Mirando el dedo



Antonio Turiel - The Oil Crash

Hace tiempo defiendo una curiosa y por lo que veo poco ortodoxa teoría, que tiene además la virtud de enfadar a la gente con la que la comento. Desde que comenzó esta crisis que no acabará nunca se ha ido instalando un sentimiento de indignación y de rabia hacia la clase dirigente, comprensible dada su incapacidad de aportar soluciones reales y su contrastada capacidad de aportar más sufrimiento. Lo que me resulta llamativo es que con cada vez mayor frecuencia muchos de mis interlocutores caen en una curiosa trampa lógica: dado que existe un cierto nivel de corrupción en nuestras instituciones y en nuestros políticos, materializada en enormes sumas de dinero público desviados a espurios y egoístas fines (cuando no directamente robados), los problemas del país se solucionarían, o al menos se atenuarían, cuando se acabe con esta corrupción. Es en ese momento que yo formulo mi teoría y entonces mis interlocutores pierden los nervios conmigo, y me cuesta poder acabar de formularla con corrección y con concreción. Dado que ahora la formularé de nuevo, esta vez por escrito, les ruego paciencia en la lectura; no se salten renglones y  lean todo lo que tengo que decir, y sólo después valoren.
La corrupción y el despilfarro (generalmente unidas, puesto que se invierte en cosas superfluas porque dan un beneficio injusto a alguien) son, sin duda, inmorales e injustas desde el punto de vista distributivo, pero contrariamente a lo que piensa la mayoría de la gente el dinero gastado en cosas estúpidas y el directamente robado por los vivales de turno no se evapora. Ese dinero sigue circulando por el sistema, sólo que ahora lo tiene alguien que se lo apropió indebidamente y que lo gasta en su beneficio, ya sea en comprarse un yate o un coche nuevo, ya en hacerse una casita en la playa, ya en inversiones que aumenten aún más su patrimonio. Si yo hago un aeropuerto inútil, he dado dinero a la constructora, pero también a los operarios que trabajan para ella, a la fábrica de ladrillos, a la de alicatados, a los electricistas, a los fabricantes de componentes electrónicas, etc. Esos gastos generan actividad económica, y he ahí la observación que yo suelo hacer: que la corrupción y el despilfarro no suponen una total anulación de la actividad económica asociada al dinero "perdido", sino que también generan actividad ("crecimiento", desde una perspectiva pro-BAU). Es decir, que el dinero no se pierde y que la corrupción, al nivel que la soportamos por estos lares, no justifica la presente crisis.
No se me malinterprete. Seguramente desde el punto del mejor aprovechamiento de la inversión la corrupción genera importantes costes de oportunidad (si yo construyo un aeropuerto donde no aterrizan aviones, dejo de construir 5 hospitales o un centro de investigaciones oncológicas que sería el más avanzado del mundo con ese dinero) y en ese sentido es un mal uso del dinero. Además, un altísimo nivel de corrupción, como el que se vive en algunas naciones del Tercer Mundo, evidentemente daña a la economía, puesto que se asfixia tanto a la sociedad con el pago de "mordidas" que al final se destruye la mayoría de la actividad económica circundante. Y por último, la corrupción evidentemente es una injusticia desde el punto de vista de la distribución, ya que a unos pocos se les da una cantidad de dinero que la sociedad percibe como inmerecida, dejando a otros con recursos insuficientes para vivir (aunque lo que la sociedad percibe como justo y como no es un tanto relativo desde un punto de vista filosófico e ideológico: un marxista te dirá que la posesión del capital por los capitalistas también es injusta). En cierto modo, la desigualdad distributiva que implica la corrupción es similar a que todo el mundo participase en una lotería en la que obligatoriamente tuviese que comprar un boleto de 20 euros, y que el que ganase se llevase los 20 euros de todo el mundo. Eso generaría también una gran desigualdad distributiva, aunque curiosamente no sería percibido como algo (tan) injusto como la corrupción, donde el agraciado en realidad ha amañado los bombos;  y sin embargo, desde el punto de vista económico el impacto de una concentración de capital por una lotería o por una abuso sería más o menos equivalente. Pero, volviendo a la idea central del post, la corrupción no explica por qué estamos en esta crisis tan profunda, cuando además la economía ha funcionado largo tiempo con su dosis de corrupción incluida.
Se ha vuelto costumbre alegar que es que en la actualidad el nivel de corrupción es mayor en España que lo que lo había sido históricamente. Teniendo en cuenta que vivimos 40 años de dictadura militar, viciosa y estraperlista, más corrupta que lo que lo fue la débil Segunda República anterior pero similar al régimen bipartidista de principios del siglo XX (por no comentar la dictadura de Primo de Rivera), resulta complicado alegar que la corrupción sea ahora mayor en cifras relativas a lo que fue entonces (en cifras absolutas sí, porque el país tiene más habitantes y genera más PIB, pero ésa es una comparativa absurda a la que sin embargo suelen recurrir los periódicos). En realidad, en el caso de España, ha habido un nivel de corrupción bastante alto a lo largo del tiempo, pero sólo molesta en los momentos en los que, como ahora, los recursos escasean (piensen, por ejemplo, en el Regeneracionismo, que nace durante el siglo XIX después de una grave decadencia económica y moral, fruto de las tremendas convulsiones políticas y la pérdida de poder colonial durante todo ese siglo que llegó a su culmen con la pérdida de Cuba y Filipinas en el desastre del 98). Es decir, que sólo nos fijamos en la corrupción cuando queda menos pastel para repartir, porque es entonces que la consideramos odiosa (pero la ignoramos cuando hay para todos "los de aquí", aunque los efectos de esa corrupción rebajen las condiciones de vida de otras personas en lugares remotos).
Otra cosa que me llama la atención es el tremendo ombliguismo de los opinadores profesionales en España, atribuyendo al problema de la corrupción en este país una dimensión singular. Quizá porque son gente poco viajada o poco informada ignoran que casos importantes de corrupción y malversación de fondos públicos abundan en todos los países del mundo, incluso en aquéllos que se consideran más avanzados. Yo personalmente conozco bastante bien los del país en el que viví como post-doc durante tres años y con el que mantengo aún fuertes lazos: Francia. Cuando yo vivía allá, el presidente de turno (Jacques Chirac) era conocido públicamente y de manera muy notoria como "l'escroc" (el estafador), posiblemente por el hecho de que siete causas diferentes por escándalos de corrupción le esperaban a su salida del Elíseo; y eso por no hablar del caso Clearstream (por citar uno importante de los relativamente recientes; si toman otros asuntos menores y retroceden Vds. en el tiempo encontrarán mierda como para abonar todos los campos de cultivo de Francia). Pero si se toman la molestia de informarse, pestilencias semejantes se encontrarán si cruzan el Canal de la Mancha o el Ródano, o al atravesar el Atlántico de Norte a Sur o allende el Pacífico (no voy aquí a inventariarlas, pero seguro que algunos lectores pueden aportar sus favoritas de EE.UU., Alemania, el Reino Unido o Japón, por ejemplo). Las personas más razonables aceptan que la corrupción está extendida por todo el ancho mundo, pero suelen también alegar que en las naciones más avanzadas el porcentaje de corrupción es inferior que en España. Tal cosa de entrada es confusa, porque no hay una vara de medir uniformizada para la corrupción. ¿Cómo se mide? ¿Como porcentaje sobre el PIB? Pero ya hemos dicho que la corrupción también genera una cantidad no despreciable de PIB. ¿Cómo PIB perdido por la mala inversión? Pero eso es muy complicado de estimar y harto discutible de definir. Además, cuanto mayor es la economía el efecto de la corrupción puede relativamente al PIB ser inferior aunque en cifras absolutas y per cápita sea más. De nuevo, mi impresión, a falta de poder precisar más, es que el nivel de corrupción es significativamente alto en todas las naciones occidentales, y sólo reparamos en él cuando los recursos comienzan a escasear.
A mi me parece que la fijación con la corrupción en los momentos de crisis (fijación la cual por cierto se repite a lo largo de la historia y de los países) tiene mucho que ver con el deseo de recuperar el antiguo status quo, para lo cual se busca un chivo expiatorio, una víctima fácil, la inmolación de la cual aplacará al terrible Dios de la Crisis. A veces la gente llega a verbalizarlo explícitamente, como genialmente expresaba la viñeta que encabezaba el post Resignación: "Seguid robando, ¡pero dandnos trabajo!". En el fondo, no queremos hacer ningún cambio, y buscamos una vía fácil, un enemigo bien identificado en el que ciframos todo el mal que sufrimos. Y una vez la explicación simple y populista encontrada, estalla la rabia irracional, en este caso contra todo político o forma de Gobierno organizada.
Seamos realistas: la decadencia de España en el siglo XIX tuvo mucho que ver con la pérdida de recursos que le supuso su ocaso colonial; y la decadencia de España en este principio del siglo XXI no es un fenómeno aislado y tiene que ver con el agotamiento de los recursos para todas las naciones de la Tierra, España incluida, sólo que España está lógicamente peor colocada en el reparto de las últimas migajas que otras naciones más potentes (por desgracia esto que acabo de decir de España es también válido para la mayoría de las naciones de Latinoamérica de las que vienen una parte importante de mis lectores). Y aunque quememos en efigie o en persona a todos los corruptos de este ancho mundo esta situación no va a cambiar. La única manera de salir de esta trampa mortal que es la deuda es comprender que el problema es fundamentalmente de recursos, y que por tanto debemos abandonar un sistema económico perverso basado en el despilfarro de lo que en realidad es precioso. De ahí la importancia, aún, de este blog: de explicar que no hay falsas salidas y que ninguna opción energética actualmente disponible ni previsiblemente disponible en un futuro cercano puede evitar un decrecimiento forzado y, más importante, el final de un sistema basado en el crecimiento infinito.
Y sin embargo hay quien está forzando la interpretación de que la corrupción es el mal primigenio y que solucionada ésta todo volverá a funcionar, como si con una aspirina fuéramos a curar un cáncer cerebral. E insisto para los más cerriles: yo no justifico la corrupción, que sin duda es inmoral e injusta. Simplemente digo que no es el origen del mal que discutimos, que es esta crisis imposible de acabar; sólo es un achaque más de este sistema viciado e irresponsable que debe acabar. Y observo con preocupación la cantidad de disparates que se dicen para justificar la fuerza del silogismo perverso ("si se acaba la corrupción se acaba la crisis"): un día se dice que los problemas de las empresas son los liberados sindicales; al otro se repite con ansia que en España hay 445.000 políticos (cosa que radicalmente es mentira); un poco más tarde se nos da a entender que no sólo se ha de suprimir el espurio Senado español, sino que se tiene que reducir el número de diputados en el Congreso; otro día se comparan las cifras de gastos presuntamente suntuarios de nuestros representantes políticos con los recortes en ciertas áreas (pasando por alto que las cifras de los rescates bancarios son entre 10 y 100 veces mayores); etc. Y a mi no me deja de sorprender ese ansia y ese afán por reivindicar un nuevo proceso constituyente para España (el cual seguramente es necesario) sin mencionar la necesidad de reformar el sistema económico al mismo tiempo o mejor en primer lugar. Porque la impresión que todo ello me causa es que, cambiando las reglas del juego político y volviéndolas más restrictivas con la excusa de acabar con la corrupción y todos "los que chupan del bote" lo que en realidad se está preparando aquí es un movimiento de concentración de poder en pocas manos, preludio de una verdadera dictadura. Y si no, al tiempo.

Imagen: theoilcrash-mexico.indymedia.org

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