¿Otro mito amazónico? ¿Falso afán petrolero?










Por Pablo Cingolani

¿Qué debemos saber si tenemos o no un Camisea en la Amazonía? Por principio, digamos que sí, que debemos ejercer nuestro derecho soberano a cuantificar nuestros recursos naturales. Pero allí también, y dado el carácter específico y estratégico de la ecogeografia amazónica, deberíamos haber iniciado ya, antes incluso que este afán petrolero nos haga delirar en kuwaití, los estudios para cuantificar la principal riqueza de la Amazonía: la biodiversidad


La fiebre por encontrar petróleo en el Norte de La Paz es más dañina que la gripe A. Soñamos con bañarnos en ese líquido asqueroso y, en la zambullida, solucionar todos nuestros problemas políticos, económicos y sociales. Si encontramos petróleo en el Norte de La Paz, vamos a equilibrar el poder regional en Bolivia, me decían los viejitos del Comité Cívico Pro La Paz que se reunían en el Club de La Paz, allí en el Obelisco, cuando empecé a radicar aquí, en 1987. Vanos fueron los intentos: al menos que yo recuerde, YPFB durante el gobierno de Jaime Paz Zamora perforó el pozo Lliquimuni X1 en la misma zona donde ahora está trabajando Petroandina-Geokinetics.
¿Qué se encontró en los noventa? Nada que sepamos, nada que mereció ser destacado en ese mundo súper sensible que es el mundo petrolero. Se descubre media gota en Kazajstán y la bolsa de Nueva York estalla. ¿Ocultaron la información cuando la Capitalización? Lo mismo pretendieron hacer con San Alberto, en el Chaco tarijeño, y no pudieron.
Vamos detrás de una quimera que rearmaría el mapa geopolítico del poder en Bolivia y, es evidente, que nadie puede apostar por el caballo petrolero. Puede que haya petróleo pero en cantidades despreciables (el propio ministro lo reconoció), reservas que no apalanquen nada, ni sirvan para inclinar la balanza hacia el Occidente. Otro mito que será sepultado por la historia y por la selva.
Tenemos una imagen distorsionada de la Amazonía. Históricamente, para los que mandan y para los que no conocen ni comprenden a la Amazonía, sigue siendo un vacío geográfico donde los proyectos se hacen o se hacen, donde sigue latiendo la posibilidad de encontrar El Dorado, donde cualquiera puede hacer lo que le venga en gana y llenarse de dinero a manos llenas.
En la modernidad, volvemos a caer en el mismo espejismo de los españoles que buscaron el Paititi, y que nunca lo hallaron por cierto, porque jamás comprendieron la cosmovisión indígena. En la modernidad, seguimos recreando un mito tras otro: la Marcha al Norte, la Represa del Bala, el polo de desarrollo de San Buenaventura, el Corredor Norte, el petróleo… Pepelucho tuvo la culpa de reflotar el asunto, mostrando su botella de agua aceitosa en la Plaza Murillo y, hasta el hartazgo, en un spot televisivo.
Ya Nazario Pardo Valle, en su Monografía de la Provincia Caupolicán (la actual Franz Tamayo) hablaba del “petróleo” del Río Kerosén, afluente del Tuichi, al norte de Apolo. El año 2000, nosotros dormimos en el campamento del río Ubito que había pertenecido a una empresa petrolera en los 70 y ahora era ocupado por el Puesto Militar de Avanzada Tuichi.
Corriente abajo del mismo Tuichi, muchos josesanos te cuentan cuando trabajaron en labores de prospección petrolera. Por ese lado de la selva, hay incluso un pozo que está cementado. Se lo puede ver en un documental audiovisual que hizo el CEFREC.


Insistimos: toda esa información sobre la búsqueda ya realizada de petróleo en el Norte paceño, ¿dónde se encuentra? ¿Se la llevaron las trasnacionales? ¿Quién puede decir la verdad sobre lo que se está empeñando en el Norte de La Paz? Ya que, ante todo, se está volviendo a jugar con la buena fe y la esperanza de mucha gente, no sólo de los pueblos indígenas, sino de los pobladores de todas esas comarcas siempre olvidadas, siempre postergadas y siempre deprimidas porque no se potencian sus verdaderas vocaciones productivas.
El sueño del petróleo, señores, es eso: un sueño y, como diría Shakespeare, palabras, palabras, palabras, y hasta ahora que sepamos no reactivó la economía del norte paceño pero sí está poniendo en riesgo lo poco de lo bueno que se había avanzado en torno a una economía más armónica con el medio natural excepcional: el ecoturismo y la actividad agroecológica.
Valorar ese modelo de desarrollo es entender la potencia latente en un departamento como La Paz. Suponer que La Paz debe repetir el esquema extractivista monoproductor que experimentó Santa Cruz y luego Tarija es desmerecer el verdadero destino económico de un espacio de interacciones geográficas y culturales tan diverso como es el que conforma al departamento de La Paz.
Por otro lado, hay que ver Tarija, por ejemplo: ¿acaso la riqueza gasífera benefició al Chaco, donde se extrae el gas? ¿Acaso el desarrollo económico del Valle Central tiene que ver con el boom gasífero? El inicio de una diversificación económica, basada en la vocación agrícola y afirmada esencialmente en el desarrollo de la cadena productiva de la uva, ¿fue logrado gracias al gas? Sería bueno que hablen los de Tarija.
Apostar a un por demás incierto petróleo como el motor del despegue paceño, es jugar a todo o nada.
¿Qué debemos saber si tenemos o no un Camisea en la Amazonía? Por principio, digamos que sí, que debemos ejercer nuestro derecho soberano a cuantificar nuestros recursos naturales. Pero allí también, y dado el carácter específico y estratégico de la ecogeografia amazónica, deberíamos haber iniciado ya, antes incluso que este afán petrolero nos haga delirar en kuwaití, los estudios para cuantificar la principal riqueza de la Amazonía: la biodiversidad.
Si tuviéramos estudios del valor económico de la biodiversidad, si tuviéramos estudios sobre el valor del turismo ecológico y de los emprendimientos de agricultura no destructiva, ante todo, sabríamos cuanto potencial estaríamos destruyendo y si vale la pena hacerlo.
Resulta un contrasentido: la biodiversidad amazónica es codiciada por todas las potencias industriales, que mandan a sus científicos encubiertos bajo el manto de las ONGs conservacionistas extranjeras (que nadie controla, por cierto), que bioprospectan nuestra naturaleza (en criollo: saquean plantas y animales) delante de nuestras narices.
¿Alguien sabe que el desarrollo de la industria farmacéutica norteamericana, la más poderosa del mundo, tiene que ver, en lo esencial, con los nuevos conocimientos en biotecnología aplicados a plantas sudamericanas? ¿No vieron esa película con Sean Connery donde nos quieren hacer creer que el biopirata es el bueno y las topadoras que destruyen el bosque son las malas? Los dos son malos. Lo deseable es ejercer también soberanía ambiental y que la Amazonía se libre de petroleros pero también de conservacionistas piratas.
Todo esto merecería, desde ya, el más amplio de los debates y no sólo unas líneas urgentes por que se sigue explorando petróleo en el norte y, lo más probable, es que estemos transitando, otra vez, un camino hacia una nueva frustración, poniendo incluso en riesgo, como decíamos, lo bueno ya hecho, y sobre todo por las comunidades indígenas: allí están Mapajo, Chalalán, San Miguel del Bala y otros emprendimientos ecoturísticos en la selva del Madidi y sus alrededores para demostrarlo.
Sería muy bueno que las autoridades se den una vueltita por allí: el próximo gabinete lo pueden hacer en Chalalán en vez de hacerlo siempre en Huajchilla.
Tal vez, si se dejan atrapar por el magnetismo de la selva, por el vuelo del enigmático koatzín, por los ojos de los caimanes brillando en la noche oscura, por los gritos del maneche de madrugada, tal vez si sintieran todo eso, bajaría un poco la temperatura de esta fiebre petrolera, y más distendidos y menos presionados, tal vez se sienten a dialogar con los pueblos indígenas y las organizaciones campesinas de cómo hacer de la biodiversidad amazónica una fuente de generación de ingresos sostenibles más importante que la que hoy representan ese gas y ese petróleo que, tarde o temprano, algún día, se acabarán. www.ecoportal.net
La Paz, agosto de 2009

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