Ser Humano: de la evolución a intentar evitar la extinción
Por Ricardo Natalichio
Luego de varios millones de años de una “natural evolución”, podría decirse que con un mínimo impacto ambiental, comenzamos a divorciarnos de la naturaleza. Durante estos pocos miles de años que nos anteceden, hemos rápidamente ejerciendo más y más poder, dominándola, adaptándola a nuestras necesidades, utilizándola y modificándola. Y especialmente desde el inicio de la revolución industrial, hemos pasado del uso, al abuso.
Los científicos en general suelen tomar como punto de inicio de la historia de la humanidad unos 65 millones de años atrás, con la aparición de los primeros primates. De todas formas, el último ancestro común entre el ser humano y el chimpancé, existió hace alrededor de 6 ó 7 millones de años.
Si bien los límites no son exactos, ya que durante mucho tiempo han ido conviviendo diferentes tipos de homínidos, la primera especie del género Homo apareció hace unos 2.5 millones de años y se dispersó gradualmente por Africa, Europa y Asia. En sus primeras manifestaciones se le conoce como Homo habilis, era robusto, ágil, caminaba erguido y tenía desarrollada la capacidad prensil de sus manos. Sabía usar el fuego, pero no producirlo, fabricó algunas herramientas y se protegía en cuevas. Vivía de recolectar semillas, raíces, frutos y ocasionalmente comía carne.
La especie que se desarrolló posteriormente a esta se denomina Homo erectus, hace 1.5 millones de años. Avanzó a una nueva etapa en la fabricación de herramientas llamada achelense y aprendió a conservar el fuego. Esta especie duró diez veces más tiempo de la que lleva sobre la tierra el ser humano moderno.
Una o más subespecies del Homo erectus evolucionaron hasta llegar al Homo sapiens neanderthalis (el hombre de Neanderthal), cuyos restos más antiguos tienen una edad de alrededor de 250 mil años. El hombre de Neaderthal desapareció bruscamente, y su lugar fue ocupado por los hombres modernos, hace unos (apenas) 50 mil años.
Por lo que podríamos decir que al menos durante unos cuantos millones de años de constante evolución, salvo por el uso de algunas herramientas rudimentarias y el manejo del fuego, los seres humanos hemos tenido un comportamiento muy similar al de otras especies animales.
Pero en los últimos 35 a 50 mil años, un breve lapso de tiempo en la historia, todo cambió. Esa capacidad de crear herramientas, se tradujo en la utilización de algunas de ellas como armas, el manejo del fuego también comenzó a tener nuevos usos y luego, poco a poco dejamos de ser nómades, recolectores de frutos y cazadores, para construir los primeros asentamientos, en los que la agricultura tuvo un papel preponderante.
Fue en esa etapa probablemente en la que comenzamos el camino del dominio de la naturaleza, ya no sólo sirviéndonos de los recursos que ponía a nuestra disposición de forma natural, sino modificándola para nuestro beneficio. Ya no sólo adaptándonos, sino adaptándola.
Los asentamientos fueron creciendo, a la agricultura se sumó la ganadería y el trueque o intercambio fue mutando a comercio. Históricamente ha habido muchos tipos diferentes de dinero, desde cerdos hasta conchas marinas. Sin embargo, el más extendido sin duda a lo largo de la historia ha sido el oro, hasta que hace unos 2700 años, comenzaron a acuñarse las primeras monedas, también de ese metal y de plata, y luego aparecieron los primeros bancos. Hasta allí, existía en el ser humano seguramente la ambición de poder, pero apareció una nueva ambición, la económica.
Luego de varios millones de años de una “natural evolución”, podría decirse que con un mínimo impacto ambiental, comenzamos a divorciarnos de la naturaleza. Durante estos pocos miles de años que nos anteceden, hemos rápidamente ejerciendo más y más poder, dominándola, adaptándola a nuestras necesidades, utilizándola y modificándola. Y especialmente desde el inicio de la revolución industrial, hemos pasado del uso, al abuso.
Menos de tres siglos han bastado para colocar a nuestra especie, como a tantas otras, en un grave riesgo de extinción. Viene siendo tal el abuso que el ser humano está haciendo de la naturaleza, que hemos modificado el clima del planeta entero. Y eso en tan sólo unos segundos en términos de historia de nuestra especie.
La ambición económica, trajo aparejada la exacerbación del egoísmo, y del individualismo. Esos “nuevos valores” dieron lugar a la organización de la sociedad bajo sistemas economicistas, que rigen desde hace unos pocos cientos de años y hasta nuestros días, el destino de todo ser vivo sobre el planeta.
Estamos inmersos, social y culturalmente en un modo de vida que se encuentra centrado en la posesión, en la propiedad privada, en el dinero. Un modo de vida enfrentado a la naturaleza, que la degrada a pasos agigantados y que está reduciendo muchísimo las posibilidades de supervivencia de las próximas generaciones.
Nos estamos quedando sin tiempo para modificar el rumbo, estamos por estrellarnos y difícilmente podamos evitarlo. No quedan más opciones ya que un cambio radical en nuestro modo de vida, especialmente del 20 ó 30% de la población del planeta, que es la que está consumiendo el 80% de los recursos.
La mayoría de las personas que pertenecen a ese 20 ó 30% del que hablamos, son medianamente consientes de que nos encontramos ante una crisis ambiental que puede ser terminal. Pero el sólo ser consientes del problema, evidentemente no es suficiente. Y eso se debe a que por un lado ellos pueden satisfacer ampliamente todas sus necesidades, lo que les ofrece una comodidad de la que difícilmente alguien decidiría salir por su propi cuenta. Y por otro a que nuestras sociedades están constituidas de tal forma que son muy pocas las posibilidades concretas, de vivir de una forma más armónica con la naturaleza, sin que eso signifique exponernos a riesgos de todo tipo.
No existen prácticamente opciones a tratar de mantenernos amparados bajo la presunta (y falsa) seguridad que nos ofrece el sistema. No existen prácticamente planes desde los gobiernos del mundo, para modificar esa tendencia a permanecer inertes ante el desastre que se avecina. No surgen desde abajo, o no se les dan el espacio suficiente, ni apoyo económico o político a las propuestas y proyectos verdaderamente revolucionarios, que generen una profunda modificación de los paradigmas actuales.
Entonces, puestos entre la espada y la pared, más pronto que tarde, tendremos que elegir. Ha pasado ya el tiempo de quedarnos quietos, esperando soluciones mágicas. Una nueva era debe comenzar muy pronto, fundada sobre la reconciliación del ser humano con la naturaleza y un cambio radical en los valores que exacerba este sistema, hacia la cooperación, la solidaridad, la ética y tantos otros que hemos postergado como especie.
Una nueva era debe imponerse, si realmente decidimos evitar la extinción.
Fuente: Ecoportal.net
Luego de varios millones de años de una “natural evolución”, podría decirse que con un mínimo impacto ambiental, comenzamos a divorciarnos de la naturaleza. Durante estos pocos miles de años que nos anteceden, hemos rápidamente ejerciendo más y más poder, dominándola, adaptándola a nuestras necesidades, utilizándola y modificándola. Y especialmente desde el inicio de la revolución industrial, hemos pasado del uso, al abuso.
Los científicos en general suelen tomar como punto de inicio de la historia de la humanidad unos 65 millones de años atrás, con la aparición de los primeros primates. De todas formas, el último ancestro común entre el ser humano y el chimpancé, existió hace alrededor de 6 ó 7 millones de años.
Si bien los límites no son exactos, ya que durante mucho tiempo han ido conviviendo diferentes tipos de homínidos, la primera especie del género Homo apareció hace unos 2.5 millones de años y se dispersó gradualmente por Africa, Europa y Asia. En sus primeras manifestaciones se le conoce como Homo habilis, era robusto, ágil, caminaba erguido y tenía desarrollada la capacidad prensil de sus manos. Sabía usar el fuego, pero no producirlo, fabricó algunas herramientas y se protegía en cuevas. Vivía de recolectar semillas, raíces, frutos y ocasionalmente comía carne.
La especie que se desarrolló posteriormente a esta se denomina Homo erectus, hace 1.5 millones de años. Avanzó a una nueva etapa en la fabricación de herramientas llamada achelense y aprendió a conservar el fuego. Esta especie duró diez veces más tiempo de la que lleva sobre la tierra el ser humano moderno.
Una o más subespecies del Homo erectus evolucionaron hasta llegar al Homo sapiens neanderthalis (el hombre de Neanderthal), cuyos restos más antiguos tienen una edad de alrededor de 250 mil años. El hombre de Neaderthal desapareció bruscamente, y su lugar fue ocupado por los hombres modernos, hace unos (apenas) 50 mil años.
Por lo que podríamos decir que al menos durante unos cuantos millones de años de constante evolución, salvo por el uso de algunas herramientas rudimentarias y el manejo del fuego, los seres humanos hemos tenido un comportamiento muy similar al de otras especies animales.
Pero en los últimos 35 a 50 mil años, un breve lapso de tiempo en la historia, todo cambió. Esa capacidad de crear herramientas, se tradujo en la utilización de algunas de ellas como armas, el manejo del fuego también comenzó a tener nuevos usos y luego, poco a poco dejamos de ser nómades, recolectores de frutos y cazadores, para construir los primeros asentamientos, en los que la agricultura tuvo un papel preponderante.
Fue en esa etapa probablemente en la que comenzamos el camino del dominio de la naturaleza, ya no sólo sirviéndonos de los recursos que ponía a nuestra disposición de forma natural, sino modificándola para nuestro beneficio. Ya no sólo adaptándonos, sino adaptándola.
Los asentamientos fueron creciendo, a la agricultura se sumó la ganadería y el trueque o intercambio fue mutando a comercio. Históricamente ha habido muchos tipos diferentes de dinero, desde cerdos hasta conchas marinas. Sin embargo, el más extendido sin duda a lo largo de la historia ha sido el oro, hasta que hace unos 2700 años, comenzaron a acuñarse las primeras monedas, también de ese metal y de plata, y luego aparecieron los primeros bancos. Hasta allí, existía en el ser humano seguramente la ambición de poder, pero apareció una nueva ambición, la económica.
Luego de varios millones de años de una “natural evolución”, podría decirse que con un mínimo impacto ambiental, comenzamos a divorciarnos de la naturaleza. Durante estos pocos miles de años que nos anteceden, hemos rápidamente ejerciendo más y más poder, dominándola, adaptándola a nuestras necesidades, utilizándola y modificándola. Y especialmente desde el inicio de la revolución industrial, hemos pasado del uso, al abuso.
Menos de tres siglos han bastado para colocar a nuestra especie, como a tantas otras, en un grave riesgo de extinción. Viene siendo tal el abuso que el ser humano está haciendo de la naturaleza, que hemos modificado el clima del planeta entero. Y eso en tan sólo unos segundos en términos de historia de nuestra especie.
La ambición económica, trajo aparejada la exacerbación del egoísmo, y del individualismo. Esos “nuevos valores” dieron lugar a la organización de la sociedad bajo sistemas economicistas, que rigen desde hace unos pocos cientos de años y hasta nuestros días, el destino de todo ser vivo sobre el planeta.
Estamos inmersos, social y culturalmente en un modo de vida que se encuentra centrado en la posesión, en la propiedad privada, en el dinero. Un modo de vida enfrentado a la naturaleza, que la degrada a pasos agigantados y que está reduciendo muchísimo las posibilidades de supervivencia de las próximas generaciones.
Nos estamos quedando sin tiempo para modificar el rumbo, estamos por estrellarnos y difícilmente podamos evitarlo. No quedan más opciones ya que un cambio radical en nuestro modo de vida, especialmente del 20 ó 30% de la población del planeta, que es la que está consumiendo el 80% de los recursos.
La mayoría de las personas que pertenecen a ese 20 ó 30% del que hablamos, son medianamente consientes de que nos encontramos ante una crisis ambiental que puede ser terminal. Pero el sólo ser consientes del problema, evidentemente no es suficiente. Y eso se debe a que por un lado ellos pueden satisfacer ampliamente todas sus necesidades, lo que les ofrece una comodidad de la que difícilmente alguien decidiría salir por su propi cuenta. Y por otro a que nuestras sociedades están constituidas de tal forma que son muy pocas las posibilidades concretas, de vivir de una forma más armónica con la naturaleza, sin que eso signifique exponernos a riesgos de todo tipo.
No existen prácticamente opciones a tratar de mantenernos amparados bajo la presunta (y falsa) seguridad que nos ofrece el sistema. No existen prácticamente planes desde los gobiernos del mundo, para modificar esa tendencia a permanecer inertes ante el desastre que se avecina. No surgen desde abajo, o no se les dan el espacio suficiente, ni apoyo económico o político a las propuestas y proyectos verdaderamente revolucionarios, que generen una profunda modificación de los paradigmas actuales.
Entonces, puestos entre la espada y la pared, más pronto que tarde, tendremos que elegir. Ha pasado ya el tiempo de quedarnos quietos, esperando soluciones mágicas. Una nueva era debe comenzar muy pronto, fundada sobre la reconciliación del ser humano con la naturaleza y un cambio radical en los valores que exacerba este sistema, hacia la cooperación, la solidaridad, la ética y tantos otros que hemos postergado como especie.
Una nueva era debe imponerse, si realmente decidimos evitar la extinción.