Un llamado a la «razón», pero no a la «razón» de las minorías dirigentes

Hoy la humanidad afronta un gran desafío: salir triunfante ante la crisis ecológica, expresión de la crisis del capitalismo global. Sin embargo, la expresión triunfante lleva inexorablemente el término perder, ser derrotado, ya que no se puede concebir la salida a la crisis ecológica como un triunfo del ser humano sobre las leyes de la naturaleza, sino como la derrota del ser humano ante la naturaleza, y así reconocer a tiempo que, si no existe un equilibrio entre los sistemas sociales y los límites biofísicos del planeta, las sociedades humanas están destinadas a perecer. El negacionismo de aquellos que desconocen el cambio climático y la crisis ecológica, busca definir a la Tierra como un ente inmutable que eternamente estará a disposición de la satisfacción de necesidades del consumismo desenfrenado. La intensificación de los efectos ocasionados por la crisis ecológica ha demostrado que el triunfo de la humanidad, no es más que la derrota de la racionalidad.

Por Juan Camilo Delgado Gaona

Sin embargo, sería erróneo generalizar la derrota a toda la humanidad, pues en una sociedad divida en clases antagónicas algunos tendrán más que perder que otros. La necesidad radica en que las mayorías explotadas adquieran conciencia de los efectos destructivos que representa la reproducción ampliada del capital, caracterizada por la privatización de los beneficios y la socialización de las consecuencias, y así poder derribar cada estructura de la civilización capitalista. 

Si bien en una civilización como la capitalista moderna los efectos de la crisis ecológica han golpeado más fuerte a determinados sectores (explotados), en un posible panorama catastrófico no existirá una distinción de clase. 

Lo irrazonable sería que por la ambición de unos pocos (explotadores), todos asuman los efectos de la crisis. Por ello, el triunfo debe ser de los explotados que, al reconocer los límites del planeta, darán paso a un nuevo paradigma civilizatorio cimentado en la igualdad, la solidaridad y la armonía con la naturaleza.

Ese paradigma civilizatorio debe hacer una ruptura radical con el modelo de producción capitalista que ha venido apropiándose y destruyendo de forma indiscriminada la naturaleza, pues alcanzar un equilibrio entre lo social y lo natural – no antrópico, requiere un nuevo sistema socioeconómico basado no solo en la socialización de los medios de producción que permita materializar la igualdad, sino también en una nueva forma de producción que incluya realmente limitaciones al existir la posibilidad de trasgredir los límites de la naturaleza y cuyo fin último sea la satisfacción de las verdaderas necesidades del ser humano y no aquellas que son producto de las herramientas útiles al capitalismo, como la publicidad. 

Además, dicha producción debe tener como uno de sus objetivos esenciales la transición energética, no entendida únicamente como el paulatino reemplazo del uso de combustibles fósiles por otro tipo de fuentes de energía –siendo imposible reemplazar la cantidad de energía que producen los combustibles fósiles por otras fuentes en un tiempo relativamente corto– sino como el decrecimiento del consumo de energía a nivel mundial, lo cual requiere un nuevo modelo de vida que prescinda de todo lo innecesario en términos generales.


Lo anterior no es un llamado a regresar a los modos de vida de las épocas primitivas, aunque sí aprendiendo de aquellas prácticas comunitarias basadas en el bien común que nuestros antepasados emplearon y que hoy comunidades campesinas, indígenas y afrodescendientes nos quieren enseñar. 

Lo anterior es un llamado a la razón, pero no la razón de las minorías dirigentes, de aquellos que nos quieren hacer creer que entre economía y naturaleza no existe ninguna relación, sino la razón de las mayorías personificada en un nuevo paradigma civilizatorio que incluya las cosmovisiones y los múltiples paradigmas de los sectores que integran esa vasta masa de explotados, marginados y olvidados, pero con la suficiente fuerza revolucionaria para accionar el freno de emergencia del tren de la historia, como una vez escribió Walter Benjamín.

Una visión economicista de la salida a la crisis ecológica nos convoca a la denominada revolución verde, que pretende conservar intactas las estructuras socioeconómicas del sistema capitalista moderno, mientras se intenta por medio de ecoproductos, ecotecnologías, ecoinnovación, econormatividad y más ecos, mitigar los impactos negativos sobre la naturaleza. 

Sin embargo, pretender ubicar un proyecto económico de crecimiento ilimitado dentro de un (eco)sistema con límites establecidos, no es más que la demostración de los falsos esfuerzos y las caretas aún no reveladas. 

La ecohumanización del capitalismo –ilusoria por cualquier arista que se analice– pretende contrarrestar los efectos producidos por la apropiación, cosificación y destrucción de los bienes comunes de origen natural, simplificando la complejidad de lo natural, conservando únicamente la lógica de la continua apropiación de la naturaleza como fuente de riqueza. 

El objetivo final de dicha ecohumanización es solo la legitimación de la apropiación.


Fuentes: Rebelión
 

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