Basta ya de maltratar a la Madre Tierra

Por Juan Carlos Sánchez del Barco

En las tertulias populares, que algunos consideran ociosas porque no producen beneficio al sistema capitalista, se habla de la mal llamada "crisis económica", pero difícilmente oiremos mencionar las otras crisis que, por su importancia suprema y absoluta, y, sobre todo, por su gravedad de cara, se encuentran presentes en nuestras vidas y nuestro entorno.
Estas "crisis" a las que estoy aludiendo, que yo, personalmente, las denominaría mejor como ignominias, no son otras que las correspondientes al aspecto ecológico, moral, cultural y social.
Para el lector, probablemente, no exista ningún tipo de relación (espero que no sea así) entre las mentadas crisis anteriores, que no sólo atenazan al Ser Humano como especie, sino a todos los seres vivos en su totalidad. Sin embargo, predomina una inherente, profunda e inseparable unión entre todas ellas. Cuán difícil es (no será, porque es el nefasto y cotidiano presente) para el Ser Humano vivir a espaldas de su propia esencia, es decir, alejarse de las leyes de la Naturaleza y de la cultura, de la solidaridad y la cooperación.
Esta dificultad viene como consecuencia de un paréntesis de miles de años en los que la Humanidad se ha visto sometida a una tiranía cada vez más perfeccionada y sutil y, por tanto, más macabra, cínica y totalitaria. No existe peor dictadura que aquélla en la que los oprimidos creen vivir en libertad, ya que el despotismo de un régimen autocrático es tanto más notable y real cuanto mayor es la apariencia de democracia y libertad. La frustración de quien se ha visto despojado de sus más elementales principios como especie lleva inevitablemente a la infelicidad, sentimiento también exacerbado por la ausencia de una cultura que ensanche los horizontes del individuo y, por ende, del colectivo.
La infelicidad y tristeza que tanto interés posee este sistema capitalista brutal en infundir estos sentimientos al Ser Humano, así como la división, la insolidaridad, la incultura, la irrespetuosidad entre nosotros, ambiciones capitalistas y la idea de ver a la Naturaleza únicamente como una fábrica de recursos ilimitados, tiene como consecuencia el hecho de que la especie humana busque el ansiado y natural equilibrio consigo mismo mediante drogas, las cuales provocan efectos nefastos sobre el individuo, ya que consiguen, en mayor o menor medida, anular su voluntad (ya que no es dueño de su propia conciencia) con la que pueda oponerse a la ignominia del capital, crear adicción, destrucción física y, por último, crear un problema social cuyo único culpable, en el fondo, es un sistema en el que el dinero ha venido a sustituir las más básicas reglas de convivencia y respeto entre todos los miembros de una sociedad, un sistema en el que no importa qué ha de hacerse para conseguir la acumulación de capital y bienes materiales. En suma, el fin justifica los medios si se trata de conseguir ese papel llamado dinero.
Tras el transcurrir de miles de años de opresión, cabe preguntarse a modo de reflexión retrospectiva: ¿El Ser Humano y su entorno natural han evolucionado, la tecnología ha mejorado la calidad de vida de los pueblos de nuestra maravillosa Tierra? En algunos casos si y en otros no. ¿Quizás se ha dejado de lado la voluntad espiritual, la cultura y el desarrollo integral de la persona en un medio natural adecuado en beneficio del desarrollo de anhelos materialistas que sólo han provocado miseria moral, la destrucción de nuestra naturaleza humana, codicia, soberbia, desigualdad social y, probablemente lo peor de todo, desdén y falta de respeto a nuestra verdadera y única madre: Nuestro planeta Tierra? Porque no olvidemos que maltratar a la Naturaleza supone despreciar al Ser Humano y a todos los demás seres vivos del planeta.
La reflexión debe formar parte insustancial del espíritu humano, mas éste no se enriquecerá con la ambición material, la cual determina un estado de esclavitud del que sólo se es consciente (y se puede escapar de él) si el individuo en cuestión (y la sociedad en general) es capaz de saber disfrutar de aquello que es su mayor tesoro: la inteligencia. No olvidemos que un pueblo nunca será libre si todos sus individuos, por separado, tampoco lo son, y viceversa: el individuo no conocerá los aspectos libertarios si la sociedad en la que se desenvuelve no se despoja de su esclavitud.
Es necesario volver a nosotros mismos, a hacer de ésta una sociedad, un pueblo, una familia, y no un conjunto de seres infelices a los que se les ha arrebatado sus vínculos sociales porque, en el capitalismo, no hay cabida para la amistad o la hermandad al considerar inherentemente que la competencia y, por tanto, el enfrentamiento, constituyen la forma más efectiva de acumular dinero. Esta sociedad deshilvanada, en la que el individuo ve a su hermano como un enemigo, debe fortalecerse con solidaridad y cultura, siendo ésta última un revulsivo contra el individualismo opresor promoviendo el flujo e intercambio de información y reflexiones y, por tanto, fomentando la unión y realce de los vínculos humanos.
Por tanto, sólo me cabe destacar que una revolución futura debe tener en cuenta no sólo el aspecto social, que es importantísimo, sino también considerar las bases morales, culturales y naturales en las que todas las especies vivan en equilibrio consigo mismas y con su entorno. Sólo de esta forma conseguiremos que la Tierra consiga la grandeza y magnificencia, en todos los sentidos, a la que aspiramos cada vez más personas que nos hemos echado a andar por sendas libertarias.

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