‘La turista’: una distopía delirante que pone una lupa de aumento sobre problemas que ya están aquí
Una experimentada agente turística se especializa en desastres: en cuanto se produce una catástrofe natural, allí está ella, tratando de evaluar su potencial como destino para viajes pretendidamente “sostenibles” cuyo interés radica en ver de primera mano sus consecuencias. Esta es la ¿delirante? premisa de la que parte La turista (Reservoir Books, 2024), primer libro traducido al castellano de la coreana Yun Ko-eun (Seúl, 1980).
Por: Laura Casielles
La leo en la última etapa de mis vacaciones, en una ciudad a la que llevo yendo muchos años: los bastantes para ver cómo la mayor catástrofe para un lugar puede ser, en realidad, el propio turismo. “La gente disfruta viajando a zonas de desastres, pero no les gusta reconocer que ellos mismos causan desastres a su paso”, escribe Ko-eun. Basta con mirar un poco a mi alrededor para responder a las interrogaciones de ese “delirante” con el que no sabía si calificar o no a esta novela.
En realidad, lo que hace no es otra cosa que esa a la que tan a menudo juega la ficción: ponerle una lupa de aumento a lo que ya hay. “Las noticias que se transmitieron a mayor velocidad durante la semana pasada fueron las relacionadas con las muertes, que son las más rápidas porque caducan pronto y pierden vigencia tras los funerales”: desde sus primeras palabras, esta distopía que se lee con agilidad y disfrute empieza a disparar cuestiones sobre las que pensar.
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Portada de la novela ‘La turista’ (Reservoir Books, 2024).
La objetualización de los lugares y sus habitantes, el oportunismo y la hipocresía necesarios para que prosperen los expolios, las vidas que no se ven cuando los lugares se convierten en parques temáticos, la perpetuación de la miseria como una parte más del espectáculo… Las peripecias de la protagonista de La turista juegan a la exageración, sí, pero como lo hacen los buenos chistes: para iluminar lo que tenemos, de hecho, delante de los ojos.
Pero, más allá de eso, resulta que tampoco el tipo de negocio concreto al que apunta es del todo una invención. Encuentro en Wikipedia que el disaster tourism (‘turismo de desastres’) se define como “la práctica de visitar lugares en los que ha ocurrido un desastre, natural o causado por el ser humano”. Sí, esto existe. Algunos de los destinos más demandados entre quienes lo practican son Nueva Orleans, en Estados Unidos, por el huracán Katrina, o Phuket, en Tailandia, por su cercanía a volcanes..
Las fuentes que encuentro al indagar sobre este inquietante negocio a menudo lo sitúan como una rama de algo más amplio, el dark tourism (‘turismo oscuro’). En este caso, la definición explica que también se conoce como tanatoturismo, turismo negro, turismo morboso o turismo del duelo, y que se refiere al “turismo que implica lugares históricamente asociados con la muerte y la tragedia”. Si nos estamos llevando las manos a la cabeza, a lo mejor cabe recordar que puede que algunos de sus destinos estrella sí que los hayamos visitado: campos de concentración, lugares de batalla de guerras pasadas… Hasta la casa de Anna Frank podría entrar en este saco.
Desde esta perspectiva, las preguntas que se abren, aparecen las contradicciones y los claroscuros. Es posible plantear este tipo de viajes desde una voluntad de memoria, de pedagogía o de conservación. Aunque ni las mejores intenciones pueden borrar la huella de una pulsión cargada de privilegio que redunda en una posición de nítida desigualdad. “Aunque el nivel de emoción experimentada dependía de cada persona, lo que en definitiva comprobaban a través de la aventura que emprendían era el horror que provocaban los desastres y el alivio de estar vivos. En otras palabras: sentían el consuelo egoísta de seguir sanos y salvos a pesar de haber contemplado de cerca una tragedia”, escribe Ko-eun en su ficción.
La entrada de Wikipedia también refleja estas disquisiciones. Dice: “El turismo de desastres tiene una recepción ambivalente. Sus críticos lo tachan de voyeurista y de aprovecharse del dolor, mientras que quienes lo defienden argumentan que el turismo estimula la recuperación de la economía y la toma de conciencia sobre la cultura local”. Es otro de los temas que la novela toca y que también hunde su raíz en la realidad: por supuesto, si un negocio así existe, es muy posible que, después de una catástrofe, la vía de los habitantes de un lugar para recuperarse sea precisamente esta. Y en el ejercicio de pensar sobre ello tampoco dejamos de estar asomados a nuestra ventana de privilegio. ¿Qué hacer con esta pescadilla que se muerde la cola?
“Hacia el norte se desplazan el centro de alta presión, las flores de los cerezos y los obituarios. Hacia el sur se desplazan el polvo amarillo, las huelgas y los desperdicios”. La escritura de Yun Ko-eun es a veces poética, a veces extremadamente directa, pero sobre todo afilada, rápida, y llena de un humor oscuro muy personal. A medida que la trama avanza a través de giros sorprendentes y a veces desasosegantes, los acontecimientos descarrilan, y la protagonista debe enfrentar algo que no estaba en sus planes: la realidad. A medida que deja de poder manejar a su entorno como lo haría en un resort, lo no planificado toma la rienda y la novela resbala hacia una de historia de terror.
Pero ¿acaso no lo fue desde el principio? “En Jungle, las erupciones volcánicas, los terremotos, las guerras, las sequías, los tifones, los tsunamis y otras catástrofes se clasificaban en treinta y tres grandes categorías, que generaban ciento cincuenta y dos paquetes turísticos”. Salgo de la lectura preguntándome si la metáfora que nos propone no será incluso más directa. Por supuesto que la crisis climática tiene sus beneficiarios; y por supuesto también que la banalización y la espectacularización del dolor son dos de los mecanismos que más contribuyen a la normalización de casi cualquier cosa.
Cuestión de detalles, lo de esta distopía.
Apenas un poquito de exageración.
Fuente: https://climatica.coop/resena-turista/ - Imagen de portada: Foto: turista