Colombia Potencia Mundial de la Vida
El domingo 7 de agosto harán su ingreso a la Casa de Nariño en la capital colombiana Gustavo Petro como presidente y Francia Márquez Mina como vicepresidenta, para quienes la defensa del ambiente y las ciencias ocuparán un lugar importante en su gobierno, tal como lo vienen destacando desde el inicio de la campaña electoral. En ese camino, en mayo pasado ha comenzado a circular el borrador de un documento del Pacto Histórico titulado “Sistema Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación para el buen vivir, el vivir sabroso y el ejercicio efectivo de una democracia multicolor”[1] como línea de trabajo del futuro Ministerio de Ciencia. En él se plantea la necesidad de cambiar el modelo de ciencia y tecnología hegemónico, que ha hecho “mucho daño a la naturaleza y a las sociedades” y de abrir un debate sobre la producción y distribución del conocimiento, el uso de la ciencia, la tecnología y la innovación para la mayoría de la población y no solo para algunos grupos privilegiados.
Asimismo, propone que la investigación básica y aplicada sea financiada por el Estado y que el Sistema Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación sea el instrumento para lograr la articulación local y regional, entre universidades, empresarios, comunidades y entidades públicas, además de la proponer la creación de una misión para “el reconocimiento de nuestra diversidad natural, cultural, territorial, que articule las ciencias y los saberes diversos para sustentar una Colombia Potencia Mundial de la Vida”.
¿Por dónde deben ir las ciencias?... Este interrogante lo venimos planteando y profundizando desde el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales a partir de su fundación, en 1967. Por ello consideramos que el debate abierto en estos días en Colombia aportará sustancialmente a ver las diferencias entre las políticas hegemónicas y las alternativas emergentes que definen nuevos contornos en un horizonte de progreso, diversidad y respeto por la vida en todas sus variantes.
“Cada vez que hay cambios significativos en la política científica de un país, surgen posiciones discordantes y brota el debate nacional”, sostiene el intelectual portugués Boaventura de Sousa Santos[2] haciéndose eco del fuerte rechazo de los sectores del status quo a los planes del gobierno próximo a asumir en Colombia. Así comienza su respuesta a un artículo, publicado el 15 de julio por el investigador colombiano Moisés Wasserman en El Tiempo de Bogotá[3], con una crítica al documento del Pacto Histórico. Para Wasserman, “la ciencia no progresa con una lucha de poderes, sino con los retos de la realidad y la experimentación. La hegemonía de una ciencia no es más que la medida de su éxito en acercarse lo más posible a descripciones verdaderas de la realidad.”
Entre las varias reacciones que generó el artículo, el antropólogo colombiano Arturo Escobar[4] subrayó que “el profesor Wasserman no reporta que el documento que critica recomienda apoyarse en la Misión de Sabios[5] (de la cual el mismo profesor Wasserman ha sido miembro), fortalecer el sistema de investigación existente y su red de universidades, apoyar la construcción de economías productivas para el bienestar, y buscar las mejores condiciones para la sustentabilidad ambiental y la transiciones alimentaria y energética, entre muchas otras metas de amplia aceptación frente a la actual crisis.” Y agrega: “El Pacto Histórico propone construir una ciencia y tecnología para el Siglo XXI, que subordine la ciencia, la tecnología y la economía a la defensa de la vida y al Buen Vivir de todxs y no a la acumulación, como siempre ha sido (…) Estamos asistiendo a un amplio proceso de desafíos civilizatorios que buscan ir más allá de la dominancia del modelo occidental, sin desconocer sus logros más importantes, pero reorientándolos al servicio de la vida y de la Tierra y con prioridad para los grupos que más han sufrido las consecuencias del modelo: lxs nadies.”
El educador e investigador social colombiano Alejandro Mantilla Quijano[6] considera a su vez que “Wasserman defiende una comprensión del quehacer científico en el que siempre se imponen las buenas razones, siempre ganan las buenas investigaciones y las virtudes intelectuales no tienen límites sociales. Sin embargo, esa no es la situación de la investigación científica real, ni expresa los casos normales de la producción de conocimiento en sociedades marcadas por la desigualdad. Desligar el trabajo científico del contexto social en que se produce no solo puede llevarnos a una comprensión errada, reificada, de la producción de conocimiento. Además, puede desorientar la política pública en ciencia y tecnología que necesita Colombia.”
Coincidentemente, para Boaventura de Sousa Santos, “el profesor Wasserman defiende la posición convencional que fue hegemónica hasta la década de 1960, cuando surgieron los estudios sociales de la ciencia y las concepciones epistemológicas que se desarrollaron a partir de ellos.” Más adelante, agrega: “La ciencia no solo progresa a través de la curiosidad científica y la experimentación (en sí misma problemática) sino sobre todo por fuertes intereses económicos (y militares) que guían los caminos de la ciencia a través de la financiación que controlan (…) La ciencia hegemónica de la que habla el profesor Wasserman, ciertamente de buena fe, es la ciencia que aún no ha asumido el contexto científico real en el que opera y sigue imaginándose protegida de las influencias políticas, culturales y sociales dentro de su torre de marfil. Esta ilusión de autonomía se deriva de la rutina nunca cuestionada de los criterios de financiación.”
Luego aporta que “el movimiento indígena y afrodescendiente del continente jugó un papel importante en mostrar que había filosofías afro-indígenas que partían de una concepción de la naturaleza diferente de la que subyace a la ciencia moderna (…) Mientras que para la ciencia moderna la naturaleza nos pertenece, para las filosofías afro-indias pertenecemos a la naturaleza.”
A su vez, Alejandro Mantilla Quijano entiende que “en sociedades marcadas por la desigualdad, el racismo o el patriarcado, es habitual que las personas que exhiben virtudes intelectuales y pertenecen a grupos discriminados no ganen la partida, que su conocimiento no sea validado, o que sus hallazgos sean objeto de desprecio. De eso se trata la pregunta por la injusticia epistémica.”
“Lo que está en juego, en última instancia, –entiende Arturo Escobar– es una necesaria reinvención de lo humano y del significado de la vida.”
“Frente a todo esto, es importante formular y discutir la política científica asumiendo que lo que es propio de los humanos no es la verdad, sino más bien la búsqueda de la verdad”, concluyó a su vez Boaventura de Sousa Santos.
Fuente: https://www.clacso.org/colombia-potencia-mundial-de-la-vida/
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