El precio del oro responsable y sostenible
Guadalupe Rodríguez
Rebelión
Esta es la historia de cada vez más familias no sólo del continente americano sino de todo el mundo, que de un día para otro se ven convertidos de campesinos en defensores de los derechos humanos y activistas en defensa de la vida y la naturaleza.
Érase una vez...
Se puede decir que Don Leonardo y sus hijos se encontraron un día, como de repente, con la mina de oro a cielo abierto a las puertas de su casa. O de lo que era su casa. El cráter minero los desplazó, los obligó sin previo aviso a irse. Desarrollo, riqueza, prosperidad, trabajo, educación, salud. Todo eso les prometieron al principio los funcionarios estatales y los emisarios de la “Gold Super Shining Ltd. de los USA”, con capitales europeos, y la industria china y la alemana como clientes. Con tales respaldos, al principio, les creyeron. Don Leonardo y algunos de sus hijos hasta tuvieron empleo en la “Gold Super”. Y jornadas de doce, catorce y hasta dieciséis horas. Pero no se hicieron ricos. Ninguno. Ni siquiera consiguieron una vida digna. El sueldo, mínimo. Las condiciones laborales, penosas. La salud destrozada. Don Leo resultó herido en una de tantas explosiones. Ahora envejece en el olvido de un suburbio, una bolsa de pobreza marginal, en las afueras de la capital, donde a la fuerza tuvo que emigrar. Su familia le acompaña. Dos de sus hijos están gravemente enfermos y discapacitados para trabajar. Un cáncer, una afección respiratoria. También fueron mineros. Ni al médico pueden pagar.
A casa ya no hay quien vuelva. Todo está desolado. La contaminación dejó huellas imborrables. Accidentes también hubo. Era todo mentira, el desarrollo no era para los moradores de la comunidad, ni de la región, ni siquiera para los del país. Era transnacional, para los que llegaron con las falsas promesas. La Gold Super se fue por el mismo camino por el que llegó. Después de 20 años. Y el oro con ellos. Ahora está generosamente repartido entre algunos inversores, que temen a la crisis y lo utilizan como un valor seguro. En bolsa cotiza al alza. La destrucción sí se quedó. Es de Don Leonardo y de quienes eran sus vecinos. Es lo único que quedó. Por eso se tuvieron que ir. Volver, imposible. Ya no hay árboles. La tierra no es cultivable. La sequía no perdona. El cianuro tampoco. Los ríos no fluyen como antes. Ni en cantidad ni en calidad. Habrá que quedarse en la ciudad, engrosando en el suburbio el cinturón de pobreza a cambio de -tal vez- algún mísero subsidio del gobierno populista, pero más seguramente a cambio de nada.
Recién ahora ven claro que la vida digna era la que tenían antes y no la que llegó con los ingenieros y sus espejitos de colores.
Casualidad no puede ser
Se multiplica como exponencialmente el número de comunidades que se oponen a los proyectos mineros que imponen empresas y gobiernos. Desde los rincones más remotos de la tierra llegan voces de alarma. En Latinoamérica abundan los ejemplos. Desde Ecuador, no queremos la minería. Desde Argentina, no a la mina. Desde Colombia, más vale agua que oro. Desde Costa Rica, minas no gracias. Desde México, no mineras destructoras. En Perú corre la sangre. Cada día más y más. Panamá, Guatemala, El Salvador, Uruguay ¿Ningún país opta por otro camino?
Mientras las industrias elevan la demanda de materiales como el cobre o el níquel, la bauxita o el hierro, pequeñas comunidades ven ante sus ojos una amenaza para sus vidas, su tierra, su agua y hasta su cultura. Prefieren el agua pura y los árboles a los cráteres de las empresas mineras.
La demanda de metales y minerales parece poder más que cualquier preocupación por el medio ambiente y más que cualquier protesta. Las materias primas mueven el mundo. Sin materia prima no habrá ordenadores, teléfonos móviles, ni iPads, ni iPods, ni automoción, ni energías renovables, ni era tecnológica, ni ¿nada de nada?
Tampoco los inversores perdonan
Oro, plata, platino, cobre. Toda materia prima es buena para poner a buen recaudo las riquezas en los tiempos de crisis que corren, en que nada ni el dinero está seguro en ningún lado. Ni siquiera en el hemisferio Norte. Invertiremos en oro, se dicen. Y la demanda sube. Y claro, las ansias exploratorias y extractivas también. Y las compañías mineras se multiplican. Son muchas. Y muy poderosas. Y no respetan a nadie ni nada.
Las técnicas actuales permiten una geolocalización precisa de los yacimientos que estaba fuera de todo alcance en el tiempos de conquista y colonias. Pero la sed de riquezas sigue siendo la misma. Y los métodos también.
En la industria de la minería a gran escala, a nadie se le mueve un pelo por las noticias de que la comunidad -unos campesinos- puedan estar en desacuerdo con el extractivismo. La estrategia ya está trazada: primero, ofreciendo el oro y el moro a algunos y nada a otros dividirán a la comunidad. Mientras, simpáticos relacionadores comunitarios a sueldo de la megaempresa minera ofrecerán dotar la región de carreteras, energía eléctrica, hospitales, escuelas y hasta universidades. Algunos les creerán, ya que todo eso les hace realmente falta, y la necesidad a veces nubla la razón misma y las creencias. Otros no tragarán, demasiado bueno para ser cierto. En la comunidad vecina no ha sido así. El empresario pensará “no importa”, quienes se opongan, serán criminalizados, si es necesario, encarcelados. A cambio de unas buenas dádivas no será difícil obtener la colaboración de la policía y/o el ejército. Después, si aún así no obtienen el silencio de sus opositores, los militares o en su defecto paramilitares, ayudarán a “pacificar” la zona. Y un largo etcétera de violaciones de derechos, donde lo que digan los campesinos nada podrá hacer frente a la apisonadora del “desarrollo”, al discurso del “crecimiento”, y al -a pesar de la crisis- poder del consumidor. Los beneficios justificarán cualquier destrucción y violación.
Todo el proceso, bendecido por el Banco Mundial y otras instituciones multilaterales de crédito. Ahora se ve que no en vano, fueron ellas las que presionaron para modificar las leyes mineras en al menos siete decenas de países y para convertir a muchos países como el Perú o Bolivia en países netamente mineros. Y las que ayudaron a despejar el campo para el librecomercio. Y la globalización. Y la crisis.
Con crisis o sin ella, los Estados Unidos, Japón, los países emergentes, vienen pujando por los recursos en todos los frentes. Sus industrias los necesitan. También la maltrecha Unión Europea está en juego. Con retraso respecto a sus competidores, pero ya han notado también que la carrera por los materiales es rápida, y estos cada vez más escasos y difíciles de acceder. Y ya han puesto en marcha la maquinaria política y diplomática para acceder a las materias primas en lugares como África, Sudamérica o Rusia.
Instancias -inútiles- para reclamaciones tienen todos estos organismos. Pero ya se sabe que hoy día la democracia está nuevamente a la baja. Los gobiernos, una panda de títeres. Los parlamentos, el escenario donde intercambiar largas horas sobre nada que convenga a los ciudadanos. Los hilos, en manos de los mercados. Y lo que tiene para decir el pueblo a nadie importa. Pase lo que pase, aquí no dimite ni cristo.
Economía verde
Mineras, gobiernos, bancos. Parecen sordos, ciegos. O es que son insensibles, inhumanos, avariciosos. No manejan el lenguaje de la comunidad, de la solidaridad, de la ecología, de la pachamama, del buen vivir. Democracia se llamaba aquello que preveía mecanismos de participación. Hoy para disimular un poco como si se quisieran hacer las cosas bien, sólo queda el maquillaje. Es verde. Pero sólo es maquillaje. 'Minería sostenible' la llaman en el caso de la minería. También le dicen “responsable”. Y supuestamente es amigable con el medio ambiente. Y viene al pelo para la nueva economía verde, en la que las transnacionales nos expolian hasta el máximo, nos roban, nos destruyen, nos contaminan, nos denuncian, nos encarcelan y hasta nos matan. Responsable y sosteniblemente.
A seguir resistiendo
Al otro lado, ellas y ellos no son radicales, ni guerrilla, ni siquiera ecologistas. Son campesinas y campesinos, indígenas, agricultores, miembros de comunidades que han tenido la 'mala suerte' de nacer cerca de -o sobre- algún yacimiento mineral. Como Don Leonardo , representante de ficción en este escrito de cientos de miles de ciudadanos que se agrupan para resistir contra los proyectos mineros como los de la también ficticia Gold Super . Pero en Argentina, Ecuador, Perú, Colombia, Panamá, Costa Rica, México hay personas reales resistiendo a transnacionales reales. Hay casos de éxito. Allá donde la oposición ha sido pacífica, coordinada, organizada, persistente. Transnacionales que han tenido que abandonar sus proyectos. No es fácil, y apoyos políticos, sociales y mediáticos son -pocos- pero imprescindibles. En ocasiones es posible defender la vida y la naturaleza haciendo prevalecer la fuerza de la razón. Sigamos trabajando.
Guadalupe Rodríguez, Salva la Selva (http://www.salvalaselva.org) Nota: Dedicado a las y los miembros de Defensa y Conservación Ecológica de Intag DECOIN y a todas las comunidades de Íntag en la provincia de Imbabura,en Ecuador, por su defensa exitosa de la tierra, la biodiversidad y sus derechos a lo largo de tantos años. Y por lo irracional de la inminente tercera incursión del monstruo de la minería a su zona, esta vez en forma de la empresa estatal minera ecuatoriana ENAMI con la minera estatal CODELCO como respaldo.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes. Rebelión
Esta es la historia de cada vez más familias no sólo del continente americano sino de todo el mundo, que de un día para otro se ven convertidos de campesinos en defensores de los derechos humanos y activistas en defensa de la vida y la naturaleza.
Érase una vez...
Se puede decir que Don Leonardo y sus hijos se encontraron un día, como de repente, con la mina de oro a cielo abierto a las puertas de su casa. O de lo que era su casa. El cráter minero los desplazó, los obligó sin previo aviso a irse. Desarrollo, riqueza, prosperidad, trabajo, educación, salud. Todo eso les prometieron al principio los funcionarios estatales y los emisarios de la “Gold Super Shining Ltd. de los USA”, con capitales europeos, y la industria china y la alemana como clientes. Con tales respaldos, al principio, les creyeron. Don Leonardo y algunos de sus hijos hasta tuvieron empleo en la “Gold Super”. Y jornadas de doce, catorce y hasta dieciséis horas. Pero no se hicieron ricos. Ninguno. Ni siquiera consiguieron una vida digna. El sueldo, mínimo. Las condiciones laborales, penosas. La salud destrozada. Don Leo resultó herido en una de tantas explosiones. Ahora envejece en el olvido de un suburbio, una bolsa de pobreza marginal, en las afueras de la capital, donde a la fuerza tuvo que emigrar. Su familia le acompaña. Dos de sus hijos están gravemente enfermos y discapacitados para trabajar. Un cáncer, una afección respiratoria. También fueron mineros. Ni al médico pueden pagar.
A casa ya no hay quien vuelva. Todo está desolado. La contaminación dejó huellas imborrables. Accidentes también hubo. Era todo mentira, el desarrollo no era para los moradores de la comunidad, ni de la región, ni siquiera para los del país. Era transnacional, para los que llegaron con las falsas promesas. La Gold Super se fue por el mismo camino por el que llegó. Después de 20 años. Y el oro con ellos. Ahora está generosamente repartido entre algunos inversores, que temen a la crisis y lo utilizan como un valor seguro. En bolsa cotiza al alza. La destrucción sí se quedó. Es de Don Leonardo y de quienes eran sus vecinos. Es lo único que quedó. Por eso se tuvieron que ir. Volver, imposible. Ya no hay árboles. La tierra no es cultivable. La sequía no perdona. El cianuro tampoco. Los ríos no fluyen como antes. Ni en cantidad ni en calidad. Habrá que quedarse en la ciudad, engrosando en el suburbio el cinturón de pobreza a cambio de -tal vez- algún mísero subsidio del gobierno populista, pero más seguramente a cambio de nada.
Recién ahora ven claro que la vida digna era la que tenían antes y no la que llegó con los ingenieros y sus espejitos de colores.
Casualidad no puede ser
Se multiplica como exponencialmente el número de comunidades que se oponen a los proyectos mineros que imponen empresas y gobiernos. Desde los rincones más remotos de la tierra llegan voces de alarma. En Latinoamérica abundan los ejemplos. Desde Ecuador, no queremos la minería. Desde Argentina, no a la mina. Desde Colombia, más vale agua que oro. Desde Costa Rica, minas no gracias. Desde México, no mineras destructoras. En Perú corre la sangre. Cada día más y más. Panamá, Guatemala, El Salvador, Uruguay ¿Ningún país opta por otro camino?
Mientras las industrias elevan la demanda de materiales como el cobre o el níquel, la bauxita o el hierro, pequeñas comunidades ven ante sus ojos una amenaza para sus vidas, su tierra, su agua y hasta su cultura. Prefieren el agua pura y los árboles a los cráteres de las empresas mineras.
La demanda de metales y minerales parece poder más que cualquier preocupación por el medio ambiente y más que cualquier protesta. Las materias primas mueven el mundo. Sin materia prima no habrá ordenadores, teléfonos móviles, ni iPads, ni iPods, ni automoción, ni energías renovables, ni era tecnológica, ni ¿nada de nada?
Tampoco los inversores perdonan
Oro, plata, platino, cobre. Toda materia prima es buena para poner a buen recaudo las riquezas en los tiempos de crisis que corren, en que nada ni el dinero está seguro en ningún lado. Ni siquiera en el hemisferio Norte. Invertiremos en oro, se dicen. Y la demanda sube. Y claro, las ansias exploratorias y extractivas también. Y las compañías mineras se multiplican. Son muchas. Y muy poderosas. Y no respetan a nadie ni nada.
Las técnicas actuales permiten una geolocalización precisa de los yacimientos que estaba fuera de todo alcance en el tiempos de conquista y colonias. Pero la sed de riquezas sigue siendo la misma. Y los métodos también.
En la industria de la minería a gran escala, a nadie se le mueve un pelo por las noticias de que la comunidad -unos campesinos- puedan estar en desacuerdo con el extractivismo. La estrategia ya está trazada: primero, ofreciendo el oro y el moro a algunos y nada a otros dividirán a la comunidad. Mientras, simpáticos relacionadores comunitarios a sueldo de la megaempresa minera ofrecerán dotar la región de carreteras, energía eléctrica, hospitales, escuelas y hasta universidades. Algunos les creerán, ya que todo eso les hace realmente falta, y la necesidad a veces nubla la razón misma y las creencias. Otros no tragarán, demasiado bueno para ser cierto. En la comunidad vecina no ha sido así. El empresario pensará “no importa”, quienes se opongan, serán criminalizados, si es necesario, encarcelados. A cambio de unas buenas dádivas no será difícil obtener la colaboración de la policía y/o el ejército. Después, si aún así no obtienen el silencio de sus opositores, los militares o en su defecto paramilitares, ayudarán a “pacificar” la zona. Y un largo etcétera de violaciones de derechos, donde lo que digan los campesinos nada podrá hacer frente a la apisonadora del “desarrollo”, al discurso del “crecimiento”, y al -a pesar de la crisis- poder del consumidor. Los beneficios justificarán cualquier destrucción y violación.
Todo el proceso, bendecido por el Banco Mundial y otras instituciones multilaterales de crédito. Ahora se ve que no en vano, fueron ellas las que presionaron para modificar las leyes mineras en al menos siete decenas de países y para convertir a muchos países como el Perú o Bolivia en países netamente mineros. Y las que ayudaron a despejar el campo para el librecomercio. Y la globalización. Y la crisis.
Con crisis o sin ella, los Estados Unidos, Japón, los países emergentes, vienen pujando por los recursos en todos los frentes. Sus industrias los necesitan. También la maltrecha Unión Europea está en juego. Con retraso respecto a sus competidores, pero ya han notado también que la carrera por los materiales es rápida, y estos cada vez más escasos y difíciles de acceder. Y ya han puesto en marcha la maquinaria política y diplomática para acceder a las materias primas en lugares como África, Sudamérica o Rusia.
Instancias -inútiles- para reclamaciones tienen todos estos organismos. Pero ya se sabe que hoy día la democracia está nuevamente a la baja. Los gobiernos, una panda de títeres. Los parlamentos, el escenario donde intercambiar largas horas sobre nada que convenga a los ciudadanos. Los hilos, en manos de los mercados. Y lo que tiene para decir el pueblo a nadie importa. Pase lo que pase, aquí no dimite ni cristo.
Economía verde
Mineras, gobiernos, bancos. Parecen sordos, ciegos. O es que son insensibles, inhumanos, avariciosos. No manejan el lenguaje de la comunidad, de la solidaridad, de la ecología, de la pachamama, del buen vivir. Democracia se llamaba aquello que preveía mecanismos de participación. Hoy para disimular un poco como si se quisieran hacer las cosas bien, sólo queda el maquillaje. Es verde. Pero sólo es maquillaje. 'Minería sostenible' la llaman en el caso de la minería. También le dicen “responsable”. Y supuestamente es amigable con el medio ambiente. Y viene al pelo para la nueva economía verde, en la que las transnacionales nos expolian hasta el máximo, nos roban, nos destruyen, nos contaminan, nos denuncian, nos encarcelan y hasta nos matan. Responsable y sosteniblemente.
A seguir resistiendo
Al otro lado, ellas y ellos no son radicales, ni guerrilla, ni siquiera ecologistas. Son campesinas y campesinos, indígenas, agricultores, miembros de comunidades que han tenido la 'mala suerte' de nacer cerca de -o sobre- algún yacimiento mineral. Como Don Leonardo , representante de ficción en este escrito de cientos de miles de ciudadanos que se agrupan para resistir contra los proyectos mineros como los de la también ficticia Gold Super . Pero en Argentina, Ecuador, Perú, Colombia, Panamá, Costa Rica, México hay personas reales resistiendo a transnacionales reales. Hay casos de éxito. Allá donde la oposición ha sido pacífica, coordinada, organizada, persistente. Transnacionales que han tenido que abandonar sus proyectos. No es fácil, y apoyos políticos, sociales y mediáticos son -pocos- pero imprescindibles. En ocasiones es posible defender la vida y la naturaleza haciendo prevalecer la fuerza de la razón. Sigamos trabajando.
Guadalupe Rodríguez, Salva la Selva (http://www.salvalaselva.org) Nota: Dedicado a las y los miembros de Defensa y Conservación Ecológica de Intag DECOIN y a todas las comunidades de Íntag en la provincia de Imbabura,en Ecuador, por su defensa exitosa de la tierra, la biodiversidad y sus derechos a lo largo de tantos años. Y por lo irracional de la inminente tercera incursión del monstruo de la minería a su zona, esta vez en forma de la empresa estatal minera ecuatoriana ENAMI con la minera estatal CODELCO como respaldo.
Imagenes: descubreelverde.tudiscovery.com -