Los animales también sueñan (y puede que tengan pesadillas con los humanos)
El ensayo 'Cuando los animales sueñan', de David Peña-Guzmán, hace tambalear las bases éticas y morales de nuestra relación con el resto de seres vivos; Cuando cae la noche, sueñan que saltan, que vuelven a tejer su tela, que atrapan el insecto más jugoso del bosque, que se defienden de sus predadores. ¿O quizá solo reviven las sensaciones que percibieron a través de sus ocho ojos y sus pelos sensibles mientras estaban despiertas? No lo sabemos (porque no podemos preguntarles), pero las arañas saltadoras entran en algo parecido a la fase REM de los humanos y sueñan, aunque probablemente lo hagan de forma muy diferente a como lo hacemos nosotros.
Juan F. Samaniego
De acuerdo con una investigación publicada el año pasado, las arañas saltadoras experimentan fases del sueño en las que mueven los ojos –sus ocho ojos– de forma rápida. Los seres humanos también lo hacemos y es lo que hemos bautizado como fase REM (del inglés, rapid eye movement). Cada vez existen más evidencias que nos indican que no solo las arañas, sino la mayoría de los animales, también sueñan. Y si tienen sueños, tienen emociones y algún tipo de experiencia subjetiva de sí mismos, lo que nos hace replantearnos muchas cosas. Pero empecemos por el principio.
¿Sueñan los animales?
El diamante cebra es un pequeño pájaro australiano conocido por su canto complejo. Sin embargo, su habilidad cantora no es innata, tiene que aprenderla de sus progenitores y del resto de miembros de su grupo durante su juventud. A principios del siglo XXI, dos biólogos (Amish Dave y Daniel Margoliash) descubrieron que no solo practicaban de día, sino que también lo hacían de noche, mientras dormían. Descubrieron que los patrones neuronales asociados al canto se repetían con exactitud, nota a nota, mientras las aves jóvenes dormían y concluyeron que, al igual que un músico humano, estas sueñan con la ejecución de sus obras maestras.
El caso de los diamantes cebra australianos y las arañas saltadoras no son una excepción. Allí donde hemos buscado, casi siempre hemos encontrado animales que sueñan. Algunos muy próximos al ser humano, como los chimpancés, y otros tan lejanos en el árbol evolutivo como las sepias. «De muchas especies no tenemos evidencia, pero sabemos que hay mamíferos, aves, peces, arácnidos o cefalópodos que sueñan. Son ramas evolutivas lo suficientemente separadas como para no pensar que soñar es algo extendido», señala David Peña-Guzmán, filósofo y profesor de la Facultad de Humanidades de la Universidad Estatal de San Francisco (Estados Unidos).
El pensador mexicano ha publicado un libro, Cuando los animales sueñan (Errata Naturae), en el que recorre el mundo de los sueños de todos aquellos seres no humanos. Su ensayo hace tambalear las bases éticas y morales de nuestra relación con el resto de seres vivos. Si los animales sueñan y pueden imaginar, ¿cómo seguir pensando en ellos como seres automáticos, que solo reaccionan a los estímulos por instinto?
«No podemos asumir que todos los organismos vivientes sueñan, porque sabemos que también hay seres humanos que no sueñan. Pero podemos asumir que si hemos encontrado que algunas aves sueñan, es muy probable que haya otras especies que lo hagan», añade Peña-Guzmán. «Además, si encontramos sueños en varios mamíferos y en varias aves, significa que probablemente la evolución del sueño comenzó en una etapa anterior a la separación de esas dos ramas».
¿Cómo sabemos si los animales sueñan?
En el Centro de Rehabilitación de Chimpancés en Tchimpounga del Instituto Jane Goodall, en la República del Congo, las noches son tan complicadas como los días. Dormir significa, para muchas de las crías de chimpancé rescatadas de situaciones traumáticas (como la muerte de sus madres a manos de los furtivos), tener pesadillas. Tiemblan, hacen ruidos y se despiertan sobresaltadas, buscando la protección del cuidador con el que más confianza tengan. Pero nuestros parientes más cercanos no son los únicos que tienen pesadillas.
En 2015, un equipo de investigadores de la Universidad de Pekín concluyó que las ratas también tienen malos sueños. El estudio, publicado en Nature, se basó en una serie de prácticas éticamente muy cuestionables. Los científicos torturaron física y psicológicamente a diferentes ratas. Tras sacarlas durante varios días del entorno donde habían sufrido para que reposasen la experiencia, volvían a meterlas en él. Ahí empezaban las pesadillas. Los roedores presentaban sueños muy agitados que casi siempre acababan en un despertar sobresaltado.
Más allá de las cuestiones éticas, el experimento, uno de los muchos que recoge Peña-Guzmán en su libro, nos deja otras dudas. ¿Cómo sabían los científicos realmente que las ratas estaban soñando? No compartimos un lenguaje con casi ninguna especie animal, por lo que es muy difícil saber qué están pensando. No se despiertan y nos cuentan, con alivio, de qué iba su pesadilla. Para el filósofo mexicano, sin embargo, existen tres categorías de evidencia que nos permiten concluir que muchas especies no humanas también tienen la capacidad de soñar.
La primera es la del comportamiento y los movimientos físicos. Hay gestos que indican una vivencia interna, como por ejemplo los perros que parecen querer correr detrás de una pelota mientras duermen. «Esto nos puede indicar que hay una realidad simulada que está en la mente del animal«, explica Peña Guzmán. La segunda es neuroanatómica y recoge los experimentos hechos con animales que no pierden el control de su cuerpo durante la fase REM (por una lesión cerebral o por una intervención quirúrgica). Cuando sueñan, estos se mueven como si estuvieran despiertos, representando toda la función que tienen en su cabeza.
«Por último, sabemos que muchos comportamientos de los animales cuando están despiertos tienen una firma neuronal concreta asociada«, señala el investigador, refiriéndose al caso de los diamantes cebra australianos que también recoge en su libro. «Si esa firma exacta la encontramos en la fase REM del sueño, significa que están reproduciendo el mismo estado subjetivo en su cabeza».
«El sueño, de una manera más básica, es simplemente la reproducción interna de estados subjetivos, de sentimientos, de percepciones, de sensaciones, que tienen referencia a la vida en el estado de vigilia y que, muchas veces, tienen algún tipo de función. Así, no podemos esperar un paralelismo directo entre los sueños de un animal y los de los seres humanos, pero podemos esperar que haya una relación entre la experiencia de ese animal cuando está despierto y cuando está dormido», añade Peña-Guzmán.
¿Qué implica que los animales sueñen?
El ensayo de Peña-Guzmán repasa buena parte de la ciencia publicada sobre el mundo onírico de los animales, pero su objetivo es otro. Busca ir más allá para entender qué implica que haya otros seres vivos que sueñen y qué cuestiones éticas y morales nos plantea a los seres humanos. Para empezar, está el tema de la subjetividad. En nuestros sueños nosotros siempre somos los protagonistas, al igual que siempre vivimos la realidad desde nuestro punto de vista como individuos.
«Podemos pensar que, si los seres no humanos sueñan, también tienen una experiencia subjetiva mientras están despiertos. Eso nos lleva a hablar de la subjetividad de los animales y a reconocer que su experiencia del mundo no es simplemente un proceso mecánico, sino que pasa a través de un sujeto que determina, que decide, que siente y que vive», explica el filósofo mexicano.
De esa premisa podemos pasar a un segundo nivel: si los animales tienen una experiencia subjetiva, también tienen, al menos a cierto nivel, sentimientos y emociones. «En los humanos, los sueños tienen una conexión fundamental con nuestra vida emocional, nos ayudan a procesar emociones y reflejan experiencias de nuestra vida cotidiana. La ciencia negó esta conexión durante años, pero ahora está ampliamente aceptada», añade Peña Guzmán. «Si aceptamos que los animales sueñan, tienen una experiencia objetiva y emociones, dejaremos de verlos como seres automáticos».
Todo esto conecta a su vez con el estatus moral que habitualmente negamos al resto de seres vivos, porque asumimos que no son seres racionales. «Yo propongo que lo que verdaderamente importa no es su inteligencia o su razón, es si tienen la capacidad de sentir el mundo como sujetos«, concluye el investigador. «Así que una vez que sabemos que un animal tiene la capacidad de soñar, puede tener un estatus moral y, por lo tanto, deberíamos empezar a decidir cómo vamos a hacernos responsables de todo ello e incluirlos en nuestras leyes».
Fuente: https://climatica.coop/animales-suenan-naturae-libro-david-pena/ - Imagen de portada: Foto: Simon Infanger / Unsplash