Bolivia: El Apthapi, una práctica de hermandad entre los Aymaras

Apthapi, que en español significa traer, es una práctica andina que no solo consiste en compartir el alimento entre todos, sino que es un espacio para pacificar y vivir en armonía. Rómulo Escalante, máximo representante originario de Calamarca, toma con una mano un par de papas grandes, peladas y blancas, de una “montaña” de tubérculos cocidos que fueron derramados de unos taris (prenda tejida para merienda) por las manos de mujeres sobre un aguayo multicolor. De este, más de una treintena de autoridades originarias comparten el apthapi (traer). La esencia de esta práctica milenaria no solo es alimentar, sino confraternizar y pacificar.

Por Aleja Cuevas

La mañana del 22 de diciembre de 2020, las “Bartolinas” Subcentrales, denominadas así a las mujeres que asumen un “cargo” en su comunidad por ser dueñas de tierras, llegaban cargadas de alimentos en aguayos a su sede en Calamarca, municipio de la provincia Aroma del departamento de La Paz, para el cierre de su gestión con un apthapi.
Esta práctica culinaria, que está vigente con el pasar de los años en el altiplano de La Paz, se relaciona con la época de la siembra y la cosecha cuando las familias llegan con alimentos para ayudar en la chacra, rememora Rómulo Escalante, de la Central Agraria de Calamarca. 
Según el sociólogo Fabio Mayta en las provincias de La Paz aún se mantiene la práctica del apthapi, pero en regiones como Potosí y Oruro “ya no existe mucho”, ya que las familias en época lluviosa suben a tierras altas por seis meses con su ganado y bajan cuando pasa el temporal. Esto hace difícil reunirse alrededor de un fiambre.
Explica que esta práctica andina, en general, es una muestra de trabajo solidario, de compartimiento, de confraternización y de convivencia pacífica, porque la gente que trae comida lo hace en función a lo que tiene y no hay restricciones ni miramientos cuando uno pone trozos de queso, de carne, de huevo o fideo.
Mayta aclara que el apthapi no solo es consumir el alimento, sino el de reunir a la gente y poder ver sus actitudes, sus comportamientos e identificar sus problemas. Aclara que hay diálogos intergeneracionales en que los jóvenes no comprenden el valor significativo de esta práctica andina y piensan que solo es llevar y compartir comida.

“Va más allá, no es solo de confraternización, sino de análisis de la situación de las familias, de cómo están, porque el apthapi no lo hacen todos los días, lo hacen en reuniones, festividades, inauguraciones y aniversarios”, apunta el sociólogo.
Según la experiencia de Marcelino Quispe, de la Subcentral Agraria de Vilaque, el apthapi también es un espacio para pacificar y reconciliarse con el otro. Contó que hay casos recurrentes de comunarios que ante el efecto de las bebidas alcohólicas llegaron a los insultos y las peleas, y antes de compartir el alimento se dice: “Hay que perdonarse”.
Escalante añade que es importante que los 12 cantones, los cuales conforman el municipio de Calamarca, vivan como hermanos, por ello, no debe existir “miramientos” entre comunarios y vivir en armonía.
Ante la posibilidad de que el apthapi pueda ser emulado en ciudades periurbanas como El Alto, Escalante respondió que “la gente no es igual” y que esa urbe está mezclada con migrantes de las 20 provincias, por lo que sería difícil congeniar en esta práctica. “Si las provincias fueran focalizadas, es posible recuperar la esencia de los saberes y costumbres del apthapi”.
El libro Vivir bien: ¿paradigma no capitalista? de Ivonne Farah y Luciano Vasapollo (coordinadores), recoge lo que define Bautista S. en el texto Octubre: el Lado Oscuro de la Luna, que el apthapi no es sólo un celebrar, es también un honrar o un recogerse, apthasiñani (nos recogeremos).
“El recoger es un acopiar (también un ahorrar, repartir lo poco que se tiene) lo que hace falta, lo que se necesita, lo que está allí y espera la acción conjunta para prodigarse, pero todo recoger es también un acto de recogimiento, es un volverse sobre sí (como individuo y como comunidad), para dar cuenta de lo que se es y de lo que se puede ser”.
El apthapi, tarea de las mujeres
Para Freddy Villagómez, director del Centro de Investigación y Promoción del Campesinado (Cipca) Altiplano, institución que trabaja con las comunidades de Calamara para el fortalecimiento de la estructura organizativa, la mujer juega un rol importante al ser proveedora de alimentos a través del apthapi, pero también al ser parte de las discusiones en sus organizaciones, por lo tanto, tiene un doble papel.
Un ejemplo de aquello es María Romero, Subcentral Agraria de Viscaviña, quien el 22 de diciembre se levantó a las 04.00 para cocinar el fiambre. Ella cuenta que en otras ocasiones noche antes pelaba las papas, pero cuando estaba sin tiempo cocinaba q’ati (papa cocida sin pelar). Horas más tarde debía lidiar con los dirigentes en las reuniones.
Romero, quien cursó hasta el cuarto de primaria, afirma que fue “difícil” asumir el cargo, porque cuando no daba una buena información en las reuniones de autoridades originarias, la gente la criticaba.
“Me dicen que no hay que hablar así, hay muchas palabras que no entiendo”, explica. Se lamenta de no haber recibido una capacitación sobre liderazgo.
Antes de esa charla con María Romero, ella tenía miedo de hablar o decir algo que podía ser observado por sus autoridades varones. Si bien hay una participación de las mujeres con discusiones, en la ceremonia del apthapi, las mujeres se reunían entre mujeres y los hombres entre hombres. Era raro ver grupos de la representación de comunidades de forma mixta.
Desde que las mujeres se organizaron como “Bartolinas”, ellas proponen y se reúnen para proyectos relacionados con seguridad alimentaria. En esa línea están los invernaderos donde producen hortalizas, destaca Marcelino Quispe.
Según Escalante, al igual que los hombres, las mujeres que son “Bartolinas”, antes de ocupar un cargo superior, tienen la obligación de haber sido dirigente en su comunidad, como parte de su “currículo”.
Para el Central Agrario de Calamarca la participación de las “Bartolinas” en la estructura organizativa “está bien nomás” porque ellas llegan a ser las “conciliadoras” frente a una discusión. “Nosotros  hablamos fuerte; ellas suave, pero dentro de eso son conciliadoras, también tienen buenas ideas”.
En la actualidad, cuatro de 49 comunidades de Calamarca, entre ellas Finaya y Huayhuaysi, se organizan con carpas solares como una iniciativa de las “Bartolinas”. Ese trabajo está enfocado en la seguridad alimentaria, por ello producen hortalizas para el autoconsumo y ahora buscan un mercado para ofrecer alimentos ecológicos.
Un apthapi multicultural
Benita Cruz, otra “Bartolina” de la Subcentral de Socanavi, detalla que en la actualidad el apthapi incluye nuevos alimentos como fideo y pollo frito, cuando hace años había quinua con suero de leche y pito molido en la qhunaña (piedra para moler).

Durante la visita de La Brava a Calamarca observó que en el apthapi no solo había papas, chuños, tuntas y el tradicional ají con cebolla y huevo picados, se advirtió del mote, plátano, fideo, pollo frito y lechuga. 
Según el sociólogo Fabio Mayta esta diversidad de nuevos alimentos se da porque hay un porcentaje de poblares, quienes son residentes que se mueven entre el campo y la ciudad. “Como efecto de la migración, ahora el apthapi es multicultural, alguna vez llega un sobrino del departamento de Santa Cruz o del vecino país de Brasil con refrescos u otros alimentos”.
Pero también está presente la pluralidad religiosa en el apthapi, pues en el cierre de gestión de las “Bartolinas” Subcentrales y Subcentrales Agrarias en Calamarca, antes de comer se realizó una oración para agradecer a Dios y a las deidades por los alimentos.
Al finalizar el apthapi, parte de la costumbre es que si sobra alimento, este debe ser distribuido entre todos los presentes de forma equitativa, las mismas autoridades, hombre y mujer, distribuyeron a los presentes la comida.


Fuente: Revista La Brava
 

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