Bélgica: El Woodstock del poscrecimiento

Entre los días 15 y 17 de mayo de 2023 alrededor de un millar de académicos, activistas, representantes de partidos, sindicatos e instituciones europeas se juntaron en la sede del Parlamento Europeo en Bruselas para discutir acerca de la necesidad de una sociedad que deje atrás el crecimiento como imperativo económico. Gracias a la ayuda de mi colectivo, Contra el diluvio, y una conjunción de carambolas vitales, tuve la oportunidad de asistir al encuentro, del que hice una crónica confusa y amateur en directo (aquí, aquí y aquí). Llevo unos días rumiando mis impresiones sobre la experiencia, de la que creo que caben dos lecturas básicas. Una, optimista, sobre el auge progresivo del ecologismo y sus preocupaciones como fuerza social a tener en cuenta. Otra, algo más pesimista, sobre una nueva constatación de nuestras limitaciones y puntos ciegos a la hora de convertir nuestros análisis en realidades tangibles.

Xan López (Contra el Diluvio)

Comencemos reconociendo toda la potencia de este evento, y el empeño de las fuerzas que se han conjurado para que ocurriese. Philippe Lamberts (Los Verdes), la cara institucional más visible y carismática, contaba una anécdota en el primer plenario que resume perfectamente el camino recorrido en los últimos años. Un evento similar a este, pero en 2018, atrajo a bastantes menos personas al parlamento, y contó únicamente con la presencia de una comisaria de la UE, que tuvo que asistir a escondidas. El Presidente de la Comisión por aquel entonces, Jean-Claude Juncker, “no quería saber nada del decrecimiento”, según Lamberts.
Cinco años más tarde inauguraban las jornadas Ursula von der Leyen (Presidenta de la Comisión Europea) y Roberta Metsola (Presidenta del Parlamento Europeo), con una media docena de Comisarios participando en los diferentes paneles y cinco partidos de (casi) todo el espectro ideológico trabajando conjuntamente para posibilitar su organización (Greens, The Left, Socialist & Democrats, European People’s Party, Renew Europe). Cinco años de luchas sociales y el recrudecimiento de la crisis climática y medioambiental, pero también de guerra y pandemia, habían convertido la crisis ecosocial en un asunto imposible de ignorar. Con más o menos acierto, con más o menos afinidad, las representantes institucionales al más alto nivel sentían la obligación de dar la cara, de dialogar, incluso de facilitar con todos sus recursos este encuentro.
Hay cierto purismo que siempre ve en estas cosas una derrota, el principio de la decadencia y la cooptación de una ambición pura por parte de los poderes terrenales. Contra esto quiero defender una visión diametralmente opuesta: conseguir que personas o instituciones que se perciben como obstáculos, como contrincantes, incluso como enemigos, empiecen a hablar en tus propios términos, dentro de los debates que tú quieres tener, es una victoria. Especialmente cuando son tus enemigos, de hecho, algo que el decrecimiento todavía no ha conseguido. Imponer tu marco conceptual a los otros siempre requiere un esfuerzo gigantesco, y es normalmente el primer paso hacia la victoria política. No es un paso suficiente, no es la victoria en sí misma, pero sí es un paso imprescindible. El haber llegado hasta aquí demuestra que el movimiento ecologista, como apunta Carlos Corrochano, está en buena forma. Esto puede explicar cierto ambiente triunfalista en el evento, de momento histórico, de gran confluencia de fuerzas que había conseguido por fin un desborde, que ya estaba en la senda de cambiar algo sustancial. El resumen perfecto de este pálpito, hasta donde yo sé, lo enunció primero Louison Cahen-Fourot, al sugerir que estábamos participando en el Woodstock del poscrecimiento. Una imagen mental que se volvió inmediatamente célebre, y que fue repetida insistentemente en muchas intervenciones posteriores.

Encuentro Beyond Growth en el Parlamento Europeo XAN LÓPEZ

El mayor triunfo de esta conferencia es por lo tanto su propia existencia, la cantidad de asistentes a la misma, que las mayores autoridades europeas sintieran cierta obligación de asistir, la capacidad de hablar con contundencia y de manera reiterada de los peligros y limitaciones de las políticas del business as usual. Su mayor debilidad, en mi opinión, se pudo ver en sus dinámicas internas, en la repetición de rutinas demasiado familiares en el seno de la izquierda ecologista. Por resumir, la situación más recurrente durante esos tres días fue la siguiente: por una parte un grueso de académicos y activistas exponiendo en el lenguaje de la ciencia, y por lo tanto con intención prescriptiva, los límites duros a un crecimiento económico y material infinito en este planeta finito; por otra parte, unos representantes institucionales recordando la enorme dificultad de implementar semejantes cambios, o tratando de convencer a una audiencia entre escéptica y hostil de que el actual consenso débil sobre crecimiento verde ya era un gran avance.

“Se impone tanta verdad en la medida en que nosotros la impongamos. La victoria de la razón sólo puede ser la victoria de los que razonan” - Bertolt Brecht, ”Vida de Galileo”


La mayoría de conversaciones alrededor de este eje fueron cordiales, con algunas excepciones, pero la distancia era en ocasiones gigantesca: El decrecentismo más militante era impaciente, ambicioso, algunas veces arrogante, puntualmente despectivo con cualquiera que no aceptase la verdad de sus postulados. El discurso institucional estaba más a la defensiva, trataba de contextualizar unos avances que podían parecer tímidos pero que debían verse como gigantescos en perspectiva histórica. Devolvía parte de la responsabilidad por la inacción a la audiencia, recordando que el avance en una democracia representativa también depende de qué tipo de correlación de fuerzas se cristalice en un parlamento, algo que en última instancia depende de todo el mundo. Pedía más virulencia contra los lobbys empresariales, más preparación ante la oleada fascista.
Hay, claro, parte de verdad en ambas posturas. Nada en este mundo se ha hecho sin la impaciencia revolucionaria, sin querer sobrepasar los límites de lo establecido, sin cierta falta de respeto por los intentos anteriores de cambiar las cosas. La situación es crítica, la amenaza existencial, no hay mucho tiempo que perder. Sin embargo, y al mismo tiempo, la verdad por sí misma nunca ha cambiado el mundo. El mejor análisis científico sigue necesitando una mayoría de cuerpos que lo encarnen, que lo usen con astucia, que sean capaces de imponer sus consecuencias en teoría inevitables.
Una vez que sabemos cuál es el problema debemos acordar cómo arreglarlo. Actuamos en un contexto histórico determinado. Actuamos en, contra o alrededor de ciertas instituciones, contra ciertas tendencias tozudas. Hoy en día es más fácil que nunca transmitir nuestras ideas al resto, proponer cambios sociales que consideramos necesarios. Hoy en día, por desgracia, es más difícil que nunca convencer a un número suficiente de gente para que se pongan de nuestro lado, para que trabajen metódicamente siguiendo una estrategia efectiva de transformación social.
El elemento más necesario en esta conferencia fue el más ausente. Se echó en falta, o al menos yo eché en falta, paneles temáticos sobre estrategia política, sobre intermediación entre los movimientos sociales y las instituciones, sobre el papel de la clase trabajadora en la lucha por un mundo organizado para satisfacer las necesidades de todos y no la acumulación para el beneficio privado. Hubo algunos destellos de estos posibles debates, pero fueron minoritarios. Simone d’Alessandro habló de propuestas concretas para ganarse a una mayoría en la transición ecosocial (reparto y reducción de las horas de trabajo, servicios universales sufragados con un impuesto extraordinario a la riqueza). Jonathan Barth se lamentó de los límites complejos a los procesos de industrialización verde que estamos viviendo, y los límites todavía más duros que tendría un desacople europeo de la economía mundial. Olivia Lazard nos recordó el “dilema de seguridad” geopolítico que existe y existirá alrededor de la producción de los materiales críticos para la transición energética, no muy diferente al dilema existente alrededor de los combustibles fósiles, proponiendo que Europa abrace su papel de “potencia media” para asegurar que esa transición energética no nos lleve irremediablemente a conflictos inimaginables. Esther Lynch aseguró que no se podrá decidir nada sobre los trabajadores sin su consentimiento, y que su participación es imprescindible para conseguir un mayor disciplinamiento de los intereses privados. Daniela Gabor pidió planes más concretos que nos permitan acumular suficiente fuerza para nacionalizar buena parte del sistema financiero, según ella uno de los principales escollos de cualquier transición ecológica.
Como digo, estos destellos se dieron, estos debates ocurrieron de forma fragmentaria. Pero por cada uno de ellos hubo cinco, diez, quince intervenciones sobre la imposibilidad del crecimiento infinito en un planeta finito, sobre la falta de tiempo para reaccionar, sobre los límites biofísicos a toda actividad humana. Por desgracia este imperativo de autocontención, por sí mismo, es impotente, por muchas veces que se repita. Es especialmente impotente en una sociedad construida de tal modo que la compulsión por el crecimiento constante se nos presenta como una fuerza impersonal, estructural, y no un error cognitivo individual. Una vez que somos conscientes del peligro al que nos enfrentamos, y del poco tiempo que tenemos para actuar, debemos de ser capaces de traducir nuestras certezas teóricas en resultados políticos. La urgencia nos exige efectividad, más que energía para repetirnos. Los resultados que consigamos serán inevitablemente parciales, insatisfactorios, vacilantes, fruto de alianzas temporales y con intereses contradictorios. Pero son resultados que aún así pueden ocurrir, que de hecho ocurren, que van labrando un terreno de lucha cada vez más favorable hasta alcanzar ese punto de ruptura, de cambio profundo, de transformación permanente del sentido común que se asienta en normas, leyes y hábitos. Hasta que lleguemos por lo tanto a ese cambio revolucionario, por irreversible, que se convierta en nueva normalidad durante décadas o generaciones, que ya nunca se abandone del todo, sino que pase a ser otro sedimento permanente de nuestra civilización humana.
El capitalismo es un proceso revolucionario de ese tipo. Su imposición ha sido larga, sangrienta y costosa. Sus efectos y consecuencias han sido y son explosivos, espectaculares, potencialmente mortales para nuestra especie. Sus raíces, alimentadas con todo ese sufrimiento y audacia, son ya muy profundas. El consenso entre buena parte de los asistentes a la conferencia Beyond Growth era que debemos superar ese capitalismo, si queremos sobrevivir. Es sin duda el horizonte por el que debemos trabajar, la orientación de nuestra brújula política. Pero esa certeza no es operativa, no gana victorias.
Hoy en día la tarea es averiguar qué fuerzas pueden estar disponibles para trabajar en esa dirección. Qué pasos podemos dar para ir recomponiendo el sujeto protagonista de las transformaciones necesarias. Qué reformas inmediatas, y urgentes, debemos priorizar para evitar los peores escenarios posibles de catástrofe ecosocial, aquellos que harían imposible seguir luchando por la emancipación. Es bueno que nuestra presencia en la casa de la democracia europea ya se cuente por miles, que hayamos conseguido la centralidad del debate. Espero que ahora seamos capaces de empezar a orientar la dirección de rumbo de la sociedad, de pasar de las certezas a los hechos, de transformar la convicción científica y moral de una minoría en el sentido común irrenunciable de una gran mayoría.

Fuente: https://www.elsaltodiario.com/decrecimiento/woodstock-del-poscrecimiento - Imagen Encuentro Beyond Growth en el Parlamento Europeo XAN LÓPEZ

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