¿Un antídoto al pensamiento simplista?: Pensar en modo sistemas (Primera parte)

Todo llega a su fin, todo termina… Al menos por este año (uno indudablemente complejo y desafiante en materia climática y socioambiental) el newsletter se despide. Ha sido un año en el que exploramos múltiples temas: desde incendios hasta urbanismo, y desde la extracción de litio hasta el impacto de la inteligencia artificial. A simple vista, podrían parecer asuntos separados entre si, pero no lo son. Si algo se aprende al profundizar en las temáticas ambientales, es que todo está mucho más conectado de lo que parece.

Por: ¿AHORA QUÉ?

El mundo se teje a través de interdependencias sociales, culturales y ecológicas que, al combinarse, pueden generar efectos expansivos en múltiples ámbitos. Podríamos decir que nuestro mundo es un vasto sistema compuesto de incontables subsistemas. Precisamente de sistemas queremos hablar en esta última edición. Lo hacemos porque, como ya dijimos, este ha sido un año complejo. No es que otros años hayan sido menos desafiantes, pero ciertamente hemos presenciado retrocesos en temas que antes parecían avances consolidados. Además, ha ganado terreno un discurso que simplifica la realidad o directamente la niega por completo.
Lamentablemente, la realidad es mucho más compleja de lo que nos gustaría admitir. Cuanto antes enfrentemos esa complejidad, mejor podremos comprender este cambio de época y trabajar para generar puntos de inflexión. En este contexto, el pensamiento sistémico se convierte en un aliado esencial, y por eso lo elegimos como tema para cerrar nuestro newsletter este año.
SALIR DE LO INMEDIATO:
Imagina por un instante que frente tuyo tenes un rompecabezas el cual te piden ordenar sin haber visto jamás la imagen completa. Al avanzar probás con diferentes piezas y, aunque algunas encajan, no logras entender el panorama completo, por lo cual todo se termina haciendo demasiado tedioso y confuso de completar. De esta manera se nos suelen presentar muchas de las supuestas soluciones a las problemáticas sociales y ecológicas: tecnologías de captura de emisiones, mercados de carbono, geoingeniería, entre otras. Todas son ideas que pueden jugar un papel importante en resolver ciertos problemas pero, en una sociedad obsesionada con respuestas rápidas y fáciles, se nos venden como la solución definitiva sin considerar la complejidad o la interconexión de los comportamientos que causaron en un principio los problemas que se buscan solucionar.
Vivimos en un mundo de sistemas: desde nuestras ciudades hasta nuestros propios cuerpos, repletos de otras formas de vida, todos son sistemas interconectados que, a su vez, forman parte de otros aún mayores. El cambio climático, la pérdida de biodiversidad, la contaminación, la desigualdad social y económica, la pérdida de soberanía alimentaria y tantos otros problemas no son capítulos sueltos; son episodios de una misma historia: la historia de cómo estamos desequilibrando los sistemas socio ecológicos del planeta. Para comprender esta historia, necesitamos entrelazar los hilos del "pensamiento sistémico".

Entender el pensamiento sistémico implica saber qué es un sistema. Según la científica y escritora Donella Meadows, a quien mencionaremos seguido a lo largo de esta edición, un sistema es un conjunto de elementos interconectados que trabajan juntos para lograr algo. Todo sistema tiene tres componentes básicos: elementos, interconexiones y funciones¹. Un buen ejemplo es un bosque: sus elementos son los árboles, los animales, el suelo, el aire y el agua. Las interconexiones son las relaciones entre ellos, como la depredación, simbiosis o cooperación. A su vez, el bosque realiza funciones que incluyen producir oxígeno, regular el clima y ofrecer un hogar a la vida silvestre. En resumen, un sistema es un patrón de relaciones.
La base de cualquier sistema es su "stock" o reserva, que son los elementos visibles o medibles en un momento dado. Un stock es como un almacén que acumula materiales o información con el tiempo. Los flujos son las entradas y salidas de esos stocks, como el agua que entra y sale de una bañera. Según Meadows, nuestra mente tiende a enfocarse más en las reservas que en los flujos, y cuando prestamos atención a los flujos, nos fijamos más en lo que entra que en lo que sale. Esto nos hace olvidar que, para mantener el nivel del agua, no solo podemos aumentar la entrada, sino también reducir lo que se pierde.
Por último, existen los bucles de retroalimentación. Los bucles de retroalimentación positiva, al no tener contrapesos, generan crecimiento exponencial o degeneración, llevando al colapso². Estos bucles impulsan el cambio y el desequilibrio. Un ejemplo es una especie exótica invasora que, sin depredadores naturales, se reproduce sin control, aumentando su población. En cambio, los bucles de retroalimentación negativa (o compensadores) mantienen el stock dentro de un rango estable, como un termostato que ajusta la temperatura para mantenerla en un valor determinado. En resumen, los componentes básicos (elementos, interconexiones y funciones) describen la estructura estática de un sistema, mientras que los stocks, flujos y bucles de retroalimentación describen cómo el sistema se comporta y cambia con el tiempo. Tranqui que hasta acá llego la explicación técnica y ahora vamos con la parte interesante.
La visión sistémica: de un mundo de cosas a uno de procesos
El físico y teórico Fritjof Capra desarrolló la idea de visión sistémica de la vida para describir el mundo como una red de sistemas interconectados e interdependientes. Esta visión contrasta con la perspectiva mecanicista tradicional, que ve el mundo como una colección de objetos separados. Los teóricos de sistemas, como Capra, ven el mundo como una red de procesos de retroalimentación³. Es decir, un conjunto de reservas o stocks, acompañado de mecanismos que regulan estos niveles mediante la manipulación de los flujos.
Un ejemplo claro es el de la Hipótesis de Gaia, propuesta por el científico James Lovelock y la bióloga Lynn Margulis. Esta teoría describe a la Tierra como un sistema, un vasto organismo complejo y autorregulado, donde los seres vivos y su entorno físico interactúan de manera conjunta para mantener condiciones favorables para la vida. En esta idea el pensamiento sistémico es fundamental: el planeta como un conjunto de sistemas interconectados, como el ciclo del carbono y el sistema climático, en un sinfín de flujos de información. ¿Una visión del planeta como esta no nos plantea acaso la necesidad de buscar soluciones igualmente sistémicas a los problemas que enfrentamos?
El pensamiento sistémico demanda abordar problemas complejos como el cambio climático, la transición energética o la desigualdad social reconociendo que todo está interconectado y que un cambio en una parte del sistema puede tener efectos imprevistos en otras. Buscar soluciones sistémicas a los problemas es clave porque, con frecuencia, al intentar resolver problemas caemos en trampas comunes como, por ejemplo:
    •    El ciclo vicioso: Si mantenemos los mismos patrones de pensamiento que generaron un problema, tales patrones seguirán repitiéndose;
    •    La trampa del tiempo: Cuando un problema ya es muy evidente, puede ser demasiado tarde o costoso solucionarlo;
    •    Los que más tienen más ganan: En una sociedad que premia la competitividad y recompensa sólo a los ganadores, estos continuarán acumulando más recursos y poder, reforzando el ciclo y dificultando el cambio necesario.


Notas:
1 Meadows, D. (2003). Thinking in systems. p.11
2 ibid: p.52
3 Ibid:p.44
Fuente: ¿AHORA QUÉ? - Imagen de portada: Algo cards- Otras: Aventuras en Uruguay


 

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