Relaciones-comunidad-resiliencia
Por Alberto D. Fraile Oliver
Hace 8 años, salía a la calle el primer número de Namasté. En ese tiempo han pasado muchas cosas y se ha ido gestando un cambio importante que parece que ahora se encuentra en uno de sus momentos críticos.
Esta más que demostrado que una vez están cubiertas las necesidades básicas, el consumo de bienes no aporta felicidad. También está demostrado que el sistema de producción que alimenta nuestro consumismo arrasa comunidades y destruye cada vez más recursos naturales. Los que nos corresponden a nosotros y los que corresponden a las futuras generaciones. Estamos despilfarrando la herencia de los que vendrán después. Pese a la evidencia, nuestro sistema económico sigue basado en el motor del consumo. Todo el crecimiento y salud económica de nuestra sociedad depende de que consumamos cada vez más.
Existe una estrategia muy bien construida para que nuestro papel como consumidores y peones de este sistema sea rentable. Nuestros deseos son alimentados por la publicidad, que nos hace sentir vacíos sino consumimos. Además, la moda se encarga de que cada año – es más correcto decir cada 3 meses – renovemos nuestros objetos de consumo. Y si esta fórmula falla, existe la infalible obsolescencia programada. Es decir, el hecho de que los productos que compramos están diseñados para romperse y dejar de funcionar en un periodo de tiempo preestablecido. Estos objetos no se pueden reparar – es más barato comprar uno nuevo- y tenemos que comprar otro, alimentando así el totem de nuestra civilización, el consumo y la cultura de usar y tirar.
Cuando uno se plantea qué puede hacer para ser un poco más feliz, se da cuenta que salirse de esta cadena perversa de consumo-endeudamiento es un primer paso. ¿Pero qué otras cosas pueden llenar ese vacío que tratamos de alimentar con objetos materiales?
El arte, la cultura y la naturaleza, son una buena fuente de satisfacción y una puerta hacia la realización.
La otra vía, complementaria, son las relaciones con otras personas. La pareja, la familia, la amistad, la comunidad… tener relaciones sanas puede ser una de las mayores fuentes de nutrición y crecimiento que una persona pueda tener. Los vínculos nos hacen mucho más humanos que los objetos de consumo. Las relaciones sanas se basan en la empatía y en el comunicación. Cuando existe una buena red de relaciones se crea una comunidad. Una magnífica forma de autoayuda y cooperación que nos aportan resiliencia: la capacidad de un sistema de asumir un impacto y salir reforzado.
Existe la posibilidad de que en este escenario se manifieste lo mejor de cada uno, las fuerzas supraconscientes: frugalidad, confianza y generosidad. Para ello puede ser útil recordar estos conceptos: relaciones, comunidad, resiliencia.
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