La contaminación sónica y sus consecuencias en la Vida diaria
Por Carlos Fermin
El problema del ruido ambiental, el caos urbano y la actividad industrial que desempeña la ciudadanía a diario, generan un dilema ecológico, que perjudica la sana interacción del trinomio Hombre-Medio-Sociedad. Es un secreto a voces con el que muchas personas se acostumbran a lidiar, sin considerar los efectos perjudiciales para la salud.
El conformismo en creer que la sinergia en la “Jungla” de cemento, debe ser obligatoriamente: hostil, sofocante y agresiva entre quienes se atreven a disfrutar del safari colectivo, provoca un estado de tensa calma que lucha por priorizar la razón, la tolerancia y el sentido común. Si a ello, le agregamos las variables climáticas y culturales que identifican a cada una de las ciudades en que vivimos, pues se magnifica un efecto “Boomerang” entre: la bullanga pública, el infernal tráfico y al obedecer el semáforo.
La contaminación Sónica, se define como el exceso de sonido que altera las condiciones normales del Ambiente en una determinada zona y que se traduce en el deterioro de la calidad de vida para quienes la resienten. Es así, como el infernal “chillido” de las motos y la furia de las estruendosas alarmas y cornetas de los carros que recorren las calles, avenidas e intersecciones, generan una predisposición negativa en quienes consumen parte del caos urbano.
Existen muchísimos conductores de la irracionalidad, que por culpa de una mala planeación de la vialidad intraurbana, pues manejan los camiones de carga pesada y vehículos de construcción por las principales vías de gran afluencia peatonal. Lo peligroso, es que hay choferes que se encargan de molestar al prójimo, abusando en el uso de las bocinas o el claxon provisto en sus unidades de transporte, que sólo deben ser empleadas para acatar las señales de tránsito terrestre.
También, hay choferes que al ritmo de distintos géneros musicales, llevan todo ese alboroto de la “muerte” a las calles, con la complicidad del patrullaje policial. Eso genera más contaminación sonora, sobre todo en horas nocturnas, lo que es un peligro debido a la asociación directa con: la ingesta de bebidas alcohólicas, el irrespeto a los límites de velocidad y el temor para el resto de los conductores y padres de familia en exponer a sus seres queridos, al toparse con los decibeles de la estupidez.
Suele ocurrir que locales nocturnos, tiendas y oficinas, dejan sistemas de seguridad activados para evitar la entrada de delincuentes, en el transcurso de la madrugada. Eso es lógico y comprensible, para contrarrestar los altos niveles de criminalidad. El problema, es que emplean las archiconocidas “alarmas” que al ser mal configuradas, se activan sin razón aparente en lo inhóspito de la noche y sin que se apersone nadie para apagarlas. Eso genera un aire hostil entre quienes circundan esos lugares y tras ver la luz del día, tienden a no contar con la ayuda de los involucrados, en proteger sus sitios de trabajo sin perturbar a los residentes.
Creemos que cualquier sonido tóxico que nuestros oídos se atrevan a escuchar, se considera un agente sónico contaminante para la salud mental de las personas. Es así, como la burla escolar en las aulas de clases, el chisme mal intencionado en las oficinas laborales, la violencia verbal en las casas de familia y hasta los antivalores de los programas de TV, también son parte del problema ambiental planteado, pues terminan influyendo en nuestra relación con el trinomio Hombre-Medio-Sociedad, que relatábamos en párrafos anteriores.
Todo ese descontrol emocional a flor de piel, suele expresarse en trastornos de ansiedad, mal humor, irritabilidad y desmotivación en realizar una actividad específica. Más concretamente, se representa en la llamada “Hiperacusia”, que es la intolerancia a ciertos sonidos habituales de la vida en sociedad, pero que generan una intranquilidad, desasosiego y temor en quienes los afrontan a diario. Tal afectación psicosensorial, puede incidir negativamente en la cotidianidad de la gente, ya que crea un continuo malestar que influye no sólo en la propia persona, sino en quienes le acompañan a realizar las labores domésticas, laborales o académicas.
Sin embargo, es un trastorno que fácilmente se podría erradicar, siempre y cuando el individuo internalice el problema y aplique técnicas de relajación, meditación y reorientación perceptiva dentro de sus actividades. Es clave NO esperar a que se produzca la situación agobiante, para ponerlas en práctica, ya que debe ser un proceso de adaptación al Medio más que de represión conductual. Aunque no lo creas, el inhalar y exhalar profusamente, cerrar los ojos y contar hasta 10 o simplemente entender que al igual que tú, TODOS padecemos a diario del caos urbano, son tips terapéuticos a considerar. El optimismo y la fraternidad, son valores que ayudan a mantener el autocontrol y a convivir en paz.
Es necesario intensificar campañas audiovisuales que sensibilicen sobre el daño colateral de la contaminación sónica. Se requiere de un trabajo mancomunado entre asociaciones públicas, la empresa privada y fundaciones, que decidan seguir apostando por un Mundo más industrializado, pero menos contaminante. Es triste apreciar, el abuso que se hace de vallas publicitarias para acrecentar el consumismo irracional de la gente y las propagandas políticas que aparte de contaminar visualmente, cercenan el vital derecho a comunicar un mensaje ecológico integral.
Se podrían colocar pancartas, letreros y vallas en zonas de gran concurrencia vehicular, en las que se mencionen frases o imágenes explícitas sobre el dilema del ruido ambiental, para que cuando la gente las lea desde sus carros, motos o camiones, se logre una reflexión socio-ambiental. Las frases como: “Tus gritos me contaminan”, “La paciencia es una virtud”, “Desalármate”, “No te pases de claxon” y “Todos nos ayudamos entre todos”, junto a ilustraciones representativas a full color (calaveras, una trompeta rota o el signo de “STOP”)
Quizás en tu ciudad ya se están realizando iniciativas para minimizar el conflicto ambiental suscitado. Recuerda que en cada país existen leyes vigentes que castigan la perturbación sónica citadina, pero si las personas no denuncian oportunamente, pues no se tipifica como un delito y se crea la impunidad. Si deseamos un “Desarrollo Ecológicamente Sostenible”, es vital respetar a la ciudadanía y asumir un alto grado de conciencia, para que la “Pachamama” suene mucho más agradable, afinada y melódica para todos.
Fuente: Ecoportal.net
El conformismo en creer que la sinergia en la “Jungla” de cemento, debe ser obligatoriamente: hostil, sofocante y agresiva entre quienes se atreven a disfrutar del safari colectivo, provoca un estado de tensa calma que lucha por priorizar la razón, la tolerancia y el sentido común. Si a ello, le agregamos las variables climáticas y culturales que identifican a cada una de las ciudades en que vivimos, pues se magnifica un efecto “Boomerang” entre: la bullanga pública, el infernal tráfico y al obedecer el semáforo.
La contaminación Sónica, se define como el exceso de sonido que altera las condiciones normales del Ambiente en una determinada zona y que se traduce en el deterioro de la calidad de vida para quienes la resienten. Es así, como el infernal “chillido” de las motos y la furia de las estruendosas alarmas y cornetas de los carros que recorren las calles, avenidas e intersecciones, generan una predisposición negativa en quienes consumen parte del caos urbano.
Existen muchísimos conductores de la irracionalidad, que por culpa de una mala planeación de la vialidad intraurbana, pues manejan los camiones de carga pesada y vehículos de construcción por las principales vías de gran afluencia peatonal. Lo peligroso, es que hay choferes que se encargan de molestar al prójimo, abusando en el uso de las bocinas o el claxon provisto en sus unidades de transporte, que sólo deben ser empleadas para acatar las señales de tránsito terrestre.
También, hay choferes que al ritmo de distintos géneros musicales, llevan todo ese alboroto de la “muerte” a las calles, con la complicidad del patrullaje policial. Eso genera más contaminación sonora, sobre todo en horas nocturnas, lo que es un peligro debido a la asociación directa con: la ingesta de bebidas alcohólicas, el irrespeto a los límites de velocidad y el temor para el resto de los conductores y padres de familia en exponer a sus seres queridos, al toparse con los decibeles de la estupidez.
Suele ocurrir que locales nocturnos, tiendas y oficinas, dejan sistemas de seguridad activados para evitar la entrada de delincuentes, en el transcurso de la madrugada. Eso es lógico y comprensible, para contrarrestar los altos niveles de criminalidad. El problema, es que emplean las archiconocidas “alarmas” que al ser mal configuradas, se activan sin razón aparente en lo inhóspito de la noche y sin que se apersone nadie para apagarlas. Eso genera un aire hostil entre quienes circundan esos lugares y tras ver la luz del día, tienden a no contar con la ayuda de los involucrados, en proteger sus sitios de trabajo sin perturbar a los residentes.
Creemos que cualquier sonido tóxico que nuestros oídos se atrevan a escuchar, se considera un agente sónico contaminante para la salud mental de las personas. Es así, como la burla escolar en las aulas de clases, el chisme mal intencionado en las oficinas laborales, la violencia verbal en las casas de familia y hasta los antivalores de los programas de TV, también son parte del problema ambiental planteado, pues terminan influyendo en nuestra relación con el trinomio Hombre-Medio-Sociedad, que relatábamos en párrafos anteriores.
Todo ese descontrol emocional a flor de piel, suele expresarse en trastornos de ansiedad, mal humor, irritabilidad y desmotivación en realizar una actividad específica. Más concretamente, se representa en la llamada “Hiperacusia”, que es la intolerancia a ciertos sonidos habituales de la vida en sociedad, pero que generan una intranquilidad, desasosiego y temor en quienes los afrontan a diario. Tal afectación psicosensorial, puede incidir negativamente en la cotidianidad de la gente, ya que crea un continuo malestar que influye no sólo en la propia persona, sino en quienes le acompañan a realizar las labores domésticas, laborales o académicas.
Sin embargo, es un trastorno que fácilmente se podría erradicar, siempre y cuando el individuo internalice el problema y aplique técnicas de relajación, meditación y reorientación perceptiva dentro de sus actividades. Es clave NO esperar a que se produzca la situación agobiante, para ponerlas en práctica, ya que debe ser un proceso de adaptación al Medio más que de represión conductual. Aunque no lo creas, el inhalar y exhalar profusamente, cerrar los ojos y contar hasta 10 o simplemente entender que al igual que tú, TODOS padecemos a diario del caos urbano, son tips terapéuticos a considerar. El optimismo y la fraternidad, son valores que ayudan a mantener el autocontrol y a convivir en paz.
Es necesario intensificar campañas audiovisuales que sensibilicen sobre el daño colateral de la contaminación sónica. Se requiere de un trabajo mancomunado entre asociaciones públicas, la empresa privada y fundaciones, que decidan seguir apostando por un Mundo más industrializado, pero menos contaminante. Es triste apreciar, el abuso que se hace de vallas publicitarias para acrecentar el consumismo irracional de la gente y las propagandas políticas que aparte de contaminar visualmente, cercenan el vital derecho a comunicar un mensaje ecológico integral.
Se podrían colocar pancartas, letreros y vallas en zonas de gran concurrencia vehicular, en las que se mencionen frases o imágenes explícitas sobre el dilema del ruido ambiental, para que cuando la gente las lea desde sus carros, motos o camiones, se logre una reflexión socio-ambiental. Las frases como: “Tus gritos me contaminan”, “La paciencia es una virtud”, “Desalármate”, “No te pases de claxon” y “Todos nos ayudamos entre todos”, junto a ilustraciones representativas a full color (calaveras, una trompeta rota o el signo de “STOP”)
Quizás en tu ciudad ya se están realizando iniciativas para minimizar el conflicto ambiental suscitado. Recuerda que en cada país existen leyes vigentes que castigan la perturbación sónica citadina, pero si las personas no denuncian oportunamente, pues no se tipifica como un delito y se crea la impunidad. Si deseamos un “Desarrollo Ecológicamente Sostenible”, es vital respetar a la ciudadanía y asumir un alto grado de conciencia, para que la “Pachamama” suene mucho más agradable, afinada y melódica para todos.