Oro negro, sangre del diablo: Ambientalismo y acción directa en la novela Derrotero, del español Antonio Sánchez Gómez

Desde tiempos precolombinos hasta hoy, los pueblos que habitaban los Andes y sus estribaciones ostentan con orgullo un esporádico modo de producción solidario que ni el feudalismo clerical ni el capitalismo posteriores lograron corromper: la minga. Es muy simple: cuando se trata de realizar una obra para la comunidad (reparar un puente, construir un local, optimizar el abastecimiento de agua, lo que fuera) o, eventualmente, para un vecino (esquila, techado, cosecha, etc.) sin brazos parentales suficientes, un grupo se reúne y de un tirón concreta la tarea. El beneficiado, en este último caso, o bien la cofradía, disponen para el fin del trabajo una contundente y bien regada festichola. Regida por un ancestral dispositivo de reciprocidad distributiva, los beneficiarios de la minga quedan comprometidos a realizar similar tarea para con quienes participaron. Un “Hoy por mi, mañana por ti” andino, regulado, con variantes en las prestaciones y contraprestaciones en diferentes latitudes, no demasiado distinto a cuando les compañeres ponen el hombro en la mudanza o en la pintura de la casa de uno que, al terminar, invita el vino y los choripanes; hasta la próxima viceversa.

Por Jorge Pinedo

Con tamaña carga simbólica, cuatro militantes políticos independientes aunados en el ambientalismo, caracterizan su tan espontánea como ocasional asociación “minga transamazónica”. El acuerdo tiene lugar en octubre de 2019 en la pequeña ciudad de Lago Agrio al norte de Ecuador, donde fluyen los ríos que luego conformarán la cuenca del Amazonas. Urbe creada a mediados de los años ’60 por las multinacionales petroleras Texaco, Shell, Exxon, etc; allí enclavadas a fin de explotar los yacimientos recién descubiertos, adjudicados por la dictadura militar de turno.
Lago Agrio no tiene lago, ni dulce ni agrio, más bien amargo por la catástrofe humana y ecológica que dejaron las transnacionales. La denominación viene en honor al primer pozo de petróleo encontrado en Texas, Sour Lake, en el siglo XIX — colonialismo desde el lenguaje, es poco.
Durante las cinco décadas de explotación intensiva, las aguas de formación de los pozos se vertieron en cavas tapadas por ramajes, “un método mucho más barato que tratar esos residuos. Sólo que, por debajo de los fosos, la tierra absorbía el crudo, pues ni con lona los aislaron. Por arriba, las lluvias los desbordaban y la brea discurría por esteros y quebradas hasta los ríos”. Los cultivos nacieron muertos, los peces se esfumaron, un cáncer pandémico atacó en forma indiscriminada. “La Texaco —después reciclada Chevron— consiguió mantener soterrado el desastre hasta su huida, evitando que declararan la zona catastrófica y que evacuaran a una población que ya relacionaba las desgracias sobrevenidas con el petróleo y ahora no lo llamaba oro negro sino sangre de diablo. Aún hoy, nadie ha limpiado esos agujeros y el crudo continúa coagulado en la tierra”. Por supuesto, las víctimas son comunidades originarias y un puñado de colonos.
Con el propósito de organizar una acción mancomunada la Unión de Afectados por la Texaco (UDAPT) dispone unas jornadas en su sede de Lago Agrio y allí, más los ideales comunes que el esquivo destino, hace que se encuentren los cuatro protagonistas de Derrotero, la sorprendente novela inaugural del jurista español Antonio Sánchez Gómez (Extremadura, 1981). Hay un brasileño pícaro de abundantes recursos y contactos; una bióloga boliviana de Vallegrande, de ascendencia aymara y generosa capacidad didáctica para determinar características y usos de cuanta planta o bicho se les cruce; un indio cofan colombiano —aunque en esa selvas las fronteras funcionan menos que poco—, afectuoso con los propios, diestro en la cerbatana y el curare con los otros. Finalmente, el militante ecuatoriano, concientizado tras la inundación de su pueblo, San Pablo de Amalí, por la desidia de una empresa hidroeléctrica. Este último asume la voz narrativa ágil, detallista, jamás redundante y, no es errado presumir, gentil emboscada del autor.
Dudosos de si asistir a un taller de cosmovisión posmoderna, seguir comentando las actividades de la UDAPT, revelar propias experiencias y las declinantes realidades políticas de sus respectivos países, apoltronados en un bar son invadidos por el escepticismo derrotista. “Nosotros no declaramos esta guerra, pero la libramos a la defensiva”, comenta alguien. Tras idas y vueltas, otro mociona pasar a la acción directa, “dar un golpe y confiar en que forme ola”. Aparece el rumor de un pozo petrolero cercano, paralizado temporalmente por un orden judicial, proclive a “dejar bien troceada la tubería. Así, al levantarse la medida cautelar (…) no podría operar de inmediato”; es decir “una medida simbólica”. Dicho y hecho. La cuestión es que la empresa propietaria del ducto desoyó la orden, seguía bombeando y cuando nuestros héroes rompen el caño matriz, producen un enchastre. Los corren a los tiros, deben escapar a través de la salva, como pueden, días y días, sin descanso. Pueden más o menos bien de a ratos, mal la mayoría del tiempo. Porque aquí recién arrancan las peripecias.
A todo esto las poblaciones indígenas vecinas junto a los trabajadores de todo Ecuador confluyen  hacia Quito en protesta en favor del programa nacional y popular que habían votado y el Presidente Lenín Moreno traicionaba. La novela no da nombres ni fechas y sin embargo las circunstancias resultan evidentes. Magia literaria de Sánchez Gómez la que instala al cuarteto reivindicador alternando justicia popular y desastres fuera de cauce, al modo de manifestación voluntarista de un espíritu revolucionario en pos de su sujeto social, al mismo tiempo que representantes simbólicos de esas masas inorgánicas que confluían sobre la capital y a las que al mismo tiempo dan la espalda. Marchas, contramarchas y contradicciones: la vida misma. Las andanzas de los cuatro prosiguen entre zambullidas, embarradas y nuevas explosiones, en un recorrido —el Derrotero del título— fluvial, selvático por sobre las huellas de otros latrocinios extractivistas. Aparece el extinto reino del caucho, el actual y soterrado esclavismo del oro, el “rito evangélico. La otra industria extractiva de  la Amazonia (…) la que extrae almas”.
Todo transcurre en 18 días, relatados en orden de diario de viaje pero en un tiempo real aglutinado en la resina poética de una prosa que sorprende tanto en su profundidad como en la diversidad de hablas. Sánchez García hace generoso usufructo de los modismos localistas de sus cuatro personajes, cada uno portador de un habla popular y, mirada de lejos, arcana. No obstante, al lector deja de importarle el sabor de anticuchos y chontacuros, si en las estanterías se amontonan pijuayos, aguajes, aninas y camu-camus. Está absorbido por la trama y cautivado dentro de una escritura que se desplaza al ritmo asimétrico del cauce fluvial que va de la sierra a la llanura, se detiene en los meandros, se dispara en los pliegues del terreno literario. Recursos, inherentes al relato que al principio pueden costar, hasta que el entusiasmo se contagia a la retina. Hay detalles, guiños, néctares sobre los que posarse, absorber y continuar el vuelo, o permanecer y buscar más: la entrada correspondiente al 8 de octubre (muerte del Che Guevara, que no se dice) abre así: “Una amanecida roja e intempestiva se insinúa tras los árboles circundantes, su claridad me alcanza para repasarme la piel, agujereada por arenillas y zancudos (…) La excitación que ha seguido al sabotaje y que nos ha mantenido acelerados toda la noche empieza a diluirse en cansancio”. Así, a cada paso; un festín.

Quienes entienden del tema enarbolan la inclaudicable premisa de que el ambientalismo sin política es mera jardinería. Lo que hace Antonio Sánchez Gómez con Derrotero es eso y mas que eso: pasa a la acción directa con la escritura como arma. Cada hecho mentado, cada personaje, cada mártir y víctima nombrado con nombre y apellido, cada locación existen en la realidad efectiva. Se incorporan a la ficción con el debido respeto histórico que la militancia y el compromiso merecen. Esto es, sin panfleto, sin alharaca, con la modestia de quien participa de una causa política a voluntad y conciencia de las limitaciones en su aporte. Manifestación plena de tal posición es que el autor abdica de la propiedad materna de la lengua castellana para brindar alas y espacio fresco a sus varianzas latinoamericanas. Confluencia que, como la de las aguas convergentes en esa tremenda cuenca amazónica, encierran pueblos, territorios y zonas enteras casi desconocidas, siempre en peligro, también a la defensiva. Por el momento.

Fuentes: El cohete a la luna [Imagen: Antonio Sánchez Gómez, el autor] - https://www.elcohetealaluna.com/oro-negro-sangre-del-diablo/

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