Mexico: "Las mujeres indígenas tenemos una forma organizativa propia y autónoma"

Laura Hernández Pérez es parte del Enlace Continental de Mujeres Indígenas de las Américas. Desde México, explica las múltiples vulneraciones de derechos, pero también resalta la organización colectiva para construir sociedades más justas. Reivindica la lucha zapatista y afirma: "Hay un mundo desigual para con las mujeres y pueblos indígenas, con una cuestión racista y colonialista".

Por Mariángeles Guerrero


Laura Hernández Pérez es indígena del Pueblo Nahua. Es activista, defensora de derechos humanos, de las niñeces, de juventudes indígenas y trabajadora social. Vive en la ciudad de México e integra la Coordinadora Nacional de Mujeres Indígenas (Conami) y el Enlace Continental de Mujeres Indígenas de las Américas (Ecmia), una red internacional de organizaciones de mujeres y pueblos indígenas surgida en la década del 90. Valora las redes internacionales para tejer alianzas en defensa de los derechos humanos. En el plano local, es crítica del gobierno de la presidenta Claudia Sheinbaum, a quien le reclama políticas específicas para los pueblos indígenas y denuncia el avance del crimen organizado sobre las comunidades. Sin embargo, destaca ciertos avances, como la prohibición del maíz transgénico.
Su familia materna y paterna migró antes de su nacimiento y se estableció en la periferia de la ciudad de México. Creció en el municipio Nezahualcóyotl. Su identidad, explica, es “nahua por autoadscripción”. Señala que “autoadscripción” es un término que contribuye a visibilizar la diversidad de identidades indígenas. Se trata de una instancia de reconocimiento de esas identidades como población indígena. Con ese concepto, el censo nacional de 2020 registró 23 millones de indígenas en territorio mexicano.

“En México tenemos la experiencia de considerar a la lengua como el elemento para decidir si alguien es indígena. Pero ahí hay un abismo y una omisión. Porque si vemos la cantidad de población hablante de lengua indígena, en México seríamos siete millones de personas”, matiza. Y agrega: “Hay generaciones que no hablamos una lengua indígena, pero sí nos identificamos como indígenas. Hay generaciones que entienden la lengua, pero no la hablan. Hay quienes la hablan solamente en sus espacios comunitarios o familiares por una cuestión de discriminación”.

Foto: Poleth Rivas / Secretaría de Cultura CDMX

Su perspectiva es la de una mujer indígena urbana que pone en valor el territorio como un sistema de creencias, que va más allá de la ubicación de la comunidad, y plantea otra forma de pensar la relación con la naturaleza, la soberanía alimentaria y la articulación con el feminismo. “El papel y el rol de las mujeres indígenas es muy complejo y muy difícil en los territorios. La esperanza es que los derechos humanos sean válidos, protegidos y garantizados”, expresa.
—¿Qué significa 'el territorio' para los pueblos indígenas?
El territorio no es solamente una cuestión del espacio físico, de ubicación de la comunidad. Es un sistema de creencias culturales, políticas, simbólicas y espirituales. Y esto se lleva interiorizado estés donde estés, incluso en el espacio urbano. Algunas de esas expresiones simbólicas tienen que ver con rituales. Por ejemplo, en el Día de los Muertos hay ciertos tipos de ofrendas según la comunidad a la que pertenezcas. También la relación con la naturaleza cambia. Hay población indígena que vive en las ciudades, pero aún tiene algo de espacio rural y eso le permite sembrar o hacer huertos de traspatio. Algo que traemos como mujeres indígenas es la salvaguarda de nuestros territorios. El territorio como un todo, como el espacio que se habita pero también como un espacio de conexión con la Madre Tierra y con todos los seres físicos y espirituales que están allí.
—Hay una cosmovisión que excede el territorio de la comunidad...
En el caso de las y los indígenas que tuvimos que salir del territorio de nuestra comunidad, las abuelas y los abuelos siempre están con nosotras y nosotros. Y su mensaje, incluso en un espacio urbano, es seguir la práctica milenaria de cuidar nuestros territorios, de conectar con la naturaleza y de hacer lo posible por vivir en armonía. En la cuestión de la soberanía alimentaria, cuidar las semillas, darle el valor a lo que se come, agradecer a la Madre Tierra lo que nos brinda. El modelo capitalista no ve que sin la tierra no seremos nada. Muchas mujeres se quedan en sus territorios y muchas de ellas son defensoras, cuidadoras de la tierra, del agua y del aire. Y esto es importante porque las mujeres, decididamente, son transmisoras de mucha cultura. A nivel personal, mi esperanza es regresar a mi comunidad y sembrar, porque ese es el legado de mis ancestras y ancestros y quiero honrarlo.
—¿Cuál es la situación de los pueblos indígenas en México en término de acceso a derechos?
Cada Gobierno ha tenido sus particularidades. Pero en el sexenio anterior (el periodo de gobierno de Andrés Manuel López Obrador) y en el de Sheinbaum, tenemos un Gobierno que el mundo considera de izquierda. No estaría tan de acuerdo con eso. Pero, por lo menos, en el sexenio anterior y en la continuidad de este ha cambiado mucho la situación a nivel institucional. Hay un órgano, que es el Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas, que se encarga de la política pública. El gobierno de López Obrador hizo algunas modificaciones a esa institución. Y dijo “nada sin las organizaciones”, pero eso incluía solo a las organizaciones con personería jurídica. Y eso afectó a las comunidades indígenas.
—¿Y cómo continúa ese proceso?
Ahora se empezó a trabajar con proceso asamblearios, pero también aquí uno se cuestiona qué pasa con la población indígena que estamos en las periferias de las ciudades, donde no existen estos procesos. De ahí ha venido a complejizarse la situación, en relación a los derechos y a la institucionalidad. Con la política de bienestar se trata de alcanzar a todos los grupos, entre ellos los pueblos indígenas. Pero nosotros requerimos de una política pública específica, de presupuestos específicos y de acciones integrales para atender los derechos humanos. Y no es así como se está llevando a cabo. Hay apoyo económico, pero eso no es suficiente para abordar problemáticas muy complejas que se están viviendo en los territorios.
—¿Cuáles son esas problemáticas?
Por lo menos desde el año pasado hay una situación con los cárteles y el crimen organizado que está vulnerando a las comunidades, que les está violentando sus derechos humanos. Por ejemplo, la cuestión del desplazamiento forzado. Se les saca de sus comunidades, se les quitan sus territorios. Hay comunidades en estado de abandono. Es un nuevo modus operandi que tienen: ya no basta con el tráfico de drogas o de personas, ahora quieren explotar el territorio. En Chiapas las comunidades fueron desplazadas por el crimen organizado para explotar minerales como el litio. La situación se complejiza porque el extractivismo ya no es solo una cuestión de política pública, sino de otros actores que están invadiendo los territorios. El crimen organizado afecta de manera general a los pueblos indígenas, pero creo que aquí es importante colocar la cuestión de las mujeres indígenas. A veces los compañeros se van de las comunidades y quienes se quedan en estos espacios son las mismas mujeres, sus hijas e hijos.
—¿Cómo se vincula esto con la persecución de las y los defensores ambientales?
Se volvieron a activar casos de criminalización y muerte a defensores y defensoras y eso también se entreteje con la cuestión del crimen organizado, porque está ampliando sus opciones para movilizarse dentro del territorio, para llevar y traer mercancía. Nos preocupa que muchas veces no sabemos lo que pasa en los territorios, y eso es porque no se puede difundir esa información fácilmente, porque puedes ser víctima de la violencia.
—¿Qué experiencias de resistencia destaca en México?
El Ejército Zapatista de Liberación Nacional es un claro ejemplo de experiencia de resistencia porque tiene muchos años de vigencia pese a los cambios políticos que vivió el país. El Pueblo Yaqui lleva una lucha histórica de mucho tiempo, que se mantuvo a pesar de la opresión y de la invisibilización. En el centro del país hay experiencias de resistencia a las termoeléctricas, hay un movimiento de lucha que une tres estados que se llama Frente de Pueblos en Defensa del Agua de Puebla, Tlaxcala y Morelos.

Foto: ECMIA

Cuidar al maíz de los transgénicos
Mediante la modificación de la Constitución Nacional, en marzo pasado, México prohibió la siembra de maíz modificado genéticamente. A pesar de las presiones de las grandes multinacionales y del gobierno de Estados Unidos, el país decidió proteger el cultivo más consumido en el país.
—¿Por qué es importante el maíz para la cultura mexicana?
Es importante dimensionar la cuestión de quién cuida el maíz. En México se consume la tortilla y derivados del maíz. Pero no todas las personas dimensionan ese valor de fondo. Saben que pueden ir a la tortillería y comprar su tortilla, pero no saben si esa tortilla viene de un maíz transgénico. Eso pasa sobre todo en los espacios urbanos. También está el problema del encarecimiento. En México se consume maíz, pero son las organizaciones campesinas y las comunidades indígenas las que le colocan otro valor. Y, por eso, enfrentamos la necedad de Estados Unidos y de Monsanto/Bayer de entrar a México con el maíz transgénico. La campaña “Sin maíz no hay país” dio argumentos a nivel constitucional. El maíz es un alimento milenario que perdió su diversidad por este modelo económico donde hay que urbanizar y hay que poner carreteras, cuando el maíz necesita naturaleza para crecer.
—¿Qué implica este alimento en términos de tradición?
Lo veo con mis abuelos. Se siembra maíz, pero al lado se siembra calabaza, chile, quelites, frijol y otros alimentos que son importantes. La milpa es un ecosistema, una forma circular importante que hay que cuidar. Hay comunidades que tienen prácticas de cuidados de la semilla. Pero la verdad es que el cambio climático ha afectado la naturaleza misma del maíz. Se necesita atender esta cuestión climática, que no solamente la vemos en México, sino en el mundo. Todo está conectado. La conservación de alimentos y de los animales que forman parte de ese ecosistema es muy importante.
—¿Cómo hacemos para descolonizar nuestros platos?
El problema para descolonizar nuestros platos está en la imposición de modelo de desarrollo económico y social. No puede ser que aquí en México vendan una mandarina ya pelada en platos desechables. Se ha impuesto un modelo de visión en torno a qué debemos de consumir y de qué manera. Eso es muy distinto en las comunidades porque, por ejemplo, con mi abuela nada se desperdicia y en algunas comunidades indígenas campesinas, igual. Nada se desperdicia, todo es funcional. Todo vuelve a la tierra y se convierte en energía. En el espacio urbano han impuesto un modo de comer muy distinto. En la escuela de mi hija su maestra les invita a tomar agua, pero ya las niñeces no toman agua, toman jugos. Ese es un problema porque cómo no vamos a darle agua a nuestro cuerpo. Tenemos que desaprender mucho de lo que se ve en televisión y en las redes sociales acerca de comer empaquetados. No creo que descolonizar sea muy complejo en personas adultas, veo necesario trabajarlo más con las niñeces y juventudes. Por ejemplo, destinar un espacio en las escuelas para el buen comer, que está ligado a la soberanía alimentaria y no a los productos de las empresas transnacionales que causan daño ambiental y en nuestros cuerpos.
—¿Qué se necesita desde la perspectiva de las políticas públicas?
El discurso político del Gobierno es “primero los pobres” y dentro de los pobres se encuentran los pueblos y mujeres indígenas. Pero queda en un mero discurso. No basta solamente con una cuestión de dar continuidad a proyectos como "Sembrando Vida" en el que llegan, reforestan, ponen huertos y generan alimentos que no son de la zona, sino que se permita atender la vida de quienes siembran, que son las comunidades campesinas e indígenas.
Caminar en articulación
En diciembre pasado la presidenta Sheinbaum anunció que el 2025 sería el año de las Mujeres Indígenas en México. La Encuesta Nacional de Discriminación (Endis), en 2022, señaló que el 41 por ciento de ellas opinó que sus derechos humanos no se respetan. Entre los principales motivos de discriminación a las mujeres indígenas se encuentran: forma de vestir, peso o estatura, por ser mujer, por ser indígena o afrodescendiente, creencias religiosas y manera de hablar.
—¿Qué relación tienen las luchas feministas con las luchas de los pueblos indígenas?
No todas las mujeres indígenas nos definimos feministas. Hay un mundo desigual para con nosotras como mujeres indígenas y para con los pueblos indígenas. Hay un mundo con asimetría en el poder, con una cuestión racista y colonialista. Cada una de las hermanas y compañeras escogerá su camino y su elección respecto del feminismo, pero lo que podemos rescatar es que muchas aliadas son feministas y han venido a contribuir a nuestras luchas como mujeres indígenas. El feminismo es un espacio de articulación y también un espacio para visibilizar la diversidad de las mujeres. Es importante señalar que las mujeres indígenas tenemos una forma organizativa propia, autónoma, que ha costado mucho.
—¿Por qué?
Porque te enfrentas con tu comunidad, con tu familia, con tu pareja si es un hombre. Muchas veces no hay una valoración de lo que haces. Lo hemos visto con muchas hermanas, que han sufrido violencia y han tenido que salir de ese círculo, y luego llegan a espacios mixtos donde hay compañeros que también las vulneran, las minimizan, las humillan. Enfrentar esas situaciones familiares o comunitarias, pero fuera de la comunidad, es un reto para las mujeres indígenas, porque la comunidad te mira y te valora. Y para algunas hermanas el feminismo ha sido una herramienta y es válido. Para otras, nos enfocamos en hacer alianzas, en llevar una incidencia colectiva y creo que también es muy válido. Porque esa es la apuesta: la defensa de nuestros derechos humanos como mujeres y como integrantes de pueblos indígenas.
—¿Cuál es el horizonte en esa defensa de derechos?
El Buen Vivir implica una cuestión de los derechos humanos, el acceso pleno a la soberanía alimentaria, a vivir una vida libre de violencias, libre de discriminación, de racismo. Las rutas son varias. Y cada una de nosotras como mujeres indígenas va a tomar la opción que mejor le parezca. Desde el Enlace Continental de Mujeres Indígenas de las Américas caminamos en articulación. Sabemos que en muchos espacios de incidencia a nivel internacional por los derechos humanos hay una fuerte presencia de grupos feministas. Entonces necesitamos colocar nuestras voces allí. En estos espacios ha habido conflictos y diferencias, pero nosotras siempre decimos que vemos por un bien mayor. Y nuestro bien mayor no es solo nuestra organización local, nacional o internacional, sino también las otras mujeres indígenas, niñeces y juventudes.

Fuente: https://agenciatierraviva.com.ar/las-mujeres-indigenas-tenemos-una-forma-organizativa-propia-y-autonoma/ Imagen de portada: Foto: Carmen Martínez / ONU Mujeres

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