Solastalgia: tristeza por el medio ambiente
"- Yo te digo lo que se siente, porque lo he sentido profundamente en estos años y lo sigo haciendo cada día cuando "tengo" que salir a la calle en mi ciudad: "Solastalgia", dolor por la decadencia del lugar en donde uno vive. No es melancolía, ni depresión, es otra cosa distinta".
Se llama “solastalgia”, y es una nueva clase de tristeza: la depresión por la degradación del medio ambiente. El término fue acuñado por el filósofo australiano Glenn Albrecht para reflejar lo que está viendo suceder en Australia, ahora que el país atraviesa tantos problemas causados por el cambio climático (desde racionamientos de agua, hasta la desertificación de los campos agrícolas y muerte de los arrecifes coralinos).
Derivada de las palabras "Solas": lugar, "algia": dolor; dolor por el lugar en que se vive, solastalgia invoca ese "saudade", esa nostalgia y sentido de pérdida que nos sobreviene cuando sentimos que estamos desplazados de lo que antes era nuestro. Básicamente, Albrecht propone una nueva enfermedad que enlaza el estado de la Tierra con nuestra salud mental. Me parece un enfoque absolutamente fascinante y poco explorado.
Y además, cierto. Cuando el huracán Andrew, por allá en 1992, yo experimenté por primera vez en mi vida unas sensaciones parecidas a la solastalgia. Andrew arrancó de cuajo todos los árboles de Miami. De pronto la ciudad tenía demasiada luz. Ya no existía el punto focal y el descanso para los ojos que dan los árboles. Sin tener por qué -nada sucedió en mi casa, ni a mi automóvil, ni a mí, ni a mis amigos, ni en el trabajo- a veces lloraba incontrolablemente.
Dice Albrech: “Los seres humanos de todo el mundo, bajo el inclemente impacto del desarrollo y el cambio climático, estamos sufriendo una epidemia de enfermedades físicas y mentales que están conectadas al medio ambiente, y aún así no existe en el idioma inglés un concepto que se refiera a ellas. Yo propongo dos nuevas categorías; las enfermedades psicoterráticas y somaterráticas, que hagan la conexión entre el estado de la Tierra y la salud física y mental. Además, sugiero que se reexamine el muy antiguo concepto de la nostalgia, y que sea reclasificado como una enfermedad psicoterrática, al lado de la solastalgia, porque este es un concepto nuevo e importante para entender y tratar las enfermedades causadas por el deterioro del medio ambiente. El caos climático, causado por el calentamiento y el cambio climático globales, sin duda ocasionarán el drástico aumento de las enfermedades somaterráticas y sicoterráticas".
Así pues, como si fuera poco lo que nos llega (inundaciones, sequías, más mosquitos, virus nuevos, deforestación, etc.), ahora la próxima víctima del cambio climático es nuestra sanidad mental.
Todo esto está en el blog de Albrecht - Publicado en: http://concienciangela.blogspot.com.ar (la imagen es de: schmitt-hall-studios)
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¿Sufre usted de desorden por déficit de naturaleza?
Menor uso de los sentidos, dificultades de atención y mayores tasas de enfermedad física y emocional. Son síntomas que la psiquiatría actual podría endilgar a varios trastornos inscritos en el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales, pero para Richard Louv señalan claramente al desorden por déficit de naturaleza (Nature Deficit Disorder, en adelante DDN).
NATURE-DEFICIT DISORDER: El déficit de Naturaleza
Toda una generación de niños crece marcada por el sedentarismo y sin contacto con los espacios abiertos al aire libre. Esa vida trae sus consecuencias: obesidad infantil y estrés son los problemas más habituales, pero también se registra un aumento en la depresión y los desordenes anímicos. El periodista Richard Louv estudió estas problemáticas, forjó el concepto de “déficit de naturaleza” y estableció propuestas para superarlo.
Es posible que quienes lean este artículo hayan tenido una infancia de las que ya no existen, de las que son poco menos que imposibles, hoy por hoy, en los grandes centros urbanos. En un cerrar de ojos podemos trasladarnos a esos tiempos en la segunda mitad del Siglo XX y enumerar las actividades que los niños realizaban por aquel entonces. Aunque cambien los escenarios –Los Angeles, San Juan (Puerto Rico), Barranquilla, Caracas, Miami–, todos realizamos las mismas cosas: casi todos disfrutamos de largas horas jugando en las calles o recorriendo el barrio en bicicleta. Es posible que algunos hayan dado largas caminatas hasta la escuela o a la heladería; que hayan tenido relaciones cordiales con sus vecinos y cosechado muchas amistades. Que otros hayan trepado a los árboles, construido chozas en el bosque, chapoteado en zanjas o cazado insectos. Muchas de esas actividades se realizan sólo en los primeros años de vida. Así era el mundo infantil en los 60, 70 y 80. Pero algo está cambiando.
En la actualidad, esa niñez vinculada a un entorno social y natural está en vías de extinción tanto en Estados Unidos como en los países hispanoamericanos. Los niños de la primera década del siglo XXI pasan muchas horas por día encerrados; van de la casa a la escuela en automóvil, pasean por los malls, se reúnen con sus amigos en locales de comida rápida, pasan las tardes jugando en la PC o frente a la TV. Las causas de estas pautas de comportamiento son variadas: sus padres tienen poco tiempo para cuidarlos y los dejan ir adonde haya mayores garantías de seguridad; ellos mismos eligen los puntos de reunión y, además, requieren de mucho más tiempo para estudiar y prepararse para el futuro.
A los niños de hoy les toca vivir esa realidad. Eso es inevitable. Pero lejos de quedarse en comparaciones y planteos melancólicos, lo verdaderamente importante es conocer las derivaciones de tal situación y descubrir estrategias para evitar las consecuencias negativas de la “niñez posmoderna”. Todos reconocen en ella cualidades positivas: la velocidad con la que aprenden a manejar la tecnología y la madurez aparente para encarar ciertos temas. Pero en la lista de problemas infantiles figuran obesidad, estrés, depresión y desordenes anímicos que generan el síndrome de déficit de atención (trastorno que dificulta el correcto rendimiento escolar). Asimismo, es habitual que los niños actuales resulten más delicados que los de otras generaciones porque, al estar mayoritariamente en ambientes cerrados, no se inmunizan contra las bacterias que circulan por el medioambiente, pero están sobreexpuestos al polvillo que produce alergias.
Para sostener estas afirmaciones, basta con citar la encuesta de la Kaiser Family Foundation que da cuenta de que los niños de 8 a 18 años, integrantes de la llamada generación M, pasan conectados a un aparato electrónico un promedio de cinco horas y media al día, más tiempo del que ocupan haciendo otra actividad que no sea dormir. O un estudio del Center on Everyday Lives of Families, de la UCLA, que informa que tanto padres e hijos ocupan una gran parte de la semana en movimiento de un sitio a otro y sólo unos pocos minutos en su propio jardín.
El déficit de naturaleza es un concepto elaborado por Richard Louv. El periodista se dedicó a analizar estas problemáticas después de realizar 3 mil entrevistas a padres de todo Estados Unidos. En su libro Last Child in the Woods –existe versión en español, El último chico en el bosque– plantea que la falta de contacto con ambientes silvestres tiene efectos físicos y psicológicos en las personas y que los más jóvenes son los más sensibles. Durante años, los pediatras alertaron a la comunidad sobre las dificultades de “vivir en un ambiente obesogénico, que nos incita a comer más y a movernos menos”. Siguiendo esos lineamientos, Louv avanza hasta llegar a la raíz del problema: “No son las ciudades y la tecnología los únicos responsables del déficit de naturaleza; los padres forman parte de las causas”.
A la hora de describir la forma en la cual los padres proyectan la vida de sus hijos, Louv señala: “La inseguridad social creciente los obliga a remarcar más que nunca que no hablen con extraños y limitan el esparcimiento de sus hijos a un área marcada y conocida, a moverse en automóvil y no salir mucho de casa”. Lejos de coincidir con muchas de las posturas actuales, el ensayista sugiere un retorno a los clásicos: “Cuando un niño se golpea o se corta, los padres se alborotan; de inmediato van al médico y lo llenan de medicamentos, vendas y cuidados. No es que esté mal cuidar a nuestros hijos, pero estamos ejerciendo una sobreprotección que ignora nuestras propias experiencias. En las `infancias viejas´ (allá por los 70 u 80) sufríamos raspaduras regularmente, muchos nos hemos fracturado cayendo de árboles o rodando por pendientes, cortado con botellas rotas o clavos oxidados. Sin embargo, aquí estamos: sanos y salvos, llenos de experiencias y saludables (y agradables) recuerdos”.
Más allá de las anécdotas provocadoras, Louv describe una situación reconocida por muchos: “Los niños pasan demasiado tiempo encerrados. Van de la casa a la escuela, a centros de actividades y a casa otra vez”. Y al mismo tiempo alega: “Somos varios los que nos preguntamos con frecuencia si no es insalubre que la generación más joven no estimule su imaginación en espacios abiertos. Los niños que no conocen el campo pierden la oportunidad de desarrollar habilidades cognitivas”. Frente a las madres interesadas en evitar toda situación de riesgo para sus hijos, Louv agrega: “Es que en los ambientes controlados no hay verdadera experimentación. Aunque precisamente el riesgo es lo que los padres desean evitar, es lo que más nos enseña y estimula la creatividad cuando se trata de encontrar soluciones”.
En su libro, Last Child in the Woods: Saving Our Children from Nature-Deficit Disorder, el periodista es tajante al sostener que los niños expuestos a la naturaleza muestran mejoras intelectuales, espirituales y físicas en comparación a los que se mantienen encerrados. El resultado: pueden controlar el estrés, aguzar la concentración y promover resoluciones creativas ante los problemas. En este sentido, cita estudios de Estados Unidos, Suecia, Australia y Canadá. Estos indican que los chicos que juegan en escenarios naturales (ríos, campos y árboles) son más propensos a crear sus propios juegos y mostrar mayor cooperación que quienes lo hacen en escenarios artificiales.
Basado en los estudios de otros investigadores, Louv afirma que una terapia efectiva para el síndrome de déficit de atención es promover la diversión y el esparcimiento al aire libre. “El déficit de naturaleza no es una enfermedad que requiera de pastillas o tratamientos inclementes. Por el contrario, puede solucionarse recuperando esa costumbre perdida que tan bien nos hizo cuando nosotros fuimos pequeños”, sugirió Louv al impulsar una campaña para disminuir las horas que los niños pasan conectados a un medio electrónico.
Lejos de ser un predicador solitario, en coincidencia con sus planteos, la National Wildlife Federation invirtió 1,5 millones de dólares para implementar diferentes programas que impulsen a las escuelas a organizar excursiones a ambientes naturales. Una iniciativa similar fue tomada por The Children & Nature Network, mientras que otros ecoactvistas proponen “la hora verde” para que, cada día, los ciudadanos incluyan en su agenda un tiempo dedicado al entretenimiento puertas afuera.
“Quiero enfatizar que uso el término no como diagnóstico médico, sino para que sirva como descripción del costo humano de la alienación de la naturaleza, que incluye un uso limitado de los sentidos”, suele repetir Louv antes de acotar que el trastorno también perjudica a personas adultas, familias y a comunidades enteras.
La solución es simple: los padres deben dedicarse a brindar experiencias naturales a sus hijos, llevarlos a parques y campos; enseñarles a pescar, a andar en bicicleta porque, después de todo, los mayores también sufren esa carencia y su ejemplo es la mejor lección para que los menores hagan actividades recreativas y protejan el medio ambiente. Irónicamente, muchos jóvenes demuestran gran preocupación por el cuidado del ecosistema, pero pocos pueden recodar cuál fue la última vez que descansaron en la hierba, que subieron a un árbol a recoger frutas o qué aves pueblan las afueras de su ciudad.
Las iniciativas ciudadanas tendientes a revincular a la sociedad con la naturaleza no se limitan a prácticas individuales o tareas circunstanciales. En el futuro contribuirán a lograr que en las ciudades se tracen nuevos espacios verdes y se favorezca su visita y cuidado. Pero también, poco a poco, estas acciones plantearán al déficit de naturaleza como un problema de salud física y psicológica ante el cual los gobiernos y la industria médica deberán aportar políticas y soluciones activas.
[texto transcrito del artículo de Felipe Real en almamagacine.com: http://www.almamagazine.com/entradas-deficit_de_naturaleza-sedentarismo_infantil] Publicado por Sinanorak FBman - Foto: AP/AFP
Se llama “solastalgia”, y es una nueva clase de tristeza: la depresión por la degradación del medio ambiente. El término fue acuñado por el filósofo australiano Glenn Albrecht para reflejar lo que está viendo suceder en Australia, ahora que el país atraviesa tantos problemas causados por el cambio climático (desde racionamientos de agua, hasta la desertificación de los campos agrícolas y muerte de los arrecifes coralinos).
Derivada de las palabras "Solas": lugar, "algia": dolor; dolor por el lugar en que se vive, solastalgia invoca ese "saudade", esa nostalgia y sentido de pérdida que nos sobreviene cuando sentimos que estamos desplazados de lo que antes era nuestro. Básicamente, Albrecht propone una nueva enfermedad que enlaza el estado de la Tierra con nuestra salud mental. Me parece un enfoque absolutamente fascinante y poco explorado.
Y además, cierto. Cuando el huracán Andrew, por allá en 1992, yo experimenté por primera vez en mi vida unas sensaciones parecidas a la solastalgia. Andrew arrancó de cuajo todos los árboles de Miami. De pronto la ciudad tenía demasiada luz. Ya no existía el punto focal y el descanso para los ojos que dan los árboles. Sin tener por qué -nada sucedió en mi casa, ni a mi automóvil, ni a mí, ni a mis amigos, ni en el trabajo- a veces lloraba incontrolablemente.
Dice Albrech: “Los seres humanos de todo el mundo, bajo el inclemente impacto del desarrollo y el cambio climático, estamos sufriendo una epidemia de enfermedades físicas y mentales que están conectadas al medio ambiente, y aún así no existe en el idioma inglés un concepto que se refiera a ellas. Yo propongo dos nuevas categorías; las enfermedades psicoterráticas y somaterráticas, que hagan la conexión entre el estado de la Tierra y la salud física y mental. Además, sugiero que se reexamine el muy antiguo concepto de la nostalgia, y que sea reclasificado como una enfermedad psicoterrática, al lado de la solastalgia, porque este es un concepto nuevo e importante para entender y tratar las enfermedades causadas por el deterioro del medio ambiente. El caos climático, causado por el calentamiento y el cambio climático globales, sin duda ocasionarán el drástico aumento de las enfermedades somaterráticas y sicoterráticas".
Así pues, como si fuera poco lo que nos llega (inundaciones, sequías, más mosquitos, virus nuevos, deforestación, etc.), ahora la próxima víctima del cambio climático es nuestra sanidad mental.
Todo esto está en el blog de Albrecht - Publicado en: http://concienciangela.blogspot.com.ar (la imagen es de: schmitt-hall-studios)
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¿Sufre usted de desorden por déficit de naturaleza?
Menor uso de los sentidos, dificultades de atención y mayores tasas de enfermedad física y emocional. Son síntomas que la psiquiatría actual podría endilgar a varios trastornos inscritos en el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales, pero para Richard Louv señalan claramente al desorden por déficit de naturaleza (Nature Deficit Disorder, en adelante DDN).
NATURE-DEFICIT DISORDER: El déficit de Naturaleza
Toda una generación de niños crece marcada por el sedentarismo y sin contacto con los espacios abiertos al aire libre. Esa vida trae sus consecuencias: obesidad infantil y estrés son los problemas más habituales, pero también se registra un aumento en la depresión y los desordenes anímicos. El periodista Richard Louv estudió estas problemáticas, forjó el concepto de “déficit de naturaleza” y estableció propuestas para superarlo.
Es posible que quienes lean este artículo hayan tenido una infancia de las que ya no existen, de las que son poco menos que imposibles, hoy por hoy, en los grandes centros urbanos. En un cerrar de ojos podemos trasladarnos a esos tiempos en la segunda mitad del Siglo XX y enumerar las actividades que los niños realizaban por aquel entonces. Aunque cambien los escenarios –Los Angeles, San Juan (Puerto Rico), Barranquilla, Caracas, Miami–, todos realizamos las mismas cosas: casi todos disfrutamos de largas horas jugando en las calles o recorriendo el barrio en bicicleta. Es posible que algunos hayan dado largas caminatas hasta la escuela o a la heladería; que hayan tenido relaciones cordiales con sus vecinos y cosechado muchas amistades. Que otros hayan trepado a los árboles, construido chozas en el bosque, chapoteado en zanjas o cazado insectos. Muchas de esas actividades se realizan sólo en los primeros años de vida. Así era el mundo infantil en los 60, 70 y 80. Pero algo está cambiando.
En la actualidad, esa niñez vinculada a un entorno social y natural está en vías de extinción tanto en Estados Unidos como en los países hispanoamericanos. Los niños de la primera década del siglo XXI pasan muchas horas por día encerrados; van de la casa a la escuela en automóvil, pasean por los malls, se reúnen con sus amigos en locales de comida rápida, pasan las tardes jugando en la PC o frente a la TV. Las causas de estas pautas de comportamiento son variadas: sus padres tienen poco tiempo para cuidarlos y los dejan ir adonde haya mayores garantías de seguridad; ellos mismos eligen los puntos de reunión y, además, requieren de mucho más tiempo para estudiar y prepararse para el futuro.
A los niños de hoy les toca vivir esa realidad. Eso es inevitable. Pero lejos de quedarse en comparaciones y planteos melancólicos, lo verdaderamente importante es conocer las derivaciones de tal situación y descubrir estrategias para evitar las consecuencias negativas de la “niñez posmoderna”. Todos reconocen en ella cualidades positivas: la velocidad con la que aprenden a manejar la tecnología y la madurez aparente para encarar ciertos temas. Pero en la lista de problemas infantiles figuran obesidad, estrés, depresión y desordenes anímicos que generan el síndrome de déficit de atención (trastorno que dificulta el correcto rendimiento escolar). Asimismo, es habitual que los niños actuales resulten más delicados que los de otras generaciones porque, al estar mayoritariamente en ambientes cerrados, no se inmunizan contra las bacterias que circulan por el medioambiente, pero están sobreexpuestos al polvillo que produce alergias.
Para sostener estas afirmaciones, basta con citar la encuesta de la Kaiser Family Foundation que da cuenta de que los niños de 8 a 18 años, integrantes de la llamada generación M, pasan conectados a un aparato electrónico un promedio de cinco horas y media al día, más tiempo del que ocupan haciendo otra actividad que no sea dormir. O un estudio del Center on Everyday Lives of Families, de la UCLA, que informa que tanto padres e hijos ocupan una gran parte de la semana en movimiento de un sitio a otro y sólo unos pocos minutos en su propio jardín.
El déficit de naturaleza es un concepto elaborado por Richard Louv. El periodista se dedicó a analizar estas problemáticas después de realizar 3 mil entrevistas a padres de todo Estados Unidos. En su libro Last Child in the Woods –existe versión en español, El último chico en el bosque– plantea que la falta de contacto con ambientes silvestres tiene efectos físicos y psicológicos en las personas y que los más jóvenes son los más sensibles. Durante años, los pediatras alertaron a la comunidad sobre las dificultades de “vivir en un ambiente obesogénico, que nos incita a comer más y a movernos menos”. Siguiendo esos lineamientos, Louv avanza hasta llegar a la raíz del problema: “No son las ciudades y la tecnología los únicos responsables del déficit de naturaleza; los padres forman parte de las causas”.
A la hora de describir la forma en la cual los padres proyectan la vida de sus hijos, Louv señala: “La inseguridad social creciente los obliga a remarcar más que nunca que no hablen con extraños y limitan el esparcimiento de sus hijos a un área marcada y conocida, a moverse en automóvil y no salir mucho de casa”. Lejos de coincidir con muchas de las posturas actuales, el ensayista sugiere un retorno a los clásicos: “Cuando un niño se golpea o se corta, los padres se alborotan; de inmediato van al médico y lo llenan de medicamentos, vendas y cuidados. No es que esté mal cuidar a nuestros hijos, pero estamos ejerciendo una sobreprotección que ignora nuestras propias experiencias. En las `infancias viejas´ (allá por los 70 u 80) sufríamos raspaduras regularmente, muchos nos hemos fracturado cayendo de árboles o rodando por pendientes, cortado con botellas rotas o clavos oxidados. Sin embargo, aquí estamos: sanos y salvos, llenos de experiencias y saludables (y agradables) recuerdos”.
Más allá de las anécdotas provocadoras, Louv describe una situación reconocida por muchos: “Los niños pasan demasiado tiempo encerrados. Van de la casa a la escuela, a centros de actividades y a casa otra vez”. Y al mismo tiempo alega: “Somos varios los que nos preguntamos con frecuencia si no es insalubre que la generación más joven no estimule su imaginación en espacios abiertos. Los niños que no conocen el campo pierden la oportunidad de desarrollar habilidades cognitivas”. Frente a las madres interesadas en evitar toda situación de riesgo para sus hijos, Louv agrega: “Es que en los ambientes controlados no hay verdadera experimentación. Aunque precisamente el riesgo es lo que los padres desean evitar, es lo que más nos enseña y estimula la creatividad cuando se trata de encontrar soluciones”.
En su libro, Last Child in the Woods: Saving Our Children from Nature-Deficit Disorder, el periodista es tajante al sostener que los niños expuestos a la naturaleza muestran mejoras intelectuales, espirituales y físicas en comparación a los que se mantienen encerrados. El resultado: pueden controlar el estrés, aguzar la concentración y promover resoluciones creativas ante los problemas. En este sentido, cita estudios de Estados Unidos, Suecia, Australia y Canadá. Estos indican que los chicos que juegan en escenarios naturales (ríos, campos y árboles) son más propensos a crear sus propios juegos y mostrar mayor cooperación que quienes lo hacen en escenarios artificiales.
Basado en los estudios de otros investigadores, Louv afirma que una terapia efectiva para el síndrome de déficit de atención es promover la diversión y el esparcimiento al aire libre. “El déficit de naturaleza no es una enfermedad que requiera de pastillas o tratamientos inclementes. Por el contrario, puede solucionarse recuperando esa costumbre perdida que tan bien nos hizo cuando nosotros fuimos pequeños”, sugirió Louv al impulsar una campaña para disminuir las horas que los niños pasan conectados a un medio electrónico.
Lejos de ser un predicador solitario, en coincidencia con sus planteos, la National Wildlife Federation invirtió 1,5 millones de dólares para implementar diferentes programas que impulsen a las escuelas a organizar excursiones a ambientes naturales. Una iniciativa similar fue tomada por The Children & Nature Network, mientras que otros ecoactvistas proponen “la hora verde” para que, cada día, los ciudadanos incluyan en su agenda un tiempo dedicado al entretenimiento puertas afuera.
“Quiero enfatizar que uso el término no como diagnóstico médico, sino para que sirva como descripción del costo humano de la alienación de la naturaleza, que incluye un uso limitado de los sentidos”, suele repetir Louv antes de acotar que el trastorno también perjudica a personas adultas, familias y a comunidades enteras.
La solución es simple: los padres deben dedicarse a brindar experiencias naturales a sus hijos, llevarlos a parques y campos; enseñarles a pescar, a andar en bicicleta porque, después de todo, los mayores también sufren esa carencia y su ejemplo es la mejor lección para que los menores hagan actividades recreativas y protejan el medio ambiente. Irónicamente, muchos jóvenes demuestran gran preocupación por el cuidado del ecosistema, pero pocos pueden recodar cuál fue la última vez que descansaron en la hierba, que subieron a un árbol a recoger frutas o qué aves pueblan las afueras de su ciudad.
Las iniciativas ciudadanas tendientes a revincular a la sociedad con la naturaleza no se limitan a prácticas individuales o tareas circunstanciales. En el futuro contribuirán a lograr que en las ciudades se tracen nuevos espacios verdes y se favorezca su visita y cuidado. Pero también, poco a poco, estas acciones plantearán al déficit de naturaleza como un problema de salud física y psicológica ante el cual los gobiernos y la industria médica deberán aportar políticas y soluciones activas.
[texto transcrito del artículo de Felipe Real en almamagacine.com: http://www.almamagazine.com/entradas-deficit_de_naturaleza-sedentarismo_infantil] Publicado por Sinanorak FBman - Foto: AP/AFP