‘Las cuatro almas del coyote’, una historia de los humanos que ya han vivido un fin del mundo

Llega el éxito animado del húngaro Aron Gauder, una fábula que toma elementos de la mitología de los pueblos originarios de América del Norte para reflexionar sobre el extractivismo: Un grupo de activistas medioambientales y nativos de los pueblos originarios acampa al raso en un estado del centro de los Estados Unidos. Se dirigen hacia la obra de un oleoducto que atravesará las tierras ancestrales de la tribu a partir de la mañana siguiente. Su plan es plantarse ante las excavadoras y cerrarles el paso. Para pasar la noche, el abuelo, el más viejo del lugar, les cuenta una historia, la de las cuatro almas del coyote, el animal que traicionó a todos los seres vivos creando el asesinato pero el que también otorgó a la Humanidad su propio espíritu.

José A. Cano

¿Cuántas películas para niños con personajes animados enfrentándose a retroexcavadoras he visto en el último año? No quieren ustedes saber la respuesta. Pero bastantes. Con todo, Las cuatro almas del Coyote, del animador Aron Gauder, estrenada en cines en 2023 y que ahora llega al streaming, es más animación para adultos, aunque los más pequeños puedan entenderla perfectamente sin mucho esfuerzo.

Es una rareza: una historia sobre la mitología de los indios americanos escrita y dirigida por un húngaro. Algo que le daría para una profunda reflexión al filósofo alemán Jens Balzer, autor del reciente ensayo Ética de la apropiación cultural, si no fuese, quizás, porque Gauder quiere plantear una impugnación general del extractivismo como modo de vida y se sitúa a sí mismo, como europeo y blanco, en el lado villano de la historia.
En el mito del coyote, los blancos nacen de los descartes para la primera raza humana que hace el animal totémico, con una vida prestada otorgada por Wakan Tanka, el gran espíritu. Personas incompletas que volverán para enturbiar la vida de los verdaderos humanos. La película también se basa en dos casos reales: los oleoductos Keystone XL y Dakota, vetados por Obama y aprobados por Trump durante su primer mandato. Ambos atraviesan hábitats naturales críticos y tierras ancestrales de comunidades indígenas.
La propuesta de Gauder es una cristalización de otra, la de Ciencia-ficción capitalista, del escritor y ensayista argentino Michel Nieva, que invitaba a aprender de la experiencia de los pueblos originarios de América. El testimonio más cercano a comunidades humanas que han vivido el fin de un mundo, aquí convertido en una lucha entre la primera pareja de humano contra su demiurgo, ese coyote nacido de los sueños de un dios cansado, que solo piensa en devorar a otros para su propio beneficio y en destruir el Edén… pero al que restará al menos una de sus cuatro almas para redimirse.
Y, con todo, no se puede culpar a Gauder por tecnificar un mito, que diría la jerga marxista, y añadirle la presencia del hombre blanco. Al fin y al cabo, un origen del mundo que incluye al Gran Espíritu dando el aliento de vida a los europeos como un castigo a la tierra con forma de tortuga no es un mito puro, sino uno que admite la contaminación cultural de la llegada blanca al Nuevo Continente.
De hecho, como ya señala la antropología –vamos a recomendar dos libros: 1491 y Continente Indígena–, lo que entendemos por cultura indígena de Norteamérica no es tal. Las culturas originarias fueron destruidas antes de la llegada en masa de los europeos, tras unos primeros contactos que seguramente provocaron varias oleadas de pandemias que hicieron colapsar sus civilizaciones. Algo similar debió de ocurrir en la cuenca de la Amazonia, donde la expedición de Francisco de Orellana destruyó, de forma involuntaria, las ciudades fluviales que solo ahora la arqueología esta revelando como verdaderas y no fantasías de conquistadores.

Las cuatro almas del coyote.

También habría que apuntar el tufo a paternalismo que acaban teniendo esas historias de los blancos como demonios y los buenos salvajes como seres puros y bondadosos, en lugar de personas que viven de forma compleja y acorde con sus propias reglas. Convierte experiencias, la del colonizador y el colonizado, en esencialistas, irrenunciables e inevitables respecto la propia identidad de cada grupo.
En lugar de un mucho más sano y realista entendimiento de la evolución social y de las circunstancias que, al volver las normas voluntarias, hace que un grupo pueda adoptar las que le resultan ventajosas del otro. Mucho más constructivo, seguramente, porque lo contrario es pensar que nuestro origen étnico o cultural nos condena a un solo tipo de vida. Y al menos el que suscribe estas líneas no firmó para eso.
Volviendo a la película, además de la belleza de sus diseños, basados en la propia cultura nativa americana, lo mejor que se puede decir de ella es que invita a la incomodidad y al debate contra sus propios planteamientos. El coyote tiene cuatro almas que luchan entre sí porque es tan humano como el más fallido de todos nosotros, y solo la conciencia de que forma parte de la cadena de la vida logra sustraerlo del egoísmo que lo vio nacer (y que creó la misma idea del asesinato, como un Caín de forma animal).
Así que, si el mito de esta especie de demiurgo satánico, de creador delegado e irresponsable en combate con el mismo Wakan Tanka, esencia de todas las cosas, es capaz de mudar su naturaleza y modificarla en pos de un futuro mejor, tanto más necesario será construir historias como la suya, en las que la naturaleza de nuestra creación no tenga que ser, obligatoriamente, la de nuestro destino.

Fuente: https://climatica.coop/las-cuatro-almas-del-coyote-filmin/ - Imagen de portada: Foto: ‘Las cuatro almas del coyote’.

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