Del bosque al volante o cómo el cuero para coches europeos de lujo arrasa tierras indígenas en Paraguay

A pesar de denuncias previas, la industria automotriz europea sigue utilizando cuero proveniente de Paraguay, donde la producción está vinculada a la usurpación de territorios indígenas y a la mayor tasa de deforestación del mundo. Esta investigación expone esas conexiones: En Paraguay hay más de 13 millones de vacas, el doble que habitantes. La mitad de esas vacas están en el Chaco, en una zona declarada Reserva de la Biosfera por las Naciones Unidas. Para criarlas están talando bosques a una velocidad mayor que en cualquier otro lugar del mundo: 279 mil hectáreas al año, el equivalente a más de 380 campos de fútbol cada día.

Marta Saiz / Flavia Campeis / LATE

Solo en lo que va de este siglo Paraguay perdió una tercera parte de sus bosques, 5,2 millones de hectáreas: como si se despejara por completo una zona dos veces más grande que Suiza. En 2020 y 2021, investigaciones de la ONG Earthsight revelaron que empresas automovilísticas europeas de coches de lujo le compraban a curtiembres italianas cueros paraguayos para los tapizados de sus vehículos. A su vez, esas curtiembres italianas les compraban el cuero a compañías paraguayas implicadas en la deforestación masiva e ilegal en este territorio indígena Ayoreo en el Gran Chaco. Se armó un gran revuelo mediático. Tres años después nada sustancial ha cambiado.

Tierra en disputa
En estas inmensas tierras calurosas y amarronadas, que abarcan casi el 60% del territorio nacional, viven cerca de 200,000 personas, distribuidas entre 13 comunidades indígenas y tres colonias menonitas. A mediados del siglo XX se comenzó a cultivar algodón y, más recientemente, soja con semillas modificadas para resistir el estrés hídrico, –la sequía en esta región ha alcanzado niveles críticos este 2024, con reservas totalmente secas o al 10% de su capacidad–. Bajo este territorio de casi 250,000 kilómetros cuadrados —equivalente en tamaño a Reino Unido—, se habla de la exploración de yacimientos de petróleo, gas y litio. Y en las tres ciudades más grandes, las cooperativas menonitas gestionan empresas cárnicas y plantas procesadoras de cuero, donde, cada día, decenas de camiones transportan estas pieles a través de la Ruta Transchaco.
Este territorio también es el hogar de los Ayoreo Totobiegosode, una de las últimas poblaciones no contactadas en América Latina fuera de la Amazonía.
“Las únicas barreras sociales que cuestionan o interpelan el modelo extractivo son las comunidades y organizaciones indígenas. No hay movimientos sociales relevantes ni sindicatos. Tampoco hay partidos políticos con una agenda medioambiental”, dice Óscar Ayala, abogado paraguayo especializado en derechos humanos y derechos indígenas e integrante del equipo jurídico de Tierra Viva. Él es quien asesora y representa a los Totobiegosode en su litigio contra el Estado paraguayo para proteger sus tierras.
El pueblo Ayoreo se divide en varios grupos; parte de los Totobiegosode viven en aislamiento voluntario. Esto significa que al menos una generación no ha tenido contacto con la sociedad mayoritaria. La demanda para proteger sus tierras se remonta a inicios de los años 90, cuando se pidió al Estado paraguayo el reconocimiento del Patrimonio Natural y Cultural Ayoreo Totobiegosode (PNCAT). De las 550,000 hectáreas solicitadas, solo 140,000 están aseguradas.
Óscar Ayala: “La única garantía de protección para los Totobiegosode es la norma de la CIDH”
A pesar de una medida cautelar de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), se ha constatado la ocupación ilegal del territorio por terceros, además de la amenaza constante de incendios forestales. “Frente a esto, no existen medidas de protección eficaces. Hoy, la única garantía de protección para los Totobiegosode es la norma de la CIDH”, puntualiza Ayala.
Infierno verde
El Chaco, también conocido como la región Occidental de Paraguay, está dividido en tres departamentos. A medida que avanzamos por la carretera, la vegetación y el paisaje se vuelven más áridos. Los tonos verdosos desaparecen poco a poco, dejando lugar a colores marrones y anaranjados que reflejan la sequedad de la región. El trayecto hacia Filadelfia, la capital de Boquerón, toma unas cinco horas en coche. Durante el camino, destacan las churrasquerías, los grandes carteles que promocionan la ganadería y la presencia constante de vacas.
El contraste entre los esteros, las palmeras del inicio y la sensación de vacío que aparece más adelante es impactante. La ruta, perfectamente asfaltada.
Al llegar a Filadelfia no solo cambia el paisaje, sino también la estructura de la ciudad: una cuadratura perfecta de calles anchas y perpendiculares. La llaman la Alemania paraguaya. Filadelfia es una ciudad de más de 20.000 habitantes que, además de ser capital departamental, es la base de una de las tres colonias menonitas que se asentaron en el Chaco durante las primeras décadas del siglo pasado.
La primera fue la Colonia Menno, en 1927, ubicada en la ciudad de Loma Plata que es el centro administrativo de la Cooperativa Chortitzer –todas las colonias tienen una cooperativa asociada–. Allí, menonitas canadienses se adentraron en lo que llamaron el “infierno verde”. Unos años más tarde, en 1930, menonitas procedentes de Rusia fundaron Filadelfia y crearon la Colonia Fernheim. Y en 1947, después de la Segunda Guerra Mundial, alemanes menonitas se establecieron en lo que llamaron Neuland, Tierra Nueva.
“Encontré la tierra prometida”, aparece escrito en el museo de la colonia de Loma Plata. Según la historia de las colonias, los menonitas llegaron a una tierra vacía, inhabitada, donde dicen que nadie les había informado de la existencia de más de una decena de pueblos indígenas que ya vivían allí. Los colonos compraron las tierras a Carlos Casado, empresario español-argentino, que poseía los títulos de más de cinco millones de hectáreas en el Chaco –adquiridas tras la Guerra de la Triple Alianza en un momento en que Paraguay quedó devastado económica y territorialmente–.
“Llegamos a la tierra prometida”
“En la región de asentamientos de los menonitas canadienses viven unos 300 indígenas. Son muy pacíficos y trabajan bien… Desde que los menonitas han venido junto a ellos, ha mejorado su vestimenta”, se puede leer también en este museo ubicado en la avenida principal de la ciudad.
La expansión de la actividad agropecuaria en el Chaco ha tenido profundas consecuencias medioambientales. La investigación de Earthsight encontró que Chortitzer había deforestado 500 hectáreas entre 2018 y 2019. La empresa tiene la sede en las afueras de Loma Plata. La ruta que separa el centro de la ciudad de la sede de la cooperativa es corta y bien marcada, con una anchura suficiente para que dos camiones con doble acoplado llenos de ganado pasen a la vez y sin problemas. Al llegar a la puerta de la sede central, decenas de vacas miran pasivamente desde un remolque, como si supieran cuál será su destino final.
En el interior del gran frigorífico –como se llama en Paraguay al lugar que hace de matadero y fábrica– Esteban Arriola, encargado de documentación de exportaciones de la Cooperativa Chortitzer, explica que casi la totalidad de la producción que surge de las alrededor de mil vacas por día que llegan se exporta: “Como Paraguay es un país pequeño, el 80% de la carne va al exterior, del cuero el 100% y de las vísceras entre el 95% y el 98%”.
Por el edificio entran y salen trabajadores vestidos con monos blancos manchados de sangre. Un grupo de obreros, que conversa en ayoreo o nivaclé, hace bromas para aliviar la jornada mientras cargan, sin descanso, los cueros abiertos en un camión que debe llenarse con 500 pieles destinadas a la sede de Cencoprod (alianza entre las tres cooperativas menonitas: Chortitzer, Fernheim y Neuland). Desde esta planta procesadora de cueros, los productos se exportan al mundo –especialmente a Italia– bajo el sello distinguido del Wet Blue, un proceso que consiste en transformar la piel cruda en un cuero húmedo, aún no teñido ni secado. Con esa escena de fondo, el referente de exportaciones se muestra orgulloso del material que tiene ante sus ojos: “Dadas las condiciones climáticas, tenemos uno de los mejores cueros del mundo porque casi no hay insectos ni bichos que puedan perforarlo. Aproximadamente el 80% se envía a Italia, el mercado más exigente. Ahí, principalmente, se utiliza en fábricas automotrices para elaborar cuero destinado a autos”.
Arriola explica que la mayoría de los clientes que usan las pieles paraguayas son marcas alemanas –Mercedes Benz, BMW, Audi, Porsche– y en Italia Ferrari o Lamborghini. “El resto se va a Brasil, México y Canadá, donde va a fábricas de muebles, sofás y sillones”. Así, entre Italia, Brasil, México y Canadá, se completa el 100% de la exportación de los cueros que pertenecieron a un animal que estuvo en un campo desmontado del Chaco Paraguayo.
El desmonte no solo sirve para que los animales puedan criar sus pieles de alta calidad en el Chaco, también permite que funcione la fábrica de hacer carne. “La caldera se alimenta con leña de bosque nativo, que todavía es un recurso bastante abundante y económico. La usamos para producir calor para todas las líneas de agua caliente dentro de la fábrica, pero principalmente para la parte de subproductos, cocinar todos los desechos, sacar aceite y producir harina de huesos”, explica Arriola.
Según establece la Ley Forestal paraguaya, todas las propiedades rurales de más de 20 hectáreas en zonas forestales deberán mantener el 25% de su área de bosques naturales. Pero a la práctica, lo que hacen es que ese tanto por ciento lo distribuyen en los márgenes del terreno y no como una sola unidad. Esto dificulta, tanto el movimiento de las personas no contactadas, como el establecimiento y mantenimiento de la biodiversidad. El bosque del Chaco, considerado como el segundo ecosistema forestal más importante de Sudamérica, perdió 4 millones de hectáreas de bosque en los últimos 15 años. Según el propio Instituto Forestal Nacional (INFONA), el 90% de la deforestación ocurrida en el país se registró en el Chaco y la asoció a la actividad agropecuaria.
Sistema de clases
La dinámica de ocupación de tierras en el Chaco ha acentuado un sistema de clases en la región, donde las comunidades indígenas y las colonias menonitas ocupan lugares muy distintos en la jerarquía social y económica. Evangelina Picanerai es lideresa ayorea de la comunidad de Campo Loro, ubicada a dos horas de Filadelfia. Ella recalca cómo las comunidades indígenas, históricamente desplazadas y desposeídas de sus tierras, siguen siendo víctimas de una exclusión social y económica.
En la senda para llegar al centro de la comunidad se aprecian los bordes de bosque nativo que preceden al terreno deforestado, mientras se intercalan los Samu’u o palo borracho, un árbol cuyo tronco se engrosa, como si tuviera una panza, cubierto de gruesas espinas y con una copa frondosa cuyas frutos son como pompas de algodón. La dirigente explica que sus padres vivían en Faro Moro, mucho más al norte y alejado de la capital departamental, lo que les dificultaba salir a buscar trabajo o víveres, además de ser una zona donde escasea el agua. Sentada en la estancia de madera que hace las veces de escuela y centro cultural, de apenas ocho metros cuadrados, Evangelina denuncia lo que en agosto de este año presentaron junto a otras comunidades: el riesgo de genocidio de sus parientes en aislamiento voluntario en la zona de Faro Moro. “Un exterminio justificado en aras del desarrollo”.
“Los pueblos indígenas en Paraguay siempre fueron nómadas. Se quedaban en un lugar un tiempo y luego se movían. Y éramos felices”, dice Bianca Orqueda, una joven veinteañera que es la primera cantautora Nivacchê, un pueblo ubicado a las afueras de Filadelfia, en la comunidad Uj'e Lhavós. Orqueda habla de cómo su comunidad ha quedado relegada a un barrio a las afueras de Filadelfia, cuando en los años noventa se les desplazó de la capital. “No querían que nos vieran. Los menonitas nos quieren tener bien escondidos, pero que sigamos siendo su banco de personal, la mano de obra de todos los trabajos que no quieren hacer”.
La cantautora hace referencia a lo que todas las personas saben en el Chaco: la existencia de marcadas clases sociales. Menonita, latino (paraguayos que no pertenecen a una comunidad indígena) e indígena. En el último eslabón están las mismas a las que desplaza la deforestación, las que trabajan dentro de los frigoríficos. Las que salen manchadas de la sangre que desangra sus tierras.
“En los territorios más alejados, donde el agua es una problemática muy grande y la comida es de difícil acceso, ahí es donde los blancos se aprovechan y los liderazgos de las comunidades se ven obligados a vender sus árboles sagrados”, afirma Orqueda.
Los menonitas están convencidos: “Llegamos a la tierra prometida”, puede leerse en la entrada del museo, situado sobre la avenida principal de Filadelfia. Con un carácter afable, se sienten orgullosamente paraguayos –así lo afirman abiertamente en la inauguración de su Hotel Florida, en la misma ciudad–. Aunque aún conservan el alemán, se esfuerzan por hablar castellano, adoptando el típico acento de la región. Dentro del museo, el guía relata la historia de cómo sus antepasados llegaron a un "territorio vacío", y asegura que "gracias a sus buenos haceres" lograron ofrecer una vida mejor a las comunidades que vivían allí: "Cuando a un indígena le das pan, no quiere volver al monte", comenta el guía entre risas, citando un dicho popular entre sus pares.

Vista de dron de la carretera que separa Filadelfia de Campo Loro en el Chaco paraguayo.Pablo Linietsky

Las pieles que busca Europa
De vuelta a Asunción, por aquella misma carretera, un camión repleto de pieles desprende el olor nauseabundo a sangre fresca y vísceras que se siente en el frigorífico de Loma Plata. Los chorros de sangre quedan atrás, pero queda impregnado en el cerebro aquel recuerdo de la vaca que en treinta minutos pasó de ser un ser vivo a una división de cajas y paquetes. Camino a Asunción, en Villa Hayes el camión que salió de Loma Plata da la luz de giro para entrar a Cencoprod, quienes, al preguntarles sobre cómo el desarrollo del Chaco impacta la deforestación, cortan la comunicación.
A las afueras de Vicenza, en el noreste de Italia, Arzignano se despliega en el corazón del valle del río Chiampo, una región fácilmente reconocible en el mapa por su densa concentración de curtiembres. Aquí el cuero se respira. El olor es penetrante y complejo, una mezcla de lo orgánico y lo químico que se impregna en la nariz. El aroma es acre. Se siente picante y deja una sensación rasposa en la garganta. Es el resultado en el aire de los procesos que combinan sulfuro, amoníaco y cromo.
Son dos kilómetros de calles dominadas por naves industriales flanqueando un flujo constante de camiones que transportan el cuero que luce celeste -debido al proceso Wet Blue, un cuero húmedo y sin teñir, tal como sale desde las curtiembres-. Ese cuero es empaquetado cuidadosamente en pallets. En la puerta de la Conceria Cadore, el destino del cuero se entrelaza con su origen, etiquetas azules con letras blancas que delatan su procedencia remota: Cencoprod, Paraguay. La empresa no ha contestado el pedido de información sobre esta compra.
Pareciera que todo el cuero de Paraguay termina aquí. Según la investigación de Earthsight, eran dos curtidurías las principales receptoras de cuero bovino procedente del chaco: Pasubio y Grupo Mastrotto. Especialmente Pasubio, que vende cuero a marcas como BMW, Jaguar Land Rover, Porsche y muchas otras. Tras la investigación de la ONG británica, la empresa italiana decidió no comprar más cuero procedente de Paraguay. “Logramos un acuerdo con la organización Survival en 2023. El Grupo Pasubio se compromete a defender el territorio ancestral del pueblo indígena Ayoreo Totobiegosode y ha decidido excluir de sus proveedores cualquier cuero relacionado con la deforestación del PNCAT”, dice Francesca Cariglia, gerente de sostenibilidad de Pasubio. “Tenemos procedimientos para verificar el área de origen. Hemos enviado a todos nuestros proveedores de cuero una evaluación sobre temas ESG, incluida la trazabilidad”.
Por su parte, desde Gruppo Mastrotto, no hay respuesta acerca del origen del cuero de su industria automotriz. Un dato a destacar en relación a Paraguay, es que Rino Mastrotto, fundador del grupo automotriz, fue Cónsul Honorario de Paraguay en Vicenza.
Es casi imposible hacer una trazabilidad fiable en un país como Paraguay que todavía no ha ratificado el Acuerdo de Escazú. Por lo tanto, el país no está obligado a dar información accesible y transparente acerca de las decisiones que toma sobre el medio ambiente, como por ejemplo, quiénes violan las licencias ambientales o garantizar mecanismos judiciales ante casos de fumigaciones o deforestación.
Así, el Chaco paraguayo queda como el lugar donde nada le hace sombra al calor intenso. Las altas temperaturas ayudan a que las pieles de las vacas no sean atacadas por larvas o insectos. Por eso, quienes exportan las pieles dicen que de aquí sale el mejor cuero del mundo. Y uno de los más baratos.

*Este reportaje es parte de una investigación que fue posible gracias al apoyo de Investigative Journalism for Europe (IJ4EU) fund y Journalismfund Europe. Un proyecto de Revista Late. - Con la colaboración de Mónica Bareiro en Paraguay.
Fuente: https://www.publico.es/sociedad/m-ambiente/bosque-volante-cuero-coches-europeos-lujo-arrasa-tierras-indigenas-paraguay.html - Imagen de portada: Trabajadores de la Cooperativa Chortitzer cargan las pieles de las vacas en un camión.Photographer: Pablo Linietsky

Entradas populares de este blog

Francia: ‘Mi orina contiene glifosato, ¿y la tuya?’ Denuncia contra el polémico herbicida

Sobre transgénicos, semillas y cultivos en Latino América

Antártida: qué países reclaman su soberanía y por qué