¿Por qué quiere Elon Musk acabar con la Estación Espacial? Así se fragua la ley del más fuerte de la economía extraterrestre
Está previsto que la Estación Espacial Internacional (EEI) concluya su vida útil en 2030. Este hito de la cooperación espacial y científica, por el que han pasado unos 300 astronautas de 20 países diferentes, será desorbitado y volverá a la atmósfera terrestre tras 32 años en servicio. Pocos tienen tantas ganas de que eso suceda como Elon Musk. “Ha cumplido su propósito. Tiene muy poca utilidad adicional”, ha afirmado esta semana el multimillonario, que cree que cuanto antes termine esta etapa, mejor. “La decisión corresponde al presidente, pero mi consejo es lo antes posible. Recomiendo que sea dentro de dos años”.
Carlos del Castillo
Es difícil seguir el pensamiento de Musk entre sus miles de tuits, memes, troleos y pronósticos sobre avances tecnológicos sin base factual. Pero, de vez en cuando, el magnate deja aflorar sus objetivos con precisión. La Estación funciona como un laboratorio orbital único donde científicos de todo el mundo realizan experimentos en condiciones de microgravedad. ¿Por qué tiene tanta prisa Musk por acabar con ella? La respuesta es que la EEI fue un logro sin precedentes en la colaboración internacional. El símbolo de una era que acabará con ella.
La etapa que comienza ahora estará marcada por el interés económico y el lucro, no por la investigación científica y la colaboración. “Se está evolucionando de un concepto de exploración a un concepto de explotación”, explica Efrén Díaz, responsable del área espacial del bufete Más y Calvet y secretario general de la Asociación Española de Derecho Aeronáutico y Espacial. “El concepto de explotación es más amplio que el de minería espacial, pero no está contemplado en los tratados internacionales directamente”, avanza el jurista en conversación con elDiario.es.
El símbolo de esa etapa de explotación no será un nuevo laboratorio, ni la Luna. “Vámonos a Marte”, concluía Musk su serie de tuits sobre el fin de la Estación Espacial Internacional. El planeta rojo es el norte de la nueva brújula espacial marcada por la privatización, pero esa carrera por llegar primero a los recursos se mueve en un vacío legal. Musk ya ha dejado claro lo que piensa al respecto y no precisamente en publicaciones de su red social, sino en el documento que estipula los términos del servicio de SpaceX, su empresa espacial.
El resumen es que no quiere que ningún poder actual mande sobre él o sus empresas. “Para los Servicios prestados en, sobre o en órbita alrededor del planeta Tierra o la Luna”, estipula el contrato, “se regirán e interpretarán de conformidad con las leyes del Estado de Texas en los Estados Unidos. Para los Servicios prestados en Marte, o en tránsito a Marte mediante Starship u otra nave espacial, las partes reconocen que Marte es un planeta libre y que ningún gobierno terrestre tiene autoridad o soberanía sobre las actividades marcianas”.
“En consecuencia, los Conflictos se resolverán mediante principios de autogobierno, establecidos de buena fe, en el momento del asentamiento marciano”, concluye el párrafo.
Sin tratados marcianos
La actual regulación del espacio está basada en cinco tratados internacionales firmados entre 1967 y 1979. Una de las columnas vertebrales que establecen “es el principio de no apropiación ni ocupación del espacio ultraterrestre, incluida la Luna y otros cuerpos celestes”, detallaba hace unos días Efrén Díaz en el contexto del Foro Internacional de Pequeños Satélites y Servicios (SSSIF, por sus siglas en inglés), que esta semana ha celebrado su sexta edición en Málaga.
Esos principios imperaron hasta 2015, cuando EEUU modificó sus leyes al respecto para incluir que “aquello que los americanos o América obtenga del espacio en cuanto a explotación de recursos”, mencionando incluso energía y gases, “será de los americanos. La pregunta que se abrió y para la que todavía no hay respuesta es qué pasa con los principios de no ocupación y no apropiación”, continúa el jurista.
Siguiendo a EEUU, otros países como Japón, India o Luxemburgo modificaron sus leyes en el mismo sentido. Coincidía con el momento en que el cohete Falcon 9 de SpaceX conseguía aterrizar de nuevo en la Tierra tras poner en órbita 11 satélites de comunicaciones. Suponía un antes y un después: con lanzadores reutilizables se reducía drásticamente el coste por lanzamiento y se abría un camino para generar la economía del “Nuevo Espacio”.
Una década después las proyecciones no dejan de crecer. “El impacto general del sector espacial en la economía es bastante grande. Se estima que ahora mismo está entre 400.000 y 600.000 millones”, detalla Carlos García-Sacristán, jefe de relaciones Internacionales de la Agencia Espacial Española: “Influye además en una parte muy grande de la economía. Se estima también que alrededor del 20% de la economía de la UE depende de los servicios y productos producidos por los sistemas espaciales”.
“Además, está creciendo a un ritmo mucho mayor que la economía en general. De nuevo, las estimaciones para la próxima década son de alrededor del 7% al 9% de crecimiento anual, lo que significa que tendríamos como el triple del tamaño para 2035”, continuaba García-Sacristán en una de las ponencias del SSSIF. Según un informe del Foro Económico Mundial, la cifra podría llegar a los 1,8 billones de dólares para ese 2035.
El primero que llegue se lo queda
Esas estimaciones, no obstante, solo tienen en cuenta la proyección del avance espacial sobre la Tierra. “Se prevé que cinco sectores —cadena de suministro y transporte; alimentación y bebidas; defensa estatal; comercio minorista, consumo y estilo de vida; y comunicaciones digitales— generen el 60% de la economía espacial mundial en 2035, aunque también se verán beneficiados otros sectores”, dice el informe del Foro Económico Mundial. Sin embargo, los recursos de Marte (donde Musk espera llegar alrededor de 2030) o de otras fuentes, como asteroides, quedan fuera de la ecuación.
Es ahí donde está presionando el hombre más rico del mundo, que no solo lleva la delantera en la economía del Nuevo Espacio (Starlink tiene más minisatélites en órbita que el resto de empresas y gobiernos juntos) sino que también espera colocarse por delante en la explotación de esos posibles nuevos yacimientos espaciales. Con el poder que el magnate ha tomado en el Gobierno estadounidense y la creciente tensión geopolítica favorecida por las guerras comerciales de Donald Trump, la renovación de los tratados espaciales para adaptarlos a la nueva realidad se antoja imposible.
“No es previsible a corto o medio plazo encontrar un nuevo consenso para modificar los tratados y que sean ratificados por decenas de países”, reconoce Efrén Díaz, que avisa: “Dejar que sean solo los americanos quienes exploten estos nuevos recursos puede ser la base de nuevos conflictos, como está sucediendo con la inteligencia artificial”. “A los primeros astronautas se les denominaba 'enviados de la humanidad'. Creo que esa debería ser la pauta para cualquier recurso que se traiga del espacio: debería repercutir en toda la humanidad”.
El espacio se cierra
La economía del Nuevo Espacio estuvo marcada, en un primer momento, por la apertura de este entorno a nuevos actores. El abaratamiento de los lanzamientos permitió que incluso pequeñas empresas, universidades y startups pudieran poner sus satélites en órbita, experimentar e innovar. No obstante, la tendencia está volviendo a cambiar.
Así lo avisó en otra de las charlas del SSSIF el profesor emérito de la Universidad Politécnica de California (Cal Poly), Jordi Puig-Suari. Para este experto, miembro del Salón de la Tecnología Espacial por ser uno de los cocreadores del estándar CubeSat, la tendencia de hacer naves espaciales cada vez más grandes hará que se vuelva a dejar de lado la experimentación y el descubrimiento. Actualmente, Musk está llevando a cabo las pruebas de Spaceship, un lanzador superpesado de 5.000 toneladas.
“Un aumento de la masa supone un aumento del coste base, lo que reduce mi tolerancia al riesgo y te obliga inmediatamente a añadir complejidad y pruebas. Esto presenta un coste adicional, lo que va a suponer que tengo aún menos tolerancia al riesgo, así que vamos a ser aún más cuidadosos y hacer más análisis y asegurarnos de que todo funciona. Eso es una vuelta a donde estaba el viejo espacio, con calendarios muy largos, grandes naves espaciales, realmente caras, y proyectos en los que el fracaso no es una opción”, expuso Puig-Suari.
Por ello, el profesor pide crear una vía de lanzamientos al margen de las empresas privadas y el capital riesgo, que impone lógicas economicistas en la exploración espacial. “Hay áreas de alto riesgo que el gobierno debe liderar porque no hay un caso de negocio y ninguna entidad privada lo hará”, concluyó Puig-Suari: “Todo el mundo dice que el capital riesgo cambió el mundo del espacio porque trajo todo este dinero a la mesa. Sí, pero ese dinero nunca habría llegado sin la inversión pública. Algunas de las mejores ideas vinieron de proyectos que no generaban dinero. Es muy aterrador olvidarlo y hay que asegurarse de tenerlo en cuenta”.
Proyectos como la Estación Espacial Internacional. En estos años, la EEI ha permitido descubrimientos fundamentales sobre cómo afecta el tiempo en el espacio al cuerpo humano, nuevos materiales superresistentes propiedades de la materia que han permitido comprender mejor el universo o se ha monitoreado el cambio climático. Una base orbital que no tiene fecha de reemplazo pero sí de muerte. Con una ironía final: será SpaceX, la empresa de Elon Musk, quien ejecute la misión encargada por la NASA para traerla de vuelta a la Tierra.
Fuente: https://www.eldiario.es/tecnologia/quiere-elon-musk-acabar-estacion-espacial-fragua-ley-fuerte-economia-extraterrestre_1_12069250.html - Imagen de portada: La Estación Espacial Internacional