Africa: Las lecciones de Derna

 

El cambio climático, una tormenta devastadora, la rotura de dos presas, una década de caos político y la pugna internacional por el control de los recursos de Libia explican la inundación más mortífera de la que se tiene registro en África: Fatima Mohamed vive refugiada en una escuela junto a sus dos hijos y a su marido desde que el 11 de septiembre de 2023 la tormenta Daniel descargase 450 litros por metro cuadrado en unas pocas horas. Como consecuencia de la intensidad de las lluvias, sin precedentes conocidos en Libia, y de la falta de mantenimiento de las dos represas construidas sobre los montes que rodean la ciudad, sus muros de contención colapsaron provocando un tsunami que arrasó barrios enteros y provocó la muerte de, al menos, 4.000 personas y la desaparición de más de 9.000, según las Naciones Unidas.

Por Patricia Simón

«A través de estos hechos vemos cómo la crisis climática y los factores humanos pueden combinarse para crear nuevos fenómenos y un impacto en cascada», explicaba a la agencia Associated Press Maja Vahlberg, colaboradora del Centro climático de la Cruz Roja y la Media Luna Roja. La investigadora, especializada en riesgo climático, es una de los 13 autores del informe que la organización World Weather Attribution ha elaborado para entender las causas y las consecuencias de una tormenta que provocó la inundación más mortífera en África de la que se tiene registro.
«Desde que en 2018 el Gobierno recuperó el control de la ciudad tras la guerra con el Estado Islámico, escuchamos en las noticias que destina mucho dinero a Derna para mejorar la ciudad. Pero aquí todo va a peor. Siempre hemos sabido que las represas estaban en muy mal estado, pero nadie hizo nada para arreglarlas. ¿Quién se ha quedado con el dinero que decían que le destinaban?». La claridad y contundencia de Fatima Mohamed, cubierta con niqab y que, como la mayoría de las mujeres de Derna, rechaza ser fotografiada, contrastaba con la precaución con la que se expresaban los cientos de hombres que durante dos semanas dedicaron todas las horas del día a intentar recuperar los cuerpos sepultados bajo toneladas de fango y escombros y, también, aquellos que fueron arrastrados hasta el mar.
Antes de cruzar el Mediterráneo, la borrasca Daniel causó importantes daños e inundaciones a su paso por Grecia, Bulgaria y Turquía, donde, según el mismo informe, el calentamiento global ha provocado que las tormentas extremas sean 10 veces más probables y un 40% más intensas. En la orilla meridional, a unos 1.200 kilómetros, el estudio estima que las probabilidades de que sufran fenómenos extremos y de máxima potencia llegan a multiplicarse 50.
Sin embargo, pese a que las imágenes de la destrucción que iba dejando a su paso fue televisada por los medios internacionales, los responsables de la administración local de Derna instaron a sus vecinos a permanecer en sus hogares en lugar de evacuarlos. «Al principio pensamos que podría haber pequeñas inundaciones, como ha ocurrido otras veces. Pero cuando el agua empezó a subir, huimos a la azotea. Nos dimos cuenta de que faltaba mi sobrina, pero ya no podíamos bajar. El agua nos cubría por encima de la cintura. Escuchábamos cómo se derrumbaban los edificios, los llantos de la gente, pero no veíamos nada, no había luz. Así pasamos horas, rezando, hasta que el agua comenzó a bajar. Cuando amaneció descubrimos que parte de la ciudad había desaparecido. Al menos, encontramos el cuerpo de mi sobrina. Estaba en la cocina. Nuestros vecinos, que eran nuestros amigos, siguen desaparecidos». Norah es profesora de educación infantil y sabe que algunos de sus alumnos murieron aquella noche. También vive refugiada en una vieja escuela de Derna junto a sus dos hermanos menores y a sus padres.
Tiene 30 años y cumplió la mayoría de edad en 2011, cuando una parte de la población libia se levantaba contra el régimen de Muammar al Gadafi. Iniciaba su vida como adulta en medio de una guerra civil. Poco después, una intervención de la OTAN acabaría con la dictadura y daría paso a un caos político que sigue rigiendo el país. En 2014, la incapacidad de los partidos políticos para conformar un gobierno y un Parlamento desembocaría en otra guerra y en la constitución de dos Gobiernos enfrentados. Uno, con sede en Tobruk, liderado por el mariscal Jalifa Hafter y apoyado por Rusia, Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos y Francia; otro, con su administración radicada en Trípoli, respaldado por Turquía, Qatar, la Unión Europea y las Naciones Unidas.
Precisamente, a finales de 2015, The Guardian reveló unos emails en los que, supuestamente, Bernardino León, enviado especial de la ONU en Libia, negociaba un puesto de trabajo con Emiratos Árabes Unidos mientras ejercía su labor como mediador. Se trataba de un empleo como director general de la Academia de la Diplomacia de ese país (que efectivamente mantiene a día de hoy) y para el que habría pactado un salario mensual de más de 45.000 euros, según el periódico británico.
Según la filtración, también habría asesorado a Emiratos para desacreditar al gobierno de Trípoli –al que apoya la ONU– y, por añadidura, habría alertado a sus autoridades de que su suministro secreto de armas al mariscal Hafter había sido descubierto. Mientras todo eso ocurría, además de librar una guerra entre sí, los dos ejércitos libios combatían al Estado Islámico hasta expulsarlo de parte del territorio que los islamistas habían logrado incorporar a su autoproclamado Califato. Un caleidoscopio que da cuenta de la complejidad y la importancia del tablero geopolítico libio, en el que los actores internacionales libran sus propias pugnas a la vez que alientan el enfrentamiento civil en busca de sus propios intereses. Entre ellos, uno fundamental: Libia alberga la mayor reserva de petróleo de África.

Excavadoras amplían una fosa común en la que se roció los cuerpos con cal viva para evitar epidemias. Ricardo García Vilanova.

El factor humano
Las represas de Derna fueron construidas en la década de 1970 por la administración de Gadafi como parte de un plan nacional para desarrollar la agricultura. Ya en 1998, distintos estudios alertaron de la existencia de grietas en sus diques. Las advertencias se sucedieron hasta 2022, cuando una investigación de la Universidad Omar Al-Mukhtar, radicada en la ciudad libia de Bayda, reclamó una intervención urgente ante el «alto riesgo de inundación».
Especialistas en crisis climática llevan años explicando el efecto multiplicador que los factores humanos pueden tener sobre los fenómenos provocados por la crisis climática. En este sentido, la crisis humanitaria vivida en Derna se ha convertido en un ejemplo paradigmático. La comunidad internacional debería estudiarla para prevenir situaciones parecidas ya que muchos de los agravantes que han confluido en Derna son comunes a muchos otros territorios.
Libia se encuentra entre dos de las regiones más afectadas por el calentamiento global: el Mediterráneo y el Sahel. La concentración de vapor de agua provocada por la alta temperatura del mar contribuyó a convertir la tormenta Daniel en un tornado de precipitaciones extremas. Las lluvias descargaron sobre una región deforestada por sequías cada vez más recurrentes y la inestabilidad provocada por las sucesivas guerras que impiden desarrollar proyectos agrícolas a largo plazo. La aridez del suelo y su mermada capacidad de absorción favorece unas riadas que, a su vez, encontraron a su paso las construcciones precarias resultantes de cualquier guerra y su consecuente pobreza.
El desgobierno y la corrupción dieron la puntilla con la falta de previsión y las represas dañadas. Y por si fuese poco, a las muertes y desapariciones dejadas por la inundación hay que añadir las que pueden provocar en el futuro las miles de minas sin desactivar que quedaron abandonadas tras el conflicto y que las aguas han arrastrado por toda la región.
La impunidad climática
Alrededor de la mezquita central de Derna, en el epicentro de la crisis humanitaria provocada por la riada, miles de hombres se concentraron para rugir su rabia y desesperación tras 10 días recuperando en el mar y bajo los escombros los cadáveres de sus familiares y vecinos. Uno de ellos portaba una pancarta en la que pedía una investigación independiente internacional para aclarar lo ocurrido. Subidos a los minaretes y a las rocas de hormigón a las que habían quedado reducidos los siete puentes destruidos por las dos olas gigantes que provocaron el colapso de las represas, gritaban contra las autoridades políticas para que rindieran cuentas por la hecatombe. Tras el acto, algunos de ellos incendiaron la casa del alcalde, quien fue destituido por el gobierno de Hafter poco después. Nada más ha cambiado por ahora.

Tras 10 días recuperando cuerpos, los hombres se reunieron a protestar en la mezquita. Foto: Ricardo García Vilanova.

Una de las consecuencias más evidentes de la crisis climática, si no se adoptan medidas para frenarla, es que genera violencia: crea nuevos conflictos y agrava los ya activos. Algo especialmente visible en la región del Sahel. El derrocamiento del régimen de Gadafi desembocó en la guerra de Mali, que ya lleva más de 10 años de destrucción y muertes. Esta realidad, tan inestable como un castillo de naipes, se ha contagiado al resto de la región en forma de golpes de Estado, nuevos conflictos, el crecimiento del yihadismo, la expulsión de las tropas francesas de varios países y la alianza con los mercenarios rusos de Wagner. Y en el fondo, la pugna por los distintos actores locales e internacionales por el control del territorio y de sus recursos, mientras la crisis climática ha dinamitado los periodos y ritmos que durante siglos habían regido la caza, la agricultura, la pesca y la ganadería.
El calentamiento global agudiza y alimenta la espiral de violencia. Por eso, cuando los habitantes de Derna logren retirar todos los escombros y recuperar todos los cadáveres, no solo deberían tener derecho a ayudas para afrontar esta emergencia humanitaria, sino también, como el resto de los países del sur global, el apoyo de una comunidad internacional volcada en restablecer la gobernanza y en apoyar la adaptación de sus infraestructuras y de su economía a la crisis climática para mitigar sus efectos. Una medida urgente para evitar nuevas guerras, el avance de los fundamentalismos, y para avanzar hacia la seguridad local y global, como llevan demandando desde hace años miembros del Panel Intergubernamental de Crisis Climática. Es más, incluso el Foro Económico Mundial, conocido como el Foro de Davos, admite en su informe anual sobre riesgos globales que el mayor desafío actual es «el fracaso en la acción climática».


Fuente: https://www.climatica.lamarea.com/las-lecciones-de-derna-libia/

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