Ecomodernismo versus ecología política
Giorgos Kallis - Ecología Política
"El manifiesto para la ecomodernización" redactado por el think-tank “postecologista” del Instituto Breakthrough, ha tenido sus días de fama en EE.UU., publicitado en las páginas del New York Times, y no es difícil entender el porqué. Εl mensaje “optimista” del manifiesto, que apela ciertamente a los que están en el poder, es que, “si queremos salvar el planeta, tendremos que decir adiós a la naturaleza”. A pesar de que el manifiesto no ha captado la atención en España, en Latinoamérica algunos comentaristas se han subido a bordo de este nuevo “ecopragmatismo” con entusiasmo.
El manifiesto comienza con premisas familiares para los que somos activistas e investigadores en ecología política. La Tierra se ha convertido en un planeta humano. La naturaleza salvaje, en tierras remotas, ya no existe. Somos parte de la naturaleza y constantemente la transformamos. Qué tipo de paisajes producimos, cuáles conservamos y cuáles no, son cuestiones sociales y políticas. ¡No podríamos estar más de acuerdo! Y, sin embargo, la mayoría de activistas e investigadores en ecología política, incluso los más “modernizadores” de entre ellos, se sentirían incómodos (o eso espero) con la agenda resultante de la ecomodernización: energía nuclear, agricultura genéticamente modificada y geoingeniería contra el cambio climático. Y todo ello en el nombre de, bueno, preservar la naturaleza.
¿Cómo hemos llegado a este punto, a un ecologismo pronuclear?
Empecemos por fijar la atención en los orígenes filosóficos de este “monstruo”. Las premisas filosóficas del manifiesto pueden ser parcialmente atribuidas a la obra de Bruno Latour, un partidario del “postecologismo” y del Instituto Breakthrough[1]. Para Latour, no hay, y no debería haber, ninguna separación entre los humanos y la naturaleza. Latour argumenta que nunca hemos sido realmente modernos, en la medida en que la modernidad existente ha tratado de liberar a los humanos de la naturaleza e ignorar sus efectos sobre ella. Para llegar a ser verdaderamente modernos, tenemos que asumir la responsabilidad final de nuestras transformaciones de la naturaleza, de nuestros productos y de sus efectos: debemos controlar nuestros “Frankensteins” tecnológicos, dice Latour, en lugar de rechazar su producción[2].
Slavoj Zizek, con el argumento provocador de que “la naturaleza ya no existe”[3], señala, con un tono similar: “estamos dentro de la tecnología… y debemos permanecer firmemente dentro de ella” (2011). Para Zizek, como para Latour, no hay vuelta atrás, no es posible una relación no alienada con la naturaleza; más bien deberíamos duplicar nuestros esfuerzos y llegar, por fin, a controlar nuestra alienación.
Desde luego, el comunismo de Zizek es un mundo aparte del capitalismo verde estatal de los postecologistas, pero en lo que se refiere a nuestra relación metabólica con el mundo no humano el resultado es el mismo, independientemente de si el control de los medios de producción de ese metabolismo ha de ser privado, estatal o comunitario.
La cuestión es que estamos llegando a un punto filosófico muerto si afirmamos que “no hay nada que no sea natural en la energía nuclear” (parafraseando la frase de David Harvey sobre la ciudad de Nueva York, 1996), ya que un reactor y una ciudad han sido producidos por los seres de la naturaleza que también somos, metabolizándola. Pero esta posición corre el riesgo de reproducir la lógica del régimen soviético, donde los problemas ambientales no existían, en la medida en que lo que se producía era hecho por el pueblo y para el pueblo. La cuestión clave entonces es la siguiente: ¿qué entendemos nosotros, los ecologistas, por “ecologismo”, si no significa salvar una naturaleza salvaje y estable, si aceptamos que esta ya no existe ni existió nunca verdaderamente?
Una aceptación del término “eco” es necesaria, incluso en los ecomodernizadores; sin ella, su manifiesto se convierte en una pura llamada a la modernización y una defensa de la energía nuclear. Por eso, los redactores del manifiesto justifican la necesidad de la energía nuclear para proteger la naturaleza. El manifiesto argumenta que un uso más intenso y centralizado de la energía va a liberar espacio y recursos para la conservación de la naturaleza salvaje. No me quiero centrar aquí en la insensatez económica y ecológica de la energía nuclear “limpia”. Este argumento no es, de hecho, simplemente erróneo (no quiero ni imaginar cómo sería el mundo entero impulsado por la energía nuclear, ni qué impacto tendría), sino que es inconsistente, en términos filosóficos, con la premisa general del manifiesto según la cual no existe una naturaleza independiente de nosotros.
Contrariamente a Latour, el manifiesto sigue tratando la naturaleza como un medio para conseguir un fin (en este caso, el uso más intensivo de “esta” naturaleza de uranio para salvar “aquella otra” naturaleza salvaje). Y asume que, de alguna forma mágica, la extracción de recursos y las transformaciones que llevamos a cabo “aquí” no afectarán a la naturaleza “allí”. En efecto, el manifiesto es lo que Latour critica como el modernismo 1.0; es decir, un modernismo todavía basado en la idea de separarnos y liberarnos del mundo no humano.
Paradójicamente, el propio trabajo de Latour puede venir a nuestro rescate de los ecomodernizadores. Después de todo, él es el que escribió: “modernizar o ecologizar: esa es la cuestión”[4]. En efecto, a diferencia de los ecomodernizadores, Latour sostiene lo siguiente:
“El reto exige de nosotros más de lo que supone abrazar simplemente la tecnología y la innovación. Se requiere el cambio de la noción modernista de la modernidad de lo que he llamado un «composicionista» [nota: aquello que siendo joven denominaba «ecologista»], que ve el proceso del desarrollo humano, no como una liberación de la naturaleza o como una caída del Edén, sino más bien como un proceso de estar cada vez más unidos, e íntimamente, con una panoplia de naturalezas no humanas.”
Y aquí está el error (me atrevo a decir, con la certeza de que nunca me van a leer) de Latour o Zizek. Reconocer nuestra alienación de la naturaleza, y el poder de contribuir a la producción de nuevas socionaturalezas, no conduce lógicamente a la conclusión de que más “control” o mayor, y una más centralizada tecnología, sea aquello por lo que deberíamos apostar.
Hay múltiples formas en las que podemos estar “cada vez más unidos a […] naturalezas no humanas”, como pide Latour. Y hay varias maneras (tecnologías) y socionaturalezas asociadas que podemos producir. Nuestras opciones van desde bicicletas hasta naves espaciales y desde molinos de viento de bricolaje hasta plantas nucleares. No hay nada que sugiera que nos conectamos más a un río condenándolo y usándolo para producir electricidad que paseando por sus orillas o hablando con él.
¿Qué significado tiene entonces ser “ecologista” sino es el de proteger una naturaleza salvaje?
El movimiento ecologista ha versado siempre sobre un tipo diferente de conexión, tanto entre seres humanos como entre estos y no humanos. Ha defendido una escala menor y unas conexiones más directas, que Ivan Illich llamaba “relaciones de convivencia”: tecnologías que pueden ser controladas por sus usuarios y no por otros en su nombre. El movimiento ecologista ha estado siempre en contra de la energía nuclear, no sólo debido a sus riesgos y a sus efectos ambientales indiscutibles y terribles, sino porque no encajaba con su visión de la vida buena y justa.
Contrariamente a Zizek, la hipótesis ecologista (y decrecentista) es que, como dijo Illich (1973), “el socialismo vendrá en bicicleta”: los sistemas tecnológicos a gran escala crean una sociedad dividida en expertos y usuarios. Sólo hay un pequeño paso para que los primeros se conviertan en los burócratas o los jefes que controlen y se apropien del superávit del sistema. Una sociedad impulsada por la energía nuclear no puede ser una sociedad de iguales o una sociedad de ayuda mutua.
Las demandas de los ecologistas en pro de los límites del crecimiento se han entendido erróneamente como una llamada en favor de una convivencia armónica con la naturaleza, un dejar a “naturaleza” por sí sola (no niego que muchos ecologistas aboguen por los límites desde esta base, pero creo que están equivocados). Por el contrario, como hemos argumentado en el libro Decrecimiento: Vocabulario para una nueva era (D’Alisa et al., 2015), las bases en favor de los límites deben ser diferentes: plenamente conscientes de nuestra capacidad para continuar persiguiendo lo que se puede perseguir, la elección es “no hacerlo”. Como sostiene el filosofo griego Cornelius Castoriadis, “la ecología no es «amor a la naturaleza»: es la necesidad de la autolimitación (que es la verdadera libertad) de los seres humanos”.
Como ecologistas, no queremos producir nucleares o Frankesteins modificados genéticamente. Este “no a” es una elección afirmativa para el mundo que queremos producir, un mundo en el que viviremos una vida digna, más simple y en común. Un mundo de conexión en lugar de desconexión, de acercamiento el lugar de distanciamiento, de acoplamiento en lugar de desacoplamiento. Un mundo en el que controlemos a los controladores. Esta sí que es una visión ecológica.
Referencias
CASTORIADIS, C. (2005). Une société à la dérive. París: Seuil.
D’ALISA, G.; DEMARIA, F.; KALLIS, G. (eds.) (2015). Decrecimiento: Vocabulario para una nueva era. Barcelona: Icaria.
HARVEY, D. (1996). Justice, Nature and the Geography of Difference. Massachusettes: Blackwell Publishing.
ILLICH, I. (1973). Tools for conviviality. Londres: Calder and Boyars.
LATOUR, B. (1995). “Moderniser ou écologiser: À la recherche de la septième cité”. Écologie & Politique, 13, pp. 5-27.
LATOUR, B. (2012). “Love Your Monsters: Why We Must Care for Our Technologies As We Do Our Children”, invierno de 2012. http://thebreakthrough.org/index.php/journal/past-issues/issue-2/love-your-monsters.
ZIZEK, S. (2011). Nature does not exist. https://www.youtube.com/watch?v=DIGeDAZ6-q4&spfreload=10.
* El original de este texto fue publicado en inglés el 7 de mayo de 2015 en el blog de ENTITLE, con el título “Political Ecology Gone Wrong”: http://entitleblog.org/2015/05/07/political-ecology-gone-wrong/, y en castellano el 26 de mayo de 2015 en el Eldiario.es con el título “¿Un ecologismo nuclear?”, traducido y editado por Neus Casajuana Filella: http://www.eldiario.es/ultima-llamada/ecologia-energia_nuclear-ecomodernizacion_6_392020833.html.
[1]. http://thebreakthrough.org/people/profile/bruno-latour.
[2]. Latour (2012). “Love Your Monsters”. http://thebreakthrough.org/index.php/journal/past-issues/issue-2/love-your-monsters.
[3]. Zizek (2011). Nature does not exist. https://www.youtube.com/watch?v=DIGeDAZ6-q4&spfreload=10.
[4]. Latour (1995). “¿Modernizar o ecologizar? En busca de la “séptima” ciud
ad”. http://www.brunolatourenespanol.org/01_destacados_15_Ecologizar%2000.htm.
Traductora: Neus Casajuana Filella
"El manifiesto para la ecomodernización" redactado por el think-tank “postecologista” del Instituto Breakthrough, ha tenido sus días de fama en EE.UU., publicitado en las páginas del New York Times, y no es difícil entender el porqué. Εl mensaje “optimista” del manifiesto, que apela ciertamente a los que están en el poder, es que, “si queremos salvar el planeta, tendremos que decir adiós a la naturaleza”. A pesar de que el manifiesto no ha captado la atención en España, en Latinoamérica algunos comentaristas se han subido a bordo de este nuevo “ecopragmatismo” con entusiasmo.
El manifiesto comienza con premisas familiares para los que somos activistas e investigadores en ecología política. La Tierra se ha convertido en un planeta humano. La naturaleza salvaje, en tierras remotas, ya no existe. Somos parte de la naturaleza y constantemente la transformamos. Qué tipo de paisajes producimos, cuáles conservamos y cuáles no, son cuestiones sociales y políticas. ¡No podríamos estar más de acuerdo! Y, sin embargo, la mayoría de activistas e investigadores en ecología política, incluso los más “modernizadores” de entre ellos, se sentirían incómodos (o eso espero) con la agenda resultante de la ecomodernización: energía nuclear, agricultura genéticamente modificada y geoingeniería contra el cambio climático. Y todo ello en el nombre de, bueno, preservar la naturaleza.
¿Cómo hemos llegado a este punto, a un ecologismo pronuclear?
Empecemos por fijar la atención en los orígenes filosóficos de este “monstruo”. Las premisas filosóficas del manifiesto pueden ser parcialmente atribuidas a la obra de Bruno Latour, un partidario del “postecologismo” y del Instituto Breakthrough[1]. Para Latour, no hay, y no debería haber, ninguna separación entre los humanos y la naturaleza. Latour argumenta que nunca hemos sido realmente modernos, en la medida en que la modernidad existente ha tratado de liberar a los humanos de la naturaleza e ignorar sus efectos sobre ella. Para llegar a ser verdaderamente modernos, tenemos que asumir la responsabilidad final de nuestras transformaciones de la naturaleza, de nuestros productos y de sus efectos: debemos controlar nuestros “Frankensteins” tecnológicos, dice Latour, en lugar de rechazar su producción[2].
Slavoj Zizek, con el argumento provocador de que “la naturaleza ya no existe”[3], señala, con un tono similar: “estamos dentro de la tecnología… y debemos permanecer firmemente dentro de ella” (2011). Para Zizek, como para Latour, no hay vuelta atrás, no es posible una relación no alienada con la naturaleza; más bien deberíamos duplicar nuestros esfuerzos y llegar, por fin, a controlar nuestra alienación.
Desde luego, el comunismo de Zizek es un mundo aparte del capitalismo verde estatal de los postecologistas, pero en lo que se refiere a nuestra relación metabólica con el mundo no humano el resultado es el mismo, independientemente de si el control de los medios de producción de ese metabolismo ha de ser privado, estatal o comunitario.
La cuestión es que estamos llegando a un punto filosófico muerto si afirmamos que “no hay nada que no sea natural en la energía nuclear” (parafraseando la frase de David Harvey sobre la ciudad de Nueva York, 1996), ya que un reactor y una ciudad han sido producidos por los seres de la naturaleza que también somos, metabolizándola. Pero esta posición corre el riesgo de reproducir la lógica del régimen soviético, donde los problemas ambientales no existían, en la medida en que lo que se producía era hecho por el pueblo y para el pueblo. La cuestión clave entonces es la siguiente: ¿qué entendemos nosotros, los ecologistas, por “ecologismo”, si no significa salvar una naturaleza salvaje y estable, si aceptamos que esta ya no existe ni existió nunca verdaderamente?
Una aceptación del término “eco” es necesaria, incluso en los ecomodernizadores; sin ella, su manifiesto se convierte en una pura llamada a la modernización y una defensa de la energía nuclear. Por eso, los redactores del manifiesto justifican la necesidad de la energía nuclear para proteger la naturaleza. El manifiesto argumenta que un uso más intenso y centralizado de la energía va a liberar espacio y recursos para la conservación de la naturaleza salvaje. No me quiero centrar aquí en la insensatez económica y ecológica de la energía nuclear “limpia”. Este argumento no es, de hecho, simplemente erróneo (no quiero ni imaginar cómo sería el mundo entero impulsado por la energía nuclear, ni qué impacto tendría), sino que es inconsistente, en términos filosóficos, con la premisa general del manifiesto según la cual no existe una naturaleza independiente de nosotros.
Contrariamente a Latour, el manifiesto sigue tratando la naturaleza como un medio para conseguir un fin (en este caso, el uso más intensivo de “esta” naturaleza de uranio para salvar “aquella otra” naturaleza salvaje). Y asume que, de alguna forma mágica, la extracción de recursos y las transformaciones que llevamos a cabo “aquí” no afectarán a la naturaleza “allí”. En efecto, el manifiesto es lo que Latour critica como el modernismo 1.0; es decir, un modernismo todavía basado en la idea de separarnos y liberarnos del mundo no humano.
Paradójicamente, el propio trabajo de Latour puede venir a nuestro rescate de los ecomodernizadores. Después de todo, él es el que escribió: “modernizar o ecologizar: esa es la cuestión”[4]. En efecto, a diferencia de los ecomodernizadores, Latour sostiene lo siguiente:
“El reto exige de nosotros más de lo que supone abrazar simplemente la tecnología y la innovación. Se requiere el cambio de la noción modernista de la modernidad de lo que he llamado un «composicionista» [nota: aquello que siendo joven denominaba «ecologista»], que ve el proceso del desarrollo humano, no como una liberación de la naturaleza o como una caída del Edén, sino más bien como un proceso de estar cada vez más unidos, e íntimamente, con una panoplia de naturalezas no humanas.”
Y aquí está el error (me atrevo a decir, con la certeza de que nunca me van a leer) de Latour o Zizek. Reconocer nuestra alienación de la naturaleza, y el poder de contribuir a la producción de nuevas socionaturalezas, no conduce lógicamente a la conclusión de que más “control” o mayor, y una más centralizada tecnología, sea aquello por lo que deberíamos apostar.
Hay múltiples formas en las que podemos estar “cada vez más unidos a […] naturalezas no humanas”, como pide Latour. Y hay varias maneras (tecnologías) y socionaturalezas asociadas que podemos producir. Nuestras opciones van desde bicicletas hasta naves espaciales y desde molinos de viento de bricolaje hasta plantas nucleares. No hay nada que sugiera que nos conectamos más a un río condenándolo y usándolo para producir electricidad que paseando por sus orillas o hablando con él.
¿Qué significado tiene entonces ser “ecologista” sino es el de proteger una naturaleza salvaje?
El movimiento ecologista ha versado siempre sobre un tipo diferente de conexión, tanto entre seres humanos como entre estos y no humanos. Ha defendido una escala menor y unas conexiones más directas, que Ivan Illich llamaba “relaciones de convivencia”: tecnologías que pueden ser controladas por sus usuarios y no por otros en su nombre. El movimiento ecologista ha estado siempre en contra de la energía nuclear, no sólo debido a sus riesgos y a sus efectos ambientales indiscutibles y terribles, sino porque no encajaba con su visión de la vida buena y justa.
Contrariamente a Zizek, la hipótesis ecologista (y decrecentista) es que, como dijo Illich (1973), “el socialismo vendrá en bicicleta”: los sistemas tecnológicos a gran escala crean una sociedad dividida en expertos y usuarios. Sólo hay un pequeño paso para que los primeros se conviertan en los burócratas o los jefes que controlen y se apropien del superávit del sistema. Una sociedad impulsada por la energía nuclear no puede ser una sociedad de iguales o una sociedad de ayuda mutua.
Las demandas de los ecologistas en pro de los límites del crecimiento se han entendido erróneamente como una llamada en favor de una convivencia armónica con la naturaleza, un dejar a “naturaleza” por sí sola (no niego que muchos ecologistas aboguen por los límites desde esta base, pero creo que están equivocados). Por el contrario, como hemos argumentado en el libro Decrecimiento: Vocabulario para una nueva era (D’Alisa et al., 2015), las bases en favor de los límites deben ser diferentes: plenamente conscientes de nuestra capacidad para continuar persiguiendo lo que se puede perseguir, la elección es “no hacerlo”. Como sostiene el filosofo griego Cornelius Castoriadis, “la ecología no es «amor a la naturaleza»: es la necesidad de la autolimitación (que es la verdadera libertad) de los seres humanos”.
Como ecologistas, no queremos producir nucleares o Frankesteins modificados genéticamente. Este “no a” es una elección afirmativa para el mundo que queremos producir, un mundo en el que viviremos una vida digna, más simple y en común. Un mundo de conexión en lugar de desconexión, de acercamiento el lugar de distanciamiento, de acoplamiento en lugar de desacoplamiento. Un mundo en el que controlemos a los controladores. Esta sí que es una visión ecológica.
Referencias
CASTORIADIS, C. (2005). Une société à la dérive. París: Seuil.
D’ALISA, G.; DEMARIA, F.; KALLIS, G. (eds.) (2015). Decrecimiento: Vocabulario para una nueva era. Barcelona: Icaria.
HARVEY, D. (1996). Justice, Nature and the Geography of Difference. Massachusettes: Blackwell Publishing.
ILLICH, I. (1973). Tools for conviviality. Londres: Calder and Boyars.
LATOUR, B. (1995). “Moderniser ou écologiser: À la recherche de la septième cité”. Écologie & Politique, 13, pp. 5-27.
LATOUR, B. (2012). “Love Your Monsters: Why We Must Care for Our Technologies As We Do Our Children”, invierno de 2012. http://thebreakthrough.org/index.php/journal/past-issues/issue-2/love-your-monsters.
ZIZEK, S. (2011). Nature does not exist. https://www.youtube.com/watch?v=DIGeDAZ6-q4&spfreload=10.
* El original de este texto fue publicado en inglés el 7 de mayo de 2015 en el blog de ENTITLE, con el título “Political Ecology Gone Wrong”: http://entitleblog.org/2015/05/07/political-ecology-gone-wrong/, y en castellano el 26 de mayo de 2015 en el Eldiario.es con el título “¿Un ecologismo nuclear?”, traducido y editado por Neus Casajuana Filella: http://www.eldiario.es/ultima-llamada/ecologia-energia_nuclear-ecomodernizacion_6_392020833.html.
[1]. http://thebreakthrough.org/people/profile/bruno-latour.
[2]. Latour (2012). “Love Your Monsters”. http://thebreakthrough.org/index.php/journal/past-issues/issue-2/love-your-monsters.
[3]. Zizek (2011). Nature does not exist. https://www.youtube.com/watch?v=DIGeDAZ6-q4&spfreload=10.
[4]. Latour (1995). “¿Modernizar o ecologizar? En busca de la “séptima” ciud
ad”. http://www.brunolatourenespanol.org/01_destacados_15_Ecologizar%2000.htm.
Traductora: Neus Casajuana Filella