El interlocutor automático
La originalidad no es cuantificable. Viene con las horas dedicadas a una labor: la práctica, el tiempo, el rigor. Y nada de esto parece importarles a los adalides de la máquina que anda en boca de todos. Quizá lo más preocupante del insidioso debate es que, quienes lo defienden, den por sentado que habrá despidos masivos, que los juntaletras y creadores de todo tipo perderán tarde o temprano su forma de ganarse la vida porque las imágenes, las canciones, los textos en general, los producirá a partir de ahora un aparato. ¿Y a quién irán dirigidos? ¿Nos sentiremos interpelados por ellos?
Javier Roma
Según las previsiones más agoreras, llegará el momento en que iremos al cine a ver películas formulísticas guionizadas mediante inteligencia artificial, escucharemos conciertos logarítmicos compuestos con esta, leeremos libros y artículos automáticos escritos o traducidos por máquinas. Ya veremos. En realidad, en el oficio de la traducción este es un viejo fantasma y hace ya varios lustros que se viene hablando de la supuesta inminencia de esta amenaza. Tanto es así que quienes nos dedicamos a ello estamos ya curadas de espanto, o al menos hacemos por estarlo.
En el mundo de traducciones que habitamos resulta cuando menos pasmoso que la confianza tienda a no depositarse en los humanos. Que se automaticen los procesos, que se niegue la originalidad, la creatividad, que los trabajos se roboticen o —lo que es más grave aún— se vistan de modernidad, progreso y nueva libertad individual. Como si el factor humano fuese algo a evitar; como si la agencia que despacha a una traductora porque “a partir de ahora revisaremos a partir de la traducción de DeepL” no tuviera que encargarle luego a ella misma que revise una traducción mediocre, por la mitad o menos de la tarifa original. La conversación se nos vuelve a quedar toda salpicada de aires productivistas. De rapidez. Justo lo opuesto a lo que exige cualquier texto que se precie.
Cualquier profesional de la traducción trabará su propia relación con las herramientas que use para llegar a los plazos de entrega de sus traducciones; además, herramientas hay muchas —y no solo de traducción automática—, cada vez más. Pero, sobre todo, entablará una relación particular con el texto original y con el propio texto traducido, ya que ha de enfrentarse a él para que luego el lector pueda disfrutarlo. Así opera la transmisión de ideas, que a su vez favorece el diálogo entre textos y entre personas.
Cada vez son más los interlocutores automáticos, en parte porque no todos sirven para todo. Y también en parte porque hay mucho inversor suelto, dispuestísimo a invertir en lo que toque con tal de recortar plantilla. Invertir con tal de reducir costes como sea para aumentar beneficios a muy corto plazo. Invertir para esquilmar.
Mientras no se regule la inteligencia artificial y el medio digital en general, el saqueo continuará. Puesto que allá donde haya cualquier “ventana de negocio”, aunque cueste millones y aunque todos esos millones se pudieran dedicar a mejorar las condiciones laborales —así como las herramientas— de los profesionales, habrá algún vendehúmos haciendo alarde de ignorancia desalmada junto a unos cuantos secuaces despistados; todos ellos encantados de sofocar un poco más a sus congéneres a cambio del elixir de su propia fortuna.
En tanto que meca de la avaricia y la consiguiente desigualdad social, Estados Unidos está lejos de ser un modelo a seguir en muchos aspectos. Pero el gremio de guionistas de Hollywood le ha plantado cara a las plataformas de streaming y a sus dinámicas turbocapitalistas: reclaman mejoras salariales y un marco regulatorio a la altura de las circunstancias. Al cierre de este artículo, la huelga continúa. Está por ver quiénes se unen al frente. Precisamente, y volviendo a la traducción, a pesar de la ingente cantidad de series que se producen y se traducen, la audiovisual es una de las especialidades cuyas tarifas llevan años congeladas, si es que no han bajado; lo mismo que la traducción editorial y que todas las demás.
Por ahora, aquí seguimos con la conversación plagada de deseo de simplificación e inmediatez. Atiborrada de discursos baldíos, hiperproducidos para que queden correctamente indexados por las gigantes tecnológicas de Silicon Valley. Con tanta prisa que se acaba dando por válida la omisión de cada vez más partes de la comunicación: poco a poco se le quita peso y oxígeno, privándola así del espacio y el tiempo necesarios para que tenga lugar un intercambio sensato, creativo, de calidad.
Y cómo podría producirse tal intercambio cercano, si en términos de productividad desaforada no cabe voluntad alguna de diálogo, es decir, de saber. Aunque sí intuyamos, como dijo Carmen Martín Gaite, que “la del interlocutor no es una búsqueda fácil ni de resultados previsibles y seguros, y esto por una razón fundamental de exigencia, es decir, porque no da igual cualquier interlocutor”.
Fuente: https://www.elsaltodiario.com/opinion/inteligencia-artificial-trabajo-traduccion - Imagen de portada: EL SALTO TV