Sobran razones

Es de noche y estoy en un banco de una zona con pocas farolas por la que sigue paseando gente. La brisa es leve. Suficiente… Hoy me costó respirar un poco. Estoy triste. A veces me pasa. Y, siempre, pienso que no debería. Que tengo la vida lo suficientemente fácil como para que no me ocurra. Que me faltan razones para que me sienta como una corteza de alcornoque cuando la pisas. Crack. Pero, aún así, a veces me pasa. Y, entonces, salgo a caminar.

María González Reyes

Camino rápido para pensar qué se rompió. Qué succionó la tristeza hasta adentro. Quizás es porque hoy trabajé más horas de las que pensaba y el cansancio se me quedó pegado con la naturalidad de un olor familiar. Quizás es porque tuve varias conversaciones en las que hablamos sobre la embestida que hay contra las feministas. Quizás es porque se me agarró la rabia a la garganta al escuchar hablar en los medios al político de Vox condenado por violencia machista. Quizás es porque pensé en cómo se sentiría la mujer que lo denunció al ver el apoyo que tiene. Quizás es porque sé que, en realidad, ella somos todas las mujeres. Quizás es porque me dio miedo. Quizás es porque hoy mis alumnas de 1° bachillerato eligieron repasar la célula en vez de salir a aprender los nombres de las aves. Quizás es porque alguien me dijo: “Tanto cambio climático y mira qué junio tan lluvioso”. Quizás es porque pocos días después de las elecciones en mi comunidad vuelven a subir las cupos por clase y el precio del transporte y se quedan sin escuelas infantiles públicas miles de familias. Quizás es porque levanté la vista y me pareció que no había nadie que me acompañase a gritar. Quizás es porque no estuve cerca de ningún árbol ni de ninguna flor. Quizás es porque me siento encerrada en esta ciudad. Quizás es porque me dio sueño una reunión que me solía parecer interesante. Quizás es porque me incomoda que las cosas permanezcan inmutables en el mismo sitio. Por ahí en medio. Tiradas. Haciendo que sean siempre las mismas personas las que se tropiecen con ellas. Quizás es porque a veces trato de esquivarlas cuando en realidad sé que lo que tendría que hacer es darles una patada. Que tendríamos que juntarnos para dar patadas y quitar del medio todo lo que no debería estar.
Me levanto del banco. Hay varios lugares por los que volver a mi casa desde este lugar. Elijo el que me da un poco de miedo de noche. Por conseguir un pellizco que me haga sentir viva. Tengo que pasar por un túnel en el que duermen dos personas. Comparten el túnel. Las veo moverse en medio de la oscuridad. Están haciendo la cama. Un colchón viejo, cajas de cartón. Cada uno a un lado del túnel. Colocan las sábanas. Sábanas que consiguieron quién sabe dónde sobre un colchón y unos cartones en el suelo.
Pienso en la dignidad que llena ese momento. En que no ceden en la importancia de los detalles. Aunque suenen pequeños ante la inmensidad de la noche de una ciudad sin estrellas. Pienso que ellos no se han rendido. Que la dignidad está colocada en esas camas precarias. En que no se han rendido a la suciedad ni a la falta de techo. En que no han dado cabida a que todo dé igual.
Me detengo ligeramente antes de atravesar por el medio de los dos. Uno de ellos lo nota. Me mira y me dice “Buenas noches”, invitándome a atravesar ese lugar con calma. Me quito los cascos. Le digo “Gracias”. Él se da la vuelta y sigue preparando su cama.
Y, justo en ese instante, pienso que sobran razones para creer que seremos capaces. Que me he salvado.

Fuente: https://www.elsaltodiario.com/vida-ya/sobran-razones - Imagen de portada: Palomas en la Dehesa de la Villa. DAVID F. SABADELL

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