Saya de Malha: el banco más importante del mundo está bajo el agua (y lo están expoliando)


El lugar más importante del planeta del que prácticamente nadie ha oído hablar es el banco de Saya de Malha, también conocido como la isla invisible más grande del mundo. Situado en el océano Índico, entre Mauricio y Seychelles, a más de 300 kilómetros de la costa, el Banco se extiende sobre un área del tamaño de Suiza y alberga los campos de pastos marinos más grandes del planeta, lo que lo convierte en el sumidero de carbono más importante que existe. En algunas zonas, el banco apenas está sumergido bajo 10 metros de agua y ofrece una diversidad sin precedentes de hábitats de pastos marinos para tortugas, además de ser una zona de reproducción para tiburones, ballenas jorobadas y ballenas azules.

Por: Ian Urbina

Los investigadores afirman que el banco es una de las áreas menos estudiadas científicamente del planeta, en parte debido a su lejanía. La imprevisibilidad de sus profundidades también ha hecho que, durante siglos, los barcos mercantes y exploradores evitaran estas aguas. Durante mucho tiempo, ha sido un reino tan inexplorado que en los mapas antiguos se marcaba con una advertencia: «Aquí hay monstruos». Sin embargo, en tiempos recientes, el banco ha sido transitado por un elenco diverso de personajes, entre ellos pescadores de aletas de tiburón, arrastreros de fondo, mineros del lecho marino, pescadores varados, tripulaciones hambrientas, millonarios en yates y colonos libertarios en el mar.
La tragedia, sin embargo, es que, dado que el banco de Saya de Malha se encuentra mayormente en aguas internacionales, donde las regulaciones brillan por su ausencia, su biodiversidad está siendo sistemáticamente diezmada por una enorme flota de barcos pesqueros industriales que operan sin apenas supervisión gubernamental. El banco sigue desprotegido por falta de tratados vinculantes, en gran parte debido a la apatía política de las autoridades nacionales y a una visión cortoplacista de la industria pesquera que privilegia las ganancias inmediatas sobre los costos futuros. La pregunta ahora es: ¿quién protegerá este tesoro público?
Destruyendo un ecosistema
El banco de Saya de Malha recibió su nombre –cuyo significado es «falda de malla»– hace más de 500 años después de que marineros portugueses lo avistaran alta mar y notaran las olas ondulantes de pastos marinos bajo la superficie. En 2012, la UNESCO lo calificó de “único a nivel global” y lo consideró un candidato serio para convertirse en Patrimonio Mundial Marino debido a su “potencial valor universal excepcional”.
Los pastos marinos suelen pasarse por alto porque son raros y se estima que solo cubren una décima parte del uno por ciento del fondo oceánico. «Son el ecosistema olvidado», señala Ronald Jumeau, embajador de Seychelles para el cambio climático. No obstante, los pastos marinos están mucho menos protegidos que otras áreas marinas. Solo el 26% de los prados de pastos marinos registrados están dentro de áreas marinas protegidas, en comparación con el 40% de los arrecifes de coral y el 43% de los manglares del mundo. A menudo descritos como los pulmones del océano, los pastos marinos capturan alrededor de una quinta parte de todo el carbono del océano y albergan una biodiversidad enorme. Miles de especies, incluidas muchas en el banco de Saya de Malha, aún desconocidas para la ciencia, dependen de los pastos marinos para su supervivencia. Sin embargo, el planeta ha perdido aproximadamente un tercio de estos prados desde finales del siglo XIX y seguimos perdiendo un 7% más cada año, lo que equivale a perder un campo de fútbol de pastos marinos cada 30 minutos.
Los pastos marinos también limpian el agua contaminada y protegen las costas de la erosión, según un informe de 2021 de la Universidad de California en Davis. En un momento en que al menos ocho millones de toneladas de plástico terminan en el océano cada año, un estudio publicado en Nature en 2021 encontró que los pastos marinos actúan como una red densa que atrapa microplásticos y los fija en el sedimento. Además, en un contexto donde la acidificación del océano amenaza la supervivencia de los arrecifes de coral y de miles de especies de peces que los habitan, los pastos marinos reducen la acidez al absorber carbono mediante la fotosíntesis y proporcionan refugios, criaderos y zonas de alimentación para miles de especies, incluidos animales en peligro de extinción como dugongos, tiburones y caballitos de mar.
Pero el banco de Saya de Malha está en peligro. Más de 200 barcos de pesca de altura —en su mayoría de Sri Lanka y Taiwán— se han estacionado en las aguas profundas a lo largo del borde del banco en los últimos años para capturar atún, pez lagarto, jurel y peces forrajeros que luego se convierten en harina de pescado rica en proteínas, un tipo de alimento para animales. Los conservacionistas marinos advierten que los esfuerzos para proteger los pastos marinos del banco no están avanzando lo suficientemente rápido como para marcar la diferencia. «Es como caminar hacia el norte en un tren que va hacia el sur», señala Heidi Weiskel, jefa interina del equipo global de océanos de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN).
El 23 de mayo de 2022, la Asamblea General de las Naciones Unidas adoptó una resolución para declarar el 1 de marzo como el día mundial de los Pastos Marinos. La resolución fue promovida por Sri Lanka. En su intervención en la asamblea, el Representante Permanente de Sri Lanka ante la ONU, el embajador Mohan Pieris, afirmó que los pastos marinos eran «uno de los ecosistemas marinos más valiosos del planeta», destacando, entre otras cosas, su enorme contribución a la captura de carbono. Pero el reconocimiento es una cosa y la acción es otra. Mientras el embajador daba su discurso en Nueva York, decenas de barcos de la flota pesquera de su país estaban a más de 14.000 kilómetros de distancia, devastando precisamente el ecosistema que instaba al mundo a proteger.

Las praderas marinas actúan como vivero de tiburones y otras especies de peces, por lo que son de importancia fundamental para la industria pesquera, ya que sustentan la producción de aproximadamente una quinta parte de las mayores pesquerías del mundo. Mar de China Meridional, 2018.

Protectores y depredadores que desaparecen
En noviembre de 2022, varios científicos con equipo de buceo se sumergieron desde un barco de investigación de 130 metros de eslora hasta el banco de Saya de Malha. Su objetivo ese día era filmar tiburones. Cuando no buceaban, los científicos sumergían un submarino operado por control remoto para explorar la columna de agua. Clasificado como uno de los barcos de investigación más grandes y avanzados del mundo, la embarcación había sido enviada a esta zona remota por la organización ambiental sin fines de lucro Monaco Explorations para documentar un fondo marino famoso por su exuberancia en pastos marinos, corales, tortugas, dugongos, rayas y otras especies. Durante las tres semanas que el equipo de investigación recorrió las aguas del Banco de Saya de Malha, no avistaron ni un solo tiburón.
El culpable más probable, según los científicos, es una flota de más de 200 barcos pesqueros que en los últimos años ha estado operando en estas aguas remotas, en su mayoría provenientes de Taiwán, Sri Lanka y Tailandia. Muchos de estos barcos pescan especies de atún como el albacora, el rabil, el listado y el patudo, pero también están capturando tiburones en cantidades enormes.
Los tiburones desempeñan un papel fundamental en el ecosistema como guardianes de los pastos marinos, cazando poblaciones de tortugas y otros animales que, sin control, arrasarían con todo el prado marino. Capturar tiburones no es fácil ni suele ser accidental. En la pesca de atún con palangre, el barco utiliza una línea hecha de microfilamento grueso, con anzuelos cebados colocados a intervalos. Muchos palangreros de atún capturan tiburones directamente mediante cables de acero especiales diseñados para no romperse cuando los tiburones, más grandes y fuertes que el atún, intentan liberarse. Para no desperdiciar espacio en la bodega del barco, los marineros suelen arrojar el resto del tiburón al agua después de cortarle las aletas, que pueden venderse por un precio 100 veces mayor que el del resto de la carne. Es un proceso desperdiciador y una muerte lenta: los tiburones, aún vivos pero incapaces de nadar, se hunden hasta el fondo marino. Para compensar los bajos salarios, los capitanes suelen permitir que sus tripulaciones complementen sus ingresos quedándose con las aletas para venderlas en el puerto de manera informal.
En 2015, más de 50 barcos pesqueros tailandeses, principalmente arrastreros de fondo, descendieron sobre el banco de Saya de Malha para arrastrar sus redes por el lecho marino y capturar peces lagarto y jureles, gran parte de los cuales fueron transportados a tierra para ser convertidos en harina de pescado. Al menos 30 de estos barcos llegaron al banco tras huir de medidas represivas contra la pesca ilegal en Indonesia y Papúa Nueva Guinea. Según una investigación de Greenpeace, la flota tailandesa apuntó sistemáticamente a los tiburones en el banco de Saya de Malha.
Dos supervivientes de trata de personas que trabajaron en el banco a bordo de los barcos Kor Navamongkolchai 1 y Kor Navamongkolchai 8 contaron a Greenpeace que hasta el 50% de sus capturas eran tiburones. En 2016, un informe del Gobierno tailandés determinó que 24 barcos que regresaron del banco de Saya de Malha habían cometido infracciones pesqueras, principalmente por no contar con licencias de equipo de pesca válidas. «El impacto de la pesca de arrastre en los ecosistemas del lecho marino probablemente ha sido catastrófico», concluyó un estudio de 2022 de Monaco Explorations. Desde entonces, la presencia tailandesa en el banco de Saya de Malha ha disminuido y, en 2024, solo dos barcos tailandeses operaban en la zona.

Debido a su remota ubicación, el banco se encuentra entre las ecorregiones marinas poco profundas menos estudiadas del planeta. (2022) Crédito: Monaco Explorations.

Sin embargo, los barcos de Sri Lanka y Taiwán han seguido explotando intensamente el banco. De los más de 100 barcos de Sri Lanka que han pescado en el banco de Saya de Malha desde enero de 2022, cuando la flota del país comenzó a transmitir públicamente las ubicaciones de sus embarcaciones, aproximadamente la mitad —unos 44— usaron redes de enmalle, según datos de la Comisión del Atún del Océano Índico. Estos barcos operan en todo el océano Índico, y varios fueron observados en el banco por la expedición de Monaco Explorations en 2022. Los tiburones son especialmente vulnerables a las redes de enmalle, que representan el 64% de las capturas de tiburones registradas por la Comisión del Atún del Océano Índico.
El 17 de agosto de 2024, un vídeo de YouTube mostraba docenas de cadáveres de tiburones y rayas descargados recientemente de barcos en el puerto de Beruwala, en Sri Lanka. En el video, un hombre descuartiza un tiburón con un machete, mientras la sangre oscura se acumula en el suelo de hormigón del puerto. En los últimos dos años, se han subido a la plataforma varios videos similares que muestran cientos de tiburones muertos, algunos sin aletas, siendo descargados de barcos pesqueros y alineados en los puertos de Sri Lanka para su venta a exportadores locales.
Los videos ofrecen una ventana a un comercio en auge que ha diezmado las poblaciones locales de tiburones. Aproximadamente dos tercios de las especies de tiburones y rayas de Sri Lanka están catalogadas como especies en peligro de extinción por la UICN. Ahora, esa amenaza se ha trasladado mar adentro, hasta aguas internacionales como el banco de Saya de Malha, ejerciendo aún más presión sobre un ecosistema que la UNESCO ha descrito como «único a nivel mundial», una joya submarina que, si desaparece, nunca podrá reemplazarse.
Históricamente, los barcos de Sri Lanka han apuntado a los tiburones en aguas nacionales. Entre 2014 y 2016, por ejemplo, el 84% de las capturas de tiburón registradas provinieron de barcos nacionales, según un estudio de 2021 sobre el comercio de tiburones y rayas en Sri Lanka. Pero a medida que las poblaciones domésticas disminuyeron, los barcos, incluidos los que usan redes de enmalle, se trasladaron a alta mar, provocando un nuevo auge en el comercio de aletas. Las exportaciones anuales de aletas de Sri Lanka se cuadruplicaron en la última década, alcanzando las 110 toneladas en 2023, en comparación con solo 28 toneladas en 2013, según datos de la ONU.
En 2024, los datos de rastreo también muestran que más de 40 barcos de Sri Lanka no transmitieron públicamente su ubicación mientras operaban en el banco. Esta práctica sigue siendo un obstáculo para la conservación marina, ya que oculta la verdadera magnitud de la flota o encubre actividades ilegales. Sin embargo, estos ‘barcos fantasma’ pueden ser rastreados mediante el monitoreo de las señales de sus boyas de pesca, cada una con una identificación única, según los registros pesqueros de Sri Lanka.
Al menos uno de estos barcos ‘ocultos’ que pescó en el Banco de Saya de Malha entre marzo y junio de 2024, el IMUL-A-0064 KMN, fue detenido en agosto con más de media tonelada de cadáveres de tiburón oceánico de puntas blancas, todos sin aletas. La captura de esta especie está prohibida en Sri Lanka, al igual que la práctica de cortar las aletas en el mar.
Aunque la legislación taiwanesa no permite que las embarcaciones se dediquen al cercenamiento de las aletas de tiburón, la práctica sigue teniendo lugar. En una muestra de 62 embarcaciones taiwanesas que pescaron en alta mar entre 2018 y 2020, la mitad practicó el aleteo de tiburón, según la Environmental Justice Foundation, que entrevistó a antiguos tripulantes de los barcos. Al menos uno de los buques taiwaneses que faenan en Saya de Malha, el Ho Hsin Hsing nº 601, fue sancionado en mayo de 2023 por tener aletas de tiburón secas en la bodega del buque. El operador del buque fue multado con el equivalente a 123.000 dólares y se le suspendió la licencia de pesca durante un mes. El barco había pescado por última vez en la Saya de Malha entre septiembre y octubre de 2022.
Pero, ¿por qué debería importarle a nadie la desaparición de los tiburones en el banco de Saya de Malha? Ernest Hemingway describió una vez la bancarrota como algo que sucede gradualmente… y luego de repente. La extinción de especies es como la bancarrota, y cuando finalmente ocurre, no hay vuelta atrás. Si seguimos despojando al Banco de uno de sus recursos más preciados, el «repentino» ajuste de cuentas puede llegar pronto.

En octubre de 2022, el Hasaranga Putha se encontró con un catamarán llamado Begonia en el extremo sur de Saya de Malha y pidió ayuda a los estadounidenses que iban a bordo. Kyle Webb / The Outlaw Ocean Project.

Lejos de los derechos humanos
En octubre de 2022, una pareja británico-estadounidense, Kyle y Maryanne Webb, navegaban con su yate por una zona remota del océano Índico, justo al sur del banco de Saya de Malha. Los Webb eran aficionados a la navegación y habían recorrido decenas de miles de kilómetros en su embarcación, el Begonia, durante los años anteriores. Al pasar junto al banco, divisaron un pequeño pesquero de unos 55 pies de eslora, pintado de amarillo brillante y turquesa, con una docena de banderas rojas y naranjas ondeando desde el techo de su cabina. Era un barco de redes de enmalle de Sri Lanka llamado, en sinhali, Hasaranga Putha.
Con aspecto demacrado y desesperado, la tripulación contó a los Webb que, tras haber navegado unos 3.200 kilómetos desde su puerto de origen en Beruwala (Sri Lanka), llevaban dos semanas en el mar y sólo habían capturado cuatro peces. Pidieron a los Webb comida, refrescos y cigarrillos. Los Webb les dieron lo que pudieron, incluida agua dulce, y luego siguieron su camino. «Estaba claro que se encontraban en una situación económica difícil», afirma Kyle Webb. «Me rompió el corazón ver los esfuerzos que sienten que deben hacer para mantener a sus familias».
Un mes más tarde, de nuevo cerca del banco de Saya de Malha, el Hasaranga Putha saludó a otro buque: el S.A. Agulhas II, un barco sudafricano de investigación y abastecimiento oceánico que estaba realizando una expedición en Saya de Malha para la organización medioambiental sin ánimo de lucro Monaco Explorations. Para entonces, la tripulación de Sri Lanka estaba casi sin combustible, así que mendigaron gasóleo a los nuevos transeúntes. Los científicos no tenían el tipo de gasolina adecuado para ofrecerles, pero aun así subieron a bordo de una lancha neumática y llevaron a los pescadores agua y cigarrillos. Los esrilanqueses dieron pescado a los científicos en agradecimiento. Los pescadores de Sri Lanka permanecerían en el mar otros seis meses, y no regresarían a Colombo hasta abril de 2023.
A cientos de kilómetros del puerto más cercano, el banco de Saya de Malha es una de las zonas más remotas del planeta, lo que significa que puede ser un lugar de trabajo angustioso para los miles de pescadores de media docena de países que realizan este peligroso viaje. Cuanto más se alejan las embarcaciones de la costa y más tiempo pasan en el mar, más se acumulan los riesgos: tormentas peligrosas, accidentes mortales, desnutrición y violencia física son amenazas habituales a las que se enfrentan las tripulaciones de aguas lejanas. Uno de los viajes más largos, a menudo en las embarcaciones menos equipadas, lo realiza anualmente una flota de varias docenas de gill-netters de Sri Lanka.
Algunas de las embarcaciones que faenan en el banco de Saya de Malha realizan una práctica denominada transbordo, en la que descargan sus capturas en buques frigoríficos sin regresar a tierra para poder permanecer pescando en alta mar durante más tiempo. La pesca es la ocupación más peligrosa del mundo, y más de 100.000 pescadores mueren en el trabajo cada año. Cuando fallecen, sobre todo en viajes largos lejos de la costa, no es raro que sus cuerpos sean enterrados en el mar.
Pero los pescadores con redes de enmalle de Sri Lanka no son los únicos que emprenden un peligroso viaje para capturar este paisaje marino de gran biodiversidad. Los arrastreros de harina de pescado tailandeses también se dirigen a estas aguas, recorriendo más de 2.500 millas náuticas (unos 4.600 kilómetros) desde el puerto de Kantang. En su apogeo, esta flota contaba con más de 70 embarcaciones, que diezmaban la pradera marina y eran tristemente célebres por sus condiciones de trabajo.
En enero de 2016, por ejemplo, tres de estos buques tailandeses partieron del banco de Saya de Malha y regresaron a Tailandia. Durante el viaje, 38 tripulantes camboyanos enfermaron y, cuando regresaron a puerto, seis ya habían muerto. El resto de la tripulación enferma fue hospitalizada y tratada por beriberi, una enfermedad causada por una deficiencia de vitamina B1, o tiamina. Los síntomas incluyen hormigueo, ardor, entumecimiento, dificultad para respirar, letargo, dolor en el pecho, mareos, confusión e hinchazón grave. El beriberi, fácilmente prevenible pero mortal si no se trata, ha aparecido históricamente en prisiones, asilos y campos de emigrantes, pero se ha erradicado en gran medida. Los expertos afirman que, cuando aparece en el mar, el beriberi suele indicar negligencia criminal (un médico forense lo describió como «asesinato a cámara lenta») porque es muy fácil de tratar y evitar.
La enfermedad es cada vez más frecuente en los pesqueros de altura, en parte porque los buques permanecen mucho tiempo en el mar, tendencia facilitada por el transbordo. Las prácticas laborales que implican trabajos duros y largas jornadas de trabajo hacen que el organismo agote la vitamina B1 a un ritmo metabólico más rápido para producir energía, según concluyó el Gobierno tailandés en un informe sobre las muertes. Otras investigaciones realizadas por Greenpeace descubrieron que algunos de los trabajadores eran víctimas de trabajos forzados.
En la actualidad, son menos los buques de la flota tailandesa que viajan al banco de Saya de Malha, pero algunos siguen haciéndolo y persisten los interrogantes sobre sus condiciones de trabajo. En abril de 2023, uno de esos barcos, el Chokephoemsin 1, un arrastrero de 90 pies de color azul brillante, partió hacia el banco de Saya de Malha con un tripulante llamado Ae Khunsena, que embarcó en Samut Prakan (Tailandia) para una travesía de cinco meses, según un informe elaborado por Stella Maris, una organización sin ánimo de lucro que ayuda a los pescadores. Como es habitual en los buques de alta mar, las horas de trabajo eran largas y agotadoras. Khunsena ganaba 10.000 baht (unos 266,07 euros) al mes, según su contrato.
En una de sus últimas llamadas a su familia a través de Facebook, Khunsena contó que había presenciado una pelea que se saldó con más de un muerto. Dijo que el cuerpo de un miembro de la tripulación que había muerto fue llevado de vuelta al barco y guardado en el congelador. Cuando su familia le pidió más detalles, Khunsena dijo que se los contaría más adelante. Añadió que otro tripulante tailandés que también presenció el asesinato había sido amenazado de muerte, por lo que huyó del barco cuando aún estaba cerca de la costa tailandesa. La familia de Khunsena habló con él por última vez el 22 de julio de 2023. (Un funcionario de la empresa rebatió esta afirmación y dijo que no se había producido tal pelea y añadió que había un observador del Departamento de Pesca a bordo del buque, que habría informado de tal incidente si se hubiera producido).
El 29 de julio, mientras trabajaba en aguas próximas a Sri Lanka, Khunsena cayó por la borda, por la popa del buque. El incidente fue captado por una cámara de seguridad del barco. Un hombre que figuraba como empleador de Khunsena en su contrato, llamado Chaiyapruk Kowikai, comunicó a la familia de Khunsena que éste había saltado. El capitán del barco pasó entonces un día buscando sin éxito en la zona para rescatarlo, antes de volver a pescar, dijo Kowikai. El barco regresó a puerto en Tailandia unos dos meses después. La policía, la empresa y los responsables del seguro llegaron a la conclusión de que la muerte de Khunsena había sido probablemente un suicidio. Esta afirmación parecía respaldada por las imágenes de a bordo, en las que no se ve a nadie cerca de él cuando cae por la borda.
En septiembre de 2024, un equipo del Outlaw Ocean Project visitó el pueblo de Khunsena. Non Siao, poblado por cultivadores de arroz hace aproximadamente un siglo, se encuentra en el distrito de Bua Lai, en Nakhon Ratchasima, a unos trescientos kilómetros al noreste de Bangkok (Tailandia). El equipo de reporteros entrevistó a la madre y al primo de Khusena, así como al inspector de trabajo local, al jefe de policía, a un cooperante y a un funcionario de la empresa propietaria del barco. Mientras que la policía y los funcionarios de la empresa dijeron que la muerte era probablemente un suicidio, la familia de Khusena se mostró ávidamente en desacuerdo. «¿Por qué iba a saltar?», decía Palita, prima de Khunsena, explicando por qué dudaba tanto de que Khusena se hubiera quitado la vida. «No tenía problemas con nadie». Sentada en el suelo bajo un cielo encapotado mientras hablaba con la reportera en una conversación posterior por videochat, Palita se quedó en silencio y bajó la vista hacia su teléfono. «Quería verme», apuntó la madre de Khusena, Boonpeng Khunsena, que también dudaba de su suicidio, ya que en las llamadas seguía diciendo que tenía intención de estar en casa para el día de la madre. Su familia, en cambio, especuló con la posibilidad de que Khusena hubiera presenciado un crimen violento y, por tanto, para silenciarlo, lo hubieran coaccionado para que saltara por la borda.
Como suele ocurrir con los crímenes en el mar, donde las pruebas son limitadas, los testigos escasos y a menudo poco fiables, es difícil saber si Khunsena murió debido a un acto criminal. Tal vez, como especuló su familia en entrevistas con The Outlaw Ocean Project, presenció un crimen violento y fue silenciado al ordenársele saltar por la borda. Tal vez, en cambio, saltó voluntariamente del barco, un gesto suicida probablemente impulsado por la depresión o problemas de salud mental. En cualquiera de los casos, la cuestión sigue siendo la misma: estos buques de altura viajan tan lejos de la costa que las condiciones de trabajo y de vida son brutales y a veces violentas. Y es probable que estas mismas condiciones influyan en los siniestros resultados. Sin embargo, la tragedia humana que atraviesa esta remota zona de alta mar no sólo está relacionada con los pescadores. El banco de Saya de Malha también se ha convertido en una ruta de tránsito para los migrantes que huyen de Sri Lanka. Desde 2016, cientos de esrilanqueses han intentado realizar el peligroso viaje en barcos pesqueros hasta la isla de Reunión, administrada por Francia, en el océano Índico, y algunos lo han hecho directamente desde Saya de Malha. Los que consiguen llegar a Reunión suelen ser repatriados. En un caso, el 7 de diciembre de 2023, un buque de Sri Lanka que había pasado los tres meses anteriores pescando en Saya de Malha, el Imul-A-0813 KLT, entró ilegalmente en aguas de Reunión. Los siete tripulantes fueron detenidos por las autoridades locales y repatriados a Sri Lanka dos semanas después. En el vuelo de repatriación se unieron a ellos los tripulantes de otros dos pesqueros esrilanqueses que habían sido detenidos previamente por las autoridades de La Reunión.
Ante la sobreexplotación de las poblaciones cercanas a la costa en Tailandia y Sri Lanka, los armadores envían a sus tripulaciones cada vez más lejos de la costa en busca de una captura que merezca la pena. Por eso la Saya de Malha –lejos de tierra, mal vigilada y con un ecosistema abundante– es un objetivo tan atractivo. Pero los pescadores obligados a trabajar allí viven una existencia precaria y, para algunos, el largo viaje a la Saya de Malha es el último que emprenden.
Las consecuencias de remover las aguas
En 2015, una infame flota de más de 70 arrastreros de fondo tailandeses faenó en el banco de Saya de Malha. El comportamiento ilegal o no regulado de esta flota está bien documentado desde entonces. Según un informe de Greenpeace, al menos 30 de ellos habían llegado al banco huyendo de sanciones contra las infracciones pesqueras en Indonesia y Papúa Nueva Guinea. Al menos 24 de ellos que faenaban en el banco de Saya de Malha habían cometido infracciones pesqueras, la mayoría por carecer de licencias válidas para pescar, según un informe del Gobierno tailandés de 2016. Entonces, el país aún no era miembro del Acuerdo de Pesca del Océano Índico Meridional, por lo que ninguno de los buques estaba autorizado a pescar en el banco por la Comisión del Atún para el Océano Índico. De este modo, los buques tailandeses eludieron los organismos internacionales de supervisión destinados a proteger esta zona de agua. El director general del Departamento de Pesca de Tailandia confirmó posteriormente que los buques «faenaban en una zona libre de control reglamentario».
El impacto de la flota tailandesa de harina de pescado fue «catastrófico» para el banco Saya de Mahla, según los investigadores de Monaco Explorations, que visitaron la zona en 2022 en una expedición patrocinada en parte por los gobiernos de Seychelles y Mauricio. «Parece llamativo que el Gobierno tailandés permitiera a su flota pesquera iniciar la pesca de arrastre», señala la organización en su informe final. «Incluso un somero vistazo» a la bibliografía existente debería haber disuadido de cualquier pesca de arrastre, añadieron los investigadores. Citando un estudio de 2008 que afirmaba que la pesca de arrastre podía «destruir irreversiblemente los biotopos de pastos marinos y corales y causar el agotamiento de determinadas especies», el estudio también cuestionaba si la decisión del Gobierno tailandés de aprobar la pesca de arrastre era un «caso de negligencia total» o una «política deliberada para pescar con redes de arrastre en el banco antes de adherirse al Acuerdo de Pesca del Océano Índico Meridional». Es «asombroso» que la pesca de arrastre siguiera realizándose, concluyeron los investigadores. Los arrastreros tailandeses de harina de pescado han seguido regresando anualmente al banco de Saya de Mahla, pero normalmente con menos embarcaciones que en 2015. En 2023, sólo dos arrastreros, el Maneengern 5 y el Chokephoemsin 1, seguían autorizados por el Acuerdo de Pesca del Océano Índico Meridional. Más recientemente, la mayor presencia pesquera en el banco de Saya de Mahla consiste en palangreros atuneros taiwaneses y en redes de enmalle de Sri Lanka.
Más de 230 buques pescaron en las proximidades del banco de Saya de Malha entre enero de 2021 y enero de 2024. La mayoría de estos barcos (más de 100) procedían de Sri Lanka y muchos de ellos utilizaban redes de enmalle, según datos de Global Fishing Watch. El segundo grupo más numeroso, de más de 70 buques, procedía de Taiwán. Al menos 13 de estos barcos de Taiwán y cuatro de Sri Lanka fueron amonestados por sus autoridades nacionales por pesca ilegal o no regulada, con transgresiones que incluían el transporte ilegal de aletas o cadáveres de tiburón sin aletas, la falsificación de informes de capturas y la pesca ilegal en aguas de países como Mauricio y Seychelles.
La presencia de estos barcos supone una grave amenaza para la biodiversidad del banco, según los oceanógrafos. Jessica Gephart, catedrática de ciencias pesqueras de la Universidad de Washington, explicó que el banco de Saya de Malha es un lugar de cría de ballenas jorobadas y azules que pueden resultar heridas o muertas por colisiones con barcos. Lo preocupante es que los pesqueros no se limiten a talar las praderas marinas, advirtió James Fourqurean, profesor de biología de la Universidad Internacional de Florida. Estos barcos también corren el riesgo de provocar turbidez, opacificando el agua al remover el fondo marino, y perjudicando así el equilibrio de las especies y la pirámide alimentaria.
¿No hay leyes o tratados que protejan el banco de Saya de Malha? En la práctica, no. Se supone que las instituciones internacionales conocidas como organizaciones regionales de gestión pesquera regulan las actividades pesqueras en zonas de alta mar como el banco de Saya de Malha. Son responsables de establecer medidas vinculantes para la conservación y gestión sostenible de las especies de peces altamente migratorias. Sus funciones y jurisdicciones varían, pero la mayoría puede imponer medidas de gestión como límites de capturas. Sin embargo, los conservacionistas de los océanos suelen criticar a estas organizaciones porque sus normas sólo se aplican a los países signatarios y se elaboran por consenso, lo que abre el proceso a la influencia de la industria y a la presión política, según un informe de Greenpeace de 2024.
La Saya de Malha, como ejemplo arquetípico de estas limitaciones, se rige por el Acuerdo de Pesca del Océano Índico Meridional. Sri Lanka, sede de la mayor flota del Banco, no es signataria.

Nódulos polimetálicos negros, del tamaño de una patata, esparcidos por el fondo marino en 2019 atrajeron a los buscadores por su cobalto, níquel, cobre y manganeso. Crédito: Southeastern U.S. Deep-sea Exploration/Office of Ocean Exploration and Research/NOAA.

Explorando la riqueza del fondo marino
Durante la última década, la industria minera ha sostenido que el fondo oceánico es una frontera esencial para la obtención de metales raros necesarios en las baterías que utilizan los teléfonos móviles y los ordenadores portátiles. A medida que las empresas estudian las mejores zonas del océano para buscar estos preciados sulfuros y nódulos, ampliamente conocidos como “trufas del océano”, las aguas cercanas al banco de Saya de Malha han surgido como un objetivo atractivo.
La mayor parte del banco es demasiado poco profunda para ser una candidata probable para este tipo de minería. Pero algunas de las aguas que lo rodean, en particular aquellas fuera del área de pastos marinos en la más amplia meseta de las Mascareñas, alcanzan profundidades superiores a los 2.700 metros, lo que las hace adecuadas para la extracción minera. Como resultado, varias empresas ya han firmado contratos de exploración a largo plazo para buscar metales preciosos como titanio, níquel y cobalto en estas aguas.
Para aspirar los codiciados nódulos se requiere una extracción industrial mediante enormes excavadoras. Estas máquinas, que pesan típicamente 30 veces más que una excavadora común, son levantadas por grúas desde los barcos y luego descendidas varios kilómetros bajo el mar, donde se desplazan por el fondo marino succionando las rocas, triturándolas y enviando una mezcla de nódulos pulverizados y sedimentos del lecho marino —desde profundidades de entre cuatro y seis kilómetros— a través de una serie de tuberías hasta la embarcación en la superficie. Después de separar los minerales, los barcos mineros devuelven al mar las aguas procesadas, los sedimentos y los “finos” mineros, que son las pequeñas partículas del mineral de nódulo triturado.
En 1987, estudios en la Cuenca de las Mascareñas, una zona del Océano Índico que incluye el banco de Saya de Malha, descubrieron depósitos que posiblemente contenían cobalto en un área de unos 11.600 kilómetros cuadrados. Corea del Sur posee un contrato con la Autoridad Internacional de los Fondos Marinos (la ISA por sus siglas en inglés, el organismo internacional que regula la minería en el lecho marino) para explorar respiraderos hidrotermales en la Dorsal Centroindica, a unos 400 kilómetros al este de Saya de Malha. Este contrato comenzó en 2014 y expirará en 2029, y ya se están realizando exploraciones en la zona. India y Alemania también tienen contratos de exploración para un área ubicada unos 1.300 kilómetros al sureste del Banco Saya de Malha.
Según investigadores marinos, esta actividad minera en el lecho marino será desastrosa para el ecosistema del banco. Las actividades de minería y exploración levantarán sedimentos del fondo oceánico, reduciendo el acceso de los pastos marinos a la luz solar, de la cual dependen. Las nubes de sedimento producidas por la minería pueden viajar cientos o incluso miles de kilómetros, lo que potencialmente altera toda la red trófica de las aguas medias y afecta a especies importantes como el atún. El lecho marino tarda mucho en recuperarse de la actividad minera.
En 2022, científicos desplegaron un dron submarino frente a la costa de Charleston, Carolina del Sur, y descubrieron que aún eran visibles las marcas de una prueba de minería en aguas profundas que se había realizado allí medio siglo atrás, según un informe del Post and Courier, un diario local. Las áreas entre las marcas estaban desprovistas de peces, esponjas o nódulos. Una investigación publicada en 2023 reveló que un año después de una prueba de minería submarina en aguas japonesas, la densidad de peces, crustáceos y medusas en zonas cercanas se redujo a la mitad.
Los defensores de la minería en aguas profundas subrayan la creciente necesidad de estos recursos. En 2020, el Banco Mundial estimó que la producción global de minerales como el cobalto y el litio tendría que aumentar más de un 450 % para 2050, a fin de satisfacer la creciente demanda de tecnologías de energía limpia. “Es una carrera entre países para superarse unos a otros en tecnologías emergentes y estratégicas”, señala Arvin Boolell, exministro de Asuntos Exteriores de Mauricio, añadiendo que, dado que estos recursos se están agotando en tierra firme, “el lecho marino se ve como la siguiente frontera”.
Sin embargo, los escépticos de la industria sostienen que la tecnología de las baterías está cambiando tan rápidamente que las baterías actuales no se parecerán a las que se usarán en un futuro cercano. También señalan que las empresas pueden confiar en la recuperación y el reciclaje de baterías usadas. Otros críticos consideran que la minería submarina es una especie de esquema Ponzi diseñado para atraer inversión de capital riesgo, pero que en realidad tiene pocas posibilidades de ser rentable a largo plazo. Estos escépticos dicen que debido a las largas distancias de transporte y las condiciones corrosivas e impredecibles en el mar, el costo de la minería de nódulos en el mar será mucho mayor que el precio de hacerlo en tierra. Además, muchas de las mayores compañías de automóviles y tecnología han declarado públicamente que no están interesadas en los minerales del fondo marino. Un mejor diseño de productos, el reciclaje y la reutilización de metales ya en circulación, la minería urbana y otras iniciativas de economía ‘circular’ pueden reducir considerablemente la necesidad de nuevas fuentes de metales, apunta Matthew Gianni, cofundador de Deep Sea Conservation Coalition.
En julio de 2024, un grupo de investigadores marinos presentó una denuncia ante la Comisión de Bolsa y Valores de EE. UU. (SEC) alegando que The Metals Company, el principal actor del sector minero submarino, había engañado a inversores y reguladores. Más recientemente, The Metals Company ha comenzado a alejarse del argumento relacionado con las baterías y ahora afirma que los metales son necesarios para misiles y fines militares.
Aun así, los países más pobres cercanos al banco de Saya de Malha siguen evaluando sus opciones. En 2021, Mauricio organizó un taller junto con la Unión Africana y Norad, la agencia noruega de cooperación para el desarrollo, para analizar las perspectivas de la minería en el fondo marino. Funcionarios del Gobierno de Mauricio y Seychelles han declarado que están adoptando un enfoque «de precaución» respecto a la minería en aguas profundas, pero que aún así avanzan en la búsqueda de recursos en sus aguas, a pesar de las advertencias sobre catástrofes ecológicas. Y en septiembre de 2024, ambos países llegaron a un acuerdo para iniciar la exploración petrolera en y alrededor del Banco Saya de Malha, una región que gestionan conjuntamente.
En otros lugares, el escepticismo sobre este tipo de minería ha ido en aumento. Más de treinta países (entre ellos España) han pedido una moratoria o una pausa precautoria en la minería de aguas profundas. Shaama Sandooyea, una bióloga marina mauriciana de 24 años, se sumergió en las aguas poco profundas del banco con un cartel que decía “Huelga juvenil por el clima”. Su mensaje era sencillo: que la búsqueda de minerales en el fondo del mar, sin comprender sus consecuencias, no es el camino hacia una transición ecológica.

Este reportaje fue realizado por The Outlaw Ocean Project, una organización de periodismo sin ánimo de lucro con sede en Washington DC que se dedica a investigar los crímenes contra los derechos humanos y medioambientales que ocurren en el mar.
Fuente: https://climatica.coop/saya-de-malha-banco-mas-importante-del-mundo/ - El equipo de The Outlaw Ocean Project, incluidos Maya Martin, Joe Galvin, Susan Ryan y Austin Brush, contribuyeron adicionalmente a la información y la redacción de este reportaje. - Imagen de portada: Pastos marinos y corales en el banco de Saya de Malha. Foto: Tommy Trenchard / Greenpeace.

 

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