Argentina: ¿Por qué necesitamos Parques y Reservas?

 

La fauna, la vegetación, el suelo y el clima definían en Argentina doce grandes ecosistemas terrestres. Hasta el siglo XVIII por lo menos era posible encontrarlos tal cual se los dibuja en algunos mapas fitogeográficos recientes: Toda la provincia de Misiones y buena parte de Corrientes estaban ocupadas por el ecosistema de la selva y de los humedales Paranaenses. Hoy en cambio esa selva, que conocemos como Subtropical Oriental, apenas sobrevive en Parque Nacional Iguazú, otras áreas protegidas más pequeñas y manchones sobre tierra privada. El resto ha sido transformado en cultivos de té, mate y pinos.

Por Raúl A. Montenegro

Lo mismo puede decirse de la Selva Subtropical Occidental -el ecosistema de las “Yungas”- que sucumbe en Jujuy, Salta y Tucumán ante el avance de la agricultura, las ciudades y los oleoductos. La lista continúa sobre todos y cada uno de los ecosistemas argentinos, algunos más amenazados que otros. Estos ecosistemas, que formaban parte de nuestro patrimonio nacional, bien pueden ser llamados “naturales”. Son autóctonos, nuestros.
En cada uno de ellos hay un cierto arreglo de fauna, de plantas y de suelos; con mayor o menor precisión muchos argentinos pueden distinguir claramente las diferencias que existen entre los bosques secos del “chaco” de llanura, los hoy raros pastizales pampeanos y la estepa de la Patagonia. Pero la superficie que ocupan y su cantidad de especies vivas, es decir su diversidad biológica, disminuyen continuamente. Edward O. Wilson y Robert Mac Arthur fueron pioneros en prevenir que la reducción excesiva de la superficie y el volumen de los ecosistemas naturales hace que se transformen en verdaderas “islas” perdedoras de especies. Actualmente se conocen 1.412.600 especies distribuídas en seis “Reinos”: Virus, Protista, Monera, Hongos, Plantas y Animales. Existían además otras 30 a 100 millones de especies sin clasificar. Aunque las necesitamos para sobrevivir nuestros graves disturbios ecológicos las extinguen. Aplicando una fórmula que relaciona la superficie de los hábitats y el número de especies que viven en ellos, Wilson estimó la tasa de desaparición de especies para un área de selva tropical húmeda. Empleando parámetros conservadores estimó que desaparecerían 27.000 especies por año, es decir, 74 por día o 3 especies por hora. Es cierto que para alimentar nuestra gente y el desarrollo debemos avanzar sobre los antiguos ecosistemas naturales de Argentina estableciendo ciudades, cultivos de trigo y rutas.


Pero el reemplazo y la destrucción tienen un límite. No es posible transformar todo el país en cultivos, campos ganaderos y ciudades. Sin ecosistemas naturales en buen funcionamiento Argentina entraría en otros tipos de colapso: crisis en el suministro de agua dulce, crisis en la provisión de madera, leña o plantas medicinales, y crisis en la formación de suelos. Con el fin de evitar estas crisis el desarrollo sostenible formula estrategias menos destructivas y más humanas. Para evitar lo que hoy sucede en numerosos países africanos, agobiados por la desertificación y las hambrunas, es preciso y urgente que aprendamos a convivir con los ecosistemas naturales. Si no frenamos su deterioro y reemplazo reconstruiremos en Argentina lo que hoy ya sucede en Etiopía, Sudán, Somalía y otros países del Sahel africano.

Fuente: Ecoportal.net

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