“La crisis climática no puede resolverse dentro del capitalismo”

Jason Hickel (Manzini, Suazilandia, 1982) es uno de los grandes teóricos del decrecimiento, corriente que la semana pasada puso un pie en el Congreso para reflexionar sobre cómo salimos de un modelo social y económico basado en el crecimiento sin fin, un sistema incompatible con el equilibrio ecológico del planeta y su habitabilidad. Antropólogo económico y escritor, Hickel es profesor en el Institut de Ciència i Tecnologia Ambientals de la Universitat Autònoma de Barcelona (ICTA-UAB) y también profesor visitante sénior en el Instituto Internacional de Desigualdades de la London School of Economics. Además, ocupa la cátedra de Justicia Global y Medio Ambiente en la Universidad de Oslo. Su trabajo divulgativo —el libro Menos es Más (Capitán Swing, 2023), por poner un ejemplo— lo ha convertido en una referencia académica para el ecologismo que, desde hace años, advierte que no alcanza con pintar de verde al capitalismo para luchar contra el cambio climático.

Andrés Actis

En su fugaz paso por Madrid, Hickel charló con El Salto sobre la renuncia de los gobiernos a la crisis ecológica; sobre cómo el capital sigue invirtiendo en bienes y servicios que son perjudiciales para las personas y el planeta; sobre la urgente necesidad de forjar un movimiento político ecosocialista liderado por España y el sur de Europa; y sobre la estrecha relación entre el crecimiento infinito y el genocidio en Gaza. “La clase capitalista está dispuesta a infligir una violencia absolutamente abrumadora, hasta el genocidio, para asegurar la represión del Sur Global, para asegurar todos sus recursos”, analiza.

La crisis sistémica del capitalismo se acentúa año tras año, pero el decrecimiento sigue siendo tabú en las grandes esferas políticas. ¿Cómo se explica?
: Nuestros gobiernos han renunciado en gran medida a la crisis ecológica. Están implementando algunos cambios modestos, pero ninguno a la escala ni la velocidad necesarias para limitar el deterioro climático según el Acuerdo de París. Y la razón es que esta crisis no puede resolverse dentro del capitalismo. Este es un punto crucial. Bajo el capitalismo, la producción está controlada principalmente por el capital: las grandes empresas, los bancos comerciales y el 1% que posee la mayoría de los activos invertibles. Ellos determinan cómo asignamos nuestra capacidad productiva colectiva. El único objetivo es maximizar las ganancias. Esto crea un problema en dos frentes. En primer lugar, muchas de las cosas más importantes que necesitamos hacer, como desarrollar capacidad de energía renovable, construir transporte público, regenerar ecosistemas, aislar edificios, etcétera, no son lo suficientemente rentables para el capital. Por lo tanto, no sucede. En segundo lugar, sabemos que realmente necesitamos reducir o decrecer la producción de productos dañinos e innecesarios, como los combustibles fósiles, los coches, la moda rápida, los aviones privados, las mansiones, la carne industrial, etc. Pero estos son altamente rentables para el capital y, por lo tanto, el capital nunca reducirá voluntariamente su producción.

¿La descarbonización es un gran relato entonces?: Este problema que planteo es muy claro en lo que respecta a la transición energética: las energías renovables son más baratas que los combustibles fósiles, pero el capital no realiza las inversiones necesarias. ¿Por qué? Porque los combustibles fósiles son entre tres y cuatro veces más rentables. Así que el capital sigue invirtiendo en combustibles fósiles mientras el mundo arde a nuestro alrededor. Es una locura.

¿Somos rehenes del capital?: 
Exacto. Estamos estancados. Sin embargo, existen soluciones fáciles para este problema. Primero, podemos establecer un mecanismo de financiación pública para acelerar la producción de bienes social y ecológicamente necesarios, independientemente de la rentabilidad. Segundo, necesitamos establecer un sistema de orientación crediticia que imponga reglas a los bancos comerciales, exigiéndoles que reduzcan las inversiones en bienes perjudiciales e innecesarios que debemos reducir, y dirijan la inversión hacia bienes socialmente más beneficiosos. Eso es todo. Es simple de hacer, pero va directamente en contra de los intereses de la clase capitalista. Por eso no está sucediendo. Nuestros gobiernos no lo hacen porque, en última instancia, están alineados con el capital. Por lo tanto, necesitamos construir un movimiento político —un movimiento ecosocialista— lo suficientemente fuerte como para ganar elecciones, tomar el poder e implementar los cambios necesarios, abordando así nuestras crisis sociales y ecológicas.

Para lograr esto, ¿no es crucial construir primero una narrativa deseable en torno al decrecimiento?: Ninguna gran revolución se hizo sin esta pulsión.
En realidad, no creo que necesitemos que el decrecimiento sea un elemento central de la narrativa pública. Considero que es un término científico y analítico importante. Pero en lo que respecta a la narrativa pública, creo que la clave está en señalar que nos enfrentamos a una doble crisis: tenemos una producción masiva que supera los límites planetarios y causa un colapso ecológico; sin embargo, aún tenemos una privación social masiva, donde millones de personas no pueden permitirse una vivienda y un transporte dignos, y el desempleo es alto. ¿Por qué? Porque el capital controla la producción e invierte en lo que le resulta más rentable, incluso si perjudica a las personas y al planeta. Obtenemos formas de producción totalmente perversas y nuestro progreso como civilización se ve obstaculizado. La narrativa debería ser: somos los trabajadores, producimos toda la riqueza de la nación, pero ahora mismo nuestras élites, los capitalistas, controlan nuestra producción y nos impiden abordar nuestras evidentes crisis sociales y ecológicas. Por lo tanto, necesitamos recuperar el control. Debemos reclamar el control democrático sobre nuestras propias capacidades productivas para poder organizarlas en torno a objetivos social y ecológicamente necesarios. Si hacemos esto, podremos abordar nuestras crisis en muy poco tiempo. En otras palabras, necesitamos una narrativa populista que centre a la gente común y a los trabajadores como agentes de transformación radical.

Por otro lado, la narrativa negacionista, liderada ahora por muchos gobiernos, cobra cada vez más fuerza, tanto en las calles como en los algoritmos de las redes sociales. ¿Es el fascismo la respuesta que el capitalismo está eligiendo para sobrevivir?
: Exactamente. Creo que nuestra clase dominante comprende que la única manera de resolver la crisis ecológica es superar el capitalismo y transitar hacia una economía ecosocial democrática, con características como finanzas públicas, obras públicas y orientación crediticia, nacionalización de los sistemas energéticos, etc. Lo saben y lo combaten. Por eso su principal método es promover narrativas negacionistas. Donald Trump lo encarna a la perfección como representante de la clase dominante capitalista.

¿Cuál es su respuesta al ecologismo que, a pesar de adherir al decrecimiento desde una perspectiva teórica, insiste en que es un “mal marco político”, demasiado opuesto al sentido cultural dominante, y que no hay otra opción que consolidar el capitalismo verde?:
 Que es cierto que el decrecimiento no necesita ser un eslogan político público. Cuando la gente lo confronta por primera vez es muy fácil malinterpretar. Pero el concepto de que necesitamos reducir la producción innecesaria y perjudicial puede incorporarse a un marco ecosocialista populista que atraiga a las masas.

¿Cómo se decrece? ¿Por dónde hay que empezar?
: Está a simple vista. Hay grandes sectores de nuestra economía que son perjudiciales e innecesarios. Está claro que debemos empezar con los combustibles fósiles, el producto más letal. Pero también tenemos una sobreproducción masiva de bienes como todoterrenos, moda rápida, aviones privados, carne industrial, armas, cruceros, turismo... Estos bienes y servicios son extremadamente perjudiciales y no benefician a la mayoría de la gente. Benefician las ganancias capitalistas y el consumo de las élites. Estaríamos mejor sin ellos.
El decrecimiento ofrece numerosas ventajas. En primer lugar, reduce directamente las emisiones. También reduce la demanda energética, lo que nos permite descarbonizar el sistema energético mucho más rápido, lo suficientemente rápido como para alcanzar los objetivos del Acuerdo de París. En segundo lugar, libera mano de obra, fábricas y recursos que pueden removilizarse para acelerar el progreso hacia los objetivos sociales y ecológicos. Esto se puede lograr mediante un sistema de garantía de empleo que permita a cualquier persona formarse y participar en los proyectos más urgentes de nuestra generación, con buenos salarios, eliminando así el desempleo y la inseguridad económica.

¿Cómo imaginas a España, país muy expuesto al cambio climático, dentro de unas décadas si este capitalismo anclado en el crecimiento se profundiza?:
 España se encuentra en una situación muy precaria. Los modelos climáticos muestran que, de seguir nuestra trayectoria actual, gran parte de España estará desertificada, más parecida al Sahel que al Mediterráneo. Muerte masiva de bosques, olas de calor brutales... Es un futuro sombrío. Lo mismo ocurre con otros países del sur de Europa. Creo que el sur del continente, que cuenta con una larga y orgullosa tradición revolucionaria —Italia y Grecia también tuvieron en su momento partidos socialistas masivamente populares—, debería unirse como vanguardia para obligar a la UE a implementar una política ecosocial radical. Estos países pueden liderar una revolución ecosocial popular e inspirar al mundo entero.

Para muchos puede parecer una conexión forzada, pero ¿cómo se relaciona el genocidio de Gaza con un capitalismo obsesionado con el crecimiento eterno?:
 Es una relación directa. Debemos comprender que el capitalismo es una economía mundial. La acumulación de capital en los países centrales, como Estados Unidos y Europa, depende en gran medida de mano de obra barata y recursos apropiados del Sur global. Para mantener este sistema deben mantener a los países del Sur global en una posición de subordinación y dependencia. Cualquier Gobierno o movimiento político del Sur que busque la liberación nacional y la soberanía económica real representa una amenaza muy real para este sistema. Porque cuando el Sur recupera el control de sus propios recursos y comienza a producir y consumir para sí mismo corta el flujo de insumos baratos y dificulta enormemente la acumulación de capital en el centro. Por lo tanto, el capital necesita destruir los movimientos de liberación.
Hoy es Palestina, pero antes fueron Libia, Irak, Vietnam, Chile, el Congo, Indonesia, etc. Es una letanía interminable de invasiones, golpes de Estado y destrucción. La clase capitalista está dispuesta a infligir una violencia absolutamente abrumadora, hasta el genocidio, para asegurar la represión del Sur. Lo mismo ocurre con la crisis climática. Saben lo grave que se volverá. Saben que, de seguir nuestra trayectoria actual, 1.500 millones de personas serán desplazadas y más del 30% de las especies desaparecerán. Saben que cientos de millones se enfrentarán a un calor extremo. Pero están dispuestos a imponernos ese futuro —un futuro de violencia masiva— mientras puedan seguir lucrando con la producción de combustibles fósiles y otros productos destructores del planeta. Esto es obsceno y no se puede tolerar.

Jason Hickel. Foto: © Greenpeace / Pablo Blazquez

Fuente: https://www.elsaltodiario.com/el-salmon-contracorriente/jason-hickel-crisis-climatica-resolverse-capitalismo - Imagen de portada: George-Bahgoury

 

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