El turismo devora el pulmón marino del Mediterráneo
Las actividades náuticas y la polución amenazan la posidonia, una planta esencial para la biodiversidad y el mayor sumidero de carbono del ‘Mare Nostrum’: En una cala paradisíaca en la isla de Cabrera, en el Parque Nacional del Archipiélago de la Maddalena, en Cerdeña, dos jubiladas saltan como fieras de sus tumbonas al ver una embarcación de unos cuatro metros echar el ancla. “Pero… ¿qué hace ese tío?” “Está loco! ¿Cómo se atreve?”, comentan ambas. “¡Oiga, eso está prohibido, váyase ya!”, le grita una de ellas. Uno de los tripulantes del barco saluda, sonríe y ni se inmuta. Minutos después, se tira al agua y comienza a nadar a escasos metros de la orilla de Cala Andreani. “Qué poca vergüenza, venga, llama a la guardia costera”, le dice Lucrezia Scotto a Gianna Fancello. Al preguntarles por qué están tan enfadadas, las dos mujeres, que crecieron en este archipiélago, responden sin dudas: “Esta cala es una zona roja, está prohibido navegar. Es para proteger la posidonia pero los turistas se saltan las normas continuamente,” explican durante una tranquila tarde de junio. “Y aún no han llegado las hordas, tienes que ver cómo se pone esta playa en agosto. Y por mucho que llames a la guardia costera siempre llegan tarde”. “O no llegan”, explicará más tarde Giulio Plastina, director del Parque Nacional del Archipiélago de la Maddalena.
Barbara Celis / Alban Leduc / Ana López Baleares / Cerdeña / Córcega , 24/10/2025
El parque acoge una de las praderas de posidonia más importantes de Cerdeña, un ecosistema marino tan vital como frágil que también encontramos en otras costas mediterráneas y sobre el que se cierne la amenaza del turismo masivo e irresponsable debido al fondeo incontrolado de embarcaciones. En el mar Mediterráneo hay cerca de dos millones de hectáreas de posidonia oceánica. Aunque parece un alga, en realidad es una planta que necesita luz solar para sobrevivir, y por eso sólo crece cerca de la costa, a una profundidad máxima de unos 45 metros. Se distribuye principalmente a lo largo del Mediterráneo occidental, aunque también está presente en Grecia, Croacia, Túnez o Turquía. Con tallo, frutos, hojas y de inmensa importancia biológica y ecológica, esta planta es uno de los organismos vivos más antiguos del planeta. Su crecimiento es extremadamente lento, en torno a un centímetro anual. Se reproduce de forma clónica y es increíblemente longeva, hasta el punto de crear praderas milenarias: entre Ibiza y Formentera hay una de unos ocho kilómetros que data de hace aproximadamente 100.000 años.
Estos valles verdes submarinos albergan cerca del 20 % de la diversidad de especies animales y vegetales. En ellos habitan pulpos, estrellas de mar, erizos, caballitos de mar o camarones, y constituyen, además, una fuente esencial de alimento para tortugas y delfines, que dependen de este ecosistema para su supervivencia.
La posidonia también mejora la calidad de las aguas, protege las costas de la erosión y es un potente sumidero de carbono. Anualmente, los bosques del Amazonas capturan más carbono por hectárea que la posidonia, pero con el paso de los siglos estas praderas marinas retienen una cantidad mucho mayor que los bosques, lo que convierte a la posidonia en un sumidero de carbono extremadamente eficaz a largo plazo. Las 50.000 hectáreas de posidonia de Baleares pueden retener el 7% de las emisiones de estas islas.
No obstante, el sector turístico, clave en lugares como Córcega, Cerdeña o las Pitiusas, no es precisamente el mejor amigo de esta planta. Con aeropuertos desbordados y cruceros y barcos llenos todos los veranos, 18,7 millones de personas visitaron las Baleares en 2024, batiendo el récord de llegadas jamás registrado. En Cerdeña, en apenas un año, han pasado de 3,4 millones de turistas a 4,5 millones mientras que a Córcega llegaron en 2024 a los 3,1 millones de personas. El crecimiento masivo del turismo, motor económico de las islas mediterráneas, choca cada vez más con la fragilidad de sus ecosistemas.
Con frecuencia, las anclas arrancan indiscriminadamente estas plantas, destruyendo sumideros de carbono milenarios En España, Italia y Francia es posible alquilar embarcaciones sin licencia hasta una determinada potencia. El resultado es que, con frecuencia, las anclas arrancan indiscriminadamente estas plantas, destruyendo sumideros de carbono milenarios.
Las Islas Baleares prohibieron anclar sobre la posidonia en 2018, aunque el cumplimiento sigue siendo desigual. En Italia, los daños continúan en gran medida sin control debido al vacío legislativo y a la falta de controles, mientras que Francia aprobó en 2020 una ley que prohíbe el fondeo de yates de más de 24 metros a menos de 300 metros de la costa para proteger los hábitats marinos, una medida que ha generado protestas entre las asociaciones de navegantes y propietarios de yates.
Debido a la disparidad legislativa y a las dificultades para aplicar la ley, el fondeo de embarcaciones de recreo se ha convertido en la principal amenaza para la posidonia, según la mayoría de expertos consultados. Curiosamente, cuando la Unión Europea adoptó la Directiva 92/43/CEE en 1992, otorgando a esta planta el estatus de Hábitat Protegido, las mayores amenazas provenían de la pesca de arrastre y los vertidos tóxicos. Entre 1960 y 2000, el Mediterráneo perdió entre el 10% y el 50% de sus praderas de posidonia, según diferentes estudios, aunque el declive ha disminuido a partir del nuevo siglo.
En 2006, la Unión Europea prohibió los métodos de pesca que dañan los hábitats marinos –como el arrastre o el dragado– dentro de las áreas marinas protegidas (AMPs) de la UE, lo que ha beneficiado a la posidonia. Sin embargo, estudios revelan que aunque ilegal, aún se practica, sobre todo en Francia, Italia y España. Hasta ahora, sólo Grecia ha prohibido la pesca de arrastre con una ley nacional pero ningún país europeo se ha pronunciado con la misma contundencia respecto al fondeo sobre posidonia.
Baleares, pionera en prohibir, pero sin medios
En algunos lugares, la legislación es clara pero la realidad es más turbia. En las Islas Baleares, gracias al Decreto 25/2018 sobre la Conservación de la Posidonia Oceánica –una legislación pionera en todo el Mediterráneo por su severidad–, la posidonia está protegida y nadie puede anclar sobre ella en ninguna de sus costas. En otras comunidades autónomas, en cambio, no hay legislación al respecto.
En Baleares, los daños causados por el ancla o la cadena del barco en estas praderas acarrean multas que pueden llegar hasta los 450.000 euros El decreto balear prohibió el fondeo incontrolado, la pesca de arrastre, vertidos y otras actividades como la construcción de cables submarinos o ampliaciones de puerto donde hay posidonia. Los daños causados por el ancla o la cadena del barco en estas praderas acarrean multas que pueden llegar hasta los 450.000 euros. El problema es que para que la legislación se cumpla hacen falta más medios para aplicarla, y aunque se han dado pasos, todavía son insuficientes.
Vestido con un polo verde oscuro como el color de la planta que le apasiona, el jefe del Servicio de Vigilancia de Posidonia en Baleares, Marcial Bardolet, se tumba sobre el borde de una lancha un caluroso día de junio para introducir en el agua un batiscopio, un tubo de plástico naranja que le permite ver con claridad si el yate de lujo que está anclado en Cala Major, en Mallorca, está tocando la posidonia. “Está bien, aunque muy cerca”, comenta Bardolet al conductor de la patrulla de vigilancia, que lleva horas bajo un sol agotador del que se protege con un gorro blanco mientras conduce la lancha de un barco a otro durante toda su jornada laboral.
El Servicio de Vigilancia de Posidonia está formado por patrullas marítimas financiadas por el gobierno balear que recorren las aguas de las islas de mayo a octubre. En la mayoría de las lanchas sólo viaja el conductor, que se encarga de comprobar si las anclas están varadas sobre esta planta pero no puede poner multas, sólo puede pedirle al capitán del barco que mueva la embarcación. En ocasiones, al conductor le acompaña un agente medioambiental. Sólo ellos junto a la Guardia Civil y el Seprona pueden multar a los infractores.
A pesar de que la ley se aprobó en 2018, estos agentes solo tienen poder sancionador desde 2021. En 2024, el Servicio de Vigilancia, compuesto por 19 patrullas, pidió a 6764 barcos que se movieran porque estaban dañando la posidonia, pero solo 43 fueron multados. Bardolet explica las dificultades a las que se enfrentan sus patrullas. “Los primeros años era un caos porque teníamos que bajar (buceando) porque no se veía el fondo y multar si el barco había fondeado en posidonia. Con el impuesto de turismo sostenible –una ecotasa por pernoctar en Baleares– hicimos una cartografía y una aplicación para las embarcaciones”, señala. Además, existe una centralita a la que se puede llamar para pedir información o para advertir de que un barco está fondeado mal.
Las aplicaciones móviles gratuitas Donia y Posidonia Maps ayudan a los barcos a fondear sobre seguro. Se usan en las Baleares y en Córcega y se está trabajando en una para Cerdeña. Los locales suelen conocerlas, pero los turistas no tanto. En 2025, por primera vez, los Servicios de Vigilancia de la Posidonia han utilizado tecnologías de geolocalización en tiempo real aprovechando el sistema de identificación automática obligatorio para los barcos de más de 24 metros de eslora. Pero para que sea efectivo se necesitarán más fondos destinados a controlar yates de lujo.
No obstante, las más difíciles de controlar son las embarcaciones pequeñas, principalmente las de alquiler. Según Pedro Francisco Gil, presidente de la Asociación de empresas chárter de las Islas Baleares (AECIB), “hay registradas 3600 embarcaciones de recreo pero, por desgracia, hay más del doble irregulares”. A pesar de que cada vez hay un mayor control con drones y otros medios, no son suficientes, como señala Gil: “Hay controles pero falta policía”. Él asegura que las empresas de alquiler que hacen bien su trabajo informan a los clientes sobre la prohibición, pero reconoce que muchos siguen echando el ancla donde no deben, principalmente por desconocimiento. En eso coinciden también los italianos. Sara Pincioni, propietaria de la marina privada San Rafael, en Cerdeña, con capacidad para una treintena de barcos, asegura: “Falta una labor de información y sensibilización por parte de las autoridades. Nosotros en nuestro pequeño universo lo hacemos, pero no basta”.
Además, el Ministerio de Transportes y Movilidad Sostenible de España aprobó en 2025 un decreto que permite a las embarcaciones privadas el uso comercial tres meses al año por lo que aumentará considerablemente el tráfico marítimo. “Va a generar el caos en las Baleares, todo por ambición económica,” se lamenta Gil, quien además recuerda que “ya es difícil encontrar amarres, los puertos están llenos, hay mucha demanda y poco sitio”.
Córcega: caza al megayate
Para proteger la posidonia en zonas sensibles de Córcega, en 2020 se prohibió el fondeo para yates de más de 24 metros de eslora a menos de 300 metros de la costa, bajo amenaza de penas de cárcel y multas de hasta 100.000 euros para los infractores. Para intentar esquivar la ley francesa, ahora las navieras construyen barcos de 23 metros y pico de eslora.
“No podemos hacer nada”, admite Julien Courtel, agente de policía del Ministerio de Transición Ecológica francés, mientras inspecciona un yate anclado muy cerca de la costa una tarde de julio en Córcega. Después de verificar los documentos, el oficial concluye que el navío cumple con la ley ya que no llega a los 24 metros por apenas unos centímetros. El yate de lujo, dotado de múltiples cabinas, un gimnasio, cocinas y una amplia cubierta, puede quedarse donde está, para deleite de sus dueños.
“En principio, fondear sobre praderas marinas está prohibido para todas las embarcaciones, sin importar su tamaño. Pero para poder imponer una multa hay que conseguir una foto del ancla siendo izada con plantas arrancadas”, explica Michel Mallaroni, director del puerto de Bonifacio.
En los últimos quince años, el número de superyates en el mundo casi se ha duplicado
En los últimos quince años, el número de superyates en el mundo casi se ha duplicado, llegando a 6.000, de los cuales la mitad pasa la mayor parte del año en el Mediterráneo. Al fondear sobre praderas submarinas, cada uno puede destruir en una noche una superficie equivalente a un campo de fútbol, según Quentin Fontaine, oceanógrafo en la Estación de Investigación Marina de Calvi. Entre 2010 y 2018, los fondeos de embarcaciones de 24 a 60 metros en el Mediterráneo francés aumentaron un 449 %. No obstante, según un estudio publicado este año, desde que se aprobó la ley francesa, los fondeos de grandes yates en Córcega han disminuido de forma radical: 13.630 antes de 2020 frente a 1955 en el último año. “La posidonia ya no disminuye desde que se prohibió el fondeo de grandes yates” asegura Fontaine. Y eso que apenas hay medios para controlarlos. En Francia solo cuentan con diez lanchas para vigilar los 1.000 kilómetros de costa corsa. Solo se ha multado a dos embarcaciones en 2024 y solo un puñado de armadores y capitanes han tenido que pagar hasta 100.000 euros desde que se aprobó la ley. Aunque alguna de las patrullas de la guardia costera divise a una embarcación sobre la planta, en la mayoría de los casos solo se les pide que cambien de ubicación. Aun así, parece que la ley sirve como factor disuasorio.
No obstante, la prohibición de los 300 metros ha generado un gran hastío entre las empresas de yates francesas que consideran que la legislación debería derogarse, ya que en esos centenares de metros que separan la costa hasta dónde pueden fondear, no solo hay posidonia sino también arenales seguros. “La delimitación está mal hecha” sentencia Marilyn Sarti, directora general de una empresa de yates y representante de la asociación Yacht Club Corse. Las asociaciones denuncian que la ley ha provocado un éxodo masivo de barcos hacia Cerdeña, con menos controles, pero no hay datos que lo confirmen. “Ha habido descensos en algunos lugares, pero estamos lejos de un éxodo masivo, como ellos afirman”, asegura Fontaine.
Italia, donde todo es relativo
En Italia, por el contrario, no existe una legislación nacional de protección de la posidonia. Se invita a protegerla a través de normativas regionales o locales como la que se aplica alrededor del archipiélago de la Maddalena. “En el 8% de nuestras aguas rige la prohibición de anclar y navegar por tratarse de zonas marinas de reserva integral pero en el resto hay libertad, y aunque nosotros tratamos de concienciar para que la gente no eche el ancla sobre la posidonia, no siempre lo conseguimos. Sin una ley nacional que lo prohíba tenemos las manos atadas” explica Giulio Plastina, director del parque Nacional del Archipiélago de la Maddalena en Cerdeña.
Un paseo en barco en julio con su equipo demuestra que tiene razón: varios barcos están anclados sobre la planta pero Plastina no puede echarles. Además, él tampoco tiene competencias ni personal para ejercer controles o poner multas, que, por otro lado, son puramente administrativas, de cantidades irrisorias y en ellas no se menciona la posidonia: en 2024, la Guardia Costera de la isla de La Maddalena multó con 50 euros a 29 embarcaciones por traspasar las zonas protegidas, lo cual no implica que estuvieran ancladas sobre la planta. El equipo, dirigido por Emiliano Santocchini, dispone de tres embarcaciones para controlar el parque y parte de la costa sarda. “Nos gustaría tener más pero hacemos lo que podemos” dice.
Según un estudio presentado en junio por el Fondo Mundial para la Naturaleza WWF, en 2024 se habrían destruido 50.000 hectáreas de posidonia por el fondeo de embarcaciones en todo el Mediterráneo, siendo Italia la que más habría perdido seguida de España. El 60% de los impactos, según el estudio, se debe al amarre de yates de más de 24 metros. La ley francesa aquí se hace notar: es uno de los países que menos posidonia pierde por anclajes de grandes yates.
Boyas de amarre
Una de las soluciones que se manejan para proteger las praderas de posidonia es la instalación de boyas de amarre con las que se evita dañar los ecosistemas marinos, aunque son solo una solución parcial, al no poder llenar todo el mar de boyas y ser cara su instalación: entre 1000 y 10.000 euros por boya.
En Córcega, la población local criticó la utilización de dinero público para ampliar amarres para los megayates y se consiguió frenar su expansión cerca del litoral de Ajaccio. Para los multimillonarios que fondean en aguas corsas, estas boyas son esenciales ya que les permiten disfrutar de zonas protegidas, más cercanas a la costa… por 4000 euros al día. Un precio no apto para todos los bolsillos.
En el Parque Nacional del Archipiélago de la Maddalena, en cambio, las boyas son gratuitas con el ticket del parque, que dependiendo de la eslora del barco, varía entre los dos euros o los cinco euros por metro de eslora. Giulio Plastina ha instalado ya varias docenas de boyas con el apoyo del proyecto europeo SeaForest Life, pagado con fondos de mitigación del cambio climático del gobierno italiano. Su ambición es crear un mapa del parque en el que todas las zonas con posidonia tengan boyas. “Habrá que apuntarse para poder fondear y una vez que todas las boyas estén ocupadas, basta. Ahora los barcos fondean donde quieren. Necesitamos poder controlar el número de embarcaciones, si no, es muy difícil cuidar un ecosistema tan frágil como el de la posidonia”. En 2024, sólo para embarcaciones privadas, se emitieron 13.500 permisos para navegar por el parque.
Las boyas han llegado a provocar situaciones de puro surrealismo en la isla: durante junio de 2025 el Gobierno italiano quiso eliminar algunas del Golfo de Oristano por cuestiones burocráticas y los propietarios de barco salieron a manifestarse en masa para evitar que recortaran su número. Tras años instaladas, los residentes las consideran positivas. En la misma semana, los periódicos de Alghero se hacían eco de las protestas populares ante la decisión del Parque Natural de Porto Conte de introducir boyas. “Estamos poniendo el foco en educar a los locales para que entiendan lo importante que es cuidar esta planta, pero educar es siempre lo más difícil” afirma Emiliano Orru, presidente del parque, quien ofrecía amarre gratuito para los residentes, precisamente como parte de esta campaña.
Más allá de las anclas: los vertidos ilegales
En el casco antiguo de Palma de Mallorca, entre las estrechas calles abarrotadas de turistas, se encuentra un edificio del siglo XVII con un claustro ajardinado que impide que el alboroto del exterior penetre en el inmueble. Aquí, Raquel Vaquer, de la Fundación Marilles, se encarga de monitorear el estado del mar balear. “A veces los barcos no gestionan de forma adecuada sus aguas sucias y las vierten al mar”, señala la experta. Aunque la normativa en Francia, Italia y España obliga a vaciar los depósitos fecales a más de tres millas náuticas de la costa, pocos la cumplen. “Algunos vacían al pasar de una cala a otra o mantienen el sistema siempre abierto; quienes lo hacen bien, en puerto, son una minoría”, explica Vaquer.
Las aguas mal depuradas también afectan a la posidonia, no sólo porque son contaminantes sino porque es una planta que necesita mucha luz y los vertidos aumentan la turbidez del agua. “También afectan a muchos otros organismos y hábitats sensibles que son esenciales para la conservación del medio marino”, explica Vaquer.
Según un estudio de Esteban Morelle-Hungría, investigador especialista en criminología verde y profesor de derecho en la Universidad Jaime I, las praderas de posidonia de la bahía de Talamanca en Ibiza han retrocedido por la salmuera de la planta desalinizadora. “Basta con ponerte el Google Earth. Buscas imágenes por satélite y ves cómo han ido retrocediendo las praderas de posidonia cercanas al emisario de la desalinizadora”, explica Esteban, y añade: “Algunas infraestructuras son muy antiguas, o insuficientes y hay depuradoras o desalinizadoras que se diseñaron para una población mucho menor”.
La replantación de posidonia, un camino incipiente hacia la regeneración
En un pequeño pueblo perdido de la sierra de Tramuntana en Mallorca, entre zigzagueantes carreteras que bordean montañas llenas de pinos, se encuentra el Instituto Mediterráneo de Estudios Avanzados. En el centro trabaja Jorge Terrados, científico especializado en la replantación de esta planta, que en 2018 coordinó la mayor restauración de esta especie realizada en España: dos hectáreas en la costa de Pollença, en Mallorca.
“Restaurar es recuperar el ecosistema. Con la replantación hemos iniciado el proceso, pero ahora tiene que pasar el tiempo, ver si sobrevive y se recupera. Estamos hablando de decenas de décadas o siglos” explica Terrados.
Ante la creciente pérdida de posidonia en todo el Mediterráneo, la comunidad científica lleva años estudiando la replantación efectiva de esta planta. En Baleares, Italia y Francia se han hecho proyectos experimentales de restauración pero cuestan unos 1000 euros por metro cuadrado, según datos del Parque Nacional del Archipiélago de la Maddalena y el crecimiento de estas plantas es lento. Según los estudios italianos, de cada diez esquejes plantados sobreviven siete u ocho. En la replantación de posidonia que coordinó Terrados, sobrevivieron entre el 80 y 90 % en los mejores casos. Aunque en Italia se está apostando bastante por este sistema, las administraciones medioambientales españolas y francesas prefieren centrarse en la preservación. “La estrategia debe ser conservar las praderas. Que no perdamos ni un metro cuadrado y luego, si perdemos, plantar para acelerar ese proceso de recuperación”, afirma Terrados.
Para biólogos marinos como el italiano Roberto Barbieri, ni las boyas ni la restauración son la solución. “Si queremos proteger la posidonia y mantener ese bosque submarino que absorbe carbono y contribuye a la lucha contra el cambio climático tenemos que legislar sobre el agua como legislamos sobre los bosques terrestres. El control debe de ser mayor, las multas más altas, hay que hacer una mayor labor de educación. Europa debería actuar unida, debería haber leyes iguales en todos los países porque la posidonia no entiende de fronteras; decir que es una especie protegida no basta, hay que legislar para protegerla de verdad. Hay que actuar en múltiples niveles y lo fundamental ahora es prohibir anclar sobre la posidonia”.
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Barbara Celis es corresponsal freelance en Roma, desde donde escribe para CTXT, El País, La Marea y otros. Antes lo hizo desde Nueva York, Londres, Taipei y Madrid. Ha sido consultora de comunicación para varias agencias de la ONU y para el Instituto Cervantes. Es directora del documental Surviving Amina. Ha recibido cuatro premios de periodismo. Ha entrevistado a Tom Waits en un bar de carretera abandonado y a Lou Reed en pijama. Ahora le interesa más el cambio climático pero la cultura sigue siendo su debilidad.
Fuente: https://ctxt.es/es/20251001/Politica/50665/posidonia-mar-mediterraneo-yates-anclas.htm - Imagen de portada: Praderas de posidonia en Ibiza. / Imagen cedida por el Ayuntamient - This investigation was developed with the support of Journalismfund Europe.





