Uzbekistán: Antes todo este desierto era mar


La vida en las antiguas localidades pesqueras del mar de Aral, en Uzbekistán, no ha dejado de empeorar desde que la URSS sometió a la región a una producción de algodón desmesurada que secó buena parte del agua. La desaparición de este mar es considerada uno de los mayores desastres ecológicos de la historia: Moynaq (Uzbekistán) // El faro, repintado con dibujos blancos y negros, aunque en estado prácticamente de abandono, sirve de referencia a vecinos, cooperantes y turistas para ver hasta dónde llegaba el agua del mar de Aral. Si no fuera por símbolos como este, costaría creer que aquí una vez hubo un mar.

Núria Vilá

Ahora, sin embargo, es solo el triste recuerdo de otra época próspera, y el primer vestigio que salta a la vista al llegar a un espacio que sirve ahora de reivindicación. Carteles con imágenes del mar en distintas fechas adornan este lugar lúgubre, desde el año 1960, cuando se encontraba todavía lleno de agua, hasta 2016, donde prácticamente había desaparecido.
Berlín a 3.500 kilómetros, El Cairo a 2.882, Brasilia a 12.582, Ankara a 2.200… Una señal indica las direcciones hacia las principales capitales del mundo, aunque desde aquí no resulte ya de mucha utilidad. Justo delante, la vista solo alcanza a ver un gran desierto, ocupado únicamente por una decena de barcos oxidados, ordenados uno al lado del otro.
Al lado, un museo completa la experiencia mostrando algunos restos del viejo mar: animales disecados que habitaban la región, paisajes dibujados de la vida pesquera, conchas, dientes de tiburones, latas de conserva del pescado que se podía capturar allí…   
«Conocía el caso del mar de Aral desde hacía muchos años y siempre había querido verlo con mis propios ojos. Es una de las catástrofes ecológicas más grandes del siglo XX», explica Javi, un viajero catalán que ha decidido incluir el viaje hasta el mar de Aral en una ruta de un mes por Kirguistán, Kazajistán, Tayikistán y, finalmente, Uzbekistán.

Uno de los barcos abandonados cerca del museo de Moynaq. JAVIER DELGADO.

Reclamo turístico
Como todos los turistas extranjeros que visitan este cementerio de barcos, pasea a su alrededor y se hace fotos en ellos, mientras observa la decadencia del lugar y trata de imaginar lo que un día fue. «Aunque ya lo hubiese visto en fotos, es muy distinto a estar aquí –continúa Javi–. Lo más impactante no son los barcos, sino mirar al horizonte: todo lo que alcanza la vista era agua, y en 60 años ha desaparecido».
Moynaq es ahora una ciudad deprimente, abandonada, donde cuesta imaginar el pasado en que ostentaba el privilegio, hasta los años setenta, de ser la única ciudad portuaria del país, teniendo en cuenta que Uzbekistán está rodeado también de países sin acceso al mar. Solo en Moynaq, unas 30.000 personas trabajaban en la pesca o en el procesamiento de pescado en la fábrica de conservas, y se estima que en los años cincuenta más del 10% de todo el pescado que se consumía en la Unión Soviética (URSS) provenía del mar de Aral. Además, las plantas de algodón brotaban por todas partes, lo que hizo que la población local encontrara empleo sembrándolo y recogiéndolo, excavando canales o pescando.
Pero el Kremlin quería priorizar el cultivo de algodón y que la URSS se convirtiera en el mayor productor del mundo. Y durante el Gobierno de Leonid Bréznev el proyecto se llevó a cabo. Entre 1965 y 1985, se duplicó el número de hectáreas de tierra cultivable, y el clima y la elevada población de Uzbekistán propició que tres cuartas partes del algodón soviético se cultivara allí: todos los ríos eran trasvasados hacia los campos, el agua los inundó, traspasó las capas del suelo y acabó destruyéndolo. ¿La razón? Debajo de aquella tierra infértil del desierto había grandes bancos de sal; al penetrar el agua en la tierra, puso la sal en movimiento y se abrió paso hasta la superficie. Además, se rociaron pesticidas tóxicos desde el aire sobre tierras de labor, huertos y áreas infantiles. Mientras el ecosistema se deterioraba a pasos agigantados, más del 90% del algodón de Asia Central era enviado a Rusia para su elaboración.



Arriba (foto de Núria Vilà), una señal con la dirección hacia las principales capitales del mundo. A la derecha (foto de Javier Delgado), una imagen del museo que muestra las antiguas labores de pesca. Debajo (foto de Núria Vilà), el fondo marino visto desde un 4×4.

El pequeño mar de hoy
Muchos viajeros terminan aquí su visita a los vestigios del mar de Aral; para otros, esta es únicamente una parada en el camino, que sirve para cambiar el coche ordinario por un 4×4 en el que soportar el largo viaje por el desierto, antes lleno de agua, hasta llegar al pequeño mar que todavía resiste.
Durante el trayecto, el paisaje se reduce a arena, pequeñas plantas y algunos cañones formados después de que se secara el mar. Solo en algunos tramos aparecen camiones, rumbo a las centrales térmicas de gas que se alzan en medio de la nada; en la década de los 2000 se descubrieron yacimientos de gas en el subsuelo del viejo fondo marino. Si no fuera por el turismo que llega a la zona, pocos extranjeros cruzarían por estas tierras desoladas.
«El turismo se está abriendo y está creando muchas oportunidades para el sector de los negocios», explica Olimjon, impulsor de la agencia de viajes uzbeka Oxus Travel, que cada semana conduce alrededor de 2 o 3 tours al mar de Aral, durante la temporada de buen tiempo. «La comunidad local dependía del agua, y la agricultura y la pesca eran economías avanzadas en la década de 1960. Hoy en día apenas hay agua, y la tierra es salada y no se puede utilizar para la agricultura. Para el bienestar económico, el turismo es una industria menos dependiente del agua y puede ayudar a la comunidad a ganar dinero», cuenta Olimjon.    
¿Por qué el mar de Aral atrae a los turistas? «Hay muchas razones», explica Yusup Kamalov, ingeniero en energía térmica, activista medioambiental y presidente de la ONG Union for Defence of the Aral and Amudarya (UDASA). «Algunos son turistas extremos que tienen interés en visitar sitios donde han tenido lugar desastres, como Chernóbil, para hacer fotos. Otros quieren ver el lago moribundo porque saben que pronto desaparecerá».
Kamalov vive en Nukus, que se encuentra «en el centro del desastre» y a unos 300 kilómetros de lo que queda del mar. A lo largo de su vida ha sido testigo directo de su desvanecimiento y pronostica un futuro poco esperanzador. «Ahora el mar de Aral está prácticamente vacío. Queda menos del 7% del antiguo mar. La generación más joven intenta irse del país, para estudiar o simplemente para sobrevivir, por la situación ambiental y económica. Cada año se producen muchas tormentas de polvo que recogen la sal del antiguo fondo del mar y la distribuyen por toda Asia Central. Los agricultores se ven obligados a limpiar sus campos dos veces al año para evitar la salinización, lo que requiere más agua. La biodiversidad en el delta del Amu Daria [el río que abastecía el mar de Aral] se ha reducido significativamente. Hemos perdido cientos de especies de animales: pájaros, peces, insectos… La situación va a empeorar debido a la escasez de agua. Las tormentas de polvo son cada vez más frecuentes y la velocidad de los vientos ha aumentado. El clima se ha vuelto más continental: más caluroso en verano y más frío en invierno. Además, Afganistán ha comenzado a cavar un nuevo canal de irrigación que absorberá un tercio del agua del Amu Daria».



Izquierda: Durante el viaje, el paisaje se reduce a arena, pequeñas plantas y algunos cañones formados después de que se secara el mar. Núria Vilà. Derecha: Un campamento de yurtas en medio del desierto acoge a muchos de los turistas que se aventuran para ver la masa de agua restante. Núria Vilà. Debajo: En la pequeña parte que aún queda del mar de Aral la alta concentración de sal hace que esta cristalice y se amontone en la orilla. Javier Delgado.

Las preocupaciones de Kamalov las comparte, a miles de kilómetros de distancia, Sarah Cameron, profesora norteamericana, historiadora e investigadora sobre el mar de Aral, que actualmente está escribiendo un libro sobre las causas y consecuencias del desastre. La investigación de Cameron va más allá de Uzbekistán y se centra también en Turkmenistán y Kazajistán. «En la parte kazaja del mar, el Banco Mundial construyó en 2005 una presa que ha ayudado a revitalizar parte de la industria pesquera. No fue posible encontrar una solución técnica similar en la parte uzbeka. El cambio climático también está complicando la situación en las tierras del mar de Aral», cuenta la investigadora.
Después de varias horas de viaje por caminos cada vez más bacheados en un todoterreno manejado por un joven local, al oscurecer, una barrera custodiada por un vigilante marca la llegada un campamento de yurtas enclavado en medio del desierto. Esta especie de camping acoge a muchos de los que se aventuran hasta aquí para ver la masa de agua restante, situada a muy poca distancia. La electricidad funciona con generadores y el agua dulce se almacena en depósitos.
A la mañana siguiente, por fin llega el momento de contemplar lo que queda del mar. La arena se mezcla con la sal, cuya concentración la hace rebosar y cristalizar en la orilla, y al intentar adentrarse en el agua los pies se hunden con rapidez en el fondo de arena.
«Hoy se habla tanto de quienes niegan el impacto humano en la naturaleza… Pero cuando tienes casos tan flagrantes como este, uno se pregunta: ¿cómo es posible que alguien llegue a discutirlo», reflexiona Javi, tras visitar el mar de Aral, mientras el tren avanza hacia Samarcanda, la última parada de su viaje.  

Fuente: https://climatica.coop/aral-antes-todo-este-desierto-era-mar/   - Imagen de portada: La gran atracción del museo del mar de Aral, en Moynaq, son los barcos oxidados que un día, en ese mismo sitio, surcaron las olas. Foto: NÚRIA VILÀ
 

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