Sexo y simulacro
Nunca deberían juntarse.
Erin Leydon
El mundo amoroso —la última frontera de la automatización— ha sido conquistado por el mundo de los ordenadores. No son las feromonas, sino los algoritmos los que controlan ahora nuestra vida amorosa.
La primera vez que escuché esto —que el mundo del romance ahora está regido por programas de citas de alta tecnología y software de encuentros que traza patrones a través de nuestros datos personales, buscando la compatibilidad en código binario— sentí repulsión. ¿A dónde hemos llegado para no poder toparnos con alguien en la calle, mirarle a los ojos y sentir realmente la magia de la química corriendo por nuestras venas?
La transcripción de nuestro yo de carne y hueso en avatares digitales me parece un sobrecogedor proceso de descorporización progresiva. El éxodo cada vez mayor de las actividades físicas hacia lo digital no parece «progreso», más bien es como si un argumento distópico de ciencia ficción estuviese apoderándose del mundo en tiempo real.
«¿Qué eres? ¿Una ludita? ¡No seas tan nostálgica!» Es lo que me dice todo el mundo. Pero aguanto el que me etiqueten como anacrónica y romántica. Seguiré en mi postura de que hay algo que está profundamente equivocado... y de que el software de encuentros es el último paso hacia la salvaje virtualización de todo, celebrada bajo falsas pretensiones en el nombre de «la eficiencia».
Entonces me mudé... de una ciudad de tamaño considerable a la creciente metrópolis de Nueva York. Supuse que conocería gente maja en el trabajo y en clase. Tuve un compañero de piso, pero al cabo de unos meses me dí cuenta de que estos encuentros regulares eran de hola y adiós y difícilmente llegaban a ser verdaderas relaciones. Verás, en Nueva York todo el mundo está jodidamente ocupado con sus carreras y su trabajo a tiempo parcial y su estatus y sus entrenamientos —sí, incluso los artistas muertos de hambre, los vagabundos y los hippies granujas de Brooklyn— hasta el punto de que nadie tiene «tiempo» para desconectar de la carrera de ratas mecánicas y «salir» un rato.
Fue entonces cuando me encontré deseando hacer exactamente lo que me había prohibido: abriéndome una cuenta de OKCupid. No tenía interés en las citas por el momento; solo esperaba encontrar a alguien que quisiera salir.
Mientras pasaban los meses en Nueva York, conocí a algunos agudos intelectuales que me instaron a corregir lo que ellos percibían como mi «percepción filosóficamente inocente de la naturaleza de la tecnología y la realidad virtual». Me instruyeron en Baudrillard, Heidegger y Stiegler. Me mostraron cómo estaba creando una falsa dicotomía entre lo que es «natural» y lo que es «artificial». Al citarme el mito de Prometeo —con el fuego como primera tecnología, que el hombre adquiere como un regalo robado a los dioses— me probaban que la «innovación tecnológica» es algo «natural» y endémico a la condición humana. Solo el sonido de las aseveraciones filosóficas sería, como se me dijo, una de dos: todo es «natural» o todo es «artificial».
A pesar de todo, empiezo a sentir algo sobrecogedor por la popularidad de las plataformas de citas online. Siento que ofrecen una premonición de nuestro futuro como una especie cuya misión en la tierra, hasta este momento, ha sido reproducirse sexualmente y multiplicarse. Los tecnosexuales (aquellos que prefieren robots o autómatas sexuales en lugar de humanos) parecen un caso excepcional ahora, pero espera un par de años... el amor robot es el horizonte... Fembots «calientes» y «sexys» se usan hoy día en un anuncio de vodka inusualmente prolífico en Nueva York, los hombres se masturban con fotos de mujeres construidas digitalmente en su totalidad y la popularidad de las «RealDolls» (las mejores muñecas para adultos del mundo) se extiende desde Japón por todo el mundo...
Aunque mis mentores intelectuales y mis experiencias en Nueva York alteraron mi perspectiva sobre todo esto, nada puede suavizar el sobrecogedor, surreal y desconcertante sentimiento de lo extraño... es como un miasma en mi cerebro que se ensancha cada día a medida que estamos inmersos, cada vez más, en una realidad totalmente virtual e hiperreal... mientras permanentes líneas de falla rechinan atravesando la realidad... ¿no estaremos siendo cada vez más incapaces de distinguir la realidad del simulacro, es decir, para ser filosóficamente correcta, si alguna vez la ha habido...?
Fuente: adbusters.org - Imagen: http://siempremujer.com
Erin Leydon
El mundo amoroso —la última frontera de la automatización— ha sido conquistado por el mundo de los ordenadores. No son las feromonas, sino los algoritmos los que controlan ahora nuestra vida amorosa.
La primera vez que escuché esto —que el mundo del romance ahora está regido por programas de citas de alta tecnología y software de encuentros que traza patrones a través de nuestros datos personales, buscando la compatibilidad en código binario— sentí repulsión. ¿A dónde hemos llegado para no poder toparnos con alguien en la calle, mirarle a los ojos y sentir realmente la magia de la química corriendo por nuestras venas?
La transcripción de nuestro yo de carne y hueso en avatares digitales me parece un sobrecogedor proceso de descorporización progresiva. El éxodo cada vez mayor de las actividades físicas hacia lo digital no parece «progreso», más bien es como si un argumento distópico de ciencia ficción estuviese apoderándose del mundo en tiempo real.
«¿Qué eres? ¿Una ludita? ¡No seas tan nostálgica!» Es lo que me dice todo el mundo. Pero aguanto el que me etiqueten como anacrónica y romántica. Seguiré en mi postura de que hay algo que está profundamente equivocado... y de que el software de encuentros es el último paso hacia la salvaje virtualización de todo, celebrada bajo falsas pretensiones en el nombre de «la eficiencia».
Entonces me mudé... de una ciudad de tamaño considerable a la creciente metrópolis de Nueva York. Supuse que conocería gente maja en el trabajo y en clase. Tuve un compañero de piso, pero al cabo de unos meses me dí cuenta de que estos encuentros regulares eran de hola y adiós y difícilmente llegaban a ser verdaderas relaciones. Verás, en Nueva York todo el mundo está jodidamente ocupado con sus carreras y su trabajo a tiempo parcial y su estatus y sus entrenamientos —sí, incluso los artistas muertos de hambre, los vagabundos y los hippies granujas de Brooklyn— hasta el punto de que nadie tiene «tiempo» para desconectar de la carrera de ratas mecánicas y «salir» un rato.
Fue entonces cuando me encontré deseando hacer exactamente lo que me había prohibido: abriéndome una cuenta de OKCupid. No tenía interés en las citas por el momento; solo esperaba encontrar a alguien que quisiera salir.
Mientras pasaban los meses en Nueva York, conocí a algunos agudos intelectuales que me instaron a corregir lo que ellos percibían como mi «percepción filosóficamente inocente de la naturaleza de la tecnología y la realidad virtual». Me instruyeron en Baudrillard, Heidegger y Stiegler. Me mostraron cómo estaba creando una falsa dicotomía entre lo que es «natural» y lo que es «artificial». Al citarme el mito de Prometeo —con el fuego como primera tecnología, que el hombre adquiere como un regalo robado a los dioses— me probaban que la «innovación tecnológica» es algo «natural» y endémico a la condición humana. Solo el sonido de las aseveraciones filosóficas sería, como se me dijo, una de dos: todo es «natural» o todo es «artificial».
A pesar de todo, empiezo a sentir algo sobrecogedor por la popularidad de las plataformas de citas online. Siento que ofrecen una premonición de nuestro futuro como una especie cuya misión en la tierra, hasta este momento, ha sido reproducirse sexualmente y multiplicarse. Los tecnosexuales (aquellos que prefieren robots o autómatas sexuales en lugar de humanos) parecen un caso excepcional ahora, pero espera un par de años... el amor robot es el horizonte... Fembots «calientes» y «sexys» se usan hoy día en un anuncio de vodka inusualmente prolífico en Nueva York, los hombres se masturban con fotos de mujeres construidas digitalmente en su totalidad y la popularidad de las «RealDolls» (las mejores muñecas para adultos del mundo) se extiende desde Japón por todo el mundo...
Aunque mis mentores intelectuales y mis experiencias en Nueva York alteraron mi perspectiva sobre todo esto, nada puede suavizar el sobrecogedor, surreal y desconcertante sentimiento de lo extraño... es como un miasma en mi cerebro que se ensancha cada día a medida que estamos inmersos, cada vez más, en una realidad totalmente virtual e hiperreal... mientras permanentes líneas de falla rechinan atravesando la realidad... ¿no estaremos siendo cada vez más incapaces de distinguir la realidad del simulacro, es decir, para ser filosóficamente correcta, si alguna vez la ha habido...?
Fuente: adbusters.org - Imagen: http://siempremujer.com