Argentina: Pensar la época: “El 90% de la dirigencia política detesta a las organizaciones sociales”

Tierra Viva inicia, con esta entrevista, una serie de notas donde los movimientos sociales, organizaciones campesinas, pueblos indígenas y asambleas socioambientales ayudan a pensar cómo se llegó hasta acá, pero sobre todo cómo se construye otra realidad. Voces de construcciones colectivas, sensibles, autocríticas y, fundamental, desde los territorios. En esta primera entrega: Nicolás Salas, del Frente de Organizaciones en Lucha (FOL).

Por Laura Vales

De golpe, todo cambió para los movimientos sociales. El gobierno de Javier Milei les declaró la guerra: no recibe a sus dirigentes, manda a la policía a reprimir sus marchas, incluso hace ostentación de su violencia. En una de las represiones, el 10 de abril, un policía le disparó con balas de goma a la cara a un manifestante, que perdió la visión de un ojo. Este tremendo hecho pasó sin que la dirigencia política —incluso la progresista— dijera nada. Pareciera que todo está permitido contra las organizaciones de “los caídos”, como los definió el propio Presidente antes de asumir, cuando anunció que se disponía hacer el ajuste más duro de la historia. Humillarlos es parte de un disciplinamiento morboso: la Ministra de Capital Humano no sólo deja sin alimentos a los comedores comunitarios, sino que pone al que reclama bajo sospecha de ser ladrón.

Nicolás Salas viene siguiendo estos hechos. Tiene 38 años, milita en el FOL (Frente de Organización en Lucha), es periodista. Escribió El pecho en la ruta, una historia de las organizaciones piqueteras y hoy está publicando un nuevo libro, Barro. En ese texto, el reconocimiento a lo construido por las organizaciones sociales se mezcla con críticas:
    •    “Con el paso de los años, muchas de nuestras concepciones han ido deformándose a tal punto que la organización en el territorio se redujo a ‘juntar gente’ para salir a la lucha, haciendo de las instancias asamblearias una especie de ficción”.
    •    “Queriendo o no, una militancia nacida de las grandes asambleas de finales de los ‘90 fue burocratizándose al calor de las tablas excel y los cálculos matemáticos de cómo debía distribuirse lo que se le arrancaba al Estado”
    •    “La línea divisoria que históricamente separaba estructuras democráticas de otras punteriles fue perdiendo nitidez. Este fenómeno fue transversal a todas las vertientes ideológicas”
Salas plantea que con el gobierno de ultraderecha de Milei se instaló una ofensiva sin precedentes contra los movimientos sociales, aunque advierte que el desgaste venía desde antes, desde las acciones tomadas por Sergio Massa cuando fue ministro de Economía, incluso por gestos de la ex vicepresidenta Cristina Kirchner. El escenario es otro no sólo por Milei, y las organizaciones deberán resetearse.
Salas se define como marxista. Su mirada sobre los movimientos tiene una doble condición: como activista, sabe lo difícil que es construir organización; como lector de la historia, muchas de las conquistas ganadas le parecen, en cierto sentido, una trampa.
Un movimiento único en el mundo
—En sus libros dice que el movimiento de desocupados en Argentina es una experiencia única en el mundo. ¿Es tan así?
—Hubo movimientos de desocupados, pero con características distintas; por ejemplo, los soviets de soldados de la revolución rusa, que más que soldados eran desocupados que volvían del frente y se organizaban… y hay otras experiencias de organización de los desocupados pero, en esta cuestión de quitarle recursos al Estado para organizarse, no, no veo nada parecido…
—También dice que fueron imprescindibles los activistas, una militancia que había participado en las luchas de los ‘70 o que hizo lazos con ella…
—Creo que hubo condiciones objetivas y subjetivas para que el movimiento piquetero surgiera: los muy altos niveles de pobreza y desocupación, y una militancia que habría sobrevivido a la dictadura y que intervino sobre esas condiciones de empobrecimiento. Fueron muy importantes, porque organizaciones de desocupados existían en Argentina en los años previos, pero con un programa que les hacía imposible desarrollarse.
—¿Por qué?
—Porque, por ejemplo, se hacían ollas populares en las plazas y se mantenían reclamos universales, como que los desocupados fueran exceptuados de pagar la luz, los impuestos o el transporte, pero la relación de fuerza no les alcanzaba. Creo que la posibilidad de acumulación se dio cuando una militancia usó el método de cortar la ruta y tomó los planes para construir organización. Eso les permitió armar en el territorio un poder propio, un poder que no existía. Además, lo hicieron de manera asamblearia, porque lo que había antes en los barrios eran manzaneras, punteros del PJ.

Foto: Damián Rico

Desocupados de los ‘90
Hablamos de un comienzo fechado en 1996, 1997. A los más jóvenes puede costarles imaginar la época: es presidente un showman narcisista que privatiza todo. Neoliberal y sin ningún miedo al ridículo. Se presenta como un salvador, en una sociedad shockeada por las hiperinflaciones. "Julio César les decía a sus hombres: 'No temáis, vais con César y su estrella'. Yo les digo a ustedes: 'vais con Carlos Menem y su estrella”, dice en una entrevista. A muchos, Menem los divierte. Con el 1 a 1 (un modelo que implementa luego que su gobierno también fuera vapuleado por la híper) controla la inflación y mete de contrabando una oportunidad de negocios para los grupos económicos, con la venta del patrimonio nacional. El empresariado y los grupos financieros, habilitados para volver a acumular, aflojan la soga y calman las turbulencias económicas. El Presidente promete que es cuestión de tiempo para que el bienestar llegue a todos. Los que cuestionan a Menem critican su corrupción, pero no discuten el modelo.
—Entonces, entre 1996 a 2002 se da una primera etapa en las organizaciones sociales. Hay discusiones sobre qué hacer y aparece esta receta de aceptar los planes y organizarse.
—En Florencio Varela, Roberto Martino es de los primeros que emulan los cortes que se hacían en Cutral-Co, en Neuquén. En su momento toman el municipio de Florencia de Varela y cuando les plantean los planes ellos aceptan y empiezan a construir desde ahí. De hecho cuando uno habla con la militancia de esa época era todo muy artesanal: "Bueno, logramos diez planes" y se iban repartiendo, viendo cómo organizar. No tenían estructura, pero lo que sí tenían era un músculo político muy importante. Compañeros, compañeras con mucha decisión de que había que ir hasta el final en las disputas.
—¿Qué significaría tener músculo político?
—En toda esa primera etapa hacen acampes de semanas, son reprimidos, van presos. Y lo hacen con gente que no tiene trabajo, la militancia tampoco lo tiene, vivían de vender pan en bicicleta. Entonces, ahí había un nivel de convicción y de construcción de la política por fuera del Estado muy distinto del que puede haber hoy.
—Al aceptar los planes para organizarse, ¿aprovecharon una situación que no esperaban?
—Creo que los únicos que esperaban algo así, que entendían que el Estado iba a tener que dar contención social eran sectores del peronismo, porque ya en la gobernación de (Antonio) Cafiero se empiezan a implementar los primeros planes sociales. Pude hablar con una de las técnicas que los armó, los mandaron a hacer un programa parecido a la experiencia de Chile, piloto. Sobre eso luego construyeron el Barrios Bonaerenses (1997). El desarrollo del plan Barrios fue muy importante, incluso cuando la crisis no había explotado todavía. Es decir que había sectores de poder que entendían que el modelo económico de Menem iba a generar una desocupación muy grande y necesariamente tenían que contener la conflictividad. Y a contramano de eso, las organizaciones dicen 'bueno, vamos a organizar esto pero no para contener la conflictividad, sino para dar una disputa por un modelo de trabajo'.

Foto: Damián Rico

Los planes se masifican, el Estado tutela
Durante los meses en que Eduardo Duhalde fue presidente, el movimiento de desocupados tuvo un enorme crecimiento. Fue el período en el que las organizaciones dieron su primer gran estirón (que 15 años más tarde se repetirá con Mauricio Macri). Para calmar el incendio de 2001, Duhalde multiplica los planes. Pero Néstor Kirchner va a imponer otra lógica, abriendo un período en el que las organizaciones cambiarán completamente
—¿Cómo encara el kirchnerismo a las organizaciones sociales?
—Yo estoy un poco en contra del planteo de que hubo una cooptación, no creo que el grueso haya sido cooptado, sino que hubo un programa que les planteó Kirchner con el que acordaron. Ese programa incluía una institucionalización muy fuerte de todo, es decir, venías de un escenario de asambleas populares, movimientos populares en la calle, ahorristas que querían quemar los bancos y el Estado dice "ya no es necesario que te organices, nosotros te vamos a resolver los problemas". Y efectivamente en un escenario económico que repunta tras la devaluación (Duhalde devaluó un 60 por ciento la moneda, con lo que las exportaciones recuperaron competitividad) y con un aumento internacional de los precios de los commodities, el Estado puede resolver parcialmente estos problemas y muchos de los que estaban en la calle comparten "es por acá, como plantea el kirchnerismo".
—Pero, ¿ingresan al kirchnerismo los mismos que estaban en la calle o hubo una creación de nuevos movimientos?
—Se dieron las dos cosas. Algunos, como la Federación de Tierra y Vivienda, de Luis D’Elía, y Barrios de Pie ya existían y se integraron. En cambio el Movimiento Evita se construyó prácticamente en esta nueva etapa, a partir de 2004 o 2005. Era un sector chico pero que terminó hegemonizando. Hemos hablado con integrantes muy antiguos del Movimiento Evita, que cuentan que previo a ingresar al gobierno eran 20 o 30 militantes. Que fueron agrupando, en muchos casos, a movimientos chicos del peronismo. Ellos no habían tenido un rol protagónico en las luchas previas.
—¿Por qué esos grupos del PJ se sumaron al Evita?
—Porque vieron que los movimientos que estaban dentro del gobierno tenían un nivel de gestión de recursos muy grande. De hecho en el libro, El Aluvión se cuenta que el Chino Navarro dice "che, no nos dan nada aunque yo vengo militando a Kirchner desde el comienzo, mientras que al Evita le dieron 300.000 pan dulces para repartir", como planteando "nos vamos todos a los movimientos sociales".
—Entonces, ¿los movimientos kirchneristas hicieron una construcción más política que territorial?
—Creo que el Evita pudo hacer las dos cosas, a diferencia del FTV de Luis D’Elía. Pudo desarrollarse en todas las provincias y a partir de eso discutir políticamente dentro del PJ. Si uno piensa cuál es la fuerza del Movimiento Evita, es su poder territorial, tiene intendentes y diputados pero sobre la base de una construcción territorial. Distinto es D’Elía, que se integró al Estado con una estructura gigante y se fue con una estructura desarmada y políticamente sin frutos para su estrategia.

Foto: Nicolás Pousthomis

Organizaciones todoterreno
Las organizaciones sociales que no aceptaron la tutela del Estado también cambiaron. Se achicaron, porque muchos vecinos comenzaron a tener mejores ingresos. A partir de 2003 y hasta que en el país comenzó a impactar la crisis internacional de 2008 hubo un parate en la conflictividad. Salas describe los movimientos sociales, en ese paréntesis, anduvieron por dos carriles.
—Los que estaban con el Gobierno tuvieron acceso a recursos del Estado y pudieron desarrollarse, ya no en la lucha callejera ni en disputa con el Estado, y los que quedaron por fuera empezaron a diezmarse, a achicarse. Entraron en una fase más deliberativa, entendieron que se había cerrado el ciclo del 2001 y que tenían que construir más políticamente. ¿Y cómo construyen? De una manera multisectorial y complejizando su rol en el territorio, ya no disputan con el Estado por el plan y los alimentos, sino por la educación, y abren bachilleratos populares, dan disputa feminista, y arman cuadrillas de género, dan disputas por un medioambiente digno en cada uno de los barrios. Empiezan a construir lo que nosotros llamamos trabajo territorial complejo. Es la época del Frente Darío Santillán, de la COPA (Coordinadora de Organizaciones Populares)… que interactúan con otros sectores sin integrarse a una perspectiva estatal. Porque ya había feminismos en los movimientos, pero los movimientos empiezan a participar en los encuentros nacionales de mujeres, a desarrollar espacios de arte. Pasan a ser más chicos y salen de la discusión netamente piquetera. Mientras tanto, los movimientos que se integraron al Gobierno daban la disputa propia que les planteaba el Estado, juegan en otras ligas.
—¿Qué ligas?
—Primero la liga de quién conducía el PJ, lo que generó que algunos se fueran del gobierno: Libres del Sur dice que cuando Kirchner empieza a mirar hacia el PJ, ellos deciden romper. Otros dicen "nos quedamos y con Kirchner damos la disputa interna". Ahí dan una pelea más o menos light, porque no es que las organizaciones sociales encabezan estos procesos. Es en esos dos tonos se da la acumulación de la esa época.
La economía popular
Entramos a una época en la que va a ganar fuerza la idea de economía popular. Los emprendimientos productivos tuvieron un reimpulso en 2009 para contrarrestar los efectos de la crisis mundial. El gobierno de Cristina Kirchner lanzó un paquete de medidas anticíclicas y entre ellas un programa para la creación de cooperativas de trabajo. Lo diseñó Emilio Pérsico, desde el Movimiento Evita.
—Inicialmente, iban a ejecutarlo los intendentes y gobernadores.
—Eso hizo que los movimientos salieran a la calle e instalaran un acampe en la 9 de Julio con el reclamo “cooperativas sin punteros”. Ganaron el reclamo, lo que permitió que el Estado habilitara el programa a todos los movimientos, porque incluso hasta los oficialistas lo tenían vedado, era un programa destinado a los intendentes. Se generó una reactivación en las organizaciones sociales.
Cuando Mauricio Macri gana la presidencia, en 2015, comenzará el segundo gran engorde de los movimientos, porque el regreso de las políticas neoliberales generaron rápidamente una recesión. La respuesta de Cambiemos fue contener mediante planes. En 2016, el Congreso sancionó una ley de emergencia social y los movimientos que luego crearían la UTEP dieron una pelea para que los planes funcionen como un salario social complementario.
"Aunque esa política terminó siendo tal vez no un salario complementario como quería la CTEP, sino una canilla que creó miles de planes y generó una masificación sin precedentes", apunta Salas.
—¿Y en el gobierno de Alberto Fernández?
—Creo que en los dos primeros años el Gobierno desarrolló la perspectiva de la economía popular. Pero eso se agotó cuando se firmó el acuerdo con el FMI. Ahí empezó no sólo un período de ajuste, sino que también cambió la decisión de dónde concentrar el poder de control del Estado. El Gobierno decidió reforzar a los intendentes y gobernadores, más que a los movimientos.

Foto: Damián Rico
—¿Por qué ese giro?
—Para mi el razonamiento que hizo el peronismo es "vamos a un escenario de mayor inestabilidad, mayor ajuste, y necesitamos sostenernos sobre el poder de los intendentes y los gobernadores".
De hecho, una de las primeras medidas de (la ex ministra de Desarrollo Social) Victoria Tolosa Paz fue quitar 300.000 programas a las organizaciones y girarlos a los intendentes y gobernadores, que son a los que recientemente les encontraron incompatibilidades (porque se superponían al empleo público). Se abrió otro escenario, otra disputa.
—Esta opción entre contener a través de las intendencias o de los movimientos atraviesa los últimos 25 años de historia. ¿Qué significa?
—No es casual... hay una discusión en el interior del peronismo sobre qué política seguir en momentos de ajuste. Miremos el último tramo del gobierno del Frente de Todos: sectores del kirchnerismo hicieron una revalorización de la figura de Duhalde, Kicillof lo recibió en la gobernación y el ministro de Desarrollo de la Comunidad (Andrés Larroque) a Chiche Duhalde. En varios medios incluso Cristina reivindicó la política de contención de Duhalde. Y es que el movimiento piquetero logró instalarse en la agenda política, no sólo social. Entonces, muchas veces atacar a las organizaciones tiene un trasfondo más político que otra cosa. Porque los planes sociales son el 0,6 por ciento del PBI (datos de fines de 2023), mientras que los subsidios a empresas y las exenciones fiscales son un siete por ciento del PBI. Entonces, la disputa es política. A ninguno de esos sectores de arriba les es cómodo que los pobres se organicen para plantear sus demandas, y que además de organizarse vayan y hagan un corte y acampen en la 9 de Julio. El 90 por ciento de la dirigencia política de guantes blancos detesta eso, lo odia, detesta a las organizaciones sociales. Pueden ser progresistas, libertarios, lo que fuese. Yo creo que eso generó condiciones para esta arremetida de Milei contra las organizaciones.
25 años de planes
—¿Por qué sigue habiendo planes sociales?
—Porque el modelo económico, más allá de los gobiernos, no cierra para los sectores populares, para el desarrollo de empleo.
—¿Los movimientos no son, en parte, responsables de que el parche se haya instalado?
—No. No creo que las organizaciones tengamos esa responsabilidad… el tema es macroeconómico. Las organizaciones cometimos errores, otro tipo de errores en la disputa con el Estado, pero bajo ningún punto de vista somos responsables de que no haya empleo.
—¿Qué errores?
—Creo que fuimos corporativizando nuestras construcciones, desarrollando lo productivo o cooperativo pero sin llegar al resto de los sectores trabajadores. Es parte de un fenómeno político social de todos los estamentos de la clase, todos entramos en un proceso de institucionalización. El Estado, diciéndote "vos hacé esto", te ordena el trabajo, te dice hacelo por acá, pero te va fragmentando la disputa general. Y obviamente, estamos en un nivel de aislamiento producto de las campañas de los medios pero también de los errores propios. Del tipo de crecimiento que hemos tenido, por momentos, donde desarrollamos en igual medida lo político. Logramos atender un montón de las demandas de los territorios, pero no pudimos empoderar los territorios para la disputa que tenemos que dar.
—Si tenían presencia en los barrios y la gente se mantuvo organizada, ¿qué faltó?
—Creo que necesitamos, las organizaciones sociales, construir una perspectiva o una alternativa política a largo plazo, que trascienda lo electoral. Necesitamos que los sectores populares sientan que pueden gobernar sin la mediación de ningún dirigente, que la misma dirigencia que se construye en los barrios pueda desarrollar las políticas que se necesiten. Estamos muy lejos de eso, hoy volvemos, nuevamente, a un proceso defensivo. También se romantizó a nuestro sector, porque en un momento parecía que la economía popular era todo lo mejor que nos podía pasar.
—¿Estás en contra de la idea de economía popular?
—Son la prefiguración de lo que queremos, pero si los compañeros que se organizan cobran salarios de miseria y de indigencia, esa experiencia tiene un techo y debemos verlo.
—No todas las cooperativas tienen sueldos de indigencia. Las de la urbanización de los barrios populares, por ejemplo, tenían sueldos equivalentes a los del mercado.
—Puede ser, pero ¿cuántos eran? Sólo algunos sectores, capaz que el cinco por ciento. Es como el debate del empalme para convertir los planes en empleo, ¿cuánto de los planes podés hacer ingresar (al empleo registrado)? Y... tres por ciento, dos por ciento. Por eso está bueno discutir qué experiencias cooperativas pueden desarrollarse en plenitud salarial y tecnológica.

Foto: Nicolás Pousthomis

—¿La apuesta a ser productivo y rentable fracasa siempre?
—Para mí eso depende. Las cooperativas agrícolas o de trabajadores de la tierra tienen un margen importante para poder desarrollarse. El reciclado también tiene perspectiva. Pero no son todos los sectores. A veces, por ejemplo, con la militancia juntás una plata y decís "vamos a desarrollar una panadería"; y resulta que después tu pan no compite con una panificadora que le vende a todos los almacenes del barrio y pusiste un enorme esfuerzo militante en algo que te frustra. Puede pasar con las herrerías, incluso con la costura. Si no hay compre estatal se resiente mucho esa construcción, con lo que tenemos un problema cuando asume un Gobierno te dice, como dice este, "va a haber el menor Estado posible". Y ahí se resienten no sólo nuestros productivos, sino que le pasa a las fábricas recuperadas y le pasa a las Pymes (Pequeñas y Medianas Empresas) también.
—¿Qué falla básica, a tu criterio, tienen los movimientos?
—Tal vez en olvidar que el Estado, los gobiernos, siempre tratan de desarticular la fuerza que se organiza en el barrio. Porque sea cualquiera el que gobierne, no quiere que la gente se organice. Ni en un barrio, ni en una escuela, ni en un sindicato. Ahí nos cabe la autocrítica de no habernos dado cuenta. Quizás no hubiésemos podido cambiar algunas situaciones, pero por lo menos hubiésemos entrado a este período con mayor conciencia de los problemas que se nos venían.
—Con Milei, ¿qué tipo de luchas pueden plantearse?
—Creo que cambió no sólo el escenario, sino la forma en que nuestras organizaciones van a acumular fuerzas. No vamos a acumular fuerza con luchas reivindicativas cortas, "hacemos una lucha y ganamos y con eso volvemos a luchar", no... creo que vamos a estar meses sin nada, discutiendo mucho en las asambleas, generando conciencia, debatiendo qué es lo que está pasando. Hay que intentar que sea un proceso no tan vacío como el que venía siendo, que construya niveles de conciencia mayores, que es lo que hace que las organizaciones sean fuertes.

Fuentes: https://agenciatierraviva.com.ar/pensar-la-epoca-el-90-de-la-dirigencia-politica-detesta-a-las-organizaciones-sociales/ - Imagen de portada: Foto: Damián Rico

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