Ciclos rotos: De la escasez a la abundancia

Queda claro que la arrogancia del progreso no advierte de la cadena de errores ni mucho menos detendrá (palabra vetada en el diccionario de la modernidad) la situación, pero como era de esperar, el tiempo de la escasez ya ha llegado a su fin. No hace tanto la agricultura que permitía la vida campesina y la alimentación de la humanidad dependía de… la abundancia de la Naturaleza. El Sol es la fuente infinita, la cornucopia, la energía con la cual los vegetales tragan el carbono de la atmósfera y que, vía sus raíces, llega hasta la inmensidad de la vida invisible subterránea.

Por Gustavo Duch

A cambio de este alimento, todo este microbioma obsequia a las plantas otros nutrientes que, junto con el carbono, les permiten vivir, crecer, entregar semillas y morir. Morir de viejas o de accidente y caer sobre la tierra donde un hormiguero de detrívoros colaborarán en su putrefacción y reciclaje para volver a entrar en la tierra chafadas elegante y lentamente por las pezuñas de los rumiantes que pastan por la zona. O morir masticadas en la boca de estos mismos animales herbívoros que han hecho de su estómago un paraíso para otra inmensa comunidad de microbios gourmets de la celulosa. Allí estas bacterias tienen la mesa puesta y el menú servido las 24 horas del día, por eso, por agradecimiento y por educación, con su digestión y con sus propios cuerpos alimentan a sus anfitriones. Horas después muchos de estos microorganismos, junto con lo que quedó de la materia orgánica, son puntualmente excretados por la vaca u oveja en cuestión, garantizando la regeneración (antónimo de desertificación) de la tierra donde todo empezó.
Así era. Un sistema natural de construcción infinita de tierra fértil, la Madre Tierra, con unos “subproductos” más que importantes para la procreación de la vida: oxígeno con el que respirar todos los seres vivos no verdes del planeta; alimentos en forma de vegetales comestibles para los animales, vegetarianos estrictos y no vegetarianos u omnívoros;  y alimentos animales en forma de carne, huevos o leche para que muchos otros animales, entre ellos los humanos, puedan formar también parte de esta vida que se alimenta de vida gracias a que existe la muerte. No es una cadena trófica, como nos han querido hacer creer, es un ciclo de nutrientes.
Pero así era hasta que con el acceso a un recurso finito, el petróleo, los seres humanos han modificado parte de este complejo sistema alimentario y lo han ido reduciendo progresivamente a algo muy simple, torpe y vulnerable. Ahora sí que podemos afirmar que, en un encadenamiento de errores, nos hemos encadenado a una cadena alimentaria que ahoga.
Primero, los motores movidos con petróleo nos llevaron a extender enormemente las cosechas de granos anuales, abriendo y exponiendo periódicamente la tierra a la erosión, que provoca una suerte de esterilización de toda esa vida invisible. No satisfechos con eso, y casi al mismo tiempo, la agonía de la tierra se aceleró con la aplicación de fertilizantes químicos y pesticidas, justamente derivados y extraídos con petróleo, muy eficaces en acabar con el microbioma de estas entrañas maternales. Desconozco si fuimos o no conscientes, pero el paso siguiente fue otro nuevo error biológico, y como dioses enfurecidos decidimos expulsar de la tierra a los animales, para confinarlos y engordarlos a base, precisamente, de granos polianuales, incluso en el caso de los herbívoros que no los necesitan en su dieta. Y cuando la tierra cercana ya estaba muerta o era insuficiente, el petróleo, en un último acto de servicio, puso a viajar el maíz, el trigo o la soja por las autopistas de la globalización.
¿Advierten el subterracidio generado? El exceso de labranza, cual terremoto periódico, destruye el continente, el hogar, las madrigueras de la vida subterránea, a la vez que despide el carbono hacia la atmósfera en un desequilibrio que todo lo calienta. Los pesticidas y fertilizantes, cual cámara de gas, aniquilan a la población que hubiera encontrado algún lugar seguro donde refugiarse y resistir. Y con la desaparición de la ganadería y sus sustanciosas heces no solo se corta el suministro de alimentos, cual bloqueo yanqui unilateral en toda regla, sino que también se impide la recolonización del hábitat con nuevas vidas microbianas.
Queda claro que la arrogancia del progreso no advierte de la cadena de errores ni mucho menos detendrá (palabra vetada en el diccionario de la modernidad) la situación, pero como era de esperar, el tiempo de la escasez ya ha llegado a su fin y, en breve, sin petróleo, volveremos a la abundancia del Sol Padre y la Madre Tierra.

Fuentes: CTXT [Imagen: Dos mariposas sobre las flores. ROVERHATE / PIXABAY] https://ctxt.es/es/20220501/Firmas/39588/#.YnOG1BtpJVQ.twitter

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