Empatia: La era de la empatía

 Por Alberto D. Fraile Oliver

Durante mucho tiempo nos han hecho creer que el ser humano es agresivo, materialista, utilitarista e interesado por naturaleza. Es una creencia que se está apuntalando desde los medios de comunicación convencionales que insisten en dar relevancia a los relatos de desgracias y maldades. Tratan de despertar nuestro interés como consumidores de información por la inquietud que nos despiertan. Pero la realidad cotidiana no es así. El día a día está plagado de actos generosos y bondadosos, que generan lazos de amistad y comunidad y devuelven la esperanza y el optimismo. No son noticia pero son los ingredientes que necesitamos en este momento.

De hecho, como explica Jeremy Rifkin (La civilización empática. Paidós. 2010), más allá del relato de los historiadores y periodistas, es muy probable que seamos una especie esencialmente empática tal y como descubrimientos recientes en el estudio del cerebro y del desarrollo infantil nos indican. Las consecuencias de que seamos una especie empática, en lugar de competitiva, pueden ser trascendentales para los momentos de crisis de civilización que vivimos.
La empatía es el medio psicológico por el que pasamos a formar parte de la vida de otras personas y compartimos experiencias valiosas. Nos entendemos, compenetramos y colaboramos.
La conciencia individual depende, y se desarrolla, mediante la profundización en las relaciones con los demás. Y el medio por el que se forman los vínculos de compañía y colaboración es la empatía.
La empatía es el proceso mental por el que una persona entra en el ser de otra y acaba sabiendo cómo se siente y cómo piensa. La empatía tiene una participación activa: la voluntad del observador de tomar parte en la experiencia de otra persona, de compartir la sensación de esa experiencia.
La introspección, el proceso por el que una persona examina sus sentimientos, impulsos, emociones y pensamientos para intentar entender su propia identidad e individualidad culmina a través del contacto con los demás.
Cuanto más se profundiza en la introspección, como afirma Rifkin, más intensa es la sensación de que nuestra existencia es única, finita y mortal, y más profunda es la conciencia de nuestra soledad existencial y de los muchos retos que afrontamos en la lucha por ser y prosperar. Precisamente, el hecho de tener estas sensaciones es lo que nos permite sentir empatía con las sensaciones similares en los demás.
La ciencia también nos está mostrando que la naturaleza humana no se caracteriza por buscar la autonomía, ser autosuficiente, sino por buscar la compañía, el afecto y la intimidad.
Están surgiendo nuevos modelos de enseñanza, destinados a transformar la educación y conseguir que, en lugar de ser una competición, sea una experiencia de aprendizaje en colaboración.
Si seguimos aceptando que el “conocimiento es poder” y se usa para el beneficio personal estamos negando que el conocimiento es una expresión de la responsabilidad común por el bienestar colectivo de la humanidad y del planeta.
Muchos indicadores muestran que estamos transitando de la edad de la razón a la edad de la empatía.

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