Decrecimiento y salud
Médico cúrate a ti mismo
La dictadura del índice de crecimiento, de medir todo en base al PIB, fuerza a las sociedades desarrolladas a vivir en un régimen de sobrecrecimiento, a producir y a consumir fuera de toda necesidad razonable, y este sobrecrecimiento se estrella con el carácter finito de los recursos de la biosfera.
Los costes ocultos del desarrollo económico no se tienen en cuenta. Por ello, el incremento del nivel de vida del que se benefician muchos ciudadanos del Norte es cada vez más ilusorio. Disfrutamos más de bienes y servicios pero no descontamos adecuadamente los costes que ello tiene. Por ejemplo, no deducimos los costes de degradar la calidad del ambiente. Tampoco los costes de “compensación y de reparación” necesarios por los efectos secundarios de la vida moderna (accidentes de coche, enfermedades mentales, medicamentos para enfermedades producidas por la contaminación..).
El crecimiento no genera una sociedad convivencial, cooperativa y feliz, sino una antisociedad individualista, competitiva y enferma, profundamente medicalizada. Es necesario un esfuerzo para desarrollar un modelo renovado de atención sanitaria y cuidado de la salud, uno que se replantee el modelo médico y abra el camino hacia un nuevo paradigma basado en una apuesta por el decrecimiento.
Tendríamos que enfocar como unidad de medida la salud poblacional y no queda otro remedio que fijarnos en los determinantes sociales que implican que las personas no se enferman al azar, sino que lo hacen, sobre todo, por aquello que los ata a sus circunstancias particulares. Los determinantes sociales de la salud indican que el pobre, el inculto, el privado de sus derechos civiles, el habitante de barrios marginales, el que no tiene poder, todos ellos, son más propensos a las enfermedades y a morir prematuramente que los más afortunados
Es sabido, desde informe Lalonde de 1974, que el 90% del presupuesto dedicado a salud por los países se dirige a financiar los sistemas de atención sanitaria. Sin embargo, esta inversión solo justifica el 10% de la salud de las poblaciones. Hay que asumir que la atención sanitaria no supone sino una modesta aportación a la salud de las personas y que en, una visión más global, habría que discutir si es oportuno seguir aumentando los presupuestos en sanidad (llevados por el culto al PIB) descuidando otros aspectos del desarrollo humano más relevantes para la salud de las poblaciones y para la equidad.
La medicina del decrecimiento debe aceptar la necesidad de establecer límites a la atención sanitaria. La medicina no puede dar a todo el mundo lo que desee sino lo que necesita. La atención sanitaria no puede suponer alargar la vida indefinidamente sin tener en cuenta la calidad de vida, debe centrarse en reducir la mortalidad y morbilidad innecesariamente prematura y sanitariamente evitable y, por supuesto, debe aliviar sufrimientos y favorecer una buena muerte, sin alargar innecesariamente el sufrimiento de los enfermos y de su entorno cuando la calidad de la vida ya no se puede recuperar.
Decrecimiento no es sinónimo de recorte económico, supone un nuevo enfoque de la atención sanitaria y de toda la sociedad dirigido a la mejora de las condiciones de vida, a una vida centrada en el ser y no en el tener. A reparto del trabajo, al consumo responsable, al respeto del medio ambiente, al tiempo libre para la vida en sociedad participativa y cooperativa. Tiempo para poder mantener hábitos de vida saludables. Todo esto permite llevar una vida más sana en la que la medicalización de la vida, ni la comercialización de la salud no tienen cabida, ni sobre todo el encarnizamiento sanitario en que se convierte muchas veces el final de la vida.
Nota: este artículo, levemente modificado, fue publicado en el segundo boletín de 2012 de medicusmundialavaLos costes ocultos del desarrollo económico no se tienen en cuenta. Por ello, el incremento del nivel de vida del que se benefician muchos ciudadanos del Norte es cada vez más ilusorio. Disfrutamos más de bienes y servicios pero no descontamos adecuadamente los costes que ello tiene. Por ejemplo, no deducimos los costes de degradar la calidad del ambiente. Tampoco los costes de “compensación y de reparación” necesarios por los efectos secundarios de la vida moderna (accidentes de coche, enfermedades mentales, medicamentos para enfermedades producidas por la contaminación..).
El crecimiento no genera una sociedad convivencial, cooperativa y feliz, sino una antisociedad individualista, competitiva y enferma, profundamente medicalizada. Es necesario un esfuerzo para desarrollar un modelo renovado de atención sanitaria y cuidado de la salud, uno que se replantee el modelo médico y abra el camino hacia un nuevo paradigma basado en una apuesta por el decrecimiento.
Tendríamos que enfocar como unidad de medida la salud poblacional y no queda otro remedio que fijarnos en los determinantes sociales que implican que las personas no se enferman al azar, sino que lo hacen, sobre todo, por aquello que los ata a sus circunstancias particulares. Los determinantes sociales de la salud indican que el pobre, el inculto, el privado de sus derechos civiles, el habitante de barrios marginales, el que no tiene poder, todos ellos, son más propensos a las enfermedades y a morir prematuramente que los más afortunados
Es sabido, desde informe Lalonde de 1974, que el 90% del presupuesto dedicado a salud por los países se dirige a financiar los sistemas de atención sanitaria. Sin embargo, esta inversión solo justifica el 10% de la salud de las poblaciones. Hay que asumir que la atención sanitaria no supone sino una modesta aportación a la salud de las personas y que en, una visión más global, habría que discutir si es oportuno seguir aumentando los presupuestos en sanidad (llevados por el culto al PIB) descuidando otros aspectos del desarrollo humano más relevantes para la salud de las poblaciones y para la equidad.
La medicina del decrecimiento debe aceptar la necesidad de establecer límites a la atención sanitaria. La medicina no puede dar a todo el mundo lo que desee sino lo que necesita. La atención sanitaria no puede suponer alargar la vida indefinidamente sin tener en cuenta la calidad de vida, debe centrarse en reducir la mortalidad y morbilidad innecesariamente prematura y sanitariamente evitable y, por supuesto, debe aliviar sufrimientos y favorecer una buena muerte, sin alargar innecesariamente el sufrimiento de los enfermos y de su entorno cuando la calidad de la vida ya no se puede recuperar.
Decrecimiento no es sinónimo de recorte económico, supone un nuevo enfoque de la atención sanitaria y de toda la sociedad dirigido a la mejora de las condiciones de vida, a una vida centrada en el ser y no en el tener. A reparto del trabajo, al consumo responsable, al respeto del medio ambiente, al tiempo libre para la vida en sociedad participativa y cooperativa. Tiempo para poder mantener hábitos de vida saludables. Todo esto permite llevar una vida más sana en la que la medicalización de la vida, ni la comercialización de la salud no tienen cabida, ni sobre todo el encarnizamiento sanitario en que se convierte muchas veces el final de la vida.
Imagenes: decrecimiento.info