Kristine Tompkins: “En la sociedad global, nuestras ideas son polémicas porque son impopulares”
La viuda del filántropo dijo que no seguirán comprando tierras a gran escala y que la bióloga Sofía Heinonen será la continuadora en el país de la obra ecológica de su marido; el jueves se le rindió un homenaje a Douglas Tompkins.
RINCON DEL SOCORRO, Iberá.- Desde el ventanal de la casa de la ex empresaria californiana, Kristine McDivitt de Tompkins (66), se avizora un legado ambiental sin precedentes en el país. Sobre el césped, recortado en medio del gran humedal, pululan decenas de ñandúes, carpinchos con sus crías, algún zorro y hasta un ciervo de los pantanos que, extraviado de su morada en pastizales de dos metros de alto, fisgonea el devenir humano. Hay una razón para que la fauna silvestre permanezca aquí “dócil”, al menos sin aprehensión ante la presencia humana: percibe que nadie la hostigará. Ni siquiera los perros, prohibidos en ese gran bastión fragmentado, de 150.000 hectáreas, que hoy ocupa Conservation Land Trust (CLT). Esa organización, integrada por un centenar de especialistas, es la ONG a través de la cual el fallecido ecologista Douglas Tompkins ancló su obra de restauración ambiental para conservar grandes extensiones de tierras en la Argentina y Chile.
Este paraíso, con toda su explosión de vida y su ecosistema saneado, donde CLT desembarcó 20 años atrás, conformará un nuevo parque nacional. La donación de esas tierras se concretará por etapas, de manera que el Estado Nacional pueda ir cumpliendo con su contraparte en la protección de las áreas.
A éste enclave biodiverso se le devolvió su salud ambiental. También se reforzaron las poblaciones de especies de fauna silvestre endebles y se reintrodujo a las extintas-osos hormigueros, venados de las pampas, guacamayos-, en uno de los proyectos ecológicos más ambiciosos del continente. La vuelta del yaguareté constituye el punto más alto de ese desafío, que continuará con tapires y lobos gargantilla, desaparecidos en Corrientes.
Iberá será el tercer parque nacional (PN) que donan los Tompkins, luego del PN Monte León; de la cesión de bosques que logró extender el PN Perito Moreno y de otras 34.000 has, que impulsaron la creación del PN Patagonia.
A ocho meses de su fallecimiento a los 72 años, durante una expedición en kayak junto con amigos por el lago Carrera, en la Patagonia chilena, el ambientalismo argentino celebrará el jueves, el legado de ese hacedor, cuya estatura y visión es comparada con la del Perito Moreno.
Avezado esquiador, escalador y kayakista, fundador de las marcas The North Face y Sprit, su legado no solo se mide por las 85.000 hectáreas que en vida donó al país. También por su respaldo a amplios sectores del ambientalismo argentino.
Como un anticipo de ese homenaje, su socia en esa empresa, Kristine Tompkins, habló con La Nación sobre el alcance de su legado y designó a la bióloga Sofía Heinonen como la continuadora en el país de su obra ecológica.
Entrevista a Kristine Tompkins, viuda de Doug Tompkins
¿ CLT seguirá comprando tierras?
-No a gran escala. Queremos que las que ya tenemos aquí y en Chile se integren, restauradas, a la red de parques. Hay mucho saber acumulado como para trabajar junto a otras ONG y los gobiernos provinciales y nacionales para seguir restaurando. Queremos que sean metas y sueños compartidos, bajo el liderazgo de Sofía Heinonen, la versión femenina de Doug Tompkins.
¿Cómo afectó a la organización la muerte de su líder?
-El impacto fue “tectónico” para mí y para ellos.. CLT es como una gran familia, donde cada persona, cada vida no humana, cada ecosistema, es un miembro. Esa familia fue lo que me permitió sobrevivir. Me caí muchas veces, ellos me levantaron y seguimos andando. La forma de honrar a Doug es seguir ahora con más fuerza. El persistía ante la adversidad. La gente no sabe que para lograr lo que hemos logrado se trabaja muchísimo, en lugares muy aislados. Ahora se ve perfecto pero cada vez que llegábamos a un lugar era un desastre, había que hacer una restauración total. Ese trabajo tan duro, en equipo, crea lazos intensos. Entonces, cuando murió, el golpe por cómo murió, con quién murió (con nuestros mejores amigos), fue terrible.
-¿Cómo lo sobrelleva usted?
-Es como una amputación: un hachazo en un brazo. Tuve una vida maravillosa hasta el 8 de diciembre y después otra. Fuimos inseparables los últimos 25 años. Pero sigo trabajando y no me cuesta. Nací para trabajar. Pero en mi interior, sé que nunca me voy a recuperar de su muerte.
-¿Qué lectura hace sobre la forma en que murió?
-Es irónico cómo se fue; él diría lo mismo. Los cinco de la expedición sumaban cientos de años de experiencia. Se habían salvado de situaciones mucho más peligrosas, escalando el Himalaya, remando en ríos súper peligrosos. Con Doug decíamos que moriríamos juntos, porque hemos volado en su avioneta en condiciones extremas. Y ese día, en ése lago, con kayaks dobles por la costa serena, era el menos arriesgado. De golpe, un conjunto de circunstancias repentinas y una ristra de malas decisiones cambiaron radicalmente el panorama. El murió como vivió, dejando un impacto inmenso porque fue un hombre absolutamente singular.
-¿Qué lo hacía tan especial?
-Cuando fuimos al parque Patagonia a enterrarlo, una de sus hijas trajo fotos de él de niño. Yo las examinaba tratando de entender dónde, cómo se gestó ese clic que forja una personalidad sin miedos, con una determinación capaz de lograr cuanto se proponía y siempre con una visión que contagiaba a otros. Yo puedo frustrarme rápido; él, muy despacio. No importaba si era un negocio, un proyecto de conservación, su colección de arte o de fotografía, él tenía la seguridad de que si trabajaba sin parar llegaría a su meta. Y en todo, llegó. No digo que fuera perfecto, yo era su peor crítica. Pero lo que él hizo con su vida fue algo extraordinario.
¿Cómo despuntó en él el compromiso por la conservación?
-Tuvo un origen claro. Cuando uno es un deportista extremo y enfrenta circunstancias difíciles en la naturaleza, se crea un vínculo íntimo con ella. Es como conocer los pliegues del cuerpo de alguien, la anatomía de tu caballo. Y uno también comprende cómo se siente en ella. Entonces, cuando ve la destrucción de aquello que se ama, uno se enoja; luego reflexiona. Entiende que la naturaleza salvaje es más grande que uno y que cualquier construcción humana. El cuestionaba por qué se le daba la espalda a aquello que le había dado todo: éxito en los negocios, amistades para toda la vida, fama, cualquiera sea el valor que eso tenga. Pero Doug descubrió que él era parte medular del problema. Que en sus empresas fabricaba mierda-decía- que nadie necesita. Ese dilema moral forjó una ética y una lucha. Y así, cambió radicalmente sus prioridades. Pero lo singular fue la escala de su lucha. Y lo central, conocer a la gente adecuada en el mundo de la conservación que con ínfimos recursos libraba batallas titánicas. Vendió su empresa y se propuso dedicar un tercio de su vida a defender aquello que no tiene voz. Nos mudamos a Pumalín (en Chile) y vivíamos en ese paraíso de naturaleza salvaje sin caminos, al que se accedía solo por avión o por barco. “Puedo comprar un bosque y protegerlo”, se dijo. Y ese amor por la tierra y el mundo no humano fue como la heroína.
-El no solía proyectar a escala pequeña. ¿Por qué?
-Es cierto. Pero en verdad su vara no era ni grande, ni pequeña. Su vara era que fuera lo mejor. Siempre. Y la belleza estaba en la base de todo lo que hacía. Y ahí está su visión y su razón: No era sólo la belleza física, también la armonía de un sistema ambiental funcionando de forma sana. La exquisitez de esa perfección natural que necesita de todos sus componentes. Si va a ver a los jaguares y observa su piel,sus manchas, eso es evolución, es perfección y es belleza. Teníamos un gran amigo, uno de los fundadores del MoMA, un gran filántropo y conservacionista. Era un Rockefeller y falleció hace dos años.. El nos decía: “Puedes destruir todo el arte humano de los últimos 10.000 años, pero mañana el hombre volverá a expresarse y hacer arte. La naturaleza, en cambio, es irremplazable. Por eso yo pongo más dinero allí”. Así pensaba Doug.
-¿Por eso resignó su propia colección?
-Sí. Coleccionaba Francis Bacon, Edward Hopper, Léger, Botero. Pero no le interesaba cualquier Bacon, quería su mejor obra. No llegó a comprar el retrato de Inocencio X (años atrás récord de US$ 156 millones) pero sí el del amante de Bacon, George Dyer. Cuando se le metía algo en la cabeza, nada lo frenaba. Un día fue a la casa de Bacon en Londres, golpeó la puerta y le dijo: “Disculpe, señor Bacon, vine porque realmente, quiero conocerlo”. Entonces, fuera una pintura o millones de hectáreas, siempre quería lo mejor. Y para obtenerlo, resignó su colección. Esto fue mucho antes de que el mercado de arte explotara.
-¿Cree que fue necesario haber tenido antes un pasado de posesión y de alto consumo para luego poder despojarse? En el homenaje que le hicieron en San Francisco, alguien recordó a su marido apegado a una Ferrari.
-Sí, absolutamente, nos pasó a los dos. No se puede trabajar en la moda sin ser consumista. El, a los 48 años, cambió 180 grados; la felicidad, lo trascendente de la vida, no estaba ahí. En la curva de la vida otra gente también lo nota pero no se anima al cambio. Es difícil, incómodo, asusta. Nelson Mandela vivió 26 años en prisión frente a una frase que él escribió: “Soy el amo de mi destino y el capitán de mi alma”. Eso hizo Doug. Y creo que él murió sabiendo que hizo todo lo que pudo, para salvar eso que él sabía que era mucho más grande que él. No creo que mucha gente pueda decir eso.
-Usted también descolló. ¿Cómo llegó a ser CEO de Patagonia, una empresa B, con certificación de sustentabilidad en su producción, y de culto para el ambientalismo?
-Cuando terminé la universidad, me fui a trabajar con Yvon Chouinard, el dueño de Patagonia, que todavía no existía como tal. Hacíamos el mejor equipamiento para escaladores. Yvon, Doug Tompkins, mi primer marido, Dennis Hennek, y yo también pertenecíamos a esa pequeña tribu, pero ellos se destacaban. En la empresa, yo hacía de todo, lo cual para mi personalidad era perfecto. Prefiero las tareas múltiples. La historia es larga pero dos años después Yvon quiso hacer ropa y me pidió que manejara la compañía. Tenía 23 años y durante los próximos 24 la hice crecer de forma exponencial. Empecé muy joven y avancé muy rápido, siempre liderando. A los 40 ya había hecho de todo: viajar, abrir oficinas en París, Tokio, Hong Kong, liderar equipos y me cuestioné si seguiría haciendo lo mismo el resto de mi vida. No tenía otro estímulo para irme. Viajé a Calafate con Yvon y nos encontramos con Doug, que ya había vendido su empresa Sprit y se había mudado a Chile. Ambos estábamos ya divorciados y el me invitó a hacer un viaje en kayak: “Jamás iré-le dije. Voy a morir contigo”. “No, te cuido-me respondió. Estuve con él cinco semanas en Chile y al regresar a California le dije a Yvon que me jubilaría.
¿Se complementaban?
-Sí. Doug era mucho más controlado y yo más exaltada. Pero nos regíamos por una misma ética: la que cuanto uno más tiene, más debe dar. Y cuanto más da, más se comparte. Y eso no es filantropía; es una filosofía de vida.
¿Aplicable al mundo de los negocios?
-Claro, la familia Chouinard lo hace. El problema es que el resto, no. Ellos son extremadamente generosos y ven a las empresas como una familia que hay que cuidar. Es otra manera de encarar los negocios y no dejan de ser ni rentables ni exitosos.
-La postura ambiental de ambos está sostenida por un cuerpo teórico vasto, plasmado en al menos 20 libros, la mayoría en inglés. ¿Cuánto aportó cada uno para forjar esa visión?
-Los dos éramos grandes lectores, pero llegamos al mismo lugar por vías diferentes. Yo estudié historia y sociología y siempre me interesó comprender el colapso cíclico de las civilizaciones y con ellas, la crisis de extinción, el cambio climático. Doug leía a Arne Naess, mentor de la Ecología Profunda, y a grandes pensadores de su tiempo. Y a través de esa avenida intelectual fue volcando sus propias opiniones. Se cuestionaba cuáles eran las raíces de la crisis eco-social y las ubicaba en las formas depredadoras de la producción industrial y el consumo humano. Se centraba más en el aspecto político, tratando de cambiar modelos y actitudes. Mi punto de partida fue el derecho animal, que usualmente se inicia por cómo se mata a los animales para el consumo. Soy una freak de los animales y del valor que cada especie salvaje tiene. Pero si no hubiéramos entendido ambos la importancia central de la restauración de especies, hubiéramos hecho solo parques nacionales, soslayando esa enorme inversión que implica la reconstrucción de toda la cadena trófica.
¿Cuáles eran las diferencias en sus estilos de liderazgo?
– Doug se imponía una meta y se mandaba solo. Yo armo un equipo para ir tras ella. Ambos vamos a llegar pero por diferentes caminos. Yo soy menos visionaria , mas planificadora, busco maximizar los talentos y alentarlos. Mi estilo es óptimo cuando trabajo con un visionario. Con Yvon sucedió eso. En Patagonia me bautizaron Border Colie, el perro pastor que mueve rápido al rebaño. Quiero que la gente que trabaja para mí se expanda, se independice, se desarrolle, tenga éxito y reconocimiento por su esfuerzo. Doug era distinto. Para él no había imposibles y cuando se trabaja con alguien con ese espíritu, las personas cambian por ellas mismas de forma radical.
-¿Hasta qué punto querer volver a un orden anterior no representa una visión extrema de la ecología?
-En esta sociedad global, nuestras ideas son polémicas porque son impopulares. Tratan de avanzar contra la corriente de incrementar el consumo, de que siga aumentando la población mundial y frenar la depredación de los recursos naturales, siempre escasos. Y la escasez genera tensiones. ¿Es extremo querer hoy movilizar a la gente para que demande agua y aire limpios para ellos, imponer una frontera para que la actividad humana no arrase, no contamine los suelos, y que nuestro mayor interés humano sea vivir en un mundo en armonía con lo natural? La necesidad de depender de un ecosistema sano nos perfilaba como hippies 30 años atrás. Doug no era extremo. Fue inteligente y fue valiente. Y yo estoy más motivada para avanzar más rápido que antes.
¿Sueña con un parque que se llame Douglas Tompkins?
-No, eso no. Pero sí tenemos pensado acá, en Iberá, en Pumalín y en el parque Patagonia, donde él descansa, armar un especie de museo que reúna su visión, que inspire a otros, muestre sus libros y difunda su línea de pensamiento ecológico.
Douglas Tompkins: Obra ecológica
Visión : Compraba hectáreas para la conservación que estuvieran rodeadas de tierras fiscales para proponer grandes áreas protegidas y donarlas bajo la figura de parques nacionales.
Donaciones en Argentina
– 1997: Dona 4000 has. para la creación del Parque Provincial El Piñalito, en Misiones
– 2004: a través de Conservación Patagónica dona 66.000 has para la creación del Parque Nacional Monte León, en Santa Cruz, el primer parque nacional marino costero de Argentina
– 2012: a través de la Fundación Flora y Fauna dona 34.000 has para la proyección del Parque Nacional Patagonia.
– 2013: dona en forma personal, 15.000 has de Estancia El Rincón para la ampliación del Parque Nacional Perito Moreno, en Santa Cruz
– 2014: Junto a una coalición de ONg, donó $10.000.000 para la creación del Parque Nacional Impenetrable, de 130.000 has., en Chaco
– 2015: Kristine Tompkins le expresó al presidente Macri su intención de donar la 150.000 has en los Esteros de Iberá para la creación del Parque Nacional Iberá que, conjuntamente con las 550.000 has de la reserva provincial integrarán el mayor parque ecoturístico del país.
Donaciones en Chile
-2005: Parque Nacional Corcovado: 85.635 has., en la Región de Los Lagos.
-2014: Parque Nacional Yendagaia: 38.880 has., en Tierra del Fuego, Región de Magallanes.
-En proceso de donación: 290.000 has para la creación de los parques nacionales Pumalín y Patagonia, en Chile.
RINCON DEL SOCORRO, Iberá.- Desde el ventanal de la casa de la ex empresaria californiana, Kristine McDivitt de Tompkins (66), se avizora un legado ambiental sin precedentes en el país. Sobre el césped, recortado en medio del gran humedal, pululan decenas de ñandúes, carpinchos con sus crías, algún zorro y hasta un ciervo de los pantanos que, extraviado de su morada en pastizales de dos metros de alto, fisgonea el devenir humano. Hay una razón para que la fauna silvestre permanezca aquí “dócil”, al menos sin aprehensión ante la presencia humana: percibe que nadie la hostigará. Ni siquiera los perros, prohibidos en ese gran bastión fragmentado, de 150.000 hectáreas, que hoy ocupa Conservation Land Trust (CLT). Esa organización, integrada por un centenar de especialistas, es la ONG a través de la cual el fallecido ecologista Douglas Tompkins ancló su obra de restauración ambiental para conservar grandes extensiones de tierras en la Argentina y Chile.
Este paraíso, con toda su explosión de vida y su ecosistema saneado, donde CLT desembarcó 20 años atrás, conformará un nuevo parque nacional. La donación de esas tierras se concretará por etapas, de manera que el Estado Nacional pueda ir cumpliendo con su contraparte en la protección de las áreas.
A éste enclave biodiverso se le devolvió su salud ambiental. También se reforzaron las poblaciones de especies de fauna silvestre endebles y se reintrodujo a las extintas-osos hormigueros, venados de las pampas, guacamayos-, en uno de los proyectos ecológicos más ambiciosos del continente. La vuelta del yaguareté constituye el punto más alto de ese desafío, que continuará con tapires y lobos gargantilla, desaparecidos en Corrientes.
Iberá será el tercer parque nacional (PN) que donan los Tompkins, luego del PN Monte León; de la cesión de bosques que logró extender el PN Perito Moreno y de otras 34.000 has, que impulsaron la creación del PN Patagonia.
A ocho meses de su fallecimiento a los 72 años, durante una expedición en kayak junto con amigos por el lago Carrera, en la Patagonia chilena, el ambientalismo argentino celebrará el jueves, el legado de ese hacedor, cuya estatura y visión es comparada con la del Perito Moreno.
Avezado esquiador, escalador y kayakista, fundador de las marcas The North Face y Sprit, su legado no solo se mide por las 85.000 hectáreas que en vida donó al país. También por su respaldo a amplios sectores del ambientalismo argentino.
Como un anticipo de ese homenaje, su socia en esa empresa, Kristine Tompkins, habló con La Nación sobre el alcance de su legado y designó a la bióloga Sofía Heinonen como la continuadora en el país de su obra ecológica.
Entrevista a Kristine Tompkins, viuda de Doug Tompkins
¿ CLT seguirá comprando tierras?
-No a gran escala. Queremos que las que ya tenemos aquí y en Chile se integren, restauradas, a la red de parques. Hay mucho saber acumulado como para trabajar junto a otras ONG y los gobiernos provinciales y nacionales para seguir restaurando. Queremos que sean metas y sueños compartidos, bajo el liderazgo de Sofía Heinonen, la versión femenina de Doug Tompkins.
¿Cómo afectó a la organización la muerte de su líder?
-El impacto fue “tectónico” para mí y para ellos.. CLT es como una gran familia, donde cada persona, cada vida no humana, cada ecosistema, es un miembro. Esa familia fue lo que me permitió sobrevivir. Me caí muchas veces, ellos me levantaron y seguimos andando. La forma de honrar a Doug es seguir ahora con más fuerza. El persistía ante la adversidad. La gente no sabe que para lograr lo que hemos logrado se trabaja muchísimo, en lugares muy aislados. Ahora se ve perfecto pero cada vez que llegábamos a un lugar era un desastre, había que hacer una restauración total. Ese trabajo tan duro, en equipo, crea lazos intensos. Entonces, cuando murió, el golpe por cómo murió, con quién murió (con nuestros mejores amigos), fue terrible.
-¿Cómo lo sobrelleva usted?
-Es como una amputación: un hachazo en un brazo. Tuve una vida maravillosa hasta el 8 de diciembre y después otra. Fuimos inseparables los últimos 25 años. Pero sigo trabajando y no me cuesta. Nací para trabajar. Pero en mi interior, sé que nunca me voy a recuperar de su muerte.
-¿Qué lectura hace sobre la forma en que murió?
-Es irónico cómo se fue; él diría lo mismo. Los cinco de la expedición sumaban cientos de años de experiencia. Se habían salvado de situaciones mucho más peligrosas, escalando el Himalaya, remando en ríos súper peligrosos. Con Doug decíamos que moriríamos juntos, porque hemos volado en su avioneta en condiciones extremas. Y ese día, en ése lago, con kayaks dobles por la costa serena, era el menos arriesgado. De golpe, un conjunto de circunstancias repentinas y una ristra de malas decisiones cambiaron radicalmente el panorama. El murió como vivió, dejando un impacto inmenso porque fue un hombre absolutamente singular.
-¿Qué lo hacía tan especial?
-Cuando fuimos al parque Patagonia a enterrarlo, una de sus hijas trajo fotos de él de niño. Yo las examinaba tratando de entender dónde, cómo se gestó ese clic que forja una personalidad sin miedos, con una determinación capaz de lograr cuanto se proponía y siempre con una visión que contagiaba a otros. Yo puedo frustrarme rápido; él, muy despacio. No importaba si era un negocio, un proyecto de conservación, su colección de arte o de fotografía, él tenía la seguridad de que si trabajaba sin parar llegaría a su meta. Y en todo, llegó. No digo que fuera perfecto, yo era su peor crítica. Pero lo que él hizo con su vida fue algo extraordinario.
¿Cómo despuntó en él el compromiso por la conservación?
-Tuvo un origen claro. Cuando uno es un deportista extremo y enfrenta circunstancias difíciles en la naturaleza, se crea un vínculo íntimo con ella. Es como conocer los pliegues del cuerpo de alguien, la anatomía de tu caballo. Y uno también comprende cómo se siente en ella. Entonces, cuando ve la destrucción de aquello que se ama, uno se enoja; luego reflexiona. Entiende que la naturaleza salvaje es más grande que uno y que cualquier construcción humana. El cuestionaba por qué se le daba la espalda a aquello que le había dado todo: éxito en los negocios, amistades para toda la vida, fama, cualquiera sea el valor que eso tenga. Pero Doug descubrió que él era parte medular del problema. Que en sus empresas fabricaba mierda-decía- que nadie necesita. Ese dilema moral forjó una ética y una lucha. Y así, cambió radicalmente sus prioridades. Pero lo singular fue la escala de su lucha. Y lo central, conocer a la gente adecuada en el mundo de la conservación que con ínfimos recursos libraba batallas titánicas. Vendió su empresa y se propuso dedicar un tercio de su vida a defender aquello que no tiene voz. Nos mudamos a Pumalín (en Chile) y vivíamos en ese paraíso de naturaleza salvaje sin caminos, al que se accedía solo por avión o por barco. “Puedo comprar un bosque y protegerlo”, se dijo. Y ese amor por la tierra y el mundo no humano fue como la heroína.
-El no solía proyectar a escala pequeña. ¿Por qué?
-Es cierto. Pero en verdad su vara no era ni grande, ni pequeña. Su vara era que fuera lo mejor. Siempre. Y la belleza estaba en la base de todo lo que hacía. Y ahí está su visión y su razón: No era sólo la belleza física, también la armonía de un sistema ambiental funcionando de forma sana. La exquisitez de esa perfección natural que necesita de todos sus componentes. Si va a ver a los jaguares y observa su piel,sus manchas, eso es evolución, es perfección y es belleza. Teníamos un gran amigo, uno de los fundadores del MoMA, un gran filántropo y conservacionista. Era un Rockefeller y falleció hace dos años.. El nos decía: “Puedes destruir todo el arte humano de los últimos 10.000 años, pero mañana el hombre volverá a expresarse y hacer arte. La naturaleza, en cambio, es irremplazable. Por eso yo pongo más dinero allí”. Así pensaba Doug.
-¿Por eso resignó su propia colección?
-Sí. Coleccionaba Francis Bacon, Edward Hopper, Léger, Botero. Pero no le interesaba cualquier Bacon, quería su mejor obra. No llegó a comprar el retrato de Inocencio X (años atrás récord de US$ 156 millones) pero sí el del amante de Bacon, George Dyer. Cuando se le metía algo en la cabeza, nada lo frenaba. Un día fue a la casa de Bacon en Londres, golpeó la puerta y le dijo: “Disculpe, señor Bacon, vine porque realmente, quiero conocerlo”. Entonces, fuera una pintura o millones de hectáreas, siempre quería lo mejor. Y para obtenerlo, resignó su colección. Esto fue mucho antes de que el mercado de arte explotara.
-¿Cree que fue necesario haber tenido antes un pasado de posesión y de alto consumo para luego poder despojarse? En el homenaje que le hicieron en San Francisco, alguien recordó a su marido apegado a una Ferrari.
-Sí, absolutamente, nos pasó a los dos. No se puede trabajar en la moda sin ser consumista. El, a los 48 años, cambió 180 grados; la felicidad, lo trascendente de la vida, no estaba ahí. En la curva de la vida otra gente también lo nota pero no se anima al cambio. Es difícil, incómodo, asusta. Nelson Mandela vivió 26 años en prisión frente a una frase que él escribió: “Soy el amo de mi destino y el capitán de mi alma”. Eso hizo Doug. Y creo que él murió sabiendo que hizo todo lo que pudo, para salvar eso que él sabía que era mucho más grande que él. No creo que mucha gente pueda decir eso.
-Usted también descolló. ¿Cómo llegó a ser CEO de Patagonia, una empresa B, con certificación de sustentabilidad en su producción, y de culto para el ambientalismo?
-Cuando terminé la universidad, me fui a trabajar con Yvon Chouinard, el dueño de Patagonia, que todavía no existía como tal. Hacíamos el mejor equipamiento para escaladores. Yvon, Doug Tompkins, mi primer marido, Dennis Hennek, y yo también pertenecíamos a esa pequeña tribu, pero ellos se destacaban. En la empresa, yo hacía de todo, lo cual para mi personalidad era perfecto. Prefiero las tareas múltiples. La historia es larga pero dos años después Yvon quiso hacer ropa y me pidió que manejara la compañía. Tenía 23 años y durante los próximos 24 la hice crecer de forma exponencial. Empecé muy joven y avancé muy rápido, siempre liderando. A los 40 ya había hecho de todo: viajar, abrir oficinas en París, Tokio, Hong Kong, liderar equipos y me cuestioné si seguiría haciendo lo mismo el resto de mi vida. No tenía otro estímulo para irme. Viajé a Calafate con Yvon y nos encontramos con Doug, que ya había vendido su empresa Sprit y se había mudado a Chile. Ambos estábamos ya divorciados y el me invitó a hacer un viaje en kayak: “Jamás iré-le dije. Voy a morir contigo”. “No, te cuido-me respondió. Estuve con él cinco semanas en Chile y al regresar a California le dije a Yvon que me jubilaría.
¿Se complementaban?
-Sí. Doug era mucho más controlado y yo más exaltada. Pero nos regíamos por una misma ética: la que cuanto uno más tiene, más debe dar. Y cuanto más da, más se comparte. Y eso no es filantropía; es una filosofía de vida.
¿Aplicable al mundo de los negocios?
-Claro, la familia Chouinard lo hace. El problema es que el resto, no. Ellos son extremadamente generosos y ven a las empresas como una familia que hay que cuidar. Es otra manera de encarar los negocios y no dejan de ser ni rentables ni exitosos.
-La postura ambiental de ambos está sostenida por un cuerpo teórico vasto, plasmado en al menos 20 libros, la mayoría en inglés. ¿Cuánto aportó cada uno para forjar esa visión?
-Los dos éramos grandes lectores, pero llegamos al mismo lugar por vías diferentes. Yo estudié historia y sociología y siempre me interesó comprender el colapso cíclico de las civilizaciones y con ellas, la crisis de extinción, el cambio climático. Doug leía a Arne Naess, mentor de la Ecología Profunda, y a grandes pensadores de su tiempo. Y a través de esa avenida intelectual fue volcando sus propias opiniones. Se cuestionaba cuáles eran las raíces de la crisis eco-social y las ubicaba en las formas depredadoras de la producción industrial y el consumo humano. Se centraba más en el aspecto político, tratando de cambiar modelos y actitudes. Mi punto de partida fue el derecho animal, que usualmente se inicia por cómo se mata a los animales para el consumo. Soy una freak de los animales y del valor que cada especie salvaje tiene. Pero si no hubiéramos entendido ambos la importancia central de la restauración de especies, hubiéramos hecho solo parques nacionales, soslayando esa enorme inversión que implica la reconstrucción de toda la cadena trófica.
¿Cuáles eran las diferencias en sus estilos de liderazgo?
– Doug se imponía una meta y se mandaba solo. Yo armo un equipo para ir tras ella. Ambos vamos a llegar pero por diferentes caminos. Yo soy menos visionaria , mas planificadora, busco maximizar los talentos y alentarlos. Mi estilo es óptimo cuando trabajo con un visionario. Con Yvon sucedió eso. En Patagonia me bautizaron Border Colie, el perro pastor que mueve rápido al rebaño. Quiero que la gente que trabaja para mí se expanda, se independice, se desarrolle, tenga éxito y reconocimiento por su esfuerzo. Doug era distinto. Para él no había imposibles y cuando se trabaja con alguien con ese espíritu, las personas cambian por ellas mismas de forma radical.
-¿Hasta qué punto querer volver a un orden anterior no representa una visión extrema de la ecología?
-En esta sociedad global, nuestras ideas son polémicas porque son impopulares. Tratan de avanzar contra la corriente de incrementar el consumo, de que siga aumentando la población mundial y frenar la depredación de los recursos naturales, siempre escasos. Y la escasez genera tensiones. ¿Es extremo querer hoy movilizar a la gente para que demande agua y aire limpios para ellos, imponer una frontera para que la actividad humana no arrase, no contamine los suelos, y que nuestro mayor interés humano sea vivir en un mundo en armonía con lo natural? La necesidad de depender de un ecosistema sano nos perfilaba como hippies 30 años atrás. Doug no era extremo. Fue inteligente y fue valiente. Y yo estoy más motivada para avanzar más rápido que antes.
¿Sueña con un parque que se llame Douglas Tompkins?
-No, eso no. Pero sí tenemos pensado acá, en Iberá, en Pumalín y en el parque Patagonia, donde él descansa, armar un especie de museo que reúna su visión, que inspire a otros, muestre sus libros y difunda su línea de pensamiento ecológico.
Douglas Tompkins: Obra ecológica
Visión : Compraba hectáreas para la conservación que estuvieran rodeadas de tierras fiscales para proponer grandes áreas protegidas y donarlas bajo la figura de parques nacionales.
Donaciones en Argentina
– 1997: Dona 4000 has. para la creación del Parque Provincial El Piñalito, en Misiones
– 2004: a través de Conservación Patagónica dona 66.000 has para la creación del Parque Nacional Monte León, en Santa Cruz, el primer parque nacional marino costero de Argentina
– 2012: a través de la Fundación Flora y Fauna dona 34.000 has para la proyección del Parque Nacional Patagonia.
– 2013: dona en forma personal, 15.000 has de Estancia El Rincón para la ampliación del Parque Nacional Perito Moreno, en Santa Cruz
– 2014: Junto a una coalición de ONg, donó $10.000.000 para la creación del Parque Nacional Impenetrable, de 130.000 has., en Chaco
– 2015: Kristine Tompkins le expresó al presidente Macri su intención de donar la 150.000 has en los Esteros de Iberá para la creación del Parque Nacional Iberá que, conjuntamente con las 550.000 has de la reserva provincial integrarán el mayor parque ecoturístico del país.
Donaciones en Chile
-2005: Parque Nacional Corcovado: 85.635 has., en la Región de Los Lagos.
-2014: Parque Nacional Yendagaia: 38.880 has., en Tierra del Fuego, Región de Magallanes.
-En proceso de donación: 290.000 has para la creación de los parques nacionales Pumalín y Patagonia, en Chile.
Fuente: La Nación