Argentina: De frenar a Monsanto a proponer agroecología

En la localidad de Malvinas Argentinas ya nada es lo mismo. Haber expulsado a Monsanto, ese monstruo transnacional que quería instalar una planta de procesado de semillas transgénicas, dignificó a todo una comunidad. Pero no sólo eso: también permitió avanzar en formas alternativas de trabajar y de producir en la tierra. “Malvinas Agroecológica”, un proyecto en crecimiento.

Débora Cerutti y Marcos Rostagno

El gustito a la lucha
Viajamos por la Ruta 88 que une la ciudad de Córdoba con Malvinas Argentinas. Apenas 14 kilómetros separan la capital cordobesa de la localidad que se hizo conocida en el mundo por enfrentarse a Monsanto. Una ruta que hicimos mil veces de ida y de vuelta durante estos últimos años, con el cuerpo atravesado por la presencia del gigante de los transgénicos. Esta vez, el motivo del viaje no tiene que ver con la multinacional. O quizás sí. Pero esta vez, es diferente. Llegamos a mediodía, el sol pega fuerte y el trabajo se ha frenado para reponer energías. A Lucas le tocó cocinar otra vez su guiso de arroz al disco. Ya están todos acomodados en la larga mesa del galpón esperando su ración. En esas cuatro paredes de bloques con piso de tierra, refugio del calor y espacio de reuniones, conviven frases de Fidel con consignas del Ni una Menos y el Sí a la Vida.
Un niño nos guía entre los surcos de tierra labrada y cultivada por donde asoman las cebollas de verdeo, las hojas de lechuga y las de acelga. Mientras todos terminan de comer, recorremos el predio de media hectárea donde desde hace dos años existe un proyecto agroecológico que convoca a producir respetando y cuidando el territorio, propone caminar hacia la soberanía alimentaria e invita a trabajar la tierra de manera cooperativa.
Ante esto, comenzaron a organizarse y surgió la intención de formar la cooperativa con una propuesta de producción periurbana agroecológica, en la que hoy se encuentran diez personas trabajando, que vemos trabajar transpirando calma y risas mientras se alcanzan los baldes llenos de cemento para revocar la cisterna y uno que otro mate pasa de mano en mano.
Nos cuenta Edgardo que cuando comenzaron, pudieron adquirir un tractor, elementos de labranza. El primer año produjeron 2.500 metros con cultivo hortícola. Cuando empezaron a cultivar verduras de hoja, se encontraron con un problema: la disponibilidad de agua.
Por ello decidieron presentar un proyecto al Prohuerta, programa del INTA que fue aprobado y hoy está siendo ejecutado. Así llegaron a la construcción de una cisterna de 52 mil litros que involucra además un sistema de captación de agua los techos de las casas vecinas al lote y la distribución por goteo. Esto permitiría solucionar el problema de la falta de agua y abarcar toda la media hectárea en producción con parte de chacra (zapallo, maíz, melón para este próximo verano), otro sector para el preparado de bioinsumos y producción de tomate, pimiento y berenjena: “Calculamos que vamos a sacar unas 1.500 plantas de cada una. Allá serán casi 2 mil metros de cebolla. Ya tenemos ajo haciendo semillas y un canterito de hoja chico”.
La cisterna permitirá abocarse a otras tareas que no sean exclusivamente las de riego: “Perdíamos mucho tiempo regando con mangueras. La idea es que más allá de que sea agroecológico y colectivo, tiene que ser rentable. Esa es una dimensión que debe cumplir la producción”, afirma Edgardo, quien destaca que la “rentabilidad” no se mide únicamente en términos monetarios sino también en la calidad de vida de los trabajadores.
Trabajo cooperativo
“Nos pensamos de manera colectiva en lo referido al trabajo. Al día de hoy somos un grupo de 10 personas facilitado por la posibilidad de gestión de salarios sociales complementarios a partir de la Ley de Emergencia Social. No somos una empresa ni tampoco queremos serlo”, manifiesta con convencimiento Edgardo quien nos cuenta la lucha dada desde el Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE), dentro de la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP).
Lucas Guzmán, también vecino de Malvinas Argentinas y uno de los impulsores del proyecto Malvinas Agroecológica, ve cómo la falta de trabajo en su pueblo fue uno de los argumentos que usaron Monsanto y la Municipalidad de Malvinas para buscar la licencia social. Por eso siente que es algo que hay que resolver, desde propuestas alternativas y colectivas: “Venimos de la lucha, de la resistencia acá en Malvinas. Ha tomado un nivel de conciencia importante la población y también está esa demanda por parte de algunos vecinos de alimentos sanos y libres de agrotóxicos”. Lucas plantea la construcción de formas de trabajo colectivas, sin patrón y que eso apunte al cambio social a transformar la sociedad y sobre todo la forma de producción que hoy existe.
Yamila Fonseca es una de las trabajadoras de la huerta agroecológica, que se sumó hace poco tiempo a trabajar en la cooperativa: “Hago el mismo trabajo que todos”, nos dice. Está contenta con su trabajo y destaca la solidaridad y el compañerismo que han construido: “Acá uno si tiene un problema todos te dan una mano o te reconocen en muchas cosas. Siempre se puede contar con los compañeros”. Cuenta que ha aprendido mucho en las tareas que vienen desarrollando. Tal el caso de conocer cómo realizar el control de plagas por medio de pesticidas naturales: “Cumplen la misma función [que los industriales] y es mucho más sano para uno mismo porque es lo que nosotros comemos”.
Un cinturón verde por recuperar
Con el sonido de las máquinas mezcladoras que no paran de producir el cemento para el revoque de las paredes de la cisterna, los y las trabajadoras nos cuentan que los campos que rodean Malvinas Argentinas fueron en algún momento parte del cinturón verde de la ciudad de Córdoba pero con el crecimiento inmobiliario y la agricultura extensiva se fue perdiendo, al punto de que existen pocas quintas y huertas. La lucha contra Monsanto ha motivado nuevamente en muchas familias “la vuelta a cultivar la tierra”, en un pueblo que tiene una larga tradición de producción hortícola y de chacra.
Malvinas Agroecológica es una especie de “bicho raro” en la zona periurbana de la ciudad de Córdoba. La agroecología aparece como una práctica que no sólo permite generar alimentos sanos y sin agroquímicos, sino también procesos de concientización junto a los trabajadores de la cooperativa, sus familias y las vecinas y vecinos que se ven influenciados de alguna manera por este proyecto: “Estamos generando un cambio”, dice Edgardo.
Actualmente, la distribución y comercialización de la producción se realiza en ferias, como la de las Sierras Chicas, en Ciudad Universitaria de Córdoba (la Feria Agroecológica) y también están gestionando los permisos para realizar una feria agroecológica en Malvinas Argentinas, pero el Municipio todavía no se los permite.
La agroecología tiene un fuerte componente colectivo y educativo. Uno de los objetivos del proyecto es que cada trabajador o trabajadora pueda en su casa una huerta para poder avanzar hacia la autosustentabilidad en algunas cuestiones alimentarias: “Día a día vemos que la quinta, la huerta y la agroecología nos dan aprendizaje. Es mucho y es poco a la vez lo que hemos hecho pero creemos que hay potencialidad muy grande para seguir creciendo”, afirma Edgardo. El gustito a la lucha, se siente cada vez más fuerte en los rostros de quienes trabajan la tierra y en los alimentos que producen.
Ya empieza a atardecer cuando tomamos la 88 de vuelta para la ciudad. A lo lejos vemos el predio de 28 hectáreas donde alguna vez pretendió instalarse Monsanto y que ya fue concedido a otros proyectos industriales. Nos detenemos un instante a imaginar el círculo virtuoso que cerraría si hoy ese predio fuera comunitario y estuviera destinado a la producción agroecológica de alimentos.

Fuente: http://latinta.com.ar/2017/09/agroecologia-malvinas-argentinas-monsanto/

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