Imaginemos que en el mundo se hubiera inventado el producto ideal para alimentar y vacunar a todos los bebés.

Imaginemos también que ese producto estuviera al alcance de todos, que no contaminara y no requiriera almacenamiento ni distribución, y que ayudara a las madres a planificar sus familias y redujera al mismo tiempo el riesgo de cáncer. E imaginemos ahora que el mundo se negara a aprovecharlo…

Hacia el fin de este siglo de descubrimientos e invenciones sin precedentes, la situación descrita no es, lamentablemente ficticia, el producto ideal es la Lactancia Materna, a la que todos tenemos acceso al nacer y la que, sin embargo, no estamos aprovechando....”
¿Por qué es necesario hablar de la Lactancia Materna? ¿Por qué debemos volver a enseñar algo que es inherente a la especie humana?
Pues porque hemos perdido la cultura del amamantamiento y la hemos reemplazado por la del biberón, impuesta a las familias por las empresas lácteas multinacionales y otros intereses a través de la publicidad y –lamentablemente- también por medio de los profesionales de la salud. Una cultura que explota la necesidad y el derecho de las madres de salir del hogar para trabajar sin que en sus lugares de trabajo se apoye, se facilite o siquiera se respeten las insuficientes normas vigentes para la preservación de la Lactancia Materna. En el mundo, más de un millón y medio de niños mueren anualmente antes de cumplir el primer año de vida por enfermedades evitables con sólo recibir leche materna, como la desnutrición y las diarreas.
Volver a la lactancia materna, aceptar la maravillosa ofrenda de la “sangre blanca” es un acto tanto de amor como de inteligencia. Y en tiempos de crisis, un imperativo ético.

Para saber más: Dar de mamar

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