Adolescentes y redes sociales: entre la presión estética, el acoso… y el paternalismo
Según el último informe sobre Adicciones comportamentales, publicado por el Observatorio Español de las Drogas y las Adicciones del Ministerio de Sanidad en 2021, las personas jóvenes de entre 15 y 24 años son, con mucha diferencia, el grupo con mayor riesgo de tener un uso compulsivo de internet, con un 11,3% de prevalencia frente al 5% del siguiente grupo —25 a 34 años— o el 2,6% del posterior —35 a 44 años—. En el caso de las mujeres jóvenes, este riesgo es ligeramente superior que en el caso de los hombres jóvenes. Pero, ¿cuándo un uso de la red pasa a ser conflictivo? ¿A qué se debe que los y las jóvenes pasen tanto tiempo en internet y cómo se debe actuar?
Lis Gaibar
Patricia García Navarro, que trabaja como psicóloga especializada en adicciones en la Fundación Adsis —una organización entre cuyos ámbitos de actuación está el de prevención de tecnoadicciones—, resume la complejidad del tema: “No hay un diagnóstico de adicción al móvil o a las redes sociales. Y hay un debate, porque las jóvenes usan el móvil para estar en las redes sociales, entonces, ¿de qué hablamos cuando hablamos de adicción al móvil?”.
Ana Ayala, psicóloga especialistas en jóvenes y adicciones, incide en que el uso de las redes sociales en la adolescencia es algo “tan naturalizado y cotidiano que, en realidad, forma parte de cómo ellas se relacionan en el día a día a diferencia de cómo nos relacionábamos antes”. La experta resume las problemáticas que pueden surgir de este fenómeno en tres bloques: los efectos derivados de un mal uso de las redes sociales; los riesgos de llegar a tener un uso abusivo de internet y, por último, las adicciones.
Sobre el primero de estos problemas, Ayala expresa que, más allá del mal uso que puedan hacer las chicas jóvenes de las redes sociales, resulta habitual que, además, sean las víctimas del mal uso que hacen otras personas de las mismas: “Ellas suelen sufrir las consecuencias de, por ejemplo, un control excesivo por parte de las parejas, la extorsión, el acoso, la hipervigilancia o incluso el ghosting”, enumera.
En cuanto a las diferencias entre uso abusivo y adicción, la experta reconoce que lo segundo es más difícil de detectar: mientras el uso abusivo se produce cuando la cantidad de horas pasadas en la red deriva en conflictos con la familia o la ausencia de otros espacios de ocio o de intereses más allá del móvil, el bloque de la adicción es “complicado de identificar porque a menudo enmascara otras problemáticas”.
Por eso, achacar exclusivamente la cantidad de horas que los y las jóvenes pasan en las redes sociales a una especie de falta de motivaciones o intereses o un exceso de comodidad no es solo injusto, sino que también es erróneo. “Haciendo análogo el consumo de sustancias, muchas veces lo que pasa es que [el uso compulsivo de redes sociales] oculta desde otros trastornos hasta otras necesidades que tienen las jóvenes, como una inadecuada gestión emocional, una falta de ocio alternativo o una ausencia de red social de apoyo o seguridad”, explica Ayala. Todo ello en un contexto en el que los espacios de socialización presencial se han reducido (parques), demonizado (botellones) o encarecido (discotecas), y tras un periodo pandémico en el cual millones de jóvenes han visto limitadas sus opciones de ocio y desarrollo entre iguales a otra cosa que no sea una pantalla. ¿Las redes sociales son malas? Las expertas coinciden: no, pero hay que alertar de sus riesgos y educar en su uso, porque más allá de las tecnoadicciones, las adolescentes asumen, por el mero hecho de existir en redes sociales, dos grandes riesgos: el machismo y la presión estética.
Riesgo #1: Machismo y acoso
Carla Galeote acumula más de 330.000 seguidores en TikTok, la red social por excelencia de la generación Z. Su contenido se enfoca en política, derechos humanos y feminismo, con reflexiones sobre temas de actualidad. Galeote tiene 21 años y cuenta que empezó su andadura en redes sociales “sin ninguna expectativa, con un vídeo que subí estando confinada para mis tres seguidores: mis mejores amigas y mi hermana”. Empezó a crecer y, con ello, sus vídeos se llenaron de comentarios. Para ella, el machismo en la red es más que evidente: “Tengo compañeros de más o menos mi misma edad que comparten los mismos discursos, incluso hemos hecho vídeos casi casi iguales; pues ellos en ningún momento han recibido acoso, ni sexualización, ni amenazas en estos términos. Se les ha tomado muy en serio y cuando se les ha criticado ha sido con críticas elaboradas y si se les ha insultado nunca traspasando la esfera personal”, explica. “En cambio, a las mujeres nos cuesta muchísimo que se nos tome en serio en estos temas, y haces un vídeo de tres minutos súper elaborado, con argumentario, y las primeras preguntas o comentarios van a ser sexualizándote”.
Que las mujeres influencers o con más visibilidad sufren altos niveles de machismo es una realidad que ya se reflejaba en el informe Ser influencer hoy: posibilidades y obstáculos de una nueva forma de empleo de la Cátedra de Economía Colaborativa y Transformación Digital de la Universitat de València (UV). Pero no hace falta acumular muchos seguidores o tener miles de visualizaciones para experimentar esta realidad en internet: basta con existir, especialmente si existes en determinados contextos dentro de la red. Así lo expresa García Navarro cuando habla de que, pese a lo socialmente concebido, los datos demuestran que cada vez hay un mayor equilibrio entre consumidores y consumidoras de videojuegos, pero que no ha venido acompañado de una normalización y respeto a la presencia de ellas en un entorno tradicionalmente masculinizado: “Las jugadoras se encuentran con distintos tipos de violencia cuando usan los videojuegos: se les dice que no sirven para jugar, o sueltan durante las partidas comentarios machistas como que se vayan a la cocina. Al final ellas optan por abandonar la partida, ponerse un nick para que no las identifiquen como mujeres o jugar con el micrófono muteado”. Lo confirma Laura Almenara, @feminismoen8bits en redes sociales, cuando habla de un área que conoce bien y cuyas violencias machistas van más allá de lo explícito: también hay mucho de condescendencia. “Es curioso cómo intentan desacreditarme a través de insultos sobre mi supuesta falta de conocimientos sobre videojuegos —el tradicional: “¿Te gusta Nirvana? Pues a ver, dime toda su discografía y el árbol genealógico de Kurt Cobain”— y demás barbaridades que denotan un odio visceral a cualquier mujer feminista. Pero es que en redes sociales les ampara el anonimato y son capaces de decir auténticas barbaridades”.
Según el informe (In)seguras online: experiencias de las niñas y las jóvenes en torno al acoso online, publicado este año por la ONG Plan International, un 88% de las encuestadas reconocen que ellas u otras chicas de su entorno se han enfrentado a más de una forma de acoso en la red, sobre todo en Instagram (35%) y WhatsApp (28%), a menudo (38%) por parte de personas desconocidas o anónimas. La mayoría (77%) ha sido víctima de insultos o lenguaje ofensivo; pero no son pocas las que aseguran haber sufrido humillaciones por cuestiones físicas (64%), intimidación (61%) y acoso sexual en internet (58%) por cuestiones de apariencia, orientación sexual, raza u origen, opiniones políticas y discapacidad.
Riesgo #2: Presión estética
La comunidad de Teresa López Cerdán en TikTok está compuesta por más de medio millón de personas. Ella lleva alrededor de una década usando redes sociales, pero en sus orígenes su uso no tenía nada que ver con el discurso contra la gordofobia. Fue un hallazgo posterior: “Descubrí en redes sociales lo que no encontraba en el cuerpo a cuerpo: mis amigas son todas súper normativas, estupendas, maravillosas. En internet encontré un nido en el que sentirme cómoda con mi cuerpo a través de referentes que literalmente me cambiaron la vida, porque me hicieron darme cuenta de que no era la única, de que no estaba sola y que éramos muchas mujeres las que pasábamos por los mismos cánones sociales y que estábamos viviendo las mismas situaciones”. Descubrir esto hizo que ella también quisiera “ser un ejemplo”. El primer vídeo que subió a YouTube, no obstante, llegó a Forocoches. El resultado fue el esperado: “Fue mi primer encontronazo con las redes sociales y para mi sorpresa me la sudó muchísimo porque como fueron tantísimos, fui capaz de racionalizarlo y decir: ‘Vale, aquí tenéis un problema porque estáis viniendo como monos en manada a atacar a una niña de 20 años’. A partir de ahí, mi experiencia en general es buena y la gente que me sigue es maravillosa”.
Aunque tanto Patricia García Navarro como Ana Ayala coinciden en que cada vez hay más respuesta desde la propia juventud a la gordofobia en la red, recuerdan que la presión estética está ahí y que los efectos de unos cánones de belleza a menudo inalcanzables están lejos de menguar. García Navarro hace referencia a que los Trastornos de la Conducta Alimentaria (TCA) se han acentuado desde la pandemia, aunque recuerda que el desarrollo de un TCA es multifactorial y no se puede cargar toda la responsabilidad a lo que se proyecta en redes sociales. Cerdán es categórica al respecto: “Creo que la sociedad en su conjunto le ha echado mucho morro. No puedes culpar a LolaLolita [una de las principales influencers españolas] por estar buenísima de que tu hija tenga bulimia, porque la niña pasa mucho tiempo en redes, pero también pasa mucho tiempo en clase y en su casa”, expresa. Corrobora el cambio generacional en el discurso sobre el aspecto físico, aunque alerta de incongruencias: no conoce, dice, a ninguna influencer de la generación Z que “no pida evitar comentarios alrededor del cuerpo y tenga un posicionamiento a este respecto”, pero al mismo tiempo alerta de que “siguen bajo la misma presión social que tenemos todas y están intentando constantemente ser lo más normativas posible, pasando por cirugías estéticas cada dos por tres”.
Uno de los casos más sonados fue la reciente operación de pecho de Lucía Bellido (8,9 millones de seguidores): “Es cierto que es una incoherencia decir ‘quiérete’ y luego pasar por un cirujano, pero entiendo que cada uno tiene su lucha interna”. Carla Galeote valora positivamente que esta influencer, a diferencia de otras, haga público ese retoque estético, pero también apunta que “si bien el discurso fácil es decir que cada una puede hacer lo que quiera con su cuerpo, creo que hay que ir más al fondo de la cuestión y preguntarse por qué las mujeres recurrimos tanto a la cirugía, cuáles son las exigencias sociales”. Almenara va en la misma dirección y vaticina que el éxito llegará cuando “las nuevas generaciones de mujeres crezcan sin tener que estar midiendo las calorías de una comida ni existan influencers que les culpen por consumir ultraprocesados”.
comprensión adulta
Puede que, ante el riesgo de que a tu hija le hagan comentarios machistas o mengüen su autoestima a través de la red, o que sencillamente detestes verla tanto tiempo delante de una pantalla, la tentación sea quitarle el móvil. No es lo que recomiendan las expertas. “Demonizar el uso de redes sociales o adoptar una posición prohibicionista no va a ayudar al objetivo. Para una adolescente es importantísimo sentirse comprendida, validada y apoyada; lo importante en estas edades es negociar con ellas”, expresa Ayala. Almenara concuerda: “Creo que prohibir no es terminar con el problema, sino ocultarlo, y que la clave en todo esto es la concienciación sobre estas realidades: otorgarles herramientas y que ellos adquieran el criterio necesario para discernir”. Las psicólogas concuerdan en que lo importante es detectar en qué invierten las jóvenes su tiempo en redes sociales para ver qué tipo de necesidades están cubriendo en ese uso y enfocar la acción en la dirección correcta.
confianza. “Puede que los jóvenes no tengan la capacidad emocional para discernir el límite en el uso de las redes sociales, pero también creo que es algo que tienen que aprender por ellos mismos”. La también periodista hace alusión al tema del acoso: “Prefiero que un niño esté cómodo en las redes sociales que en el parque mientras le hacen bullying. El discurso boomer de ‘hay que salir a la calle y jugar con el palo y la pelota’... A veces el niño no está bien con el palo y la pelota, ¿y si ese rato que está en su habitación con los jueguecitos le está sirviendo para abstraerse de su realidad? Entiendo que tú veas a una persona en su habitación con los auriculares y el móvil y pienses que está sola; pero es que no está sola, está con gente que también se siente sola”. A esta reflexión, Galeote añade algo más: la oportunidad de sentirse libre en las redes sociales. “Se está viendo que si la gente recurre tanto a ellas es precisamente porque supone un espacio libre para comunicarse”. Hace alusión a la cantidad de talentos y conocimientos que se comparten en redes, y pone un ejemplo paradigmático: “Muchos chicos se maquillan en Tik tok porque es allí donde hemos creado nuestro espacio libre, sin tabús, y donde podemos ser cada quien en nuestra diversidad. En cambio, cuando vas al mundo de los adultos, por así decirlo, eso no existe. Si en vez de criticarnos tanto se nos escuchara y sobre todo se nos preguntara por qué somos tan libres en nuestras redes y permanecemos tan calladitas en nuestra habitación, a lo mejor cambiaría la cosa”.
¿Y las soluciones?
Pero es cierto que cada vez más padres y madres comparten, consciente o inconscientemente, esta filosofía. De hecho, es habitual ver a jóvenes de la generación Z grabando contenidos con sus familiares. “Es una manera de pasar tiempo con tus hijos, de disfrutar de ellos y de tener tiempo de calidad hablando de algo que a él le interesa. La putada es cuando los padres se cierran en que te tiene que interesar lo mismo que a ellos y tienes que reproducir los pasos que quisieron dar y no pudieron”.
Aunque se está avanzando en los discursos sobre los principales males que acechan a las mujeres jóvenes en internet —acoso y presión estética—, las fuentes alertan de todo el camino que queda por recorrer para construir entornos digitales seguros. Con ese objetivo, las entrevistadas apuntan a varias cosas: para Galeote, la sororidad es importante. Que las chicas abracen en la distancia a quien denuncie haber sido víctima de violencias o acoso, que no minimicen su llanto porque el origen sea uno u otro, escuchar cuando alguien pide ayuda, “tener un mínimo de empatía”.
Para Ayala y García, hay varios campos de actuación: la familia, la escuela y las instituciones. Sobre el primero, Ayala recuerda que de cara a que un uso de las redes sociales sea problemático hay factores internos —pocas habilidades comunicativas, falta de gestión emocional o asertividad— pero también existen otros externos que tiene que ver con las dinámicas familiares o el contexto en el que se desenvuelven, e insisten en que es difícil para los progenitores poner límites a un mundo —el cibernético generacional—, que no conocen. Igualmente, las psicólogas consideran que la escuela debe actuar en consonancia con las familias a través de recursos didácticos tempranos, antes incluso del primer móvil, que alerten sobre los riesgos de las redes sociales y enseñen a los jóvenes cómo deben usarlas, qué hay de real en lo que ven, cómo pueden estar más seguros y seguras. Sobre las instituciones, ambas expertas creen que hay que habilitar espacios de ocio alternativos saludables y gratuitos, y reforzar la atención pública de psicología infantojuvenil.
Para López Cerdán, lo importante es que se sepa trasladar que Tik Tok, Instagram y demás plataformas son un mundo de oportunidades, donde también hay muchas cosas buenas, pero que hay que saber escoger a los referentes. Y sobre todo, pasar del señalamiento a la comunicación: “Ha llegado el momento de dejar de echar balones fuera, de acabar con el simplismo de que es ‘una edad complicada’ y sentarse a hablar con los chavales. Creo que ahí está la clave hacia unas redes sociales más sanas, y en general hacia un entorno más sano en todos los sentidos: cuidar más ese cambio de la niñez a la adultez”.
Fuente: https://www.elsaltodiario.com/juventud/adolescentes-redes-sociales-entre-presion-estetica-acoso-paternalismo - Imagen de portada: SANCHO R. SOMALO