Notas para otro sistema económico y social
Por Umberto Mazzei
El mundo atraviesa un momento de grandes cambios. Los vencedores de la Segunda Guerra Mundial polarizaron el mundo entre la receta marxista-leninista y la receta liberal ricardiana. Ese dualismo se presentó como si no hubiese otras opciones, una especie de bipartidismo global. Ambos sistemas fracasaron. Es hora de estudiar otras escuelas del pensamiento económico y político, para dar un nuevo rumbo.
La versión socialista de la Unión Soviética comenzó a ir mal cuando el gobierno de Leonid Brezhnev (1968–1982) aumento el presupuesto de las industrias militares a expensas del resto de la economía y del bienestar social. Luego asumió una guerra de Afganistán que no podía ganar. El adversario estaba equipado, entrenado y financiado por Estados Unidos, que estaba fuera de alcance, a menos de incurrir en una guerra atómica.
Muerto Brezhev, vino Mihail Gorvachev, un iluso, sino otra cosa, que entregó a sus aliados sin garantías, se abrió al neo-liberalismo y Rusia vendió a precio vil las empresas del Estado a testaferros de Wall Street.
En Inglaterra y Estados Unidos, la política la dirigen los intereses financieros desde fines del siglo XVIII y la función de Banco Central las ejercen bancos privados. En Gran Bretaña el Bank of England la ejerce desde 1844 (Bank Charter Act). En Washington un grupo de grandes bancos privados, llamado Reserva Federal, usurpó esa función a la Secretaría del Tesoro, en 1913. En ambos la política económica la dictan los llamados “Lobbies” y descuella la industria de armamento, que la orienta hacía el aumento incesante del gasto militar. Ambos sectores quitan recursos al resto de la economía real para mantener dos mundos fantásticos: el de fabulosas fortunas virtuales y el de amenazas imaginarias.
En la post-guerra, la presencia del marxismo-leninismo como ideología en el poder hizo elevar los salarios e institucionalizar la protección social de los trabajadores, principalmente en Europa, donde la Unión Soviética estaba cerca y había poderosos partidos comunistas. Esa amenaza potencial orientó la política del Estado hacia la conciliación de intereses laborales y empresariales. La desaparición del bloque soviético desencadenó la codicia. En Gran Bretaña y Estados Unidos eso produjo alucinaciones que llevaron al despeñadero socio económico. El cuento de que la libertad total a la codicia personal lleva a la prosperidad colectiva, es falso.
La economía real se erosionó y está en vida artificial desde 2008. Es un caso de esquizofrenia: la gente de bienes y servicios reales (99%) vive una recesión, pero los dueños (1%) de las empresas en finanzas y defensa reciben jugosos bonos y dividendos. Sucede que con deuda pública se dio dinero a los bancos (“quantitative easing”) para re-inflar las bolsas de valores y el pago se cargó a los contribuyentes. Eso pudo haber sido un nuevo comienzo si las prácticas y políticas hubiesen cambiado, pero siguen igual y conducen inexorables a la crisis terminal.
Aún no hay conciencia pública de que vivimos un fallo masivo del sistema económico y político impuesto por Wall Street y la City de Londres, con su victoria de 1945. Los síntomas del colapso sin embargo son claros y el más grave es el laboral, porque los salarios mantienen el consumo. En EE UU el desempleo oficial es un 8%, pero sus estadísticas esconden muchos datos(1) y el desempleo real anda en 18%, y creciendo. En Gran Bretaña la cifra oficial es 8,4%, pero excluye a 3 millones sub-empleados, con pocas horas semanales y a 4 millones del llamado “precariat”: gente en auto empleo casual, que pudiera definirse auto-desempleada(2).
Desde 2008, el rescate de los bancos costó a EE UU más de 19 billones(3) - cifra superior en un tercio de su PIB – que se usaron en nuevas apuestas del sector financiero y no para movilizar la economía. Los hogares perdieron $1,1 billón de su valor, más otros billones perdidos en inversiones y fondos de pensión. Ahora, familias que fueron de la clase media toman sopas en las cocinas de caridad. Estos inocentes pagan los riesgos absurdos en que incurrió la codicia de los banqueros y del complejo militar-industrial.
La ética socio-económica
La responsabilidad social de la economía es un asunto ético que ya separaba a Adam Smith de David Ricardo. Smith habla de un “lucro excesivo”, contrario al interés social y parasitario; Ricardo lo ve como meta económica y es el enfoque del neo-liberalismo de Milton Friedman; es lo que enseñan en los Business Schools como Economía. Es un asunto ético. Gregory Bateson (Mind and Nature) ya dijo que “La ética de lo óptimo y la ética de lo máximo son dos éticas totalmente distintas”. La ética de lo óptimo enfatiza la calidad y se expresa con la satisfacción.
La ética de lo máximo es adictiva y tiene una sola regla: más es mejor.
Los excesos son siempre tóxicos y es lo que mata la economía norteamericana y el sistema económico vigente. “La maximización de una sola variable –nos dice Bateson- típicamente termina en patología”. Una economía sana mantiene equilibrio en la prosperidad de los distintos sectores; cuando se favorece el crecimiento sólo de un par de ellos, hay una situación parasitaria. Es el caso del sector financiero y de la industria de armamento que piden por un lado austeridad económico-social y por otro crean dispendiosas guerras innecesarias.
En su agonía el sistema desmantela la economía del Estado de bienestar europeo. La banca europea pide más fondos para mantener el valor de sus malas apuestas e impone su gente en los gobiernos. Se eliminan puestos de trabajo, se precarizan el empleo y se privatiza servicios públicos.
Como dice Boaventura de Sousa en su Historia de la Austeridad: “El objetivo es volver a la política de clase pura y dura, o sea, al siglo XIX”, a la del liberalismo ricardiano, a la Inglaterra descrita por Charles Dickens.
Hay otras doctrinas
En el siglo XIX prevaleció un enfoque de la economía como ciencia cuyo objetivo primario no son las ganancias del trabajo, sino las del capital invertido… y aún, sólo el de algunos. Pero también hubo quienes pensaron en las ganancias de los trabajadores y esas ideas fueron aplicadas –tímidamente- en la Europa anterior al colapso de la Unión Soviética.
Ahora se les trata de ignorar y hoy sus obras son difíciles de encontrar en las bibliotecas universitarias. Su falta es que miran la prosperidad nacional como un objetivo superior a la ganancia individual; un criterio objetable para las empresas apátridas que financian centros académicos y cuya visión económica se enfoca a las ganancias trimestrales.
El primero fue el ginebrino Jean Charles de Sismondi, que publicó “Nuevos Principios de Economía Política” en 1818. Allí acuñó el término proletario –que luego usó Marx- para designar a quien con su prole garantiza la mano de obra. Criticó a Ricardo y señaló que las ganancias a expensas de salarios es una política miope, porque se necesitan buenos salarios para que se consume la producción; fue también el primero en pedir la intervención del Estado para evitar los abusos capitalistas y en hablar de lucha de clases(4).
Sismondi predijo la crisis que aqueja hoy a Estados Unidos y otros países, gracias a gobiernos cómplices. Habló de la sobreproducción que lleva al imperialismo y a exprimir el consumo con deuda sobre salarios futuros. Ahora se llama “Economía de la Oferta” y es Economía de la Deuda. Sismondi culpó la sobreproducción del distanciamiento entre valor útil del bien y su valor de cambio, que impulsa el consumo a crédito que crea una deuda esclavizante. Algo que sucedía en Inglaterra y Estados Unidos desde la primera mitad del siglo XIX. En esa época era deuda en la tienda del empleador, ahora son tarjetas de crédito. Esa tragedia se describe en la novela futurista “The Iron Heel”(1906), de Jack London.
Desde entonces los excesos congénitos y visibles del capitalismo y el papel del Estado para corregirlos han inspirado propuestas concretas, que se puede clasificar en dos tesis básicas.
El grupo de Karl Marx y sus seguidores, considera al capitalismo irredimible e inmerso en un proceso dialéctico fatal que lo lleva a su propia destrucción violenta. Lo remplaza una sociedad sin propiedad individual.
Creo que Marx y sus seguidores son utópicos cuando basan su tesis violenta en la solidaridad proletaria. La solidaridad es precaria entre gente que lucha por sobrevivir y más si se les niega la aspiración a la seguridad de tener hogar propio. La solidaridad de clase existe, pero entre los muy ricos. A pesar de eso, el marxismo es válido como método de estudio socio-económico y tiene aportes básicos para una propuesta que remplace al ricardismo puro o neoliberalismo.
El otro grupo piensa que el capitalismo es utilizable en beneficio de la sociedad con políticas de control; además de Sismondi, descuellan Friederich List, Werner Sombart, Max Weber, Wilfredo Pareto, John Maynard Keynes y en reversa Deng Xiaoping, en China.
Creemos que este segundo grupo es más realista y coincide con un postulado de la ciencia política, mencionado antes por Sismondi, Iturbide, Sarmiento y otros: En cosas de Estado los saltos son efímeros.
Se progresa por evolución, como en la naturaleza, y las instituciones que perduran reflejan las circunstancias, la cultura y las ideas de sus ciudadanos.
Este grupo de autores también fue influyente. List impulsó la industrialización de Alemania; John Maynard Keynes desarrollo la función económica del salario; Weber y Pareto orientan aún la economía social.
Sombart(5) acuñó el término capitalismo (Marx no lo usa) y el concepto de la destrucción creativa, que usó su alumno Joseph Schumpeter. Su trabajo más célebre no existe en inglés, porque la Universidad de Princeton tiene el derecho exclusivo(6) y no lo hace.
Hay otros autores importantes que podemos estudiar: Vasili Leontief, Nicolai Kondratieff, Joseph Schumpeter, Jon Elster, John Roemer y la venezolana Carlota Pérez cuyo libro “Las Revoluciones Tecnológicas y el Capital Financiero”(7) cubre 250 años de historia y muestra que los cambios y las revoluciones técnicas tienen una notable regularidad y obligan al rediseño institucional social y político. Vivimos uno de esos momentos.
- Umberto Mazzei es doctor en Ciencias Políticas de la Universidad de Florencia. Es Director del Instituto de Relaciones Económicas Internacionales en Ginebra. http://www.ventanaglobal.info - Imagen: Robert GarciaLa versión socialista de la Unión Soviética comenzó a ir mal cuando el gobierno de Leonid Brezhnev (1968–1982) aumento el presupuesto de las industrias militares a expensas del resto de la economía y del bienestar social. Luego asumió una guerra de Afganistán que no podía ganar. El adversario estaba equipado, entrenado y financiado por Estados Unidos, que estaba fuera de alcance, a menos de incurrir en una guerra atómica.
Muerto Brezhev, vino Mihail Gorvachev, un iluso, sino otra cosa, que entregó a sus aliados sin garantías, se abrió al neo-liberalismo y Rusia vendió a precio vil las empresas del Estado a testaferros de Wall Street.
En Inglaterra y Estados Unidos, la política la dirigen los intereses financieros desde fines del siglo XVIII y la función de Banco Central las ejercen bancos privados. En Gran Bretaña el Bank of England la ejerce desde 1844 (Bank Charter Act). En Washington un grupo de grandes bancos privados, llamado Reserva Federal, usurpó esa función a la Secretaría del Tesoro, en 1913. En ambos la política económica la dictan los llamados “Lobbies” y descuella la industria de armamento, que la orienta hacía el aumento incesante del gasto militar. Ambos sectores quitan recursos al resto de la economía real para mantener dos mundos fantásticos: el de fabulosas fortunas virtuales y el de amenazas imaginarias.
En la post-guerra, la presencia del marxismo-leninismo como ideología en el poder hizo elevar los salarios e institucionalizar la protección social de los trabajadores, principalmente en Europa, donde la Unión Soviética estaba cerca y había poderosos partidos comunistas. Esa amenaza potencial orientó la política del Estado hacia la conciliación de intereses laborales y empresariales. La desaparición del bloque soviético desencadenó la codicia. En Gran Bretaña y Estados Unidos eso produjo alucinaciones que llevaron al despeñadero socio económico. El cuento de que la libertad total a la codicia personal lleva a la prosperidad colectiva, es falso.
La economía real se erosionó y está en vida artificial desde 2008. Es un caso de esquizofrenia: la gente de bienes y servicios reales (99%) vive una recesión, pero los dueños (1%) de las empresas en finanzas y defensa reciben jugosos bonos y dividendos. Sucede que con deuda pública se dio dinero a los bancos (“quantitative easing”) para re-inflar las bolsas de valores y el pago se cargó a los contribuyentes. Eso pudo haber sido un nuevo comienzo si las prácticas y políticas hubiesen cambiado, pero siguen igual y conducen inexorables a la crisis terminal.
Aún no hay conciencia pública de que vivimos un fallo masivo del sistema económico y político impuesto por Wall Street y la City de Londres, con su victoria de 1945. Los síntomas del colapso sin embargo son claros y el más grave es el laboral, porque los salarios mantienen el consumo. En EE UU el desempleo oficial es un 8%, pero sus estadísticas esconden muchos datos(1) y el desempleo real anda en 18%, y creciendo. En Gran Bretaña la cifra oficial es 8,4%, pero excluye a 3 millones sub-empleados, con pocas horas semanales y a 4 millones del llamado “precariat”: gente en auto empleo casual, que pudiera definirse auto-desempleada(2).
Desde 2008, el rescate de los bancos costó a EE UU más de 19 billones(3) - cifra superior en un tercio de su PIB – que se usaron en nuevas apuestas del sector financiero y no para movilizar la economía. Los hogares perdieron $1,1 billón de su valor, más otros billones perdidos en inversiones y fondos de pensión. Ahora, familias que fueron de la clase media toman sopas en las cocinas de caridad. Estos inocentes pagan los riesgos absurdos en que incurrió la codicia de los banqueros y del complejo militar-industrial.
La ética socio-económica
La responsabilidad social de la economía es un asunto ético que ya separaba a Adam Smith de David Ricardo. Smith habla de un “lucro excesivo”, contrario al interés social y parasitario; Ricardo lo ve como meta económica y es el enfoque del neo-liberalismo de Milton Friedman; es lo que enseñan en los Business Schools como Economía. Es un asunto ético. Gregory Bateson (Mind and Nature) ya dijo que “La ética de lo óptimo y la ética de lo máximo son dos éticas totalmente distintas”. La ética de lo óptimo enfatiza la calidad y se expresa con la satisfacción.
La ética de lo máximo es adictiva y tiene una sola regla: más es mejor.
Los excesos son siempre tóxicos y es lo que mata la economía norteamericana y el sistema económico vigente. “La maximización de una sola variable –nos dice Bateson- típicamente termina en patología”. Una economía sana mantiene equilibrio en la prosperidad de los distintos sectores; cuando se favorece el crecimiento sólo de un par de ellos, hay una situación parasitaria. Es el caso del sector financiero y de la industria de armamento que piden por un lado austeridad económico-social y por otro crean dispendiosas guerras innecesarias.
En su agonía el sistema desmantela la economía del Estado de bienestar europeo. La banca europea pide más fondos para mantener el valor de sus malas apuestas e impone su gente en los gobiernos. Se eliminan puestos de trabajo, se precarizan el empleo y se privatiza servicios públicos.
Como dice Boaventura de Sousa en su Historia de la Austeridad: “El objetivo es volver a la política de clase pura y dura, o sea, al siglo XIX”, a la del liberalismo ricardiano, a la Inglaterra descrita por Charles Dickens.
Hay otras doctrinas
En el siglo XIX prevaleció un enfoque de la economía como ciencia cuyo objetivo primario no son las ganancias del trabajo, sino las del capital invertido… y aún, sólo el de algunos. Pero también hubo quienes pensaron en las ganancias de los trabajadores y esas ideas fueron aplicadas –tímidamente- en la Europa anterior al colapso de la Unión Soviética.
Ahora se les trata de ignorar y hoy sus obras son difíciles de encontrar en las bibliotecas universitarias. Su falta es que miran la prosperidad nacional como un objetivo superior a la ganancia individual; un criterio objetable para las empresas apátridas que financian centros académicos y cuya visión económica se enfoca a las ganancias trimestrales.
El primero fue el ginebrino Jean Charles de Sismondi, que publicó “Nuevos Principios de Economía Política” en 1818. Allí acuñó el término proletario –que luego usó Marx- para designar a quien con su prole garantiza la mano de obra. Criticó a Ricardo y señaló que las ganancias a expensas de salarios es una política miope, porque se necesitan buenos salarios para que se consume la producción; fue también el primero en pedir la intervención del Estado para evitar los abusos capitalistas y en hablar de lucha de clases(4).
Sismondi predijo la crisis que aqueja hoy a Estados Unidos y otros países, gracias a gobiernos cómplices. Habló de la sobreproducción que lleva al imperialismo y a exprimir el consumo con deuda sobre salarios futuros. Ahora se llama “Economía de la Oferta” y es Economía de la Deuda. Sismondi culpó la sobreproducción del distanciamiento entre valor útil del bien y su valor de cambio, que impulsa el consumo a crédito que crea una deuda esclavizante. Algo que sucedía en Inglaterra y Estados Unidos desde la primera mitad del siglo XIX. En esa época era deuda en la tienda del empleador, ahora son tarjetas de crédito. Esa tragedia se describe en la novela futurista “The Iron Heel”(1906), de Jack London.
Desde entonces los excesos congénitos y visibles del capitalismo y el papel del Estado para corregirlos han inspirado propuestas concretas, que se puede clasificar en dos tesis básicas.
El grupo de Karl Marx y sus seguidores, considera al capitalismo irredimible e inmerso en un proceso dialéctico fatal que lo lleva a su propia destrucción violenta. Lo remplaza una sociedad sin propiedad individual.
Creo que Marx y sus seguidores son utópicos cuando basan su tesis violenta en la solidaridad proletaria. La solidaridad es precaria entre gente que lucha por sobrevivir y más si se les niega la aspiración a la seguridad de tener hogar propio. La solidaridad de clase existe, pero entre los muy ricos. A pesar de eso, el marxismo es válido como método de estudio socio-económico y tiene aportes básicos para una propuesta que remplace al ricardismo puro o neoliberalismo.
El otro grupo piensa que el capitalismo es utilizable en beneficio de la sociedad con políticas de control; además de Sismondi, descuellan Friederich List, Werner Sombart, Max Weber, Wilfredo Pareto, John Maynard Keynes y en reversa Deng Xiaoping, en China.
Creemos que este segundo grupo es más realista y coincide con un postulado de la ciencia política, mencionado antes por Sismondi, Iturbide, Sarmiento y otros: En cosas de Estado los saltos son efímeros.
Se progresa por evolución, como en la naturaleza, y las instituciones que perduran reflejan las circunstancias, la cultura y las ideas de sus ciudadanos.
Este grupo de autores también fue influyente. List impulsó la industrialización de Alemania; John Maynard Keynes desarrollo la función económica del salario; Weber y Pareto orientan aún la economía social.
Sombart(5) acuñó el término capitalismo (Marx no lo usa) y el concepto de la destrucción creativa, que usó su alumno Joseph Schumpeter. Su trabajo más célebre no existe en inglés, porque la Universidad de Princeton tiene el derecho exclusivo(6) y no lo hace.
Hay otros autores importantes que podemos estudiar: Vasili Leontief, Nicolai Kondratieff, Joseph Schumpeter, Jon Elster, John Roemer y la venezolana Carlota Pérez cuyo libro “Las Revoluciones Tecnológicas y el Capital Financiero”(7) cubre 250 años de historia y muestra que los cambios y las revoluciones técnicas tienen una notable regularidad y obligan al rediseño institucional social y político. Vivimos uno de esos momentos.
Notas:
(1) No se cuentan los desempleados que dejan recibir su seguro de desempleo aunque sigan sin trabajo. Se cuentan como empleados a los desocupados que trabajan algunas pocas horas semanales a destajo. Hay unos 50 millones en EE UU que viven bajo el nivel calificado de pobreza.
Morris Berman, Why America Failed.
(2) The Guardian, John Philipott: We need employment statistics that confront political spin. 16 January 2013.
(3) Es el término internacional y español; los anglosajones les dicen trillions (o sea, millones de millones).
(4) Economie politique (1815), Nouveaux principes d'économie politique (1819).
(5) El Capitalismo Moderno (Der Moderne Kapitalismus), 1902 y su última versión en 1927.
(6) Fuente: fr.wikipedia.org/wiki/Werner Sombart
(7) Carlota Perez and Chris Freeman, “Technological Revolutions and Financial Capital: the Dynamics of Bubbles and Golden Ages”. Edward Elvin Publishing Limited, Glensanda House, Cheltenham, UK. 2002.
ALAI http://alainet.org Publicado en Ecoportal.net