Los últimos lugares de la Tierra sin especies invasoras



Por Rachel Nuwer

Pueden ser voraces sapos de caña o molestas ardillas: hay criaturas que invaden un lugar al que no pertenecen y causan estragos. Compiten con los animales locales, devoran recursos y se convierten en plagas.
¿Pero queda en el mundo algún lugar libre de especies invasoras?
Esta pregunta despertó el interés de Piero Genovesi, quien preside el Grupo de Especialistas en Especies Invasoras de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN, por sus siglas en inglés).
“No es una pregunta fácil”, dice Genovesi en conversación con la BBC, porque las tierras invadidas superan por mucho a los lugares aún vírgenes.
Allá donde van los seres humanos, las especies invasoras van detrás, dice Genovesi, y “literalmente no hay ninguna isla en el mundo que no haya tenido contacto con seres humanos en el siglo pasado”.
Viajeros y “taxis” de especies
Hemos sido “taxis” de especies en todo el mundo durante miles de años, y la entrada perjudicial de especies sigue ocurriendo hoy: desde el lagarto overo o tegu argentino hambriento de huevos que se instaló en Florida, EE.UU., a la repentina llegada de exóticas hormigas locas en Texas.
Las especies invasoras han estado implicadas en más de la mitad de las extinciones recientes y causan más de U$120.000 millones de dólares en daños anuales sólo en Estados Unidos.
Algunos de estos polizones son pasajeros involuntarios: las ratas, cucarachas y otras plagas que nosotros mismos no podemos contener.
Otras son introducidas intencionalmente, ya sea como fuente de comida, como mascotas o en un intento para controlar a otra especie que queremos eliminar.
A pesar de que están en todos lados, Genovesi pensó que debe haber lugares libres de especies invasoras.
Así que le preguntó a los más de 1.000 miembros de una lista mundial de expertos en esta cuestión.
Extremas zonas libres
Sólo los ecosistemas más remotos y extremos han logrado evitar a los invasores.
Las bacterias termófilas, del tipo que florecen en ambientes sometidos a un calor excesivo, probablemente vivan sin la compañía de especies foráneas. Esos lugares incluyen las aguas termales de Yellowstone e Islandia, los bordes de las fuentes hidrotermales del fondo del mar y algunas zonas de tierra volcánica.
Zonas muy áridas, como el desierto de Arabia, también tienen pocas o ninguna especies no nativas.
La zona pelágica del océano abierto –la capa de agua entre la superficie y el fondo del mar– también está en general libre de especies foráneas, al igual que el mar profundo.
Las cuevas también tienden a escapar de la invasión, aunque el hongo que causa el síndrome mortal de la nariz blanca en murciélagos está apareciendo cada vez más en esos hábitats, especialmente en Estados Unidos.
Históricamente, las zonas polares se han salvado de la presencia de especies invasoras.
Pero la situación está empezando a cambiar por el número creciente de turistas, científicos y aventureros que visitan esas regiones, cuyo clima extremo se ha visto moderado por el cambio climático.
Los investigadores en Svalbard, un archipiélago situado en el Círculo Polar Ártico, encontraron más de 1.000 semillas de 53 especies de plantas exóticas pegadas a la piel de los visitantes que llegaron en un solo verano, por ejemplo, y decenas de especies no nativas, desde polillas a moscas, han sido vistas zumbando cerca de las estaciones de investigación de la Antártica. Donde hay humanos hay especies invasoras, pero las áreas remotas de la selva tropical son una excepción a esta regla.
Pocas o ninguna especies foráneas viven en lo profundo de la Amazonía o en Borneo, aunque hay personas que viven allí.
Pero eso es porque esas tribus aisladas no entran en contacto con los invasores potenciales.
Por lo general, incluso los lugares más remotos –la Isla Gough en el Atlántico Sur, el atolón de Palmyra en el Pacífico– albergan reliquias vivas del tiempo que han pasado allí los seres humanos. Solo las ratas han llegado a al menos el 90% de las islas del mundo gracias a nuestros movimientos.
Virgen otra vez
Sin embargo, ¿es posible que algún ecosistema invadido pueda unirse de nuevo a esta lista de lugares vírgenes? Nueva Zelanda lo intenta. Las últimas grandes islas del mundo en ser habitadas por seres humanos son en gran parte libres de mamíferos endémicos, y eso las hace vulnerables a los efectos de las criaturas de sangre caliente. Pero hoy la fauna de Nueva Zelanda se divide uniformemente entre especies nativas y exóticas.
De las aproximadamente 800 islas del país, menos del 1% se libró de la llegada de más de 30 mamíferos foráneos, incluyendo ratas, comadrejas, ratones, cabras, cerdos y zarigüeyas australianas.
Alrededor de 1960 los neozelandeses pensaron por primera vez en la erradicación y vieron que podían deshacerse de las plagas de roedores.
“Los conservacionistas aquí llegaron a ser muy conscientes de que la preservación de la vida silvestre y los bosques nativos involucraba matar en lugar de simplemente proteger lo que tenemos”, explica Mick Clout, un biólogo conservacionista de la Universidad de Auckland, y el expresidente del Grupo de Especialistas en Especies Invasoras de la IUCN.
Gracias a estos esfuerzos, alrededor de 150 islas de Nueva Zelanda están ahora libres de mamíferos invasores.
Más de 1.000 retiradas de especies invasoras se han llevado a cabo en islas de todo el mundo, y los beneficios para al medio ambiente local suelen ser evidentes.
En la isla de Anacapa de California, por ejemplo, las ratas invasoras estaban arrasando con los huevos y polluelos del mérgulo californiano aliclaro.
En 2002 la organización Island Conservation, que ha llevado a cabo operaciones de erradicación en 52 islas en los últimos 20 años, se deshizo de las ratas.
Las aves casi inmediatamente empezaron a recuperarse y sus huevos aumentaron casi tres veces el éxito de eclosión.
Control de entrada
Pero aunque la erradicación suele funcionar, los expertos coinciden en que el medio más eficaz de controlar las especies invasoras es impedirles llegar en primer lugar.
Cuanto más viajamos sin embargo, más difícil se hace detener el flujo. Donde quiera que vayamos, a pie, en barco, tren, avión, coche, autobús o en bicicleta, llevamos a otras especies con nosotros.
Aunque aún quedan tierras sin invadir, es casi imposible conservar todos los ecosistemas.
“No creo que podamos detener el problema o deshacernos de las especies invasoras en su totalidad”, dice Genovesi.
“Pero podemos mitigar su impacto y frenar el patrón de invasiones que en este momento es realmente muy alarmante”.
BBC Mundo www.bbc.co.uk/mundo/

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