capturar de forma adecuada una mera descripción económica que, en lugar de explicar la verdadera lógica que hay detrás de las relaciones sociales y socio-ecológicas, las oculta”. Por este motivo, concluyen los autores, el decrecimiento critica tanto la “universalización de la racionalidad económica, orientada ideológicamente hacia el crecimiento, [como] la sustitución de las complejas redes relacionales por un número, el PIB, que todo lo determina” (p.78, el énfasis es mío).
Las siete formas de crítica referidas son:
    1    la crítica ecológica, según la cual el crecimiento económico, incapaz de transformarse hacia un crecimiento sostenible, destruye y seguirá destruyendo de mantenerse, las bases ecológicas de la vida humana;
    2    la crítica socio-económica, que centra su atención en la forma en que se valora nuestras vidas, interponiéndose el crecimiento económico al bienestar y a la equidad de todos;
    3    la crítica cultural, en la medida en que el crecimiento económico produce modos alienantes de trabajar, de vivir y de relacionarnos con los otros seres, humanos y no humanos;
    4    la crítica al capitalismo, en tanto que la explotación y acumulación capitalistas están en la base del crecimiento;
    5    la crítica feminista, que centra su atención en cómo el crecimiento económico se basa en la sobreexplotación de género y cómo devalúa la reproducción en su más amplio sentido;
    6    la crítica del industrialismo, o de cómo el crecimiento económico da lugar a fuerzas productivas y técnicas antidemocráticas; y
    7    la crítica Norte-Sur, en la que se analizan las relaciones de dominio y de explotación entre el centro capitalista y la periferia.
Según las van desglosando, los autores van introduciendo una gran variedad de conceptos –estabilización dinámica, metabolismo social, bienes posicionales, efecto de los ingresos relativos, hedonismo alternativo, alienación, dépense, modo imperial de vida, etc.– que sirven de apoyo a sus reflexiones. Reflexiones que cuentan, así mismo, con el respaldo de un elevado número de referencias a estudios y trabajos académicos y no académicos en los más variados ámbitos del conocimiento científico.
Pero si bien cada forma de crítica al crecimiento tiene sentido en la transformación hacia la sociedad del decrecimiento, aceptarlas de forma acrítica encierra graves peligros de los que hay que saberse resguardar.

Andrea Vetter

Es por ello que los autores terminan este tercer capítulo introduciendo lo que ellos mismos llaman “crítica del crecimiento fuera del debate del decrecimiento” (p.169). Nos encontramos entonces con una rápida descripción de la crítica al crecimiento formulada desde la esfera conservadora; desde los movimientos del fascismo verde en sus múltiples versiones –ecofascismo, apartheid climático, nacionalismo verde–; por quienes, como los antimodernistas, piensan que es la civilización misma la que debe ser destruida, o por los que defienden un medioambientalismo de y para los ricos. Todos ellos son conscientes de que la economía no actúa de forma independiente y que, en consecuencia, el cálculo económico no puede ser la base principal para la toma de decisiones. Algunos, incluso, reconocen que el crecimiento infinito es imposible y que el desacoplamiento entre impactos medioambientales y crecimiento es altamente improbable. Pero, tal como apuntan los autores del libro, ninguno de ellos incorpora en su ideario la justicia social y ecológica, ni se manifiestan contrarios a cualquier clase de explotación y de jerarquías, ni se definen como movimientos solidarios, ni aceptan la deliberación como medio para “sopesar nuestros valores y necesidades en conflicto” (p.169). En eso se diferencian, de forma indiscutible, de lo que pretende la transformación social del decrecimiento. Algo que nunca se debe olvidar.
Sobre qué es el decrecimiento y los caminos que conducen a él
La importancia de los capítulos 2 y 3 hasta ahora comentados, radica en que, con independencia de las muchas aportaciones que tienen de por sí, fundamentan las visiones de un futuro decrecentista. A describir tales visiones, a las que desde un principio se les concede su naturaleza plural, pues “se entiende que la diversidad de perspectivas y representaciones es una característica central de un futuro deseable” (p.180)[6], se dedica el cuarto capítulo del libro comentado.
En concreto, se identifican hasta cinco imaginarios –las corrientes decrecentistas– diferentes, a saber:
    1    la corriente orientada a la institución;
    2    la orientada hacia la suficiencia;
    3    la de los comunes, de una economía alternativa;
    4    la feminista –de la que dicen que “está desatendida en muchos relatos, en gran parte porque los argumentos feministas han tenido que luchar para ser reconocidos en el discurso del decrecimiento” a pesar de que “los más prominentes conceptos decrecentistas ya fueron anticipados al menos desde los años 1970 por la teoría crítica y económica feminista” (p.188)–; y
    5    la post-capitalista y crítica a la globalización.

No vamos a detenernos en describir cada una de estas corrientes de pensamiento[7]. Lo que nos interesa aquí es encontrar las respuestas a las preguntas que planteábamos más arriba: ¿es el decrecimiento deseable?, ¿viable?, ¿alcanzable? Para responderlas, los autores, a la vista de las diferentes corrientes existentes, aún se ven en la necesidad de contestar antes a otra pregunta: ¿qué es decrecimiento?
La propuesta de Matthias Schmelzer, Andrea Vetter y Aaron Vansintjan es el resultado de replantear las definiciones que hicieran en su momento autores como Francois Schneider, Federico Demaria, Giorgos Kallis, Nico Paech, Giacomo D’Alisa o Timothée Parrique, entre otros, y de compilar las conclusiones a las que llegan a la luz del análisis hasta aquí realizado. La presentan bajo la forma de Principios comunes del decrecimiento para una utopía concreta:
“Una sociedad del decrecimiento, proponemos, es una que, en un proceso democrático de transformación:
    1    posibilita la justicia ecológica global –en otras palabras, transforma y reduce el metabolismo material, y por lo tanto, también la producción y el consumo, de tal manera que los modos de vida son ecológicamente sostenibles en el largo plazo y globalmente justos;
    2    refuerza la justicia social y la autodeterminación y aspira a una buena vida para todos dentro de las condiciones marcadas por este cambio de metabolismo, y
    3    rediseña sus instituciones e infraestructuras de forma que no dependen ni del crecimiento ni de la expansión continua para su funcionamiento” (p.195. El énfasis en el texto original).

Matthias Schmelzer

Y ahora sí. Tras comentar brevemente cada uno de los tres vectores de los que se compone la anterior propuesta; tras matizarla y reforzarla en aquellos puntos que consideran preciso[8], los autores ya responden a la primera de las preguntas planteadas: “(…) la sociedad del decrecimiento, tal como se describe en los tres principios centrales que, como hemos argumentado constituyen el decrecimiento, y que incorporan las críticas al crecimiento (…) en una visión integral de la sociedad futura”, es deseable (p.211).
Y ¿qué en cuanto a su viabilidad?
El capítulo 5 del libro se centra en demostrar que el decrecimiento no es una entelequia, y que, contrariamente a lo que muchos pudieran pensar, “se amontonan las evidencias de que realmente podría funcionar” (p.212).
En efecto, partiendo del hecho de que no hay una visión única de la utopía y que, por consiguiente, no hay un único camino para llegar a ella y que queda espacio para la experimentación, los autores describen seis vías, o mejor dicho, seis categorías de transformación social que, “en su conjunto constituyen el eje central típico de las políticas del decrecimiento: son ‘reformas no-reformistas’ (André Gorz), o propuestas para una ‘Realpolitik revolucionaria’ (Rosa Luxemburg), que incrementan el poder popular y provocan una desestabilización y reorientación de las estructuras orientadas al crecimiento” (p.214).
Así, mientras que la primera categoría –a la que llaman democratización, economía solidaria, y los comunes– invita a transformar la economía haciendo ver que las decisiones económicas son problemas políticos y que, como tales, las decisiones que se adopten deben ser el resultado de la deliberación y participación ciudadana; la segunda –seguridad social, redistribución y techo de ingresos y riqueza– centra su atención en la adopción de políticas que permitan una reapropiación de la riqueza, ya sea poniendo un límite al volumen de ingresos, ya mediante la implementación de una renta universal básica, ya desvinculando del mercado los bienes y servicios (vivienda, alimentación, agua, energía, educación, cuidado de la salud, etc.), que sean necesarios para garantizar a todos una buena vida.
Otras políticas, como la restructuración de la base técnico-material de la sociedad; el emplazamiento de la fuerza de reproducción como foco central de atención social; la democratización del metabolismo social; o la asunción de un verdadero pluriverso de alternativas al desarrollo; son el tema central de las otras cuatro categorías que describen los itinerarios del decrecimiento[9].
Una vez descritas y comentadas las políticas mencionadas, Matthias Schmelzer, Andrea Vetter y Aaron Vansintjan plantean su conclusión: “Incluso si están incompletas y en un estado de incertidumbre y deben desarrollarse y experimentarse aún más (…) [las políticas] son clave para hacer del decrecimiento una ‘utopía concreta’. Siguiendo a Erik Olin Wright, estas políticas indican que el decrecimiento no sólo es deseable, sino también viable, entendiendo por tal que una sociedad del decrecimiento podría realmente funcionar” (p.249).
Hacia un decrecimiento real
Que el decrecimiento sea deseable, e incluso viable, no significa que sea realizable. Tal como apuntan los autores del libro, para hacer que el decrecimiento suceda son necesarios cambios materiales, económicos, sociales y mentales, los cuales, además de ser complejos, se solapan en el tiempo y el espacio. “Desde un punto de vista histórico, las transformaciones sociales profundas siempre han ido de la mano de fuertes controversias, disputas públicas y, hasta ahora, de (violentos) conflictos. La escalada del conflicto es altamente probable cuando los cambios propuestos son directamente opuestos al interés de los poderosos. Además, la transformación debe surgir de unas condiciones marcadas por un capitalismo que nunca ha sido tan amplio y global como lo es hoy, en un planeta que agoniza en medio de una crisis climática y una extinción en masa crecientes” (p.252, el paréntesis es del original). Y a pesar de todo, la transformación, de producirse, ha de ser consciente, radicalmente democrática y pensada para facilitar una buena vida para todos. “Dada esta inmensa escala de retos la discusión sobre la transformación del decrecimiento está sólo en su infancia”, terminan diciendo los autores (p.252).

Aaron Vansintjan

Pero no por eso debe entenderse irrealizable la transformación de la sociedad hacia el decrecimiento. Matthias Schmelzer, Andrea Vetter y Aaron Vansintjan dedican el sexto capítulo del libro —a mi modo de entender, imprescindible para quienes piensen en decrecimiento—, a proponer mecanismos sobre los que apoyar esa transformación. Y en concreto lo hacen sugiriendo como vía la combinación de dos estrategias frecuentemente desligadas, e incluso enfrentadas entre sí: por un lado, las estrategias intersticiales –propias de un enfoque de acción de abajo a arriba (bottom-up), en las que prevalece la construcción de nowtopias, de las utopías materializadas en el aquí y ahora–; por el otro lado, las estrategias simbióticas –en las que, desde un enfoque de arriba a abajo (up-down), se llegan a promover, a través del acuerdo entre diferentes fuerzas sociales, reformas legales con las que avanzar hacia el imaginario decrecentista. Pero, conscientes de las limitaciones que pueden tener estas dos estrategias, aun dando por descontado que se desarrollan de forma conjunta, los autores proponen ampliar la acción mediante el uso de estrategias rupturistas, de modo tal que, desde posiciones de confrontación y desobediencia civil, se amplíe el debate público[10] y así, lleguen a construirse corrientes contra-hegemónicas con las que realimentar y reforzar los logros y avances conseguidos del despliegue de las otras dos[11].
¿Cómo organizarse entonces?
Los autores proponen lo que llaman “poder dual”, entendido como “el esfuerzo de construir movimientos y organizaciones que tienen la capacidad de exigir al Estado pero que no descansan en el Estado para funcionar” (p.273). Tres serían las componentes de tal poder dual. En primer lugar, la construcción de alianzas más fuertes y próximas entre los diferentes movimientos sociales; la organización y construcción de movimientos capaces de bloquear y exigir al capital y al Estado, por ejemplo mediante acciones de protesta y desobediencia civil, en segundo lugar; por último, el disponer de fuentes propias de poder, como pudieran ser los sistemas de economía colaborativa, y el establecimiento de estructuras democráticas en y entre los mismos movimientos, incluyendo las constitución de asambleas ciudadanas, consejos y federaciones.
Y aun contando con todo esto, se deberán afrontar enormes retos y obstáculos a lo largo del camino: “Esta transformación no sólo es diametralmente opuesta a los intereses de las empresas capitalistas y de los individuos y grupos más ricos —advierten los autores— sino también al capital fósil y a los movimientos fascistas que lo defienden (…); y a los intereses de los gobiernos nacionales (…). No sólo el monopolio sobre el uso legítimo de la fuerza, en manos del Estado, es un enorme reto; las potenciales revueltas en las relaciones geopolíticas también representan un serio problema. Si el decrecimiento fuera a implementarse en un único país, muy probablemente se producirían fugas de capitales, huelgas de dinero, tensiones geopolíticas y, posiblemente, hasta conflictos armados” (p.276). Pero una de dos, o avanzamos por esta senda y contamos con una organización y movilización intencionadas y a gran escala para lograr los cambios que necesitamos, o “la alternativa será que se intensifiquen las crisis sociales y medioambientales y la cada vez más brutal defensa del modo imperial de vida; en otras palabras, un eco-apartheid” (p.277).
¿Es, pues, posible una sociedad del decrecimiento? “Para empezar ese viaje —terminan por responderse los autores del libro— necesitamos un amplio pero unificado ‘movimiento de movimientos’ por la vida y contra el crecimiento capitalista para dar confiadamente los primeros pasos por este camino de transformación”. Y añaden: “No tienes que llamarlo ‘decrecimiento’, pero esperamos que las preocupaciones centrales, tanto de la crítica al crecimiento como de la propuesta del decrecimiento, se integren cada vez más en la lucha y las prácticas transformativas. Hay infinidad de formas para avanzar por este camino (…). Sea cual sea el que tú elijas, que sepas que nuestras trayectorias están alineadas” (p.284).
Lo que falta
Resolver en un libro, por extenso que sea, todo lo que en torno al decrecimiento puede decirse es tarea imposible[12]. Siempre quedarán controversias no resueltas, vacíos por llenar y asuntos que necesitan de mayor consideración de la hasta ahora concedida. En el último capítulo del libro —apenas 12 páginas y media— se ponen de manifiesto algunas de esas carencias, sugiriéndose cuatro áreas en las que, a juicio de los autores, aún es preciso detener la atención. En concreto, quedan planteados estos cuatro temas con la esperanza de que sirvan para “estimular una más profunda discusión” (p.289):
    1    la incorporación de los conceptos de clase y raza, frecuentemente olvidados, en la discusión sobre decrecimiento;
    2    la valoración de las ramificaciones geopolíticas que podrían derivarse en el proceso de transformación social;
    3    las tecnologías de la información y el papel que podrían tener en beneficio de esa transformación; y
    4    la democratización del proceso mismo, es decir, los modos de participación que han de adoptarse para garantizar que las decisiones para abordar esa transición son, en el corto y en el largo plazo, el resultado de una deliberación abierta e informada del conjunto de la ciudadanía.
Como decía al principio de esta reseña, Matthias Schmelzer, Andrea Vetter y Aaron Vansintjan, han escrito un libro que considero imprescindible para quienes quieran ahondar en la teoría y la praxis decrecentista. Espero que así lo vean también quienes lean estas notas al tiempo que expreso mi deseo por ver el libro pronto traducido al castellano para facilitar así su difusión y lectura en los países hispano hablantes. Después de todo, el decrecimiento, tal como se afirma en el último párrafo del libro comentado, es una guía imprescindible hacia un mundo más allá del capitalismo, pero “necesitaremos más gente de su lado” (p.297).
Solo me queda por decir, parafraseando a los autores, que siendo la transformación hacia una sociedad del decrecimiento algo deseable, viable y alcanzable, romperemos los barrotes que nos atan al capitalismo. Vamos a por ello.


Notas
[1] Matthias Schmelzer es, tal como se describe a sí mismo en el portal researchgate.org, historiador económico, creador de redes y activista climático. Además, es investigador postdoctoral en la Universidad Friedrich-Schiller de Jena y está empleado en el Konzeptwerk Neue Öknonomie (Laboratorio de Nuevas Ideas Económicas). Según declara, sus principales intereses incluyen la economía política del capitalismo, la historia económica, social y ambiental, la catástrofe climática y la economía.
Por su parte, Andrea Vetter, doctora en Filosofía, enseña Diseño de Transformación en la Universidad de las Artes de Braunschweig (Alemania), y ha desarrollado y mantiene fuera de la universidad diversos proyectos de activismo social, como el centro de transformación cultural Haus des Wandels, y la revista popular Oya. Tal como ella misma declara, actualmente está trabajando en un marco teórico para la transformación social desde una perspectiva queer ecofeminista que, orientada a los bienes comunes, utilizará para informar y desarrollar diversos proyectos prácticos sobre transformación.
Finalmente, Aaron Vansintjan está preparando su tesis doctoral en la Universidad de Londres. Su investigación se centra en el efecto de la gentrificación en el acceso a los alimentos de las comunidades marginadas y cómo las personas pueden usar los alimentos para resistir o desafiar las narrativas del desarrollo. Aaron se manifiesta interesado en el decrecimiento, la ecología social, la teoría política, la ciencia ficción y el pensamiento ambiental. Además, es coeditor de Uneven Earth, «el sitio web donde la ecología se encuentra con la política».
[2] En esta reseña, las frases extraídas del texto aparecen entrecomilladas citándose junto a ellas la página de donde se han obtenido. Todas las traducciones son mías.
[3] Las preguntas planteadas dan forma a los tres criterios que Erik Olin Wright propone para evaluar alternativas sociales (Erik Olin Wright: Envisioning real utopias, Verso 2010).
[4] Hegemónica y por lo tanto, formando parte del sentido común (Gramsci).
[5] Citando al sociólogo Dennis Eversberg, los autores nos llaman la atención sobre el riesgo de que la derecha coopte de algún modo las posiciones críticas hacia el crecimiento, “culpando a las tasas de interés, el sistema monetario o la sobrepoblación, de los problemas del mundo y enmarcando la solución en el retorno a un estado supuestamente mejor y más sostenible de las comunidades ‘naturales’ u ‘originales’.” (Dennis Eversberg, citado en la p.77.)
[6] Característica en la que se insiste inmediatamente después, cuando los autores acuden de forma directa al concepto de pluriverso (Ashish Kothari et al., eds.: Pluriverse: A Post-development Dictionary, 2019): “El decrecimiento no propone un futuro universal, sino un ´pluriverso´; un mundo donde caben muchos mundos” (p.180).
[7] Solo destacaremos que, con independencia de las características y matices propios de cada corriente, en todas la justicia global es una parte importante de su núcleo. Invitamos a los lectores a acudir al texto original o a la amplia literatura científica citada a lo largo del libro para profundizar en los significados particulares de cada corriente de pensamiento.
[8] Así, por ejemplo, se argumenta que la justicia ecológica global presupone no sólo cambios en el estilo de vida, particularmente en el Norte Global, sino también “cambios sistémicos que conduzcan a una transformación más allá del crecimiento” (p.196) sin desplazar los problemas hacia el Sur. Se argumenta, igualmente que, para asegurar la justicia social y la autodeterminación, se debe asegurar que el derecho a compartir los frutos de la sociedad va acompañado del “derecho a tener una participación equitativa a la hora de configurar las condiciones económicas y sociales” (p.203). Para conseguir la independencia del crecimiento y de la expansión continua es preciso, por su parte, concretar cómo desligarse de las cuatro clases de dependencia a la que nos somete el crecimiento: la de “los sistemas tecnológicos y las infraestructuras materiales; las instituciones sociales; las infraestructuras mentales; y finalmente, el sistema económico” (p.206).
[9] Los nombres asignados a estas cuatro últimas categorías son, respectivamente: tecnología democrática y convivencial, revalorización y distribución del trabajo, democratización del metabolismo social, y solidaridad internacional.
[10] Se citan en el texto varios ejemplos de este tipo de estrategias: desde los movimientos protagonizados por los pueblos indígenas de Dakota del Norte contra el trazado del North Dakota Pipeline (#NoDAPL); al de los Indigenous Pacific Islanders, quienes bloquearon en Australia el cargamento en barco de carbón; pasando por el Ende Gelände, en su lucha contra las minas de lignito en Alemania y el de los campesinos en Brasil, en su lucha contra la agricultura industrial. Pero también otras prácticas acometidas en el espacio público, como el adbusting y el culture jamming (ambas íntimamente ligadas con la crítica al crecimiento en su vertiente cultural), o la creación de nuevos medios de comunicación, la creación de grupos de opinión, el infiltrarse en las artes y en la cultura popular o el involucrarse activamente en lo que Gramsci llama la «guerra de ideas», son acciones válidas en el desarrollo de las estrategias rupturistas comentadas.
[11] Las tres clases de estrategias mencionadas, –intersticial, simbiótica y rupturista–, son las que Erik Olin Wright (Envisioning real utopias, Verso 2010), llama «estrategias emancipadoras». Siendo habitual en la discusión sobre el decrecimiento hacer confluir a las dos primeras, la tesis de Matthias Schmelzer, Andrea Vetter y Aaron Vansintjan pasa por incorporar a ellas de forma definitiva la tercera.
[12] Al igual que lo es, por cierto, intentar resumir en una pobre reseña como esta todos los asuntos, puntos de vista y matices que un libro como el que comentamos, contiene.
 

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