Uganda: tierra de aguas vivas: biodiversidad, cultura y desafíos hídricos
El agua, el elemento de la naturaleza más poderoso, preciado y escaso, que emerge de montañas, glaciares y manantiales; fluye por ríos, cascadas y valles fluviales; y se serena bajo tierra, lagos y humedales, ha sido siempre una fuente de inspiración para el ser humano. Un líquido subestimado en adjetivos como transparente, incoloro, inoloro e insípido que sin embargo es capaz de ocultar los fondos más inaccesibles, teñir de blanco espumoso la base de una cascada, anunciar (con gusto) su presencia, aunque no lo mires. Que, además, garantiza que a su paso florezca un legado ecológico, cultural y espiritual.
Texto por Iria Sambruno García
¿Quién pudiera entender los manantiales,
el secreto del agua,
recién nacida, ese cantar oculto
a todas las miradas
del espíritu, dulce melodía
más allá de las almas…?
(Federico García Lorca, Manantial, 1919)
Uganda es uno de esos lugares afortunados. Situado en África oriental, el país que atraviesa la línea del ecuador presume de un ecosistema privilegiado donde el agua prevalece en multitud de formas. Aquí nace el segundo río más largo del mundo, el Nilo, que a su paso por Murchison Falls National Park, la fuerza del Nilo Victoria ofrece uno de los espectáculos visuales y sonoros más potentes de la naturaleza. Sus mares de interior imponen tanto que sus visitantes primerizos necesitan mirar un mapa dos veces para cerciorarse de que lo que ven, res un lago continental. El lago Victoria, de más de sesenta y nueve mil kilómetros cuadrados, casi de la extensión de Irlanda, es el segundo más grande del mundo. Imagina otros ciento sesenta y cinco lagos que salpican el paisaje, algunos situados en cráteres de volcanes dormidos, otros alimentados por la nieve derretida de las montañas Rwenzori, cuyos picos rozan los 5.000 metros de altitud. Aquí, el agua reside dulce, salada, hirviendo, acelerada, serena y es el hogar de miles de especies: mamíferos, aves, reptiles, peces..Y del ser humano.
Humedales, auténticos refugios de biodiversidad
De todos los lugares donde el agua demuestra su capacidad para sostener la vida, en Uganda los humedales ocupan un lugar especial. Son ecosistemas donde el agua, ya sea dulce, salada o salobre, es el principal factor que controla el medio ambiente y la biodiversidad asociada.
«Los humedales son cruciales porque actúan como sistemas de transición entre diferentes cuerpos de agua. Reciben aportes de fuentes como ríos y arroyos y a menudo desembocan en lagos que acumulan grandes cantidades de materia orgánica. Esta riqueza los convierte en auténticos refugios de biodiversidad», explica Miguel Cañedo-Argüelles, ecólogo e investigador del Instituto de Diagnóstico Ambiental y Estudios del Agua (IDAEA-CSIC).
Pese a ocupar un escaso 7% de la superficie terrestre, el Convenio de Ramsar (el “Convenio Relativo a los Humedales de Importancia Internacional Especialmente como Hábitat de Aves Acuáticas”) los califica como uno de los ecosistemas más diversos del planeta, capaz de proporcionar algunos de los servicios ecosistémicos más básicos para la vida, como son el agua, los alimentos y ciertos materiales. También facilitan servicios ecológicos como la regulación del clima, la acumulación de sedimentos, la formación de suelos y la prevención de la erosión. Algo que explica que las primeras civilizaciones humanas se situaran en los grandes cauces del norte de África, Eurasia, los Andes y Mesoamérica.
En Uganda la extensión de humedales alcanza el 11% de la superficie del país, de acuerdo con el último Atlas de los Humedales de Uganda, publicado en 2016, entre los estacionales, los permanentes y los bosques pantanosos, agrupados en ocho cuencas de drenaje: Nilo Alberto, Aswa, Kidepo, lago Alberto, lago Edward, lago Kyoga, lago Victoria y Nilo Victoria. Una proporción nada desdeñable, que, sin duda ha contribuido a que fuera el segundo país del mundo, después de Canadá, en aprobar una ley de humedales en 1995, la National Policy for the Conservation and Management of Wetlands. Su conservación también está contemplada en la Uganda Vision 2040, una hoja de ruta hacia el desarrollo socioeconómico de la región. El país es, además, miembro del Convenio de Ramsar, con 12 de ellos incluidos en su listado.
Humedales de Uganda
Con todo ello, estos ecosistemas no están exentos de grandes retos ya que, a nivel mundial se ha perdido un 35% de su superficie, un 30% en Uganda, según registran los informes de Ramsar y el Atlas de Humedales. Un problema especialmente notable en la cuenca fluvial del lago Victoria y del lago Alberto que se debe, entre otros factores a la contaminación, el drenaje, el incremento de asentamientos en las zonas urbanas y a los cambios de uso de la tierra para la agricultura en áreas rurales. También debido a la alteración de los regímenes de flujos y a las variaciones en el patrón de lluvias. Todos estos factores están alterando los patrones de agua, las dinámicas de estos ecosistemas y la calidad del agua, con impactos visibles.
«El cambio climático está afectando sobre todo a las comunidades que viven cerca del agua, especialmente por las inundaciones y el aumento del caudal de lago Victoria y el Nilo Victoria», comparte Caeser Ochira, guía turístico en Wild Frontiers Nile River. El joven guía, que desde hace cinco años navega desde el embarcadero de Paraa “South Bank” hasta las cascadas de Murchison Falls, revela los cambios que él mismo ha presenciado en un simple lustro, desde que acabó sus estudios de turismo y empezó a trabajar en el Nilo. “Recuerdo cuando trabajaba aquí y el agua aún no había cubierto los árboles de la orilla. Tenían unas hojas verdes preciosas, llenas de vida”. El guía ugandés señala como posible causa, además del cambio climático, a la construcción de azudes y presas en Sudán del Sur, Etiopía y Egipto. “Estas infraestructuras bloquean el curso natural del agua, alteran los niveles y generan desequilibrios que afectan a los ecosistemas locales».
El ecólogo Miguel Cañedo explica que estos cambios en los patrones de precipitación y los fenómenos extremos afectan a la capacidad de los sistemas para adaptarse. «Si el nivel del lago sube de manera permanente, al final todo se reorganiza, pero si existen periodos de subidas y bajadas impredecibles, el ecosistema no llega a madurar». Esta alteración impacta especialmente en los humedales que pueden sufrir lo que Cañedo denomina un “reset ecológico”, donde el agua en abundancia hace un lavado de la materia orgánica que se ha ido depositando en el área del humedal, dejándolo vacío y provocando que la comunidad biológica tenga que empezar de cero. Además, “la concentración de lluvias muy intensas puede provocar el arrastre de vertidos orgánicos acumulados hacia lagos y ríos, causando problemas de eutrofia, es decir, exceso de algas, falta de oxígeno y muerte de peces”.
Estos desafíos ponen en riesgo pilares fundamentales como la seguridad alimentaria y la preservación de la biodiversidad, algo que exige una atención plena ante el contexto de crisis climática en el que nos encontramos. Para la población ugandesa, estas áreas son extremadamente importantes para mantener la productividad agrícola, alimentar a los animales, especialmente durante la estación seca, para asegurar la pesca artesanal que representa el modo de vida de numerosas comunidades locales, además de otros usos como pueden ser el turístico, recreativo o espiritual.
Kibiro, la aldea moldeada por el agua
“Las inundaciones también han obstaculizado nuestras actividades afectando a nuestra economía, que ya enfrenta retos como la falta de electricidad para conservar el pescado, las difíciles vías de acceso al pueblo y la falta de herramientas para llevar a cabo nuestras actividades”, relata Richard Irumba, guía local originario de Kibiro, un pequeño pueblo de pescadores y trabajadoras en minas de sal, asentado a orillas del lago Alberto, en el distrito de Hoima. Kibiro es uno de los testimonios vivos de cómo sus habitantes se han adaptado al entorno, moldeando su economía y su manera de vivir alrededor del agua. El pueblo cuenta con la inmensa masa azul del segundo lago más grande del país y con las aguas termales que en su lengua local (Runyoro Runyakibiro) se conocen como Akabiga. Debido a su ubicación en la falla del Valle del Rift, las lluvias han sido siempre más escasas en esta zona, como se puede observar en el mapa de precipitaciones anuales, aunque en los últimos años sus habitantes también se han enfrentado a un número creciente de inundaciones, al igual que en otras regiones de Uganda.
«Nuestro suelo es salino, no es bueno para la producción de cultivo, por ello nos dedicamos a la sal, que se vende en otros mercados locales y en la República Democrática del Congo, y también a la pesca artesanal» (Richard Irumba, guía de Kibiro).
Las vidas alrededor del agua
La extracción de sal de Kibiro es el motor económico de este pequeño pueblo, que según la UNESCO se realiza de forma tradicional desde hace nueve siglos, razón por la cual forma parte de su listado de lugares Patrimonio Mundial. Esta tarea ha sido históricamente realizada por las mujeres, en un proceso que implica el raspado, esparcimiento y amontonamiento de la tierra que después se lixivia para terminar hirviendo el residuo que da lugar a blanquecinos monolitos de sal. Un proceso que dura seis semanas y se lleva a cabo de sol a sol durante la estación seca.
Los hombres de Kibiro trabajan la pesca artesanal, que también se comercializa en el mercado. El lago Alberto es otra vasta extensión de agua de cinco mil quinientos kilómetros cuadrados que supone la mayor fuente de agua, alimento, recursos económicos para muchas poblaciones ugandesas desde el siglo XIX, como señalan investigadores de la Universidad de Makerere en Kampala. En su estudio alertan de la disminución progresiva en las poblaciones de peces de gran tamaño, como la perca del Nilo, el bagre azul y el pez tigre, lo que aumenta la presión sobre las especies más pequeñas, como el Engraulicypris bredoi (conocido localmente como muziri) o el Brycinus nurse (ragooge).
Las aguas termales de Akabiga son, además, un enclave cultural y espiritual muy valioso de esta pequeña villa. Según cuenta el guía ugandés, la fuente termal, que puede alcanzar los 100ºC, es conocida por su medicina natural, capaz de curar enfermedades como el dolor de espalda, de estómago, problemas cutáneos o la tensión arterial. Antiguamente se consideraba un lugar de culto tradicional y sagrado y hoy en día perdura la creencia de que bañarse en sus aguas quita las maldiciones.
Al igual que Kibiro, muchas otras comunidades que han aprendido a convivir con las oportunidades y desafíos del agua han estado y siguen estando en el centro del debate sobre cómo conservar entornos naturales, como los humedales, mientras se gestionan las interacciones con las personas que dependen de ellos. En este contexto, las políticas de conservación y su enfoque no solo determinan el destino de estos ecosistemas, sino que también tienen un impacto profundo en la vida de quienes los habitan.
Habitante de Kibiro caminando sobre las aguas termales de Akabiga. ©Iria Sambruno García
Retos del modelo actual de conservación de la naturaleza
Mantener una buena calidad de los humedales y otros ecosistemas donde el agua es protagonista es, por lo tanto, vital para el bienestar de las personas y de miles de especies que han desarrollado culturas y hábitats basados en la interacción con ella. De esta necesidad surgen los planes y las políticas orientadas a su conservación, impulsadas por organismos locales e internacionales. La más reciente es la Declaración Nacional sobre Medioambiente y Humedales de 2023 que publicó en febrero de 2024 el Gobierno de Uganda, a través del Ministerio de Agua y Medioambiente . Esta declaración, de acuerdo al Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo ( UNDP ), supone un paso fundamental para la protección de los humedales del país.
Dada su relevancia social y ecológica parece razonable pensar que la implantación de medidas de preservación debería coincidir con los intereses de las comunidades, sin embargo, la realidad es mucho más compleja. El aumento de la población en Uganda, que el Atlas de Humedales ya señalaba en 2016, ha triplicado su número, pasando de 12.6 millones en 1980 a 34,8 millones en 2014. Esto ha supuesto una gran presión en estas áreas debido a la elevada demanda de sus recursos para asentamientos, materiales y, en especial la agricultura de subsistencia, que ocupa un peso sustancial en el país.
De acuerdo con Ivonne Liere, ingeniera ambiental y experta en gestión del agua y gobernanza: “En Uganda vivir dentro de un humedal está prohibido y solo están permitidos ciertos tipos de trabajo como los viveros, cortar grama para el ganado o cortar papiro para fabricar materiales como escobas, alfombras, sombreros… Por lo tanto, la percepción de las comunidades que habitan dentro del humedal o viven del humedal es de temor y miedo hacia las autoridades y sus formas de desalojo”.
El desalojo impositivo y desigual de las comunidades genera una brecha significativa entre las necesidades de la población y las autoridades, que, según Liere, no solo excluyen a las personas con menos recursos sino que también las responsabiliza de la degradación de los humedales. Esta percepción negativa se refuerza indirectamente con la propia terminología empleada desde el gobierno, que utiliza encroachment (invasión) para referirse a quienes se instalan en los humedales.
Este modelo de conservación basado en el establecimiento de áreas protegidas, caracterizado por la exclusión de las comunidades de estos entornos naturales delimitados, comenzó en Uganda a inicios del siglo XX con el dominio colonial, explica el conservacionista Mark Infield , y tiene su origen en la declaración de Yellowstone, en Estados Unidos, como primer parque nacional del mundo. Lo que sucede es que en los humedales, como ocurre en los parques nacionales, las leyes dictaminan que una vez estos espacios alcanzan dicha categoría, allí no puede haber gente. Se trata de una decisión que, como señalan los expertos, genera resentimiento y rechazo por parte de las comunidades puesto que las despoja de su cultura y sus vidas. Responde a un modelo que perdura a día de hoy y refleja un cierto grado de imperialismo cultural.
No obstante, el modelo no puede entenderse en términos absolutos de “blanco o negro”, pues en su complejidad existen matices con sus virtudes y desafíos a resolver. Entre los aspectos positivos destaca su capacidad de atraer la atención y los fondos de otros gobiernos e instituciones internacionales, algo necesario para sacar adelante proyectos encaminados a la protección de la biodiversidad. La legislación también permite proteger a los humedales más pequeños que, a menudo, carecen de este halo de proteccionismo como en el caso de los grandes humedales, deltas o parques naturales. También es destacable la labor de sensibilización sobre la importancia de preservar estos espacios. En este sentido, Liere habla de programas de capacitación y guías prácticas que el gobierno facilita para instruir a la gente sobre qué actividades pueden realizarse de manera sostenible dentro de los humedales. La delimitación de ciertas áreas protegidas contribuye también a la conservación de la fauna salvaje y grandes mamíferos, de los que Uganda puede presumir.
A pesar de los avances legislativos, las tensiones entre conservación y desarrollo humano han demostrado que no basta con proteger los ecosistemas. Los expertos coinciden en la necesidad de reformular la manera en la que las medidas se comunican a las personas y diseñar las estrategias de conservación y restauración en colaboración con las comunidades. Pero, sobre todo, por tener en cuenta las conexiones culturales y los valores históricos que vinculan las áreas protegidas con quienes las habitan. El verdadero reto de la conservación está en la gobernanza de los organismos encargados de la toma de decisiones, que deberían, no solo reconocer sino también integrar estos significados culturales en la gestión. Este cambio de paradigma podría marcar la diferencia en la construcción de un futuro más sostenible.
Imagen de portada: Grulla coronada cuelligrís en un humedal del Parque Nacional de Murchison Falls. ©Iria Sambruno García
Fuente: https://endemico.org/uganda-tierra-de-aguas-vivas-biodiversidad-cultura-y-desafios-hidricos/